

Fue en la universidad que me di cuenta de pronto del país en el que vivía, lleno de injusticias y necesidades y, fue a partir del curso de ciencias políticas que cursé que, empecé a soñar con conquistar fama y gloria y ser querido por mi pueblo. Pues yo sentía que había hecho política toda mi vida, que fui un rebelde en el colegio cuando abusaron de mí y que expresaba cierta tendencia a desafiar a la autoridad. Pero, no sería sino después de los años, la madurez y los consecutivos fracasos que borré definitivamente la ambición de acumular poder y fortuna; pero, sin embargo, quedaron esas añoranzas románticas de conquistar fama y gloria, incluso a costa de mi propia felicidad.



No obstante, mis aventuras políticas quedaron truncas al punto de que ni siquiera despegaron, pero, fue mejor así porque yo no estaba preparado. Estoy seguro de que, si incursionaba en ese momento en política, hubiera todo terminado en un fiasco total. Incluso, en mi literatura pues, yo creo que, si me hacía célebre poeta a los 25 años, no hubiera podido afrontar de manera honrosa la fama y, además, tenía que venirme esa especie de crisis existencial que me vino a los 25 y a los 35 años y perder la cordura por amor.
Es por eso que los escritores y políticos se hacen famosos de maduros, pues ejercer esas profesiones bien requiere de mucha experiencia, sabiduría y una autoridad que solo la edad te puede dar. A los cuarenta años un deportista ya es viejo, mientras; un político, jovencito.
Y es ahora que recuerdo los días de cuando yo era un joven estudiante de ciencias políticas y me subía al estrado del anfiteatro a dar discursos y recuerdo, además, la manera correcta de pensar, de trascender al tiempo dejando un legado y protagonizando la historia de mi país. De ser amado por todo mi pueblo, así como yo lo amo incondicionalmente, por lo que estoy dispuesto a servirlo incansablemente, hacer todo lo que esté a mi alcance para lograr que mi patria sea una gran nación y la única retribución que espero por este largo y arduo camino sea conquistar fama y gloria.


El talento era mío, todo mío; la pena era compartida, con aquellos que vieron ese talento inmenso en la miseria, la miseria absoluta, que también era toda mía.
Ese talento era mío; de sentarme frente a la computadora con algunos apuntes y una copa plena, a chancar las teclas con furia para escribir aquel primer amor que tuve.
Todo empezó con cierto talento para la literatura y el nombre de Lucía que, entre los sonidos de la célebre canción de Serrat me exaltaba el recuerdo de la novia que nunca tuve, el primer amor que siempre soñé.
Recordé esto ahora que me serví un buen blanco de verano en la playa porque ayer fui a ver la película coreana, nominada a dos premios Oscar, “Vidas pasadas” sobre aquellos primeros amores que nunca se olvidan y están toda la vida rondando la mente, al despertar en la mañana y al irse a dormir en la noche.


Y es hoy que recuerdo esas palabras que me dictaba aquella voz que presiento en este momento, que me hablaron aquel «si tan solo hubiera» o por ejemplo ese «qué habría pasado si hubiese hecho lo que no hice» o quizá «lo que pudo ser y no fue» y que me pudo haber granjeado premios literarios y eternizarme como quise eternizarme amando a mis criaturas por loco amor.
Y es en este momento que recuerdo con nostalgia ese ímpetu a la hora de escribir, de ser capaz de todo, de sentir que yo podía en un futuro próximo ungirme en gloria, que yo podía convertirme en un gran escritor, llegar a presidente de la nación y casarme con ella. Pero, a pesar de que yo la quise tanto, ella me rechazó como si yo fuera cualquier cosa, a pesar de que le escribí mis versos más hermosos y que, al final, estuve a punto de incinerar para siempre el día que me volví loco de amor por ella.
Pero, en vez de llorar, yo empuñaba mi copa e inmediatamente después chancaba las teclas con furia, con la nunca perdida esperanza de su amor, como si el mundo se hubiera detenido para mí en ese mismo instante, siendo dictado por aquella voz que todavía presiento como música para mis oídos.
En mi último viaje a Madrid, entré a una buena librería y compré un libro que no se consigue en mi ciudad natal, “Los años de las luchas”, memorias del expresidente de Francia, Nicolás Sarkozy, correspondientes a los años que fue presidente, la edición traducida al español. Se trata de una voluminosa obra de 550 páginas que cuenta, además, con fotos del recuerdo.
Me hundí de lleno y largo rato en la amena tarea de leer las palabras que narran asuntos de la política francesa, algunas que entiendo, otras que yo, como foráneo, ignoraba totalmente. Me hizo recordar las antimemorias de André Malraux y las voluminosas biografías de este gran hombre de letras, aventurero y exministro de cultura de Charles de Gaulle que yo estudié durante mi juventud. Y me sirvió para acomodarme mejor en la historia de Francia, pues yo, después de los dos años de estudios en la Sorbona que cursé, elegí a La Francia como segunda patria. Y puedo decir, con orgullo, que Francia es una Gran Nación, en la que los presidentes dejan el Elíseo al terminar su mandato por la puerta grande, quienes luego, en lo que les resta de vida gozan del reconocimiento de haber servido fielmente a la patria, ya en calidad de viejas glorias.
Pues yo veo, en contraparte, al Perú, el país donde nací, con todos los expresidentes siendo investigados en juicios por corrupción o incluso condenados y presos. Pero, para no ir tan lejos, miro con sana envidia a Chile, país vecino sureño que nos ganó la guerra del Pacífico, logrando reunir a todos sus expresidentes vivos por los funerales del recientemente fallecido expresidente Piñera, en una ceremonia exitosa y recuerdo los desordenados funerales de Alan García, expresidente peruano que se tiró un balazo en la sien en el momento en que los fiscales lo fueron a buscar para meterlo preso por los múltiples casos de corrupción de su segundo periodo pues durante el primer periodo que se cuenta que robó tanto o más, no lo pudieron enjuiciar porque se acomodó como perseguido político del exdictador Fujimori, quien es la peor vergüenza de todas, renunciando por facsímil a la presidencia desde Japón, país desde donde luego postularía al senado japonés, cargando con maletas llenas de los billetes que robó y los videos comprometedores que grabó para incriminarlo su compinche Vladimiro Montesinos. Pero lo peor de todo es que todavía existe una gran parte de población que cree que su herencia es una opción viable para gobernar el país.
Pero ¿qué podemos hacer con mi pobre Perú, país de desconcertadas gentes? Aunque no parezca tener arreglo, yo invoco a peruanos de buena fe a construirlo hoy, pues tiene que haber un fondo al final del hoyo al que seguimos cayendo. Yo nunca pierdo las esperanzas de que en esta debacle llegue un Gran Hombre que adecente algo la profesión de político, hoy que está dominada por mercenarios y delincuentes.
Pues, en los tiempos que corren, yo conozco la condición humana y la idiosincrasia del peruano y sé de las buenas intenciones de la gente de salir de la profunda crisis y mejorar su calidad de vida. Sé que una causa común puede unirnos para triunfar.
La semana pasada, había algunas películas de mi interés en la cartelera del cine de mi barrio, sin embargo, me decidí por ver primero “Pobres Criaturas” con Emma Stone y Mark Ruffalo pues ya desde el tráiler pude apreciar la magistral obra de fotografía que es la película.
La fotografía es una de las pasiones de mi vida, al punto de considerar que hace mucho más felices mis días, cuando salgo a la calle siempre con mi cámara Panasonic para tomar fotos de todos y todo. Yo creo que fui afortunado de haber empezado con la cámara del sistema micro cuatro tercios de Panasonic pues considero que actualmente es lo mejor para mí, especialmente porque usa los lentes más lindos que hay, en colaboración con Leica, pequeños, livianos, de una construcción sólida, que toman unas fotos de un color y una nitidez asombrosos, lo más luminosos que se puede, para tener esa profundidad de campo y desenfoque que realza la calidad de cualquier retrato y funcione de manera óptima de noche.
Entonces, ahora me he vuelto fan de la marca Leica que, aunque todavía no puedo costear las clásicas cámaras Leica “full frame” de lentes “rangefinder” por sus precios astronómicos, que fueron pioneros en los años sesenta con el celuloide; he visto ese efecto esférico en los halos que tiene su difuminación a los lados, típico de los lentes 50mm, que yo a duras penas consigo con mi cámara; y, fue precisamente ese efecto de lente el que lucía la película “Pobres Criaturas” que, sin embargo, grande fue mi sorpresa al quedar anonadado con su trama y significado, lleno de mensaje e interés.
Y, entonces, salí del cine dándole vueltas al despertar de tu sexo, cuando todos en algún momento de nuestras vidas descubrimos el placer fisiológico, el deseo carnal y buscas satisfacer esa necesidad, pero las convenciones y el pudor te lo impiden. Y reflexioné que ese impulso erótico que te atrae a alguien es el motor de la vida, lo que le da razón a la existencia. Pues, sin apreciar la perfección de los cuerpos y la belleza del sexo opuesto, yo no me imagino la vida.
Hoy, me tomé la mañana libre para sentarme a leer la última novela de Silvia Núñez del Arco, “Hay una chica en mi sopa”, edición reescrita de su segunda novela del mismo nombre. La leí de un tirón en más o menos dos o dos horas y media, atrapado por la cautivante narración de Silvia y quedé prendado de sus palabras sencillas y elegantes al mismo tiempo, de las cuales es fácil imaginarse las escenas de la excelente película que podría rodarse.
Casi todos los escritores escriben sus libros para saldar las cuentas del pasado, cosa que, en este libro, Silvia hace de manera magistral, matando sus demonios interiores y utilizando el hecho para contar una buena historia. Silvia forma parte de mi generación literaria, una marcada por la disminución de la lectura en papel a manos de las pantallas luminosas. En efecto, Silvia no solo es de mi misma generación, sino que ambos saldamos cuentas de nuestra niñez y juventud en nuestra literatura, la traumática etapa del colegio, la familia, el primer amor, en la misma década y en la misma ciudad. Tanto así que yo siento que muy fácilmente pude haber sido uno de los personajes que ella narra en sus memorias.
Debo destacar lo emocionante del final, que se desenlaza, siempre de manera cronológica, en una nota de la autora, narrando sus experiencias con los personajes reales, veinte años después, ya con la experiencia de la madurez, la fama y las historias habiendo sido publicadas.
Sentí emoción al llegar al final del libro, emoción de haber vivido la tremenda vida de Silvia, palabra por palabra y en primera persona como si fuera ella misma contándomela cara a cara, sintiendo que no me basta con que la relación sea de una sola dirección sino corresponderle la confesión y responderle esto que me contó con mi opinión y consolarla, responderle por ejemplo con algo así como «yo pasé por lo mismo alguna vez» o algún cliché por el estilo que me costaría mucho decirle en una cita romántica pero que escribiéndola me sale muy bien.
En mis recientes viajes en avión, terminé de leer el último libro de mi compatriota y premio Nobel, Mario Vargas Llosa, “Le dedico mi silencio”, que trata sobre un personaje que queda tan impresionado con el talento de un guitarrista de música criolla que casi enloquece y, al final, escribe un libro de tal proeza. En uno de aquellos vuelos, el alcanzar de pronto la última hoja y llegar al fin de la novela, me hizo, mirando el cielo por la ventanilla de avión, reflexionar, divagar o acaso imaginar.
En efecto, me hizo viajar con mi imaginación y elucubrar, a partir de las palabras de nuestro querido Mario, las imágenes de aquellas épocas, las peñas criollas donde se reunía la gente a cantar con guitarra y cajón, cuando no existía la tecnología de hoy para reproducir tu música preferida desde tu celular y, en cambio, o tenías que conseguirte el disco de vinilo o ir a escuchar a los músicos interpretar las canciones en vivo y eso era motivo de reunirse y socializar, con un cafecito o unos traguitos, como en una de las ya mencionadas peñas criollas.
A mí me tocó vivir esa transición de tener que salir a buscar la música en vivo o en grabaciones escasas, a tener toda la música del mundo en la palma de la mano y ahora me doy cuenta de que, de un lado, la tecnología actual ha bajado la calidad de los compositores de la música y, del otro, la han hecho algo fácil de repetir y convertir en cotidiano cuando antes, disfrutar de música era una experiencia mucho más especial.
Como sea, yo no puedo vivir sin música, hoy menos que nunca. Escucho música todo el día, desde el equipo de sonido de mi cuarto y los distintos ambientes de mi casa, el radio del carro, mis audífonos cuando viajo o hago deporte. Y nunca lo voy a dejar de hacer porque la música me acompaña, hace más agradable el aire que me rodea y me ayuda a viajar a donde la literatura me quiere llevar.
Pues, fue escuchando un caset a la hora de irme a dormir que derramé mis primeras lágrimas cuando era un niño; fue en un concierto de música clásica que se decidió mi afición; fue en un festival de rock que me sentí parte de un grupo y una generación; fue en una fiesta de adolescentes, escuchando música con buen ritmo, que bailé mis primeros pasos con chicas; fue escuchando música sentimental que escribí, con mi pluma y en una hoja de papel, mis primeros versos de amor; fue delante de un disco de vinilo que aprendí a volar tan lejos como mi imaginación me pueda llevar.
Los chicos crecen tan rápido, un día los ves nacer y al siguiente los verás convertirse en hombres o señoritas, tarde o temprano vivirán lo mismo que nosotros y el tiempo, el implacable, nos va poniendo viejos. Y, finalmente, unos tienen que morir para que otros nazcan.
Cuando nacieron mis sobrinos fue que tomé consciencia de que yo debo darles el mejor ejemplo porque ellos harán lo que nos ven a nosotros hacer, lo bueno y lo malo y me di cuenta de pronto que yo ya no estoy para rebelarme contra nadie pues, por el contrario, serán ellos los que tiendan a rebelarse.
La navidad pasada, toda mi familia y yo viajamos a Rovaniemi, Finlandia, a celebrar navidad en el pueblo donde vive Papá Noel, alojados en una casita de cuento, viviendo exactamente como narra la leyenda, rodeados de nieve, yendo a diversas atracciones, ideales para niños de la edad de mis sobrinos. Allí tuve oportunidad de disfrutar a mis sobrinos, aunque yo los veo frecuentemente y siempre disfruto de verlos crecer.
Y eso me hizo reflexionar que lo que importa no es el destino sino el trayecto pues al morir iremos de donde vinimos cuando nacimos y que en este viaje que es la vida me gustaría disfrutar plenamente estar vivo y dejar un legado de amor que lo encarnan nuestros hijos al vivir con ellos día a día.
Esa noche, me puse guapo, me miré al espejo y me di cuenta de que había pasado el tiempo. Salí a la calle y sentí placer de ver lo hermosa que es París. Hacía frío, pero yo había calentado previamente mi cuerpo con vino francés. Entonces, me dispuse a caminar bajo la luna llena de París, pasando las lucecitas y las terrazas de los cafés de la ciudad en mi camino hacia los campos elíseos, para ver los fuegos artificiales del arco del triunfo por las celebraciones de año nuevo.
A la hora de cruzar el puente en el río Sena, con sus aguas torrenciales, imaginé lo que sería saltar por amor y dedicarle mi muerte prematura a ella, pero no pasó de una idea preconcebida del vértigo pues si hubiera querido suicidarme, ya lo habría hecho hace mucho tiempo.
Para cuando llegué a los campos elíseos, no se podía ni caminar sin chocarse con la muchedumbre que, probablemente, se contaba en decenas de miles de personas.
Cuando finalmente el reloj marcó las doce en punto de la medianoche, entre gritos de júbilo vi cómo se encendió el cielo desde el arco del triunfo, ese hermoso monumento encargado por Napoleón Bonaparte a comienzos del siglo XIX, que es ícono de la gloria de Francia, iluminando el camino de los campos elíseos por los que marchó Charles de Gaulle al liberar Francia del yugo de la ocupación Nazi durante la segunda guerra mundial, similar a la parada militar por el día de la Bastilla, la fiesta nacional del 14 de julio, que yo vi aquel verano en que me enamoré, me sentí a gusto con la civilización francesa y sentí orgullo de haber estudiado en la Sorbona y tener a la Francia como segunda patria, en la que respiro arte y cultura todos los días.
Después de eso, me perdí entre el gentío y vi mi cuerpo desde arriba, caminando ebrio por las calles de París, soñando que por un pasillo de aeropuerto subía en un avión que me llevaría muy lejos de la chica que me espera dentro de esa cálida casa de mi barrio en París, por años de años.
Ahora que regreso a París, me doy cuenta de que yo nunca me fui, lo que en realidad sucedió fue que mi alma se quedó aquí, caminando por el bulevar de Montparnasse, sentado en la terraza de mi restaurante favorito, La Rotonde, tomando una copa del mejor vino del mundo, sonriéndole a mi vecina de mesa. Mientras mi cuerpo curaba sus heridas con mi familia en Lima.
Yo nunca me fui, me introduje en el vientre de una chica parisina de pura sangre para nacer a vivir una vida nueva.
Yo no me pude ir porque aquí en París está mi casa, donde me reencuentro después de cuatro años con Jenny, la compañera de estudios que tuve de mi época de estudiante en La Sorbona, a la que le dediqué mi cuento “viaje de estudios en París”. Cenando en La Coupole igual que aquella noche hace cuatro años cuando nos despedimos.
No. Yo no me fui, lo que pasó fue que un día me fui a deambular por el metro subterráneo en busca del portal secreto que me llevaría al túnel donde en su final veo una luz que yo quiero penetrar para regresar a aquellas ceremonias solemnes del Priorato de Sion. Y cuatro años después, salí de allí vestido con otra ropa.
La verdad es que yo tenía que ir a Lima y pasar allí unos años para prepararme para el día que me reconozcan, a mí y a mi poesía. Pero mi alma se quedó aquí en París todo este tiempo. Mi alma y mis recuerdos. Pues ayer, hoy y siempre, regresé a París esta mañana al despertar. Espero, algún día en casa propia y con quien sea que me acompañe en el futuro.
Paracas es un oasis en el desierto, una apacible bahía residencial con unos cuantos hoteles y un mar ideal para deportes náuticos. Yo tengo una casa de playa allí a la que regreso cada temporada como regreso a los lugares donde fui feliz, a reflexionar y salir de la rutina de la frenética ciudad.
El administrador del condominio dentro del cual está mi casa tiene unos perros que juegan allí. Los parques y jardines, playas y alrededores son parte de sus dominios. Corren y juegan con libertad kilómetros a la redonda y regresan a su casita de madera después. A veces se pelean entre ellos o con los perros de los vecinos y tienen que encerrarlos. Es por esa razón que a veces y solo a veces, aparece de pronto Kira, una perra chusca muy bien adaptada a su hábitat, pero muy querendona, que viene por cariño sincero. Ella viene corriendo, mueve la colita y llora cuando me ve, acurruca su cabecita en mi pierna pidiendo más caricias. Yo le compro pollos enteros, se los sancocho y se lo doy todito en un fin de semana, con patas incluidas, ella con sus muelas tritura los huesos y se los traga lamiendo hasta la última gota de grasa que devora con un placer supremo. Porque la he visto muy flaca últimamente. Mis sobrinos pequeños la quieren mucho y ella a ellos, mi sobrina pasa toda la mañana con ella y ella la protege y no la quiere soltar, aunque desde que mis sobrinos adoptaron a su propia perrita, cuando la traen a Paracas, Kira se pone celosa y puede haber peleas. Pero conmigo, Kira se porta bien. Ella posa para mis fotos, pues hasta en un video de poesía salió acompañándome a mi costado mientras yo leo mi poema, ella bien echada allí como una esfinge. A veces, salimos a caminar por el malecón y ella me sigue, fiel, de ida y vuelta. Yo le doy cobijo en mi alfombra, aunque ella esté un poco sucia. La última noche, ella estaba allí conmigo y no se quería ir, entonces dejé que se quede en la alfombra de mi dormitorio hasta que me fui a dormir, sin embargo, poco después de quedarme dormido, me despertó de un sobresalto cuando empezó a ladrar, pues, al parecer, los perros de la manada están activos durante la noche y rondan en vigilia los alrededores. Cuando yo me voy a Lima, Kira persigue mi carro hasta el final del camino y se muere de la tristeza, ya me la imagino esperándonos en la puerta de la casa cerrada.
En la reserva nacional de animales, santuario que protege, entre otros animales, aves migratorias que viajan miles de kilómetros desde el norte a reposar y reproducirse o lobos marinos en cuyas colonias se cuentan en decenas de miles en las islas. Hubo hace poco una manada de perros salvajes que vivían a la intemperie en el desierto de la reserva, comiendo carroña, quienes, frecuentemente, aparecían por allí, asustando a los paseantes, como amenazando de un ataque y una mordida. Felizmente, los vecinos organizaron un operativo para llevárselos a todos a una perrera porque eran, efectivamente, una amenaza para la integridad de todos. Y Kira, al parecer, se los enfrentaba en las noches, defendiendo sus dominios, mientras yo dormía.
Entonces, aquella noche que Kira empezó a ladrar mientras yo intentaba dormir, le abrí la mampara y salió corriendo hacia afuera para no regresar. Mientras yo me hundía en un sueño profundo, escuchando los lobos de mar aullando allá en la mar.
Y soñé que Kira corría libre por la playa, entrando a chapotear en el mar, libre como las gaviotas en el aire, libre como los delfines en el mar, libre como me sentí yo manejando mi lancha y dejando mi estela en el mar. Pude ver a Kira saltando en círculos a mi alrededor, jugueteando por allí y corriendo a mi encuentro por unas caricias.
Es un dicho frecuente, o algo así, aquello de que «uno no puede arreglar el mundo, pero sí su destino». Y puede que sea verdad en algunos casos, pero no en otros. Algunas personas se sienten impotentes al ver el descalabro del mundo y, egoístas, prefieren velar por su propia vida sin importarles el futuro de los suyos.
Pensé en eso ahora que fui a ver con mi tío Miguel la película biográfica de Napoleón Bonaparte, protagonizada por el gran actor Joaquin Phoenix. Y pensé en que es verdad que esos grandes hombres que marcaron el curso de la historia no se hicieron, sino que nacieron. Sin embargo, no hubieran sido quienes fueron si no hubiera habido personas que soñaron en cambiar el mundo ayudándolos a ellos.
¿Cuántos locos soñaron con ser Napoleón para ser ungidos en la gloria de la historia como grandes hombres? A pesar de eso solo hubo uno, todos los otros terminaron como terminan los locos.
Cuando yo era un jovencito impetuoso y vehemente, también soñé con ser recordado en los libros de historia como un gran hombre, ser querido y amado por mi pueblo como su salvador. Después vino la madurez y reconocí mis limitaciones e, incluso, en algún momento de mi vida, me vi hundido en la derrota. Sin embargo, yo urjo a las nuevas generaciones a que sepan que sí es posible cambiar el mundo y estos nuevos tiempos así lo demandan, hoy más que nunca. Que, a pesar de las limitaciones de la duración de una vida y todas las adversidades que implican el poder, sí es posible construir un mundo mejor para los nuestros y todos los que vengan detrás, solo hace falta comprometerse y luchar por unos ideales bien definidos y que, no importa si uno no es el líder principal, basta con formar parte de un grupo que trate de hacer posible el sueño de un mundo mejor.
Yo nunca pierdo las esperanzas y sí espero que llegue aquel Gran Líder que arregle mi país y el mundo y ayudarlo a construirlo junto con él.
En la foto que nos tomamos, la bandera del Perú ondeaba al viento delante de la marina donde anclaban los yates, ese día soleado de primavera, delante de eso, nosotros tres sentados a la mesa de la terraza del restaurante y, en la mesa, servido un cebiche y una botella de vino blanco en una cubeta de hielo, nosotros empuñando las copas en señal de brindis por ese día que fuimos mis tíos Javier, Miguel y yo a La Punta, Callao, de paseo, siendo guiados por el mismo Javier, como recordando aquellos años felices que él vivió en aquel barrio apacible y lindo, frente al mar.
La bandera blanquirroja ondeaba a mi espalda mientras, delante de mí, en un televisor, Perú disputaba un partido de fútbol contra Bolivia, que terminaría perdiendo, en una mala racha que nos dejaría en el último puesto de la tabla. En ese momento, calmando mi sed con ese vino heladito, yo les confesé a mis tíos que yo nunca he sido aficionado al fútbol, no porque nos trajo consecutivas decepciones por décadas a pesar de ser un país muy aficionado, sino porque yo tengo la personalidad de un intelectual, igual que el filósofo italiano Umberto Eco, al que yo leí hace varios años, opinar al respecto en su columna semanal, en pleno furor del mundial de Italia 90, que no entendía el fanatismo de vida o muerte del pueblo por ese deporte y la oleada de críticas que recibió al respecto que empezaban con reproches, acusándolo de aburrido. Yo no entiendo, tampoco, las modas ni la farándula y no por aburrido o anticuado sino, al contrario, porque simplemente me parece aburrido estar viendo a unos jugadores pasarse la pelota y esperando a que la metan en el arco. A mí lo que me interesa es la historia, el arte, la cultura, la música, la literatura, la política, las virtudes del alma más trascendentales. Nunca vi un partido de principio a fin, ni siquiera durante el mundial de Rusia, al que Perú volvió a clasificar luego de cincuenta años y que nosotros esperábamos nos brindara alegrías como país. Sin embargo, si se trata de deporte, para eso tengo al mar pues, desde que tengo uso de razón, yo buceo y navego, además de ser campeón de ajedrez, que es un deporte más bien intelectual.
La bandera del Perú con su sonido me hipnotizaba como una serpiente de cascabel de su agitación mientras, al costado, escuchaba la voz de mi tío Miguel con el mismo tono de la voz de mi abuelo, quien, cuando yo era un niño pequeño me consolaba del llanto abrazándome y diciéndome “ya pasó”, recuerdo cuando me caí de la bicicleta y me hice tremenda herida. Y quise volver a ser un niño de cinco años para caminar a su lado por el malecón de la playa, escucharlo hablar, carismático como el gigante que era. Quise regresar a la casa de playa en el verano y verlo cocinar un cebiche, contando chistes y riendo o verlo bailar un tango con mi abuela. Recordé cuando lo decepcioné al ser jalado de año por unos profesores abusivos, quienes finalmente terminarían botándome del colegio injustamente y sentir que él me iba a querer menos por eso, pero, al final, solo limitándose a decirme “ya pasó”. Quise tener a mi abuelo a mi lado esa tarde para ser yo quien le diga “ya pasó”, ahora estoy maduro y no fracasé en la vida como se decía por allí, ahora cargo toda una trayectoria de bagaje, de golpes y castigos que me forjaron valiente. Yo quería mirarlo a los ojos igual que ayer y decirle “ya pasó”, todo está bien.
Al ver la bandera del Perú ondeando al viento, imaginé que mi abuelo resucitaba del cajón en el que lo cremamos y alzaba vuelo, envuelto en la misma bandera, como si fuera sus alas, volaba alto entre las nubes del cielo y yo volaba abrazado por él.
Ya he comentado yo, y con lujo de detalles, por qué, para mí, la primavera es un tiempo duro para aquellos propensos a los males del alma, el mes de octubre en estas latitudes limeñas. El mes en el que los enamorados salen a relucir su amor besándose en los parques, el mes en el que los suicidas se matan, el mes en el que hace ya algunos años yo me volví loco. Sin embargo, para mí, este 2023 transcurrió de los más bien, enfocado en mi piano, mi poesía, la fotografía y mi pasión por el vino. Un solo inconveniente pasé y eso es que he engordado tres kilos más para el sobrepeso que ya me aquejaba.
Lo que pasa es que, al entrar de lleno en el mundo de la vitivinicultura, enología y sumillería, yo, que siempre fui ávido al buen comer, me dediqué a maridar de la mejor manera platillos de alta cocina con vinos de colección y me excedí en las porciones, ambas de vino y de comida. Y, ahora, en noviembre, me he matriculado en un curso de especialización en vinos franceses en el que catamos y maridamos vinos de hasta cuatrocientos euros la botella para aprender sobre las cepas, las regiones, ríos e historia de Francia, cosa que a mí me cae como anillo al dedo pues soy francófilo declarado y acreditado y amo el vino.
El hecho es que, de tanto comer y beber y engordar a niveles inauditos, ya hace tiempo era necesario hacer cualquier cosa por cumplir la dieta de manera estricta y hacer deporte, que yo intenté infructuosamente previamente y, ahora sí, por motivos de fuerza mayor, es imperativo lograr por mi apariencia física pero aún más por mi salud. Por lo tanto, regresé a mis viejos hábitos de ir al club Regatas y hacer deporte tres veces por semana, caminar por el malecón y meterme a nadar al mar.
Y, entonces, caminando por el malecón, con la banda sonora de mi vida en los audífonos inalámbricos, calentando para meterme luego al mar frío y embravecido, miro la mar, tomo una bocanada de brisa marina y recuerdo ese mismo mar que vieron mis ojos en un pasado, anonadado de su magnitud, quien es aquel dios que roe las piedras de aquí y las de todos los rincones del mundo, el mar, el siempre mar, donde todo empezó. Y recordé el baño de mi cuarto donde viví el despertar de mi sexo, recordé aquel primer amor que me hizo sufrir y al que le escribí mis primeros versos de amor una noche de exaltación. En un bungalow duerme mi primer amor y al despertar la fui a buscar a la playa para verla en bikini, aquel crepúsculo le quise declarar mi amor entregándole el poema que tenía allí guardado con disimulo debajo mío, pero terminé rompiendo la hoja en mil pedazos cuando me dijo que no le gustaba la poesía y me rechazó como si yo fuera cualquier cosa.
El 18 de noviembre cumplo 41 años. Nunca más volveré a tener cuarenta años, ya son cuarentaiún años en los gané y perdí, reí y lloré, amé y me amaron. Con una vida de película por detrás y un futuro promisorio por delante.
Yo siempre creí que, para esos solitarios que andamos por la vida esperando a que llegue el amor de su vida, efectivamente en algún lugar del mundo está esa persona en espera de lo mismo, sin poder saberlo, quizás aferrada a un amor no correspondido. En espera de vivir esa hermosa historia de amor; de amarse incondicionalmente; hacer viajes románticos juntos en las vacaciones; bailando en la sala de la casa celebrando el fin de semana esa buena noticia que tanto esperaron; criando hijos; afrontando con dignidad todas las dificultades que aparezcan; envejeciendo juntos.
Yo empecé a seguir a unas pianistas en Instagram porque es un asunto que me interesa mucho y porque me gusta mucho ver mujeres hermosas practicando el instrumento que yo amo. Tener piano de cola en mi casa fue una decisión muy acertada y afortunadamente tuve los recursos económicos necesarios para lograrlo. Yo había abandonado el piano casi un año, dedicado de lleno a la poesía, pero fue cuando me enteré de que una de las pianistas que sigo estaba dando clases remotas de piano que tomé la decisión de retomarlo. Y la semana pasada tuve buenos resultados grabando la canción que ella me enseñó a tocar, al publicarla en mi canal de YouTube.
Mi profesora se llama Elena y es una rusa hermosa de unos enormes ojos azules que por ahora radica en Chipre. Yo siento, al escucharla tocar el piano, que esos dedos articulados y largos me acarician la cara empapada en lágrimas. Podría escucharla todo el día practicar piano. Yo siempre le comento cosas bonitas en las redes, como que yo siempre y para siempre la apoyaré en respuesta a su agradecimiento por el cariño mostrado por sus seguidores a sus publicaciones. Cuando nos vemos cara a cara en las clases remotas, yo no vacilo al decirle que ella es muy bonita y ella me cuenta su vida y yo la mía. Ella ama mucho los gatos porque todos los días cuelga fotos y videos de gatitos que ella rescata de las calles. Yo le he dicho que me gustaría visitarla cuando viaje a Europa el próximo año. Yo estoy seguro de que ella busca la felicidad, igual que yo, pero, aunque nos comunicamos bien en inglés y nuestra diferencia de edad no es para nada un impedimento, una gran distancia nos separa.
Y así se me pasan los días y meses, calentando mis noches con sus fotos y diciéndole a Elena que se ve hermosa, con las pajas mentales de buscar tierra neutral en París y así, cuando es posible que mi media naranja esté aquí, cerquita no más, en Lima, esperándome a mí igual que yo a ella, sin saberlo, para hacerla feliz y viceversa y ¿por qué no? incursionar en política.
El fin de semana pasado, fui con mis papás al centro comercial de mi barrio, especialmente para meternos en la sala oscura de cine para ver la película de Hollywood, dirigida por Martin Scorsese y protagonizada por los consagrados actores Leonardo Di Caprio y Robert de Niro, titulada en español, “Los asesinos de la luna”. Peliculón de tres horas y media, a pesar de su extensa duración, el suspenso mantiene al espectador en vilo, de manera que el tiempo pasa de manera muy amena. Trata sobre unos ciudadanos estadounidenses, en la época de oro petrolera en el medio oeste, descendientes de europeos, quienes se aprovechan de unos descendientes de pobladores pieles rojas, originarios de esas tierras, al ser estos últimos los herederos legítimos de las tierras en las cuales se encontraron grandes yacimientos petroleros. Los personajes de piel blanca terminan, por ciega ambición, en una vorágine de maldad y crimen.
Trama que ilustra los excesos a los que se cae por codicia que, en el Perú, país donde nací es, probablemente, más radical. Pues es un ejemplo similar los yacimientos mineros de la sierra peruana, en el cual, los pobladores originarios reclaman con justicia que vengan foráneos con sus conocimientos, tecnología y capitales a explotar y lucrar las tierras que les pertenecieron a ellos y sus ancestros desde tiempos inmemorables, enriqueciéndose y dejándolos a ellos a merced de su suerte, o sea, en el subdesarrollo al que estuvieron condenados por un gobierno que no está a la altura. En ocasiones, dejan esas tierras contaminadas y no hay quién se haga cargo. El asunto es que la minería en el Perú genera los más grandes ingresos al fisco nacional y eso trae mucho bienestar cuando es bien administrado.
Y este ejemplo me trae a reflexión el que es probablemente el más grande obstáculo para la paz y la sostenibilidad a largo plazo de la humanidad, con el que filósofos como Marx tuvieron que lidiar. Eso es el egoísmo, codicia y la falta de fraternidad, generosidad y ayuda a los que tienen menos prosperidad u oportunidades. Pero, es una característica propia de la idiosincrasia de los humanos, que no va a cambiar porque un poeta sueñe con un mundo mejor, aunque quizá sí sería de algún tipo de ayuda si un político hiciera algo al respecto.
Sin embargo, la historia está plagada de gigantes quienes influyeron en el futuro, ya sea para bien o para mal. Yo soy optimista y tengo fe en que llegue el día en que venga ese Gran Hombre que arregle el mundo o por lo menos haga el intento.
Cuando yo era un quinceañero, allá por los años noventa del siglo que se fue, un domingo después de almorzar rico, mi papá y yo entramos en una tienda de discos y compramos el disco compacto que Fito Páez acababa de publicar, “Euforia”. Ayer pasé por la tienda de vinilos y compré ese mismo álbum de Fito Páez, esta vez en formato de disco de vinilo, oportunamente porque el mes pasado habíamos asistido a su concierto aquí en Lima. Hoy, me tomé la mañana libre, me preparé un café y me eché en mi diván de cuero genuino italiano para pinchar ese disco y, como en un torbellino, giré sobre mí y salí disparado hacia la estratósfera, la mirada se me nubló un rato para, poco después, trasladarme a aquellas épocas cuando escuchaba el mismo álbum de Fito Páez y, profundamente emocionado, recordé el difícil trance que pasé para convertirme de niño a adulto. Cuando iba al colegio británico que trataba de imitar, pero de manera esnob, a los colegios militares, cuando, con todas las hormonas revueltas me excitaba hasta con la puerta, no había definido bien mi identidad ni mi sexualidad y padecía de un malvado “bullying” por parte, más que de los compañeros, de los profesores, quienes eran los responsables de propagarlo.
“Dar es dar” dice la letra pero yo escucho una voz sobre la voz de Fito que dice «dar es dar, servir, recibir y volver a dar» y otra voz que me dicta estas líneas, que me da a entender que este es el “soundtrack” de cuando yo me hice hombre, ya no era un niño, que se encoge como feto en el piso, envolviéndose la cabeza con los brazos, con un huracán encima y un mundo estallando en el corazón, que aun así no lograron que las lágrimas de mis ojos brotaran porque yo fui un valiente, rebelándome contra el profesor de inglés Mr. Straton, el muy desgraciado, de malas prácticas, quien haría lo posible e imposible por verme sufrir, botarme del colegio y volverme loco.
La música entra por mis oídos y sale por cada poro de mi piel, me hace levitar de mi asiento y recuerdo la tarde cuando mis papás me llevaron al mejor psiquiatra de la ciudad. A partir de ese día estuvo decidido mi futuro. Yo me fui de putas en la noche y en una orgía encontré aquello que me procuraría placer la década siguiente, en el lugar de buscar a una novia formal. Fue durmiendo en la cama de un burdel de alto vuelo que decidí que mi amante sería la promiscuidad de paga.
Escuchando el mismo disco, años después, exorcicé mis vivencias escribiéndolas, cortándome las venas hice en un pacto de sangre y empapado en mi propia sangre juré que corregiría el pasado en un futuro, jurando venganza contra mi más grande enemigo, quien se encontraba dentro de mí, lo aposté todo por eso, pero fracasé en el intento, un mes de octubre me volví loco y me encerraron en una clínica psiquiátrica. Años después, cuando me reconocía en los abismos del fracaso, de regreso de un exitoso viaje de estudios de dos años a la Sorbona en París, tenía todo el derecho del mundo a ser feliz, pero eso poco me importaba porque yo lo daba todo por triunfar y volverme poeta, tratando de corregir el pasado en un futuro. Y fue con la poesía que reivindiqué mi pasado y rectifiqué mi futuro.
El piano de Fito Páez suena fuerte en mi cabeza y todos esos recuerdos vienen vívidos a mí como un flashback en cámara lenta, sintiendo la gloria de una vida de película, pero con un futuro promisorio por delante para algún día lograr coronarla en un “grand finale”.
La semana pasada fue el concierto de Fito Páez y mi papá nos invitó a todos. Fue un concierto espectacular. Ese talento sinfín de Fito, que irradia arte y energía por doquier, es maravilloso. Yo quería escribir algo bonito sobre ese concierto en la presente columna, como ya he hecho antes con conciertos anteriores, como el de Joaquín Sabina. Yo sabía que se acababa de estrenar la serie sobre la trágica vida de Fito en canales de streaming y había escuchado muy buenos comentarios y opiniones elogiando a los actores y la trama. Entonces, pensé que, para escribir una columna con conocimiento de causa, debía ver la serie antes.
Sin embargo, yo no tengo televisor en mi cuarto e, incluso, hace más de un año que no me echo a ver televisión en el sillón frente al cual tengo uno grande, moderno y con equipo de sonido. Es que mi televisor está en otra habitación de mi casa, en el estudio donde yo trabajo, al costado de mi escritorio con mi computadora; por lo tanto, me da una flojera monumental bajar al estudio donde he estado trabajando y prender la tele, entonces, me quedo en mi cuarto escuchando mi música y leyendo periódicos, revistas y libros, echado en el diván de cuero genuino italiano frente al cual tengo mi equipo de sonido con mis discos de vinilo, en el mismo espacio que es como un “loft”, donde tengo también mi cama. Por último, me echo en mi camita y me dedico al celular inteligente que, como todos saben, está lleno de entretenimiento, diversiones y bondades, luego me quedo dormidito temprano y me levanto de madrugada, cuando todos duermen, siete horas después, a ponerme a trabajar.
Yo creo que lo mejor que me pudo pasar es que mi papá nunca me haya puesto televisor en mi cuarto y yo me acostumbrara a escuchar música y leer. Si tengo que ver películas, me meto a cualquiera de las salas oscuras de cine de la ciudad, de preferencia las de mi barrio. Pues la televisión embrutece y da insomnio. Yo recuerdo que mi profesor de sociología en la universidad nos puso de lectura obligatoria el libro “Homo Videns”, escrito por una de las autoridades en filosofía política, el italiano Giovanni Sartori y que, como es obvio, yo leí con fruición. El libro de Giovanni Sartori, intelectual de la talla del otro italiano ilustre, Umberto Eco, pone en evidencia lo perjudicial que era la televisión para la humanidad y desde su título, que da a entender que pasamos de simios a homo sapiens y, de homo sapiens a homo videns. Pero digo lo perjudicial que “era” porque ese libro tiene ya casi treinta años de concebido y, en ese tiempo, la humanidad ha inventado el teléfono inteligente, que está desplazando al televisor en popularidad, pero que todavía lleva cierta incertidumbre sobre su efecto, si perjudicial o benéfico, que yo me adelanto a vaticinar que, como todo, tiene sus cosas buenas y malas, que yo me atrevería a juzgar, mucho más de buenas.
Entonces, preferí dejar apagada la televisión y no prenderla nunca más y, por el contrario, comprar un disco de vinilo de Fito Páez, para escuchar de las dos maneras más clásicas que hay a uno de los últimos grandes exponentes del rock en español que, se ha vuelto, con los nuevos tiempos, en uno de los grandes valores en vías de extinción, debido a las condiciones de la industria musical actual y a quien, sin embargo, yo tuve el privilegio de presenciar la semana pasada en uno de sus conciertos, ya por cuarta vez.
Cuando yo era chico, tenía intereses y vocaciones diversas, sin embargo, acostumbrado a los lujos de la clase alta, eso no me distraía del gran ímpetu que sentía por hacer mucho dinero de grande. Es por eso que decidí estudiar economía en la universidad al terminar el colegio, porque era la vocación que me garantizaba un futuro próspero o, por lo menos, más que otras. No obstante, cuando entré a la Universidad y, para ser más específico, llevé por primera vez el curso de ciencias políticas, mi visión del mundo cambió radicalmente, me di cuenta de las crueles inequidades e injusticias del mundo y me di un encontrón brusco con la realidad.
Fue en esos días que me empapé por primera vez, de lleno y profundamente, con la teoría filosófica, aún la más densa y sofisticada, y empecé a leer periódicos y revistas políticas diariamente para el resto de mi vida, me acostumbré a seguir la coyuntura política cotidianamente, pero de manera comprometida. Y, absorbiendo todo tipo de opiniones, durante el gobierno de Alejandro Toledo e, inmediatamente después, el de Alan García, quedé fascinado por lo bien que se expresaba Javier Diez Canseco, entre otros, de todos los espectros y tiendas políticas, yendo con claridad al meollo del asunto y sintetizando el sentir más puro y noble del sentido común, en entrevistas escritas y televisadas y en la columna semanal que escribía en el periódico.
Fue entonces que decidí que quería involucrarme en política, desde tan precoz edad. Por eso, fui primero al Partido Aprista Peruano a entrevistarme con un alto dirigente que reportaba directamente a Alan García, pero, ante su rechazo, fui esa misma semana a buscar a su enemigo público número uno al partido socialista, Javier Diez Canseco. Me recibió él personalmente, me miró de pies a cabeza porque yo había ido vestido con terno y corbata y conversamos brevemente, no sé por qué me preguntó si yo quería luchar por los derechos de la comunidad gay y yo, al negarme y decirle que prefería otro tipo de tarea, lo sentí desilusionarse de mí y, luego de decirle algo de lo que luego me arrepentiría, me dijo “estás confundido amigo”, me regaló un colorido librito sobre coyuntura de izquierdas y desapareció por la puerta, dejándome con otros militantes del partido socialista.
Toco este tema porque la semana pasada fui con mi tío Miguel a ver el recién estrenado documental sobre el legado de Javier Diez Canseco, “Rojo Profundo” y pude ver en pantalla grande lo que fue la política en las últimas décadas. Sus días de gloria como dirigente estudiantil y sindicalista minero, alborotando plazas en paros y huelgas multitudinarios, cargado en hombros, pronunciando fervorosos discursos, impresionantes fotos de archivo. El triunfo de la Izquierda Unida, al término de la dictadura de Morales Bermúdez, en la asamblea constituyente, en 1978, de la que él fue dirigente junto a Hugo Blanco y demás líderes y la división entre facciones que la dinamitó todos los lustros que le seguirían, primero; el terrorismo de Sendero Luminoso que la desprestigió pero de la que el buen Javier tomó distancia desde el inicio, luego y; finalmente, la dictadura de Alberto Fujimori que persiguió y reprimió toda oposición con operaciones de grupos paramilitares de un lado y una fiscalía servil al régimen por otra. Además, al privatizar las empresas públicas, con el ingreso de esos remates multimillonarios, una parte se fue a parar al erario, otra gran parte para repartir favores a los simpatizantes y otra gran parte en la corrupción de su jefe de inteligencia y socio en la tiranía, Vladimiro Montesinos, que, entre otras perlas, vendía armas a grupos narcoterroristas en Colombia tratando de engañar al mundo o compraba entregando fajos abultados de billetes a congresistas en su salita para que pasen a sus filas.
El buen Javier lo sacrificó todo por su entrega a la causa; por ejemplo, durante el gobierno de Fujimori, grupos paramilitares incendiaron su casa echándole bombas en dos ocasiones. Él mismo practicó una austeridad casi misionera y profesó con el ejemplo siempre. Puso en riesgo su vida e integridad consecutivamente a lo largo de su vida. Al final, aunque arrinconado y peleado con casi toda la clase política, era un referente político. Yo recuerdo las columnas que escribía Alan García en el diario El Comercio tituladas “El perro del hortelano”, igual que el libro del siglo de oro español escrito por Lope de Vega, por la reminiscencia de un programa de televisión del que es probablemente el más grande periodista de izquierda de los últimos tiempos, César Hildebrant, por un lado y por el otro, refiriéndose directamente al buen Javier, por aquel dicho de «El perro que ni come ni deja comer». Una clase de políticos con principios y que practicaban las ideas que ya se extinguió, que el fujimorismo terminó por aniquilar definitivamente con sus diarios chicha, educación de fachada, pudriéndolo todo y arruinando así el futuro. En los noventa teníamos a los políticos ya nombrados como últimos exponentes, quizá también otros, contados con los dedos de la mano, quizás oficialistas, como mi tío, primo hermano de mi mamá, Gustavo Caillaux o quizá Pancho Tudela. En los sesenta había mucho más, hoy no queda nada.
La desgracia fue que Alan cayó con una evidencia contundente de corrupción en sus dos gobiernos, pero contaba con un carisma del que, si el Buen Javier hubiera gozado, le hubiera ido mejor que en las elecciones en las que sacó 0.5%.
Cuánta falta nos hacen hoy políticos íntegros y honorables como aquellos líderes de antaño, sean de izquierda o de derecha, con principios firmes, fieles a las ideas y en servicio del pueblo que vota. Cuánto me hubiera a mí gustado estar preparado para asumir el reto en el momento en el que el buen Javier me pudo pasar la posta, pero en mi realidad actual y con los paradigmas de esta nueva generación, más moderado y con más carisma.
Anoche hubo luna llena y yo, echado en mi cama, me quedé dormido contemplándola desde mi ventana abierta. Dormí de corrido hasta la madrugada siguiente con unos demonios sobrenaturales atormentándome en una pesadilla maldita. Yo estoy seguro de que, esa noche, las almas en pena, estimuladas por la luna llena, hicieron una ronda alrededor de mi cama o una especie de ceremonia, quizás, y yo, de alguna manera subconsciente, percibí aquel misterio.
Hay personas, como los niños o algunos animales, que son más susceptibles a percibir esa energía que está presente a nuestro alrededor pero que no podemos ver ni explicar. Yo creo que, entre ellos, los locos tienen cierta conexión con esa energía o almas en pena que, en algunos casos, les hacen perder la razón; que, aquellos que escuchan voces en su cabeza, son voces del más allá, de aquellas almas, que quieren hacerles daño a propósito.
Desde muy chico, algunas noches, vienen a mí sustos inexplicables mientras duermo y al despertarme de seres del más allá que yo hago un intento de recordar. Yo soy el Elegido para explicar estas percepciones de aquella energía que ronda la estancia y que es un misterio tan grande como Dios que, sin embargo, la ciencia, al no poder explicar, juega a ser dios y simplemente quiere anular toda esa información e irrefutable evidencia.
Pero, si se trata de explicar estos fenómenos, yo podría escribir un gran libro con lujo de detalles, sin embargo, no es esa mi intención en la presente columna. Me basta con mencionar que el Universo puede ser infinitamente cruel, de hacer enloquecer hasta la tortura a criaturas inocentes por el dolor inmenso de hacer sufrir a un alma eternamente sin dejarla descansar en paz.
Entonces, esta madrugada, al despertar lúcido después del café y con la memoria fresca de la pesadilla que acabo de padecer, me senté frente al teclado y quise regurgitar todo ese tormento en estas líneas.
En mi último viaje a Estados Unidos, compré varias revistas, entre ellas una Life dedicada a los años 1960's, la década en la que todo cambió, la historia vista desde la perspectiva estadounidense. Es un placer ver esas hermosas fotos de época, en grande y a todo color de esa Era tan romántica. Empieza con la inauguración del gobierno de John F. Kennedy y la carrera del espacio; la guerra de Vietnam; la revolución cubana de Fidel Castro; pasando por la crisis de los misiles soviéticos en Cuba; la fracasada operación de bahía de cochinos o playa Girón para derrocar a Fidel; la marcha sobre Washington por los derechos civiles liderada por Martin Luther King y su discurso frente al Lincoln Memorial; el muro de Berlín; el asesinato de los Kennedy y Luther King; la revolución China; los Beatles, la música, el cine, la poesía y la rica cultura popular; finalmente, los movimientos estudiantiles y la contracultura que alcanzó su cénit con el festival de Woodstock; y, concluye con el primer hombre que pisó la luna y sus palabras transmitiendo en directo al mundo entero: «un pequeño paso para el hombre, un salto de gigante para la humanidad».
En los sesenta, el mundo estaba recuperado de la segunda guerra mundial y gozaba de cierta bonanza, sin embargo, con el baby boom, ya los jóvenes no querían la vida del sueño americano a la que estaban condenados, vivir en las casitas todas iguales de los barrios perfectitos, viendo la misma serie en el televisor que compraron con esfuerzo, trabajando rutinariamente para comprarse un carro. En plena guerra fría, los jóvenes deseaban algo diferente a lo de sus padres y soñaron con construir un futuro mejor, más justo, más feliz. Y se rebelaron contra los padres, se volvieron hippies y se largaron a vivir al campo entre naturaleza; los estudiantes protestaron por la igualdad, por los derechos de todos. Desgraciadamente, todo acabó, el capitalismo salvaje hizo crecer la economía y mejorar la calidad de vida y, aunque algo ganamos a pesar de la derrota, el mundo siguió siendo el lugar injusto y cruel de siempre.
Como yo soy un romántico, me gusta evocar los movimientos sociales que parieron los sesenta, esa sabiduría bienintencionada y artística, y confieso que deseo dedicar mi vida a continuar las luchas que dejaron inconclusas mis poetas predecesores; lograr en nuestro tiempo y con mi generación aquello que soñaron lograr y no consiguieron; aprender de todos los caminos que anduvieron. Yo aspiro a lograr la utopía, aunque sea imposible porque, en el camino, vamos a lograr un mundo mucho mejor. Te invito a que me acompañes en este camino.
El fin de semana pasado, mis tíos Miguel y Javier, el hermano y el primo hermano de mi papá, respectivamente, me invitaron a un paseo por la zona bohemia y de activa vida nocturna de Barranco, aquí en Lima, especialmente para enseñarme las calles por las que jugaron de niños pues cuando eran chicos vivieron en ese barrio, cuando Lima era otra, los parques que frecuentaban, la bodega del chino en donde compraban dulces, la panadería del barrio, lo que solía ser la oficina postal, por donde pasaba el tranvía que ya no existe hace cincuenta años, la casa familiar de mi abuelo y entramos en la casa donde vivía mi tío Javier porque hoy es un hotel que parece un palacio.
El tour incluía la visita de los bares clásicos de Barranco, nos tomamos unos piscos allí y ellos me narraron sus recuerdos, concordamos en que se cumplía aquel dicho de que «todo tiempo pasado fue mejor», entre conversaciones sobre política, como aquello de que «la política de antes no era el lumpen de hoy, cuando se podía hacer política de derecha o de izquierda pero con ideas y para el pueblo que votaba porque hoy en día, no hay partidos y los políticos no son de derecha ni de izquierda sino tan solo unos mercenarios que velan por sus propios intereses subalternos usando métodos delincuenciales y en una corrupción descarada». Al final de la noche, yo llegué a la conclusión de que toda discusión filosófica nos lleva al más grande de los misterios, Dios y, aunque no estoy de acuerdo con Nietzche, cité una de las más ambiciosas demostraciones filosóficas precisamente por su belleza: «Dios no existe, yo lo maté».
Y me fui a mi casa contento de lo interesante y divertida de la velada que quedará para el recuerdo. Vislumbrando la ciudad hace medio siglo, pude ver, desde el acantilado de Barranco, el mismo mar que mi papá vio todas las mañanas al levantarse; pude ver cuando mi abuelo tuvo que contarles a mi tío Javier de siete años y sus tres hermanos que su papá había fallecido; pude ver los ojos que les brillaban de la nostalgia a mis tíos por la vida que pasó delante de esos mismos ojos la última mitad de siglo que se fue; me di cuenta de que el tiempo se nos pasó sin darnos cuenta.
Pude ver que mis tíos, al hablar aquello que solo la edad te puede dar la autoridad de decir, me miraban con el mismo cariño con que mirarían a mi papá después de toda una vida plena a su lado y yo, con el mismo amor que le tuve a mi abuelo.
La semana pasada, de camino por las citas que cotidianamente hago los miércoles por el distrito de Miraflores aquí en Lima, pasé por la tienda de vinilos a comprar un disco de vinilo de los que, como ya el perspicaz lector debe de haber advertido, soy aficionado. Entre la infinidad de bondades que tienen, los vinilos no pasan de moda. No solo eso, sino que tienen un muy buen valor de reventa y hay un mercado muy dinámico y lucrativo de compraventa de discos usados. Una vez, husmeando entre los discos de época, encontré tres discos que probablemente había comprado mi abuelo hace cincuenta años pues recordaba que le habían pertenecido a mi tío Gabriel y que él remató poco antes de fallecer. Los compré sin chistar por su valor sentimental, pero suelo comprar más discos de vinilo nuevos de fábrica.
Tenía la idea de comprar el disco de la banda peruana de reggae liderada por Pochi Marambio, allá por los años ochenta del siglo que se fue, “Tierra Sur”, por los recuerdos que me trae su música. Eso hice y ayer, al pincharlo y echarme a soñar frente a él girando, entre la sabiduría de lo natural y su cosmovisión rastafari, con su ritmo cadencioso y sedante, recordé cuando esa banda ofrecía conciertos en mi juventud.
Recordé un evento de integración académica que organizó mi universidad en el que se presentó Tierra Sur. Entre una canción y otra, el cantante, Pochi Marambio, recuerdo que dio algo así como un consejo contra el consumo de drogas entre nosotros los jóvenes y que me pareció algo hipócrita pues de sus letras y la tradición rasta del reggae se decanta el frecuente consumo de marihuana. Basta con cantar y bailar su canción “mi marimba” por su similitud con la palabra “marihuana” o su canción “hierba mala” por la hierba del cannabis, no solo las reminiscencias eran más que obvias, sino que, además, en todos sus conciertos el olor a marihuana es fortísimo y uno, aunque no fume, termina horneándose. Además, recuerdo entre otros conciertos, uno al que invité a mi hermana Rafaela en el remozado teatro peruano japonés, allá por los comienzos de siglo, en el que, en el intermedio, veía a los administradores japoneses renegando e insultando a los jovenzuelos que fumaban sus pitillos con una libertad asombrosa en esas instalaciones cerradas. Incluso, yo vi cuando el japonés le increpó a un chico que apague su cigarrillo y, aquel, no tuvo mejor idea que apagarlo contra la pared del costado dejándola sucia y cómo lo hizo pretendiendo dejar la colilla en buen estado para darle un posterior consumo.
Actualmente, es legal en muchos lugares del mundo y se consigue fácilmente. Cuando alguien me ofrece no me escandalizo, pero yo no le entro. Resulta que durante mi agitada juventud nunca tuve ese afán de consumir, pero lo que realmente me marcó para el resto de mi vida fue mi experiencia una de las pocas veces en que consumí. Fue un fin de semana en que un “dizque” amigo me invitó a su casa, él no solo era frecuente consumidor, sino que era de aquellos de los que les insistía a sus amigos a que se droguen con él. A mí no solo me empujó a fumar marihuana después de haber tomado ya bastante ron barato, sino que al troncho de hierba le había agregado, en secreto, especialmente para mí y solo para mí, dosis inhumanas de un polvillo que le había vendido su proveedor, un polvillo altamente tóxico y dañino. Lo siguiente que recuerdo es que a las cuatro de la mañana estaba caminando descalzo por los pantanos de Villa a treinta kilómetros de casa, como recién bajado de un ovni por un rayo de luz del cielo. No tenía dinero, pero me las ingenié zampándome en colectivos para regresar, enfermo a mi casa, la mañana siguiente, en una taquicardia de muerte. Desde aquella vez, mantuve la marihuana de lejitos no más. Con los años, yo pienso que haber ingerido aquella droga dura en esa experiencia dañó mi salud mental de manera grave y por largo plazo los años que seguirían y que me costó muchos años de terapia sanar.
Y hasta recuerdo que los muy forajidos de aquellos “dizque” amigos se jactaban de haber echado otras drogas en los vasos de trago de sus desprevenidas amigas. No me extrañaría que hayan echado drogas raras al mío también en aquella ocasión.
Yo creo, además, que depende del organismo de cada persona, que todos somos distintos y reaccionamos diferente a las drogas, sin embargo, hay ciertas similitudes en las diferentes razas. Por eso es que hay personas que son abstemias, como mi tío Gabriel, quien tuvo una mala experiencia con el alcohol y no tomaba vino ni bebidas espirituosas nunca. De la misma manera que a la raza de los morenos de Jamaica les va muy bien fumando marihuana.
Yo recuerdo las interminables conversaciones que tenía con Carmen, la chica que más amé cuando estudiaba en la Universidad, en los cafés, copa tras copa, después del ballet, la música clásica o los eventos a los que solíamos frecuentar. Ella decía que los genios tienen más sensibilidad a las drogas. Yo creo que tenía razón, aunque lo decía más porque ella era una fumadora de cigarrillos de tabaco compulsiva y medio genio. Yo nunca he probado cocaína ni pienso probarla porque tengo miedo de engancharme pues la adicción a las drogas sale a un paso. Tampoco fumo, hace quince años me volví de pronto fumador por dos años hasta que lo dejé de forma definitiva. Y con la marihuana tuve una mala experiencia que me hizo guardarle aversión. Mejor así porque mi salud mental fue bastante frágil y las drogas no hacen más que dañarla.
Sin embargo, mi relación con el vino y las bebidas espirituosas en general es muy buena, nunca he sido alcohólico, pero disfruto un buen vino los fines de semana, con los amigos, con las comidas y en una buena conversación. No solo eso, sino que, después de esos brindis, al echarme a escuchar música y ponerme a divagar, de pronto viene a mí la inspiración, siento que puedo escribir los versos más hermosos y, si tengo suerte, agarro mi pluma y te escribo un poema de amor.
El fin de semana pasado, yo tenía planeado hacer algo así como el desvelamiento del cuadro que Mateo me pintó, en una parrillada con otros amigos de nuestra promoción del colegio y eso hicimos. Invité tres amigos para la ocasión para poder entrar a la mesa a comer la carne que yo mismo cociné a la parrilla, además de Mateo, Alfonso y Gino Piaggio, quien trajo, bajo el brazo, un libro de cuentos que acaba de publicar para cada uno, el que tituló “Rumores de la Ciudad”.
El libro lo leí de una sentada. Muy fácil de leer, da gusto pasar cuento tras cuento hasta llegar al último y su estilo, desenfadado y sórdido es, desde mi juventud, de mis lecturas preferidas, de cuando leía a Bukowski a escondidas, estilo que estoy seguro que vende mucho pues a la gente le gusta los escándalos, los secretos de alcoba y ese tipo de cuentos cortos que narran aquello que uno calla en reuniones sociales y que, quizás, es confesado por algún borracho que, luego, el confidente suelta como rumor en otra reunión y, así, el rumor termina pasando como teléfono malogrado por toda la ciudad.
Su estilo me recuerda cuando yo empecé a escribir cuentos sórdidos en mi juventud, que usualmente titulaba “Las hazañas de Dartagnan”. Con la madurez, cambié a un estilo más virtuoso y honorable. Sin embargo, requiere de mucho conocimiento de calle y cierta sabiduría mundana que, a veces, es difícil explicar oralmente por los autores cuando brindamos unas copas, más allá del momento de escribirlo.
Esa noche, hicimos muchos brindis por la promoción que, aquí y en todos lados, es motivo de unión y apoyo mutuo, del estilo “tu éxito es mi éxito” que, aunque entre nosotros haya discrepancias políticas, hay sincero cariño en nuestra amistad pues, además, como somos escritores y artistas, hay bastante afinidad. Mateo dijo que nosotros estábamos en el mismo vagón, «el vagón de los desahuciados» y yo, más ambicioso, propuse brindar, ahora que estamos empezando nuestras carreras, por nuestra generación que, con modestia, sueño con hacer el intento de que trascienda en el tiempo como las mejores corrientes artísticas y filosóficas del pasado.
La poesía está más viva que nunca, en Facebook y YouTube, en Instagram y páginas web, ya no escondida en viejos libros de silenciosas bibliotecas, sino en calles y plazas, parques y playas, recitada a viva voz por poetas, actores, “showmen” y cantantes, en teatros y estadios.
Mientras yo viva, la poesía estará más viva que nunca, susurrándote al oído mis versos del alma o declarándote mi amor en teatros abarrotados del público que me aclama. Yo, al comienzo, empecé a escribir poemas para enamorar a las chicas que me gustaban, sin embargo, poco después quedé más enamorado de la poesía que de aquellas chicas que dije amar.
La poesía estuvo viva ayer cuando escuchaste mi voz como música para tus oídos, declamando mis versos del alma, en una playa desierta, a la hora del crepúsculo, empuñando una copa de vino en la mano, añorando tu presencia física, pero reconociendo tu oído.
La poesía estará viva mañana al alba cuando con la lucidez del café grite tu nombre al sol que sale por la línea del horizonte, junto al canto del gallo. Como Walt Whitman me celebro y me canto, me canto y me celebro, siguiendo la tradición de los poetas que vivieron todo eso que yo quisiera vivir, que le cantan al amor, la vida, la muerte, que me dicen de dónde vengo, quién soy y adónde voy.
La poesía llegó un día a mi vida para reivindicar mi pasado y rectificar mi futuro pues actualmente trabajo en la poesía. Y como prueba contundente de que tal cosa es posible, me basta con decir que el fin de semana pasado, después de mi recital de guitarra y poesía en el teatro Olimpo, luego de la ovación de la hinchada y todos los aplausos, en el “after party”, a la hora de destapar un buen rosé francés para maridar suculentos mariscos, mientras mi guitarrista cantaba y delante de cámaras filmándolo todo, cuando yo hacía el primer brindis, sentí que en aquel momento había tocado la gloria.
La poesía está más viva que nunca hoy que llego a ti.
Cuando yo terminé el colegio, estaba confundido, no sabía exactamente lo que quería hacer de mi vida, me gustaba todo, pero no conocía a ciencia cierta mi vocación, no sabía lo que me depararía el futuro. Probablemente, le pasa lo mismo a la mayoría de los chicos cuando terminan el colegio y deben salir a estudiar una carrera en la universidad para encontrarse un futuro con un trabajo próspero. No sé por qué, de mi generación del colegio, fueron varios los que tomaron la decisión de estudiar arte como carrera, cinco años en la universidad, pues del arte es muy difícil vivir. Como sea, luego de más de veinte años, uno de los más exitosos es Mateo Cabrera y con justa razón porque pinta como los dioses.
La semana pasada, Mateo me entregó un óleo sobre tela que él mismo me pintó por encargo que tituló “La visión del poeta y el libro azul donde habita el océano” en el que yo aparezco pintado, leyendo un libro en una habitación bastante surrealista, bien al estilo que en todos sus cuadros Mateo imprime, suelo de escaques, una buceadora mujer cazando al parecer una bola de oro y peces volando. Previo al encargo, me reuní con él en su taller para idear bien el cuadro, yo le dije que quería una parte femenina y otra masculina y a él se le ocurrió que yo sea el personaje masculino y la buceadora, la femenina; me invitó un café y conversamos después de muchos años sin vernos; me dijo que cuando estábamos en el colegio, a él le daba pena cuando a mí me hacían bullying y se burlaban de mí en grupo los compañeros, bueno, yo le respondí que eso pasaba porque los profesores exacerbaban el bullying y que, sin embargo, había dos o tres chicos a los que les hacían más bullying que a mí, en ese colegio británico que trataba de imitar los colegios militares pero de manera esnob, allí donde reina la ley del más fuerte.
El cuadro es de formato pequeño pues yo tenía la idea de poner ese cuadro en el lugar del panel difusor acústico que tenía arriba de mi tornamesa en mi salita de música porque mucho el sonido de mi equipo de sonido no cambia y muchísimo más bonito se luce con el cuadro de un pintor famoso bien iluminado que esa mancha negra.
Y, entonces, ahora, cada vez que pincho un disco y me echo en el diván de cuero genuino italiano de mi salita de música, escuchando mi música preferida, puedo contemplar el cuadro que Mateo me pintó, a mí sentado en esa habitación mágica leyendo el libro azul y de pronto empiezo a levitar de mi asiento y entro dentro del cuadro para sumergirme en mundos oníricos.
Es, pues, eso lo que más disfruto del buen arte, escapar de la realidad en una especie de catarsis para vivir, aunque sea por un momento, mundos de ensueño.
Yo estaba perdidamente enamorado de Carmen. La quise mucho, probablemente más que ella a mí ¡Ella era tan hermosa y yo era tan torpe! Fue hace exactamente veinte años, cuando salíamos del ballet de ver el lago de los cisnes a una amiga de la universidad hacer el papel protagónico, que me di cuenta de que ella me tenía loquito de amor.
Recordé a Carmen la semana pasada porque regresé a frecuentar, después de muchos años, los eventos a los que solíamos asistir; a veces, acompañados de amigos; otras veces, en citas románticas; al ballet; a los conciertos de música clásica; a los recitales; al teatro; a las exposiciones artísticas y me trajo muchos recuerdos de nuestros amores locos. Después de aquellos eventos, nos íbamos a los cafés a tomarnos unas copas y nos amanecíamos dialogando en conversaciones que parecían recitadas de un guion o libreto pero que, sin embargo, eran espontáneas porque ella en la universidad era tildada de genio, ganadora de todos los premios y laureles académicos. Se quedaría luego a dedicarse a ser profesora estable en la facultad de economía.
El nuestro fue amor a primera vista, cuando en mi primera clase de economía en mi primer ciclo en la universidad, la profesora hizo pasar a Carmen y la presentó como una jefa de prácticas de lujo, a partir de ese día, yo quedé prendado y por amigos comunes saldríamos juntos y luego nos haríamos íntimos. Nuestra relación terminó de manera accidentada y por mucho tiempo la extrañé con ansias y le dediqué un cuento que titulé “La Bailarina de Ballet”, sin embargo, espero que nos llegue pronto el día del reencuentro y contarle todo lo que me tocó vivir estos casi veinte años sin vernos, que no fue poco, la escucharía y nuestra conversación sería otra obra de literatura si pudiera registrarse.
Así como yo les dediqué cuentos y poemas a mis musas, me gustaría que, de la misma manera, algún día alguna de mis musas haga arte de nuestros recuerdos, recordándonos en un cuento o un poema y Carmen escribía bonito, ella era tan talentosa.
Por muchos años, pensé que, si volviera a nacer, la vería cada día a mi lado amanecer, casados y con hijos, con un buen trabajo y vidas prósperas, pues estoy seguro de que hubiéramos sido muy felices.
Hace un par de semanas, fui con mi tío Miguel al cine a ver la tan esperada película de Hollywood “Oppenheimer”, favorita para ganar una multitud de premios. Película en la cual, como ya mis queridos lectores deben estar enterados, se retrata al físico Robert Oppenheimer liderando una de las más grandes hazañas del mundo moderno que fue la creación de la bomba atómica.
Oppenheimer no solo fue físico, sino que cumplió, para aquella hazaña, una labor eminentemente política. Con multitud de aristas, la película muestra una serie de intrigas políticas, entre suspensos y falsas pistas, con el claro objetivo de dejar en vilo al espectador, por sus vínculos con el partido comunista en plena era de paranoia “McCarthyista” y con una serie de secretos de espionaje que implicaban perder la segunda guerra mundial frente a la Alemania Nazi y; en la segunda trama, la guerra fría contra la Rusia comunista.
De eso trata el prodigio en la política, de intrigas, de secretos y engaños, complots y negociados, chantajes y coacciones, lealtades y traiciones, glorias e infamias. Y en aquel caso, como en muchos, eran cuestiones de vida o muerte.
La película me motivó una profunda reflexión sobre aquellos hitos claves en la historia de la humanidad como el final de las guerras, revoluciones, desastres, fenómenos que definirían el curso de la historia y que yo atribuyo a una mano invisible que mueve hilos desde el más allá, que yo relaciono con Dios y los extraterrestres, representados en la tierra por el Priorato de Sion. Yo creo que Dios está allá arriba en el cielo, o sea, el espacio exterior, junto con otros seres extraterrestres superiores en todo a nosotros, asuntos de los cuales, como aquellas incógnitas de nuestra historia, nunca se esclarecerán.
Yo creo que los locos, en su ensimismamiento, entablaban una especie de conexión con lo sobrenatural, quizá divina y, en su trance, logran ver más allá de las fronteras de lo comprensible. Yo, en algún momento de mi vida, me hundí en los abismos de la locura y, aunque era consciente de mis actos, viví alucinaciones de las cuales yo no encuentro una explicación terrenal y, más bien, lo explico con lo sobrenatural, proveniente de los misterios de Dios, de las almas flotando en el aire y de seres venidos de otro tiempo, otro espacio, otra dimensión.
Y, entonces, hago el intento de recordar aquellas alucinaciones, mezcladas en sueños, recuerdos esquivos, como aquel en el que, al final del túnel, al penetrar la luz, llego a palacios monumentales y asisto a ceremonias solemnes del Priorato de Sion, en planetas lejanos, de los que mi alma regresó al despertar en mi cama esta mañana.
La fecha del cumpleaños de mi papá, en julio, coincide con las fiestas patrias peruanas, por lo tanto, mi papá, desde que tengo uso de razón, organiza todos los años viajes por el mundo con toda la familia para celebrarlo por todo lo alto. Y desde que, hace tres años mi papá adquirió como inversión dos departamentos frente al mar en Fort Lauderdale, Estados Unidos, los últimos dos años hemos venido aquí por fiestas y es más divertido aún porque los edificios donde quedan los departamentos están a un paso de la playa y tenemos muchos vecinos peruanos quienes, igual que nosotros, vienen a sus departamentos a pasar las vacaciones, además de que unos cuantos de ellos son amigos de mi papá de toda la vida. Como si fuera poco, la noche del cumpleaños de mi papá, tiramos la casa por la ventana en un fiestón en la zona común del edificio con amigos de mi papá que vienen de los alrededores, especialmente para la ocasión.
Es un placer reunirnos con otros peruanos por fiestas patrias en Estados Unidos como en cualquier otro país pues uno congenia mejor con aquellos con quienes comparte tantos temas en común como es nuestra peruanidad. Cada vez que viajamos al extranjero, presumimos de ser peruanos con orgullo y me sucedió con más razón cuando me fui a radicar dos años a París en mi viaje de estudios en La Sorbona; allí es que, como predican los escritores del boom latinoamericano, me di cuenta de mi pertenencia, de que yo soy un peruano y un latinoamericano y que a mí me compete comprometidamente el futuro de mi patria.
Yo, al Perú lo llevo todos los días en mi corazón, por eso, me duele mucho ver a mi patria desamparada toda la vida e ir de crisis en crisis pues nos han gobernado mal, ladrones y asesinos que velaron por intereses subalternos por sobre el interés común, así desde el comienzo de los tiempos. Sin embargo, yo, que soy un romántico, no pierdo las esperanzas de hacer grande a mi país y que los peruanos sintamos que la dirigencia va encaminada hacia el progreso, con un proyecto de país en común que nos una a todos los peruanos y que por primera vez cambie esa maldición de ir de mal en peor.
Y fue ayer que, celebrando las fiestas patrias con familiares y amigos, me di cuenta de que, a pesar de todo lo que pase, los cuarenta años con que cuento, con ellos es como si no hubiera pasado el tiempo y nos queremos igual que ayer. Y, copa tras copa, supe con placer que, con mi papá, siempre nos llega el momento de la celebración y allí lo conmemoramos pues yo, estos cuarenta años, bajo sus alas volé.
Me gustan los reencuentros, siempre me gustaron los nuevos comienzos. Con la edad, uno deja de frecuentar ciertas amistades, pero puede que, después de tiempo, llegue el reencuentro, como me pasó a mí el viernes pasado con unos amigos que no veía desde que yo era un colegial.
Vi varios amigos del colegio que más o menos sabía de sus vidas por conexiones comunes; sin embargo, llegó de pronto y se sentó junto a mí una amiga que yo no sabía de su existencia hace probablemente veinte años. Yo, físicamente he cambiado mucho, con diferentes anteojos, calvo y más gordo, pero ella se conservaba tal cual yo la recordaba. Y conversamos de lo lindo, como si no hubiera pasado el tiempo; ella acompañada de su esposo y habiendo dejado dos hijos en casa; yo, convertido en poeta, que según conté, trabajo en la poesía pero que, para ganarme un sustento económico soy empresario vitivinicultor. Yo fui sincero sobre nuestra pasada amistad y, entre otras cosas, le dije que le diga a la chica que fue mi pareja de fiesta de promoción que me perdone por no haber estado a la altura cuando teníamos 17 años pues, al llegar a aquella fiesta, yo me fui a emborrachar con mis amigotes en lugar de portarme como un galán, bailar con ella y preocuparme porque ella se sienta a gusto y le dije que no se asuste por la confesión pero que aquellas épocas de descubrimientos, yo sentía más atracción por irme de putas a burdeles de alto vuelo para cumplir mis fantasías sexuales que preocuparme por cortejar a una noviecita linda como ella.
A esta reunión me acompañó Christopher, otro amigo del colegio que también se distanció de mí por muchos años al irse a radicar a Londres. Pero que regresó hace algún tiempo y ahora nos frecuentamos seguido, como el domingo pasado que hicimos una parrillada en su casa y recordamos las conversaciones que teníamos cuando él vino un año en que yo estudiaba ciencias políticas en la universidad y ambos estábamos apasionados por la política. Cuando nos emborrachábamos, de pronto nos poníamos de pie e improvisábamos inspirados discursos políticos, cuando éramos jóvenes, impetuosos, vehementes y expresábamos ideas trasnochadas. Chris venía de hacer ciertos estudios de historia del Perú y estaba muy encantado por la obra del poeta e historiador de los Incas Garcilaso de la Vega y del cronista virreinal Huamán Poma de Ayala. Chris me expresaba sus extravagantes ideas políticas, me decía que él abogaba por una monarquía constitucional en donde haya un Inca con una función dinástica decorativa en todos los gobiernos que vengan en el Perú para resucitar el imperio incaico de antes de la conquista española. Yo nunca estuve de acuerdo con esas ideas locas, hoy ya ni él, pero es que de jóvenes éramos unos románticos con delirios mesiánicos, soñando con dedicar nuestras vidas por una causa justa y padecer sacrificios por eternizarnos con gloria en la historia.
Cuando hace veinte años nos emborrachábamos, yo pronunciaba inspirados discursos políticos que, esta vez, mutó en recitar de pie poemas de amor a las musas de mi vida. Pensando que amo los reencuentros y creo en los nuevos comienzos, las segundas oportunidades, en el amor y en la política.
En mi cumpleaños número 25, en noviembre del año 2007, releyendo mis manuscritos, me di cuenta de que mi verdadera vocación era ser poeta. Había terminado la universidad y estaba estudiando francés en la Alianza Francesa de Lima para irme a estudiar literatura a la Sorbona en París. Sin embargo, yo no contaba con que en ese momento iba a entrar en crisis, como suele decirse por allí.
Desde algún tiempo antes del 2007, yo estaba apasionado por la política y ya expresaba públicamente mis ansias de participar en política y ser padre de la patria. Yo me consideraba un animal político, así como Toledo era un gusano; Alan García, un caballo loco; el rey, un león; Lenin, un dinosaurio o Jacques Chirac de joven, un lobo; si yo fuera algún animal político, hubiera sido un toro. Pues escribí un poema que titulé “El Coliseo Romano” en el cual me habían echado en el ruedo a las fieras para entretener a la platea con mi sufrimiento. Yo sentía que era como un toro que la gente se regocijaba al ver sangrar y morir a manos del torero. Pues venía de padecer un cruel “bullying” en el colegio, que era exacerbado por unos desgraciados profesores británicos. Y, además, en esas épocas en que no existían las redes sociales, yo sentía que era famoso pues la gente hablaba de mí, todos los que me conocían a mí y a mis conocidos, al punto de que estaba seguro de que me espiaban porque mi vida era interesantísima y había público que disfrutaba con ella.
Esa noche, releyendo mis manuscritos, me sentía listo para publicar y que el mundo conociera mi talento. Sin embargo, no contaba con que me excedí con algunos textos y, entonces, el presidente Alan García junto con periodistas, intelectuales, profesores, rectores y escritores, entre otros líderes de opinión, se pusieron de acuerdo para censurarme y reducirme a la condición de loco miserable por veinte largos años.
Yo cumplía 25 años y no contaba con que entraría en crisis, cuando me secuestraban para llevarme a ceremonias solemnes del Priorato de Sion donde hice una juramentación sagrada para convertir mi alma de miembro célebre y me dieron el anillo que desde entonces luzco con orgullo en el dedo anular de la mano derecha. Y yo me trasnochaba escribiendo genialidades que de pronto me leían unos pocos líderes de opinión cuando eso me pudo haber granjeado fama, gloria y consagración.
Entonces, ahora que miro en retrospectiva eso que sucedió hace 16 años, recuerdo como si fuera ayer la canción “Lucía” de Serrat sonando en repetición en mi mente, una voz dictándome poemas de amor y me doy cuenta de que fue el recuerdo de la chica que amé y me dejó solo, lo que me hizo perder, definitivamente, la cordura.
Cuando yo tenía quince años, me desvirgué con una prostituta, como la mayoría de los chicos de mi generación y de todas las que nos precedieron. Cuando tenía todas las hormonas revueltas y esas hermosas “chicas malas” desnudas entregándose a mí eran todas las noches mi sueño erótico. Es un tema tabú que genera pudor y que, aunque a mí me avergüenza, como es natural, puedo confesarlo porque desde muy chico mi vida íntima fue ventilada en rumores que corrían por toda la gente que me conocía a mí y a todos los integrantes de mi familia y amigos.
Y toco este tema porque la semana pasada fui con mi tío Miguel al cine a ver la recién estrenada película peruana “La Pampa”, que trata precisamente sobre la trata de personas, o sea, la prostitución, pero de la sórdida, criminal y pobre, en la selva peruana, que es un negocio que impera allí en una zona real llamada La Pampa, donde confluyen trabajadores de campos mineros ilegales y parroquianos de toda ralea. En este negocio, se calcula que están involucradas 30 mil personas.
La prostitución ha sido una profesión que acompaña a la humanidad desde que es humanidad, sin embargo, en Perú es históricamente bastante común. Y es que, el Perú ha sido siempre patriarcal y machista, estaba mal visto que las mujeres de su casa tengan sexo antes del matrimonio, por lo tanto, los hombres tendían a buscar a mujeres que vendían sus cuerpos ante la pobreza que en Perú siempre cundió. Los tiempos han cambiado bastante y ya no se ve tanta prostitución como antes pero mi tío Miguel, que vivió aquellas épocas pasadas, me contaba, al salir del cine y sentarnos en un restaurante a tomarnos unas cervezas con algo de comida de picar, que en los asentamientos mineros, en donde se internaban largas temporadas y eran únicamente masculinos, era muy común que se paseen las visitadoras que entregaban servicios sexuales al por mayor para paliar la ansiedad de los trabajadores y hacer así más llevadera la vida lejos de sus casas y sus familias, como pasa igual con las expediciones de soldados o los pueblos de pescadores.
Y esto me trae a la memoria mi experiencia con las “chicas malas” en burdeles de alto vuelo cuando yo era un jovencito con todas las hormonas revueltas y deseaba experimentar. Yo tuve dificultades para socializar y más aún con el sexo opuesto; por lo tanto, me fue más atractivo buscar putas para cumplir mis fantasías sexuales que cortejar a una amiga. Sin embargo, el libertinaje abre las puertas al exceso y las orgías estaban solo a un paso.
Y recuerdo, además, aquella imagen onírica que regresaba a mí al cerrar los ojos los días de furor onanista, que era como una visión: en un teatro oscuro, en el escenario, iluminada en el claroscuro, una hermosa mujer echada en una cama en lencería llamándome para hacer el amor. Ya cuando era joven cumplí esa fantasía sexual y, ahora, mi sueño de amor recurrente es el rostro de la chica que me gusta, frente a mí, hablándome con cariño.
Momentos como este, después de un rico almuerzo con un buen vino, yo imagino. Imagino tu presencia, tu bello rostro frente al mío, brindando la sobremesa con una buena conversación y yo te improviso poemas en la marcha, solo para ti.
Momentos como este, en que yo te idolatro y te idealizo, me pregunto si el día que llegues a mi vida, nuestro amor será como lo imagino o quizá sufra una decepción.
Momentos como este ¡ay! te deseo con tantas ganas que quiero que sepas que eres tú y solo tú mi amor platónico. Y brindo otra copa por tu ausencia.
Momentos como este alucino que bajas del cielo en mi encuentro y tengo de pronto tu sonrisa frente a la mía.
Momentos como este pienso en el momento en que llegues a mi vida y no sé de pronto cómo serás, no sé qué me dirás, no sé quiénes estarán a nuestro lado y, sin embargo, lo anhelo tantas con ansias.
Momentos como este, en mi soledad, borracho de amor, me senté frente al teclado pensando enviarte una carta de amor, a ver si llega algún día a tu buzón, pero van tantas cartas que te he enviado en forma de poemas durante tantos años que yo, en el mismo plan, sé que las probabilidades de que me correspondas son bajas; sin embargo, no pierdo las esperanzas y en esta ocasión, te dedico esta columna.
Un día como hoy, hace exactamente veinte años, en el 2003, me levanté de mi cama temprano en la madrugada antes de que suene la alarma, cuando todavía no había salido el sol, para bañarme y salir minutos antes de lo calculado hacia mi universidad que quedaba bastante lejos de mi casa. Porque yo estaba muy entusiasmado con asistir a la clase de ciencias políticas que dictaba la profesora que me cambió la vida de pronto.
Yo recuerdo todavía con memoria fotográfica cómo fue que transcurrieron las dos horas de clase. La profesora se puso a hablarnos con confianza y haciéndonos participar activamente delante del anfiteatro con ideas que me deslumbrarían todo el resto mi vida. Dijo algo así como que los políticos son los padres de la patria que deben dar el ejemplo con vidas intachables y opiniones y comportamientos íntegros, honorables y usando sus palabras como sus mejores armas. Al final de la clase, me llamó la profesora delante de la clase en el podio para que exponga esas ideas como invitándome a practicar la oratoria para la que ya entonces yo mostraba talento.
El fin de semana siguiente, mi universidad organizaba la fiesta de parciales que se celebró a lo grande, con música, tabladillo para bailar y con todo el trago incluido. Yo me quedé bailando y conversando en la fiesta hasta las últimas consecuencias con una chica que me tenía enamorado esos días. Llegué la mañana siguiente al alba a mi casa, pero la juventud y vehemencia de esos días eran tan vigorosas que me tomé un café y me puse a escribirle un poema a esa amiga que puse de título el sugerente nombre que ella tenía. El poema empieza, literalmente, «tu nombre me llama como a un padre el poder, sí, yo quise ser como tu padre, pero quise también no ser como él». Al día siguiente, agarré mi guitarra y compuse la música. El fin de semana siguiente sería la noche de talentos en la que yo iba a subirme al escenario como atractivo final en el teatro de mi universidad a cantar como solista canciones con mi guitarra. Decidí dedicar a mis amigos unas canciones de la trova y otras propias, entre las cuales incluí ese nuevo poema dedicado a mi amiga solo que el título lo cambié por “tu nombre” porque ella, como todas las chicas que amé, me terminarían rechazando.
En el escenario, entre canción y canción, yo daba algunas opiniones políticas. Cuando terminó el concierto, me acerqué donde el rector, quien había presenciado mi inspirada performance y me dijo que yo debía ser poeta porque como economista era buen poeta y yo, totalmente confundido, le dije que no quería ser poeta porque los poetas se mueren de hambre, que yo quería ser político. Agotado de la emoción escénica, camino a casa con la compañía de mi guitarra en el hombro, pensaba en el discurso que quería dar, ya no entre canción y canción en una noche de talentos sino, en el estrado de un mitin político frente a un enardecido mar de gente que se pierde en el horizonte, al estilo de los que daba esos días Alan García. Yo quería decir algo así como que «yo quisiera ser amado por todo mi pueblo, así como yo lo amo incondicionalmente, por lo que estoy dispuesto a servirlo incansablemente, hacer todo lo que esté a mi alcance para lograr que mi patria sea una gran nación y la única retribución que espero por este largo y arduo camino sea conquistar fama y gloria».
Los años pasaron y mi participación en la política local quedó trunca y fracasó. Hace poco, grabé un video de YouTube tocando con mi guitarra esa canción que le compuse hace veinte años a mi amiga con el poema que termina diciendo «como mi flor nace de tu vientre» y que recordé la semana pasada que fue día del padre. Recordé que, alguna mañana, al levantarme antes de que salga el sol, quise ser padre de la patria y, sin embargo, yo debía vivir muchas experiencias antes para poder ser uno ejemplar, no como los que lamentablemente abundan en nuestro país.
A finales del año 2000, el dictador Alberto Fujimori renunció por facsímil a la presidencia del Perú, una vez fugado en el Japón, con maletas repletas de billetes y videos comprometedores filmados por su asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos, en donde luego, postularía al congreso del Japón jurando ser samurái fiel al Imperio Nipón. Entonces, asumiría la presidencia el honorable presidente del congreso Valentín Paniagua, llamando a elecciones generales en las cuales, en el año 2001, ganó Alejandro Toledo. En el año 2002, yo ingresé a la Universidad del Pacífico a estudiar economía y, desde el principio, demostré gran talento para la política, sin embargo, Toledo siempre fue un gusano. Recuerdo uno de sus primeros discursos presidenciales, había mucha expectativa en lo que diría sobre el rumbo que iba a tomar el país y él decepcionó a todos. Luego, asumió el rectorado de mi universidad el respetable Felipe Ortiz de Zevallos, a quien yo siempre admiré, pero, como yo expresaba una incorregible tendencia a desafiar a la autoridad y era un rebelde que escribía textos contra profesores del colegio británico Markham por abusos que en su momento cometieron contra mí, es comprensible, había presión por influyentes directores de colegios limeñitos y embajadores británicos para que me terminaran jalando en cursos en los que yo era de los que más sabía.
Después del gobierno de Toledo, embarrado por la corrupción, llegaría el segundo gobierno de Alan García y yo recuerdo como si fuera ayer, una de las columnas que escribía el expresidente los domingos en el diario El Comercio, en la cual claramente refutaba algún texto que yo escribí para mí en mi computadora y que yo no sé cómo pudieran haber leído él o los líderes de opinión si yo no se lo había compartido a nadie. Probablemente, había hackers y espías. Poco tiempo después, yo busqué a ofrecerle mi apoyo a su enemigo público número uno Javier Diez Canseco, líder del Partido Socialista, escribí más textos incendiarios contra el imperio Yanqui y Alan nunca más volvió a escribir ninguna columna en la cual yo me sintiera identificado. Para entonces, yo lo veía negociando censuras contra mí entre periodistas, intelectuales, rectores y escritores, quizás hasta un premio Nóbel.
Ya para cuando Ollanta Humala había ganado la presidencia en el año 2011, yo estaba arruinado en mi carrera política y literaria. Estudiando francés en la Alianza Francesa de Miraflores con chicas guapas, soñando con irme a estudiar poesía a la Sorbona en París. Antes de entrar a mi clase, me comí en el restaurante una sopa de cebollas, me tomé varias copas de vino y, luego de la clase que pasé ebrio, en la noche, frente a mi computadora después de mi clase, me puse a escribir textos sobre el Priorato de Sion y sabe dios qué otra desventura y, después de caer desparramado inconsciente en mi cama, amanecí en una clínica psiquiátrica amarrado de pies y manos a una cama, tortura de la que no me soltaron hasta el día siguiente.
Allá por el año 2016, Pedro Pablo Kuczynski ganó la presidencia del Perú, elecciones en las cuales, cuando lo cuestionaban, él frecuentemente contestaba por ejemplo “ese es un cuentazo” o “que se vaya al reformatorio ideológico y en veinte años hablamos”, palabras en las cuales entrelíneas yo me sentía identificado. Cuando yo estudiaba francés en la Sorbona, yo iba y venía a Lima para viajes familiares como aquel que hicimos a Varadero y la Habana. Cuando yo, totalmente arrepentido de mi antiimperialismo incendiario viajando a un país comunista, con unos tragos encima le dije a mi cuñado algo así como que Kuczynski conocía mi caso, él se lo contó a mi hermana, mi hermana a mi papá y este último se molestó conmigo, me dijo que él no iba a soportar que yo hable así porque a mí nadie me conocía, que yo era un pobre diablo que alucinaba locuras. Yo me compré un puro y me emborraché.
Poco después, Kuczynski le daría el indulto para liberar al preso exdictador Alberto Fujimori, pensando luego de eso, darme el indulto a mí de la censura recaída en mí, pero la hija del exdictador, Keiko Fujimori, para evitar que eso sucediera, pues tenía a su hija en el colegio que yo expuse por los abusos que cometieron contra mí, incluso en contra de que su padre salga preso y peleándose con su hermano Kenji, por lo que lo pueden haberlo metido preso al hermano pues él había conspirado para que liberaran a su padre, lo hizo dimitir a Kuczynski por toda la mayoría y fuerza bruta que tenía en ese entonces en el congreso. Yo estoy seguro de que, si la china Keiko no se hubiera peleado con Kuczynski y destituido, por la envidia y pataleta que le dio de que le ganara las elecciones, el Perú no hubiera caído en la picada de crisis que cayó luego. La china Keiko es lo peor que le pasó a la política del Perú y a mí no me alcanza el texto para describirles lo nociva que puede ser para el país pues estoy seguro de que, si ella hubiera sido la presidenta, yo habría terminado preso o muerto.
En ese entonces, yo era un estudiante de poesía en la Sorbona en París y no estaba en mis cabales. Luego de mis clases, me iba a tomar unas copas en los cafés parisinos con los amigos de ocasión y alucinaba que, en el metro, entraba en portales secretos, subía unas escalinatas y llegaba a palacios donde se celebraban ceremonias solemnes del Priorato de Sion, en las cuales mi hermana siamesa abrazaba una guitarra cantando una canción en francés tan hermosa que nunca más volví a escuchar, en un escenario en el cual, después, aparecía en una cama mi madre padeciendo rituales de profanación y abuso por mi padre de los cuales yo, impotente, no podía defenderla. Luego, amanecía mojado en un frío sudor en mi cama.
Después de eso, asumió la presidencia Martín Vizcarra, el segundo vicepresidente de Kuczynski porque su primera vicepresidenta, quien fuera mi profesora de economía en la universidad, Meche Aráoz, hizo un papelón. Yo para ese entonces había regresado a Lima de París y había fracasado estrepitosamente en la vida.
Entonces, uno de esos fines de semana, en nuestra casa de playa en Paracas, yo a un amigo de mi papá le dije que era poeta y, cuando mi papá se enteró de lo que dije se molestó, me dijo que yo no diga eso porque yo no era ningún poeta, que creía que escribiendo tres líneas hacía una gran cosa. Mi papá me dijo que se avergonzaba de mí como padre, y tenía razón, él me mantenía.
Mis papás y yo tenemos una chacrita en un pueblito en el valle sagrado de los incas, Urubamba, Cusco, Perú, que se llama Huayoccari y que está frente al río Vilcanota, río que pasará cincuenta kilómetros más abajo por el santuario de los incas, Machu Picchu. Esta chacra es en realidad un viñedo y hemos plantado unas uvas Tannat traídas especialmente de un vivero en burdeos, Francia, para producir vino de altura. Queremos comprar más terrenos vecinos para incrementar nuestra producción y, además, queremos construir algo así como un fundo, con bodega subterránea y una casita en los últimos pisos para nosotros que nos daría una vista espectacular.
Mi papá le compró hace cinco años el terreno a una familia de cusqueños, que heredaron esas tierras de sus abuelos y los abuelos de sus abuelos, los incas y la contrató para que se dedique a labrar esa tierra para producir uvas vineras de la más alta calidad.
Yo viajo una vez por bimestre y me da felicidad ver cómo esas plantitas tienen vida y van creciendo. Nosotros nos dedicamos a cuidarlas y ver que crezcan fértiles para que den su mayor potencial.
Ayer estuve allí y vi que era invierno cuando, después de la dormancia, a las plantas se les han caído sus hojas rojas y nosotros las hemos podado, cortando sus ramitas para que nazcan nuevas extremidades y de ellas hojas y luego frutos de sus yemas.
Recuerdo que, cuando yo era chico, teníamos en casa un perrito chiquito que era como un hijo para mis hermanas. Ellas siempre tuvieron ese instinto maternal que tienen las mujeres, de encontrar placer en cuidar a un bebé. Y, lo menciono porque, también recuerdo que teníamos una maceta en la sala de la casa con una plantita que florecía en primavera y mi hermana mayor se acercaba a ella en las mañanas, la regaba, le limpiaba sus hojas y le hablaba como si pudiera escucharla, esperando a que floreciera como se espera a un animal para parir.
Después, llegará el tiempo de la cosecha, al comienzo del verano, en que las uvas hayan madurado y las plantas, ya grandes, nos entreguen su rico fruto como agradecimiento por haberlas cuidado todo el año. Inmediatamente después, viene la vendimia y yo me encargaré de fermentar el mosto de la uva para producir vino y, a continuación, guardar el vino en barricas de roble por muchos meses para equilibrarlo y añejarlo para sacar la mejor calidad de vino. Después, lo embotellamos y lo dejamos madurar en botella otros meses más hasta que, finalmente, está listo para beberse y celebrar todo este proceso que nos hicieron posible esas plantas en esa tierra.
Yo quisiera resaltar lo especial y único de mi terruño en Huayoccari pues en la jornada de poda, los pobladores de esas tierras tienen la costumbre de celebrar un antiguo ritual incaico que es un pago a la tierra y agradecimiento a los dioses de las montañas que ellos llaman Apus y es un ritual complejo heredado de los incas que sobrevivió al cristianismo.
El vino lo hemos llamado Wayocari para hacer del nombre del pueblo Huayoccari, uno más fácil de recordar para los consumidores del vino. Este año sale nuestra primera producción, botellas crianza de etiqueta roja y reserva de etiqueta negra.
Y si tú, algún día, tienes una copa del vino Wayocari en tus manos, cuando bebas y degustes su complejo sabor, quisiera que no pienses en mí que fui el que lo produjo sino en aquel terruño de donde provienen las uvas que hicieron tremendo vino, un terruño en donde hace veinte mil años los incas se asentaron por primera vez y llegaron a entregar sacrificios humanos como pago a esa tierra sagrada para que esas plantitas den aquel fruto.
Últimamente, he estado leyendo a muchos expertos opinar sobre la inteligencia artificial. Ahora que la tecnología sigue avanzando a pasos agigantados, los expertos creen, con justa razón, que la inteligencia artificial puede ser nociva para el desarrollo de la humanidad y, aunque otra cosa que está clara es que muy poco se conoce de qué es lo que podría salir mal con la inteligencia artificial, que algo puede salir mal, pues sí, puede salir mal y muy mal. Desde inteligencia saliéndose de control y colonizando a los humanos, piratas, hackers y virus, hasta que los robots dejen desempleados a los humanos.
Yo me forjé una sólida opinión filosófica sobre la inteligencia artificial muchos años antes de que Mark Zuckerberg saliera a anunciar eso del Metaverso y la realidad virtual, cuando leí la filosofía y los clásicos de la ciencia ficción y lo apliqué a la realidad, pero de manera realista, es decir que yo me enfoco más en el futuro de la humanidad, en pensar adónde nos podría llevar la tecnología que seamos capaces de crear, lugares inconcebibles, con una simplificación de la vida diaria que nuestros padres no hubieran sido jamás capaces de creer que hubiera sido posible. Y cosas como aquello de que las computadoras puedan ser capaces de crear música, arte, literatura y que los robots sean capaces de tener un pensamiento consciente.
Recuerdo cuando leí aquello de que podría llegar el momento en que los robots tuvieran una consciencia, fueran capaces de reproducirse creando nuevos robots y luego se fueran a una guerra con los humanos, los conquistaran y, finalmente, fueran a la conquista del espacio. En ese momento, se me ocurrió que puede haber planetas poblados por máquinas que viven de manera autónoma, sin necesidad de oxígeno y agua como los seres vivos.
Y eso me lleva al clásico dilema de la modernidad, de si todo tiempo pasado fue mejor porque está claro que la tecnología nos ha simplificado la vida y ha mejorado nuestra calidad de vida, sin embargo, puede que nuestros abuelos hayan vivido más felices rodeados de naturaleza y con una vida sencilla.
Y, por el otro lado, la humanidad, de aquí a cien años tiene vaticinios seriamente pesimistas, desastres climáticos; contaminación; sobrepoblación; escasez de agua, comida y todo; guerras nucleares; colisión con meteoritos, o sea que, si somos realistas, lo que nos espera como especie humana, es el Apocalipsis.
Entonces, si se trata de buscar nuestra felicidad y bienestar, yo con modestia recomiendo hacer buen uso de la alta tecnología, pero también de la naturaleza, sobre todo de manera responsable, es decir, guardando respeto del mundo que les estamos dejando a nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos.
El otro día estuve admirando la repisa llena de libros que habitan la biblioteca que tengo en mi casa, les di una revisada a unos cuántos y, luego de un rato, escogí para darle una relectura al libro de cuentos de Alfredo Bryce. Sin embargo, hubo dos cuentos de los que recoge ese libro que llamaron especialmente mi atención pues yo los he releído miles de veces y estudiado de cabo a rabo. Me refiero a “Con Jimmy en Paracas” y “Dos indios”.
Yo ya he mencionado antes que en mi infancia me inicié leyendo a Borges y Cortázar, Vargas Llosa y Alfredo Bryce. Fue, en mi caso, una elección precisa la elección de aquellos autores para una iniciación óptima en el mundo de la literatura. En mi iniciación, leí con igual obsesión a los cuatro autores elegidos, sin embargo, con los años me daría cuenta de que, de los cuatro, yo me identifico más con Alfredo Bryce.
Durante los años sesenta, generación de la que provienen estos cuatro virtuosos autores argentinos y peruanos, si eras latinoamericano y querías ser un escritor exitoso, tenías que viajar a radicar a París y, en efecto, ese fue el caso de los cuatro. Y, Alfredo Bryce, perteneciente a la clase alta social limeña narra sus peripecias yendo y viniendo de Perú a Europa y viceversa en sus libros y en este cuento “Dos indios”.
Esta vez, como cada vez que releo este cuento de belleza superlativa, siempre cada cierto tiempo, pienso que a Alfredo Bryce le tocó vivir algo bastante similar a lo que a mí me tocó vivir y tengo la suerte de poder divertirme al leerlo con el lujo de detalles y de la manera elegante en que él lo cuenta.
Entonces, mirando los libros de mi biblioteca pensaba que, así como Alfredo Bryce fue una influencia definitiva para mí, él igualmente tuvo influencias anteriores. Y yo anhelo ser algún día un escritor consagrado del que escritores de generaciones futuras se influencien de igual manera.
Mi papá me aconsejó matricularme en un curso de sommelier pues me sería útil para el trabajo de viticultura y enología que vengo realizando en el viñedo que tenemos en Urubamba, Cusco. Ya me habían comentado del curso intensivo que estaba por abrirse en la Escuela Peruana de Sommeliers. Sin embargo, era de nueve horas presenciales repartidas en tres días de la semana, que, aparte de las horas de estudio en casa, el tiempo no me iba a alcanzar para cumplir a cabalidad y yo no quería llevar el curso a medias o faltar. Afortunadamente, justo se abrió el curso de tres horas por semana, de modalidad, mitad remota, mitad presencial y yo no dudé en inscribirme.
Recién lo he empezado y estoy maravillado por entender la teoría de lo que he estado aplicando en mi viñedo y así adentrarme más en esos conocimientos para realizar mejor mi trabajo. Pero eso no es todo, yo aconsejo a todos los amantes del vino llevar algún curso de sumillería o cata pues ayuda muchísimo a disfrutar más el vino cuando uno lo bebe o cuando tiene de decidir cuál elegir. Vino y bebidas espirituosas en general, aparte de chocolate, café, aceite de oliva o puros y su maridaje con comidas.
Yo ya sabía que mi papá fue el primero en plantar vides para producir vino en Cusco y mi profesor me lo confirmó, incluso, me aseveró que en cualquier momento alguien más hará lo mismo pues el terruño en donde nosotros hemos estado criando esas vides es excelente para un vino de altura de altísima calidad, especialmente porque las plantas de uva Tannat que mi papá consiguió en Burdeos, Francia, son las ideales.
Yo siempre he creído que la experiencia de tomar un buen vino en el lugar y momento indicados es un viaje que saca a relucir lo más profundo del subconsciente de uno y es, también, la conexión directa con el alma que viajó desde otra galaxia a meterse en el cuerpo de uno.
La semana pasada se me ocurrió leer, para el video de poesía corto de YouTube que publico los jueves, la primera estrofa del manifiesto del partido comunista, escrito en el siglo XIX por Karl Marx y Friedrich Engels en París y que yo leí de muy joven durante mis años de estudiante universitario de ciencias políticas, de la manera en que un religioso lee la biblia.
En ese momento, cuando yo era un jovencito impetuoso, vehemente, pero sobre todo rebelde, esas ideas me parecían hermosas, mucho más de lo que en su momento me parecieron hermosas, por ejemplo, las partidas de ajedrez clásicas de El Greco o los teoremas matemáticos de Pitágoras, precisamente porque llamaban a la acción, llamaban a rebelarse contra la autoridad, por un mundo más justo.
Y, durante esas épocas de descubrimientos, cuando yo era un jovencito rebelde, allí estaban los libros de historia que narraban la historia de heroísmo del Che Guevara y la gloria de la guerra fría, escuchando los discos de la nueva trova cubana, la guitarra virtuosa de Silvio Rodríguez y la voz poética de Pablo Milanés, de cuando Cuba parecía el Olimpo.
Y yo soñaba con un mundo de igualdad. Como la canción de John Lennon, yo imaginaba un mundo mejor en donde todos son ricos e igual de felices. Y olvidaba que ya cayó el muro de Berlín y que el comunismo nunca funcionó porque simplemente la idiosincrasia y psicología del ser humano funciona de una manera egoísta que no lo permite. Sin embargo, allí siguen las injusticias y los abusos que me empujan a seguir soñando con la utopía. Aquella utopía en donde la comida es gratis y abunda, en donde todos tiene una vivienda y un trabajo dignos, con transporte, parques y playas y hombres, mujeres y niños, sin distinción alguna, tienen educación y salud de calidad.
Hace ya algunas semanas que mi tío Miguel y yo queríamos ir juntos al cine a ver el recién estrenado documental sobre los últimos días y el suicidio del expresidente Alan García Pérez, “Justicia para Alan”. Finalmente, el martes, martes de cine, lo fuimos a ver.
Hay un capítulo que trata sobre el “chuponeo” o interceptación telefónica y grabación de comunicaciones del que supuestamente fue víctima Alan por parte del entonces presidente Martín Vizcarra. En esa ocasión, unos partidarios del Apra, el partido político del cual Alan era su magnánimo líder, hicieron todo lo posible por hacer visible a la opinión del mundo que había una camioneta cuadrada en la esquina de su casa en Miraflores que supuestamente era una base de espionaje que trabajaba al servicio del gobierno desde la cual lo estaban chuponeando y, en ese momento, hubo una serie de sucesos en el intento de desenmascararlo y, aunque no tuvieron éxito en su denuncia porque la policía estaba coludida, las evidencias lo corroboraban con creces.
Y eso me hizo a mí reflexionar sobre el chuponeo, se me ocurrió que, así como Alan estaba denunciando que Vizcarra lo chuponeaba, por su lado, él mismo fue un gran “chuponeador” y consumidor de espionaje durante su gobierno. Se me ocurrió que él pudo incluso haber reconocido esa camioneta por haber sido él mismo quien la adquirió durante su gobierno. Se me ocurrió que él mandaba escuchar las comunicaciones no solo de los políticos de la oposición sino de todos los que le provocaba, sus enemigos, sus amigos, los jóvenes universitarios que escribían bonito. Yo, por muchos años tuve la impresión de que estaban interceptando mi computadora y leyendo las hazañas que escribía, escuchando mis conversaciones telefónicas o quizá plantando micrófonos y cámaras escondidas; probablemente, en algún momento sí era paranoia pura pero, hoy que estoy más cuerdo que nunca y conozco cómo fue que transcurrió la historia, estoy seguro de que mucha gente leyó esos prolíficos y audaces textos que escribía por sus implicancias y trascendencia pues yo no se los pasé a absolutamente nadie y tuve el más claro presentimiento de que mucha gente los había leído y creo que los encargados del trabajo sucio de dedicarse al espionaje pudieron ser las autoridades, empezando por el gobierno de Alan.
Para entonces, yo había escrito un inspirado cuento que presenté a algún concurso literario que titulé “En nombre de la rebeldía” en el cual yo declaraba que me apasionaba la política y que soñaba con ser un gran político de izquierda, siendo mi familia de derecha, además de vivir una hermosa historia de amor. El hecho es que yo lo narraba en primera persona y, pasaba igual en la vida real, que a mí me apasionaba la política y buscaba involucrarme. Un día, por medio de un amigo de mi papá, me pusieron en contacto con un alto dirigente aprista para entrevistarme. Yo fui muy entusiasmado a la cita en unas céntricas y enormes oficinas que parecían abandonadas, nunca entendí por qué. Luego de una charla en la que me enseñó que portaba tres celulares porque, según dijo, no quería que lo “descubrieran”, me dijo que iban a leer mi currículo e iban a estudiar mi caso y que Alan iba a estar personalmente al tanto de todo. La semana siguiente regresé al mismo local enorme y vacío y me dijo que regrese cuando termine mis estudios de economía. Yo, impaciente, la semana siguiente me fui al partido socialista a buscar a su líder Javier Diez Canseco, enemigo público de toda la vida de Alan y, luego de hablar con algunos personajes, llegó él, me escuchó mirándome de pies a cabeza pues yo había ido bien entelado con saco y corbata y, después de eso, me regaló un colorido librito sobre coyuntura de izquierda y me dijo “estás confundido, amigo”, pues yo, efectivamente, estaba confundido. No solo confundido sino también arruinado, arruinado en mi carrera política y literaria. Ya desde antes me habían censurado.
En esas épocas yo escribía como un poseído textos atrevidos y hasta incendiarios, sórdidos, crudos y retorcidos, a veces sobre política. Debo confesar que por muchos años anduve fuera de mis cabales y aquellos textos lo demostraban, aunque yo siempre tuve la esperanza de que, precisamente por eso, tuvieran cierto valor. A pesar de todo, yo nunca me rebelé contra Alan y, por el contrario, lo respetaba como el talentosísimo político y el mejor orador que ha parido la historia del Perú que es. Sin embargo, él, de alguna manera me protegió, pues estoy seguro de que, si la china Keiko hubiera sido la presidenta, yo habría terminado preso o muerto.
A mí se me ocurre que el espionaje y las escuchas eran la gran afición de Alan, pero, sin embargo, eran también negociados y la información se termina filtrando y expandiendo como un rumor fuera de control que todo el mundo quiere saber que, precisamente por eso, es que se hacen más frecuentes e intensas, sosteniéndose en el tiempo.
La semana pasada me metí al cine más cercano a ver la película, altamente popular entre niños y adolescentes, Mario Bros. Ya mis sobrinos pequeños habían ido a verla con sus amiguitos, dándome muy buenas impresiones. Yo estaba muy entusiasmado de volver en mi memoria, a cuando yo era chico y pasaba horas jugando ese videojuego en el Nintendo que mi papá compró en uno de sus viajes a Estados Unidos y que instalamos en el televisor que teníamos en nuestra casa en ese entonces, primero la primera versión de Nintendo y, algunos años después, el Súper Nintendo, de cuyos casets, Mario Bros uno y Mario Bros tres, me volví experto, al punto de terminar hasta el último nivel y ganar el juego.
Recuerdo que mi mamá me prohibía jugar los días de semana, decía que me enviciaba demasiado y que yo tenía que hacer mis tareas y concentrarme en mis estudios. Yo no podía esperar a que llegara el viernes para hacer un duelo de Mario Kart con mi vecino. Ahora que veo a mis sobrinos enviciarse con el celular, eso aparece inocente pues ahora los juegos del celular implican muchos más peligros de lo que era el Nintendo en esas épocas. Para empezar, hay juegos muy violentos y, además, no solo limita sus capacidades de socializar, sino que los embrutece.
Hubo un momento en mi adolescencia en que experimenté un hecho atípico, debo confesar; dejé, no solo de socializar, sino que lo dejé todo para enviciarme, pero no con el Nintendo sino en el ajedrez y en la literatura, en leer y releer El Aleph de Borges de cabo a rabo entre varias otras obras magistrales y a dedicar algunos fines de semana en amanecerme escribiendo tres libros, cuando cursaba el tercer grado de secundaria. Los muy desgraciados de los profesores y, especialmente el director, en vez de corresponder mi talento precoz, no les interesó promover el ajedrez y, por el contrario, me jalaron de año para repetir el mismo curso de literatura. Fue un abuso que hoy, ya de grande, no comprendo qué lo motivó porque yo era un talento innato. De repente, fue que me rebelé contra el profesor de inglés Mr. Straton, de probadas malas prácticas y quien fue el que hizo lo posible e imposible por hacerme mala fama, verme sufrir y volverme loco. Ya presentaba yo para entonces dificultades para socializar, algo con mis compañeros, pero con el sexo opuesto mucho más y mi ensimismamiento en la literatura no hizo sino incrementar esas dificultades. Aunque en algún momento de mi vida pensé que esa fue para mí una desgracia pues me terminaron botando del colegio, ahora que soy poeta y escribo bonito, sé que de algo sirvió.
Esta película, como la mayor parte del lote que produce Hollywood para entretener, me cansa. La típica película de superhéroes, el mejor ejemplo. Me cansa la misma trama con la misma introducción, desarrollo y, siempre en el desenlace, una guerra violenta de más de media hora en donde todos mueren como moscas y claro, siempre un final feliz donde el único héroe salva a toda la humanidad, matando al villano y dejando, victorioso, todo destruido.
Sin embargo, al salir del cine, luego de haber disfrutado en alta definición todos aquellos pintorescos muñecos personajes del juego de Nintendo “Mario Bros” y, resonando en mi cabeza esas tonaditas que tengo guardadas en el fondo de mi memoria, pensaba en qué sería si yo tuviera hoy la edad de mis sobrinos. Probablemente, dejaría de lado aquellos juegos que envician y me iría a ver esta o cualquier otra película con el mismo final feliz con mis amigos y con la chica que me gusta y, en el momento más vibrante, deslizaría disimuladamente mi brazo en su hombro.
Mi pasión por la fotografía es reciente, pero vaya que es una gran pasión. Hace unos cuatro años, invertí en una cámara chica, me metí a clases de fotografía y decidí que, si le agarraba el gusto y me metía más de lleno, invertía en una cámara más grande. Dicho y hecho, con el correr del tiempo me metí más de lleno, de manera progresiva y ordenada, al punto que, hoy, cuando salgo a la calle con mi familia, llevo siempre mi cámara conmigo y hago fotos de todos y todo.
He invertido mucho dinero en equipo fotográfico, tengo unos lentes bien bonitos que tuve que traer del extranjero porque en Perú no se consiguen, con los que hago unas tomas únicas. Y disfruto mucho, no solo tomando fotos sino editándolas. Me he vuelto un experto en mi arte. Domino el revelado y colorización; incluso, después de clases y años de experiencia, hago arreglitos de cara y piel en Photoshop, además de fotomontajes.
Como la fotografía es la base del video, fue solo dar un paso más el incursionar en el video y, como quien no quiere la cosa, aprendí lo que tenía que aprender con clases y práctica, con lo que hoy hago unos videos casi cinematográficos recitando poemas o tocando piano. Aprovecho mi cuenta de Instagram, las redes sociales y mi canal de YouTube para publicar y difundir mis fotos y videos entre familiares y amigos, que espero algún día me reditúen fama y fortuna, pero como poeta, sobre todo.
La fotografía ha llegado actualmente a llenar mi vida cotidiana de una divertida pasión y espero se quede para siempre, para inmortalizar los momentos que vivo día a día, aquella belleza que mis ojos pueden presenciar, en mi paso por este mundo maravilloso.
La semana pasada, después de muchos bombos y platillos de expectación, finalmente se publicó el último libro de Jaime Bayly “Los Genios”, que narra en código de ficción y al muy característico estilo del que Jaime ya nos tiene acostumbrados, el puñetazo que Mario Vargas Llosa le propinó en 1976 a su entonces compadre Gabriel García Márquez, quienes ganarían ambos, años después, el premio Nóbel por sus exitosas carreras literarias. Después de ser testigo de unos muy mediáticos eventos y sucesos de la publicación en medios de comunicación, inusuales en el mundo editorial, reventándole cuetes, lo compré con muchas ganas de devorarlo y, finalmente, en una tarde y de una sentada, me entregué a la hipnotizadora narración, leyendo de muy amena manera y queriendo seguir página tras página hasta llegar a la última.
Y pensé en la relación que llevaron Mario y Jaime, el padrinazgo en la carrera literaria que le sirvió el primero al segundo, al parecer propiciado por ciertas coincidencias políticas durante la fracasada campaña presidencial de Mario en el año noventa, cuando Jaime era conductor de un programa televisivo periodístico. Amistad que se rompió décadas después por otras discrepancias políticas, mediando incluso Álvaro Vargas Llosa, el hijo de Mario, de la misma promoción de Jaime. Y es que Jaime es propenso a los venenillos de la política y como todos sabemos; Mario, cerrado en su férreo compromiso con la política de su tiempo, siguiendo al pie de la letra los lineamientos de su admirado Jean Paul Sartre.
Si se trata de reflexionar aquellos venenillos de la política, yo puedo recordar que, por discusiones políticas, las últimas elecciones presidenciales que ganó Pedro Castillo por citar el mejor ejemplo, se rompieron grandes amistades, amigos de toda la vida peleados a muerte por desencuentros de corte político. Yo, personalmente, a esos venenillos de la política les tomo menos importancia pues, hay personas que saben más de política que yo y, sin embargo, a pesar de todo, yo soy fiel a mis convicciones políticas, últimamente más inclinadas hacia la izquierda romántica, artística, musical, la izquierda poética y además creo en Dios y El Priorato de Sion.
La imagen de Jaime Bayly me inspiró, toda mi vida, cariño pues yo lo siento como un primo mayor que estudió en el mismo colegio que yo algunos años antes y lo botaron igual que a mí. Ya lo imagino defendiéndose del bullying que recibe el chico gay del salón. Pues, él y yo, tenemos muchas coincidencias, más allá de formar parte de la clase social alta limeña, en la cual todos se conocen.
Solo me queda felicitar al buen Jaimín por esta última hazaña literaria, entregándose a los chismes de la literatura de la manera en que un domador metería su cabeza en las fauces del león por el aplauso de la platea y desearle lo mejor no solo en su carrera literaria sino en su ajetreada vida.
Durante todo el transcurso del mes pasado me entregué al dulce placer de leer con el cuidado de detenerme en cada frase para retener en mi memoria e interpretar personalmente cada detalle, los dos últimos libros de mi querido compatriota Mario Vargas Llosa, “El fuego de la imaginación” y “Un bárbaro en París”.
Pues, la carrera de Mario, la más exitosa y cosmopolita en la historia del Perú, es un faro que ilumina el camino de todos los que vienen detrás de él en el mundo de la literatura, más aún si, como yo, son unos francófilos declarados y acreditados. Es, además, un ejemplo cabal de cómo hacer para ungirse en lo más alto de la gloria.
En estas líneas, yo no voy a detenerme en el detalle de todos y cada uno de sus encumbrados logros a lo largo de su vida pues de eso hay literatura de más, que mis lectores deben conocer bien, sino que voy a analizar una vista algo más personal de lo que significó para mí la imagen de Mario, con un cariño y una admiración que son incondicionales.
Como celebridad que es Mario, probablemente, todos los mortales recuerdan claramente el suceso de cruzarse con él, ya sea en la calle, en cualquier lugar o evento y ese ha sido mi caso en algunos conciertos de música clásica, él siempre rodeado de una comitiva que buscaba intercambiar palabras con el Nóbel, él siempre con gentileza y amabilidad. Pero, me sucedió de manera más interesante una vez, hace unos diez años que, una mañana nublada y cruda de invierno como a las siete, en el Club de Regatas Lima, cuando bajo la llovizna o garúa, como le decimos los limeños a esa lluvia invisible que moja la ciudad levemente las mañanas, yo salía de nadar en el mar frío y embravecido luego de mi deporte matutino y, en tanguita de natación, mojado, descalzo y sin ropa, caminando por el espigón hacia el camerino, me cruzo con Mario haciendo su caminata diaria, al parecer desde su casa en el malecón de Barranco, acompañado por su sobrino, el cineasta Lucho Llosa. Yo lo saludo y él, bien abrigado, me pregunta si no tengo frío.
Yo, siempre he alucinado lo complicada que debe de ser la fama y más aún en el nivel de alguien como Vargas Llosa que, en cualquier esquina de cualquier continente te reconocen, te saludan, te miran y piden fotos, rebuscan las más privadas intimidades para comentarlas y juzgarlas con tremenda ligereza, todos sin excepción. Sin embargo, Vargas Llosa parece haber afrontado la fama de manera honrosa pues yo veo que, a pesar de ser odiado por algunos debido a sus tajantes opiniones políticas, preservando una posición que, al estilo de su maestro Sartre como intelectual, consiste en comprometerse hasta el tuétano con la política de su tiempo, él no se intimida y lleva una vida normal, sin esconderse y saliendo a restaurantes o a caminar por el malecón en las mañanas.
Me alegra que Mario haya regresado con su esposa Patricia y su verdadera familia aquí en Lima y dejado atrás ese enamoramiento impulsivo con la socialité Isabel Preysler pues ella llevaba un estilo de vida ajeno al suyo y que pueda dedicarse sin tantas distracciones a lo que de verdad importa que es la literatura.
La semana pasada, mi tío Miguel, el hermano de mi papá, quien también es aficionado al cine y al teatro, comentando otra película, coincidimos en que sería buena idea ir a ver esta película al cine, “El Hijo”. Fuimos muy bien y, al salir del cine, quedamos un poco perturbados, él me dijo que iba a quedar, como ya le había pasado antes con alguna que otra película, traumado por un tiempo. Sin embargo, una obra así de trascendental de las vidas que corrimos se volvía, para mí, imprescindible presenciar.
La película, secuela de “El Padre”, con una extraordinaria interpretación de Anthony Hopkins y Hugh Jackman, se adentra en la paternidad, pero va más allá al mostrar los abismos de la locura. Pues el joven protagonista de la historia, interpretado por Zen McGrath, luego de ser internado en una clínica psiquiátrica por un intento de suicidio y una depresión crónica, logra su cometido, rompiendo así el corazón de su padre.
La paternidad es una cosa complicada. Algunos lo llevan mejor que otros, pero a todos nos ha costado. Pues los chicos tienen que aprender a las buenas o a las malas y hay reglas que deben cumplir, quieran o no. Y los papás, también, tienen que cumplir con su rol de padre y estar allí para los chicos, los dos deben pasar tiempo juntos, escucharse, entenderse. Después, los jóvenes tienden a ponerse rebeldes.
Y las clínicas psiquiátricas son un infierno que no se lo deseo a nadie, comparable solo con la cárcel. Saberse hundido en la insania, encerrado en un cuarto todo el día, pudiendo ver solo a otros internos más locos que uno, enfermeros y el doctor, sin saber cuándo será el día de recuperar la libertad, atormentado por pensamientos del inframundo y en las tinieblas del delirio y la demencia, añorando la muerte para poner fin al sufrimiento perpetuo.
A mí me ha tocado vivir una vida de película y, aunque en algún momento de mi vida caí en el hoyo del fracaso, me sobrepuse a fuerza de voluntad y hoy llevo una vida en la que no tengo nada de qué quejarme.
Otra de las buenísimas películas que fui a ver la semana pasada a la sala de cines de mi barrio fue “Tár”, que muestra, con fotografía monumental y un sonido muy bien logrado, la vida cotidiana de una consagrada directora de orquesta y compositora de música clásica lesbiana, entre Nueva York y Berlín, para plasmar en un desenlace bastante bizarro, cómo fue que transcurrió su caída en desgracia.
La música clásica es un asunto que a mí me place mucho, no solo porque toco piano entre otros instrumentos musicales sino porque desde muy chico fui aficionado a ella y creo que es un tipo de música de un estilo que va bastante con mi personalidad y que los teatros donde se congrega el público para llevar a cabo los conciertos y recitales son donde yo siento un sentido de pertenencia de grupo.
El gusto por la música clásica debería promoverse en los niños y jóvenes desde sus inicios pues enriquece a las personas enormemente, pues, al enseñarle a guardar sensibilidad por la música a un humano, lo están dotando de un placer y herramienta que le va a ser muy útil en el futuro. Y de todos los estilos de música que existen, la tradición clásica es la más pura y que contiene los contrastes más exquisitos.
Yo fui, muchos años, abonado de La Sociedad Filarmónica de Lima y de La Orquesta Sinfónica Nacional del Perú, como contar con mi asistencia asidua a eventos musicales y culturales en Lima, pero también, fui abonado de la Filarmónica de París y frecuenté regularmente todas las mejores salas de concierto en París y Berlín. Y pude notar las radicales diferencias culturales entre Perú y Francia. Los conciertos de música clásica en Perú casi siempre están vacíos y acude gente en su gran mayoría mayor pues, además, son excesivamente caros; mientras, en París, va todo tipo de público, no solo de edades diferentes sino de clase socioeconómica y de hábitos, personalidades y profesión. Eso es porque la gente que vive allá es gente culta que sabe apreciar la música y el arte y es por eso por lo que allá se llenan los teatros y tienen la fama de ser escenarios prestigiosos donde un artista puede consagrarse y ser apreciado en su plenitud.
Cuando yo tenía veinte años o menos, empecé a frecuentar los recitales de música clásica locales y fue, en ese momento, que yo quedé absolutamente deslumbrado con el rito casi místico del concierto de música clásica, al extremo de acudir todos los martes y domingos con fervor religioso pues, los domingos, aunque todavía no se había construido el Gran Teatro Nacional, el que es hoy la casa de la Orquesta Sinfónica Nacional, en el Museo de la Nación, que queda al costado, se presentaba todos los domingos dicha orquesta y yo aprovechaba que la entrada comprendía precios populares bastante módicos. Hoy ya bajé esa impetuosidad por asistir a conciertos, pero queda mi afición y ya a mis cuarenta años he podido presenciar a casi todos los más virtuosos músicos de mi época y casi todas las composiciones creadas en la historia de la música clásica universal.
Y fue, exactamente hace once años que, una noche después de un concierto, escribí un hermoso poema, inédito, inspirado en los conciertos que presenciaba con regularidad en esas épocas, dedicado a la violinista “concertino” de dicha orquesta, que titulé “FLORES SANGRIENTAS” y que dice así:
Cuando la violinista de origen ruso, que todavía sigue al frente de dicha orquesta, era más joven.
Y menciono a Vargas Llosa y Beethoven. Recuerdo la primera vez que escuché el claro de luna de Beethoven, a partir de ese día quedé maravillado con Beethoven al piano, decidí aprender a tocarlo y actualmente lo logré pues lo cuento en mi repertorio. Además, la película biográfica de Beethoven “Amada inmortal” protagonizada por Gary Oldman, me marcó. Fue entonces que me di cuenta de que yo soy heredero intelectual de Beethoven al ser él mismo mi ancestro, pues en efecto, yo lo siento como un lejano tatarabuelo que me mira desde el más allá.
La música clásica es como una especie de corriente extrasensorial, con un poder que, al escucharla, me traslada a mí a otra dimensión, que me hace viajar por el tiempo y el espacio. Pues, yo siento que quizá, nací con una cierta capacidad para abstraerme a un nivel sobrehumano cuando escucho cierta música, que linda lo místico y que es inexplicable pero que en estas líneas yo hago el intento de explicar.
Como yo prefiero ir al cine que quedarme en mi casa viendo en mi televisor películas por servicio de “streaming”, me veo todas las últimas películas que se estrenan a nivel mundial, como es el caso de la tan esperada “Fabelman”, película semiautobiográfica del consagrado director Steven Spielberg, que pone en escena la afición que él tuvo desde muy chico por filmar y dirigir películas, además de mostrar sentidos dramas familiares.
Y, entre todas las bondades de sentarse en la butaca de la sala oscura del cine por más de dos horas es que, al salir, ya sea tomándose un helado o simplemente regresando a casa, da pie a reflexionar la obra maestra que uno ha ido a ver. Y, en este caso, no fue la excepción pues, me puse a pensar en que Spielberg tuvo, por la dirección de películas, una pasión que llevaría toda la vida y que le entregaría incontables satisfacciones. Pues, en efecto, todos los mejores cineastas, músicos, escritores o personas que se dedican a algún arte en general, aprendieron el gusto por crear su arte desde muy pequeños y fueron oficios o pasiones que los acompañarían toda la vida.
Aunque yo estudié economía como carrera universitaria porque tenía facilidad para las matemáticas y era consciente de que es muy difícil vivir del arte, siempre fui multifacético y tuve un férreo gusto por literatura y la música, a pesar de que en el colegio me jalaban y castigaban, aun cuando presentaba trabajos y presentaciones admirables.
Empecé mi afición por la literatura desde muy chiquito, iniciándome con Borges y Cortázar, Vargas Llosa y Alfredo Bryce. Cuando veo a mis sobrinos de siete años irse a practicar fútbol después del colegio, me hace recordar que yo a sus edades, después del colegio, iba donde una profesora particular a la que mi mamá me puso supuestamente para paliar el déficit de concentración del que en el colegio le habían dicho que yo padecía; sin embargo, lo cierto es que, aunque mi mamá nunca lo supo, yo no padecía de déficit de concentración y prueba de ello es que esas clases a las que me llevaba en las tardes dos veces por semana resultaron ser, en realidad, algo así como un refuerzo de escritura, pues, entre otros ejercicios, me hacía leer textos de libros y revistas para, luego, resumirlos en unas hojas en blanco con mis propias palabras. Y estoy seguro de que, si no fuera por ese talento precoz para escribir, no hubiera llegado a ser el poeta que soy hoy. Luego, esa afición por leer y escribir literatura me acompañaría toda la vida y me ayudó mucho, tanto para destacar en la universidad como para disfrutar a solas. Cuando terminé la universidad, seguí buscando esos placeres, al punto de meterme a estudiar algunos años francés para irme a París a estudiar literatura en la Sorbona y llegar a disfrutar de leer los más sublimes poemas en francés. Como se puede apreciar, es un oficio que se lleva toda una vida. A mis cuarenta años, con varios versos y prosas publicados y muchos videos de poesía en mi haber, hay algunas personas que, como mi papá, piensan que recién se me puede considerar poeta, aunque yo me sentí poeta mucho antes.
Y digo que soy multifacético porque hubo épocas en las que yo lo dejaba todo, incluida la poesía, para dedicar semanas y meses enteros a la práctica intensiva de alguna actividad exclusivamente, como fue el caso de la música, primero del bajo, luego de la guitarra y más recientemente, el piano. Cuando yo tenía que dedicarme a algo, lo entregaba, en cuerpo y alma, todo de mí. Mi psicoanalista dice que yo soy o blanco o negro, que para mí no hay contrastes, que tengo que ser más constante en lo que hago. Yo le respondo que, si no hubiera sido así, no habría hecho tan bien las cosas que hice. Hoy, como premio, tengo en mi sala mi piano de cola nuevo Yamaha, a la que bauticé con el nombre de “La Poderosa” que, aunque ya no le dedique tanto tiempo como en otras épocas, quedaron algunos videos en los que yo salgo allí tocándola y su monumental presencia todos los días.
Y, sin embargo, fue hace recién menos de cuatro años que me puse a estudiar intensivamente fotografía, edición de audio y video, microfonía, postproducción, marketing digital y hasta guion de cine para lograr difundir mi poesía en YouTube y redes sociales. Que espero algún día me reditúe éxitos.
Igual que Spielberg, yo me imagino, algún día, viendo la película de mi vida finalmente lucirse con éxito de manera masiva. Y estoy seguro de que, no solo será un triunfo de crítica y taquilla, sino que lo disfrutaré plenamente y contigo.
Últimamente, he estado metiéndome bastante seguido en la sala de cine de mi barrio y he visto varias películas buenísimas. Entre ellas, destaca el filme belga “Close”, multipremiado drama de belleza sobrecogedora que trata sobre la entrañable relación que llevan dos niños de trece años, que se rompe por el suicidio que comete uno de ellos, aparentemente debido al “bullying” que padece en el colegio.
Esas imágenes sublimes fueron motivo para, al salir del cine, reflexionar sobre el suicidio. Yo conocí personas que terminaron suicidándose, por una u otra razón, rompiendo así el corazón de sus seres queridos, aunque la verdad es que ninguna razón pueda justificar tan drástica decisión. Cuando yo era chico, a pesar de estudiar en el que es, probablemente, el colegio más exclusivo de la ciudad, también padecí de bullying, antes de que se acuñara ese término y donde, incluso, los profesores promovían ese tipo de abusos imitando, de manera esnob, al estilo de los colegios militares. Después de eso, cuando ya era yo un adulto, me tocó vivir situaciones extremas, increíbles y de película y, a pesar de que hubo momentos en los que era evidente que yo sufría un infierno de tortura, en ningún momento pasó por mi mente matarme.
Yo creo que el suicidio, como todas las características físicas, mentales y psicológicas, es hereditario. Ernest Hemingway se suicidó igual que su padre, dos de sus hermanos, una nieta, una amiga íntima y una exesposa. Pues, usualmente, son consecuencia de ciertas enfermedades psiquiátricas como, por ejemplo, el trastorno bipolar.
Cuando yo tenía veinte años, escribí un hermoso poema que titulé “Verónika decide morir” durante las noches en vela en que me creí un asesino capaz de matar a una chica por amor, luego compuse la música, convirtiendo el poema en una hermosa canción en la que yo canto y hago un solo de bajo y que es de la que más orgulloso me siento. No voy a entrar más en detalle para no herir la susceptibilidad de la susodicha pues le guardo cariño. Sin embargo, a veces, algunas personas tienden a manipular a sus seres queridos con la amenaza de quitarse la vida.
Yo tengo la certeza de que el pensamiento suicida es algo hereditario. Pues, me basta con mirar a mi tío Gabriel. Él era loco, había fracasado estrepitosamente en la vida, a veces renegaba, pero, a pesar de toda su estrechez, en ningún momento de su vida lo vi perder la ilusión de vivir, viajar, darle cariño a su perro, molestarnos a mis hermanas y a mí o, aunque sea de manera abstemia, ir a restaurantes a comerse banquetes, algo que tanto disfrutaba. Y mi abuela era tan buena que le aguantaba todo porque, a pesar de todo, la acompañaba fielmente. Murió como vivió, siendo bastante joven, de un paro cardiaco mientras dormía pues padecía de presión cardíaca alta, estaba con excesivo sobrepeso y era sedentario.
Yo no pretendo evitar que los suicidas logren su cometido, pero sí me gusta presumir de todo lo hermosa y placentera que es la vida si sabes apreciar y disfrutarla y, si mis palabras ayudan, enhorabuena.
El sábado pasado fui, acompañado de mi mamá y mi papá, al concierto que Joaquín Sabina ofreció aquí en Lima, como parte de su tour “Contra todo pronóstico”. Tal cual lo narró con algunas de las palabras que daba al público limeño entre una y otra de sus canciones, él estaba ansioso de regresar al escenario de Lima después de cinco años, antes de que empezara la pandemia y la aparatosa caída abajo del estrado que sufrió durante uno de los conciertos que dio en España y que lo obligó a suspender varias de sus presentaciones pues, en efecto, fue realmente grave y así lo demostraban las imágenes propaladas de aquel accidente.
Sabina fue sincero al confesar que un cariño especial lo une al Perú, no solamente porque Jimena, su esposa, es peruana sino, de toda una vida y, según explicó, mediando tres etapas, la primera de cuando tenía quince años y se enamoró de César Vallejo y Chabuca Granda. La segunda fue cuando vino a Lima y se enamoró de la comida peruana y la noche de Barranco y la tercera, cuando se enamoró del amor de su vida.
Sabina pertenece a una antigua casta de cantautores de los que ya casi no quedan actualmente, es un gran exponente de aquellos, en su época llamados trovadores, quienes no solamente hacían música hermosa, sino también, recitaban letras poéticas y con virtuosos mensajes. En plena guerra fría, desde finales de los sesenta hasta finales de los ochenta, estaban muy de moda Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Facundo Cabral o Joan Manuel Serrat, entre muchos otros, quienes hicieron música de la mejor calidad posible y casi siempre con instrumentos acústicos, a veces incluso, folclóricos, todos ellos comprometidos con políticas de izquierda y ofreciendo exitosos conciertos en países de habla hispana donde eran estridentemente ovacionados por un público enardecido.
Y, en el caso particular de Sabina como trovador, resaltan sus dotes de poeta y escritor, a la usanza clásica del poeta pues, según confiesa, toda su vida ha sido un apasionado de la literatura. Pues, puede que no tenga una voz privilegiada, sin embargo y probablemente debido a esa condición, su letra tiene un contenido poético de tremendísima envergadura.
Este concierto de Sabina junto con mis papás fue muy emotivo, coreando canciones que traen recuerdos especiales, durante los momentos de mayor éxtasis, con un hilo dulce de nervios recorriendo la espalda que eriza la piel y hace los ojos brillar.
Puedo escribir un libro de mil páginas, ahora que el verano se acaba y, en sus últimos rezagos, yo me instalo en el rincón del cuarto que ocupo en mi casa de playa con mi máquina de escribir, para contar todo lo que me tocó vivir, cuando el sol empieza a caer.
Puedo escribir mil páginas sobre el momento en que te conocí. Pero, también, sobre todas las chicas que amé, esos veranos que pasamos juntos, pero, recordando los inviernos también.
Puedo escribir todo aquello que escuché de mi papá y nuestros familiares y amigos cuando yo me sentaba al costado de ellos escuchando atentamente sus conversaciones para convertirlo, muchos años después, en obras literarias, cargando con sus traumas y demonios, pero también, sus virtudes y sus pasiones. Pues, desde cuando yo tenía nueve años y me sentaba frente a mi papá en el sillón que él bautizó como “de Voltaire”, creo que inspirado en un libro de Alfredo Bryce, con un vaso de whisky en sus manos, diciéndome que yo era como una esponja, que absorbía todos los conocimientos y, mi abuelo, cuando estaba presente, diciendo que yo nunca me iba a olvidar de esto o aquello. Hasta el día de hoy, cuando, con mis cuarenta años, contamos con una casa de playa de lujo y mi papá invita a familiares y amigos a conversar entre copas, durante un almuerzo marino o de durante una parrillada de noche y yo me pongo a escuchar, siendo la misma esponja de hace treinta años, relatos sin tiempo ni edad, yo, tratando de buscarles un orden y sentido en mi memoria prodigiosa.
Puedo escribir mil versos, ahora que empuño una copa de un buen vino, chancando las teclas con furia, por los mil fracasos que me tocó vivir, los mil viajes que emprendí, los amigos que me traicionaron, las mujeres que me dejaron solo, recordando otros crepúsculos, otras albas, otros recuerdos.
Puedo dedicarte mil versos, la segunda mitad de la vida que todavía me queda por vivir, el día que nos conozcamos y las fiestas que viviremos, entre brindis, viajes y construyendo nuestras vidas con trabajo y amor.
Puedo escribir un libro de mil páginas, pero si, en el intento, por la segunda o tercera página, tú me interrumpes para tomarnos otra copa, yo te acompaño y te lo narro oralmente esta noche y, si quieres, nos ponemos a bailar, aunque las páginas que escriba al alba que venga sean diferentes a las que yo pienso escribir durante el ocaso que veo ahora por mi ventana.
A veces, pienso en mi ascendencia. Al ver en el mundo, gente tan distinta una de otra, encuentro en mi familia un lugar común y de pertenencia. Al ver a mi familia, me veo a mí, de pies a cabeza pues, a pesar de contadas diferencias ¡somos tan iguales!
Pero, al pensar en mi ascendencia, no tengo que remontarme quinientos años atrás, me basta con mirar a mis abuelos a quienes, durante momentos, los siento, a pesar de estar muertos, muy cercanos. Como hombrecito primogénito, fui muy mimado por mis dos abuelos. Mi abuelo Robinson murió cuando yo tenía apenas tres años y ya no me quedan recuerdos de él, pero del otro lado, yo fui, probablemente, entre todos los primos, el nieto al que mi abuelo del Campo disfrutó más.
A mi abuelo del Campo, flaco, garbo, carismático y elegante, le salí rubio y de ojos azules, siendo él bastante más oscurito que yo, pero también, que su papá y su mamá. Se sentía orgulloso de mí sacándome a pasear, en especial, cuando íbamos a tomar unos helados o a la playa, y se acercaba a coquetearles a las chicas, repitiéndoles los mismos chistes que yo ya me conocía de memoria como, por ejemplo, «estoy aprendiendo a vencer mi timidez» o «cómo no tener unos meses menos», típico de una época en la que estaban bien vistos piropos de galantería, que hoy podrían confundirse con acoso.
Pero, a mi abuelo del Campo, lo disfruté bastante más cuando nos reuníamos toda la familia en su casa de amplio jardín, los días de fiesta, los cumpleaños, días del padre y de la madre, domingos y feriados. Y, con decenas de familiares invitados, preparábamos suculentos almuerzos, parrilladas, cebiches, paellas y el vino corría con soltura. A veces, contrataban conjuntos de músicos criollos a cantar y bailar música en vivo. Aún hoy, cuando me tomo una buena botella de vino, mis papilas gustativas me traen a la memoria, como si fuera ayer, el recuerdo de la primera vez, cuando yo habría tenido dieciséis años, que tomé vino con el almuerzo en cantidad suficiente para dejarme alegre. Y yo me ponía a escucharlos hablar con una propiedad y corrección que ya no es habitual en mi generación, al comienzo de la velada porque, después, cuando se acababa la tarde, ya la fiesta era para bromear, bailar y reír. Y mi abuelo era un gran bailarín que soltaba unos complejos pasos de tango con mi abuela, demostrando mucho cariño y amor, tanto en esos momentos, como a diario, caminando de la mano o hablándose con cariño y preocupación.
Desgraciadamente, se volvió viejo cuando lo jubilaron de la compañía de seguros en la que trabajaba como gerente y que era lo único que sabía hacer de lunes a sábado. Al no tener qué hacer en su vida cotidiana, él ya no sabía si era lunes, jueves, viernes, domingo, vacaciones o feriado y fue en ese momento que le llegó su declive senil. Fue años después que le llegó el Alzheimer e, igual como le sucedió a su papá, llegó un momento de la enfermedad en la que ya no reconocía ni a su hijo.
Por el otro lado, yo soy hoy el fiel reflejo de quien en vida fue mi abuelo Robinson, la misma calvicie, la misma cara y mirada tras lentes de grueso marco de carey, la misma papada. Me gusta ver antiguas fotos de cuando él tenía mi edad y constatar que yo soy su clon. Incluso, padezco de los mismos males médicos que él. Somos igualitos. Le dio un derrame cerebral siendo bastante joven pues no existía la medicina de hoy, con la cual, a mí, a los cuarenta años, me hicieron los exámenes médicos necesarios para diagnosticar y tratar hipertensión arterial y colesterolemia. Después de aquel derrame cerebral, tratado incorrectamente, quedó medio tocado y murió relativamente joven.
Alguna vez, al pensar en mis abuelos, me puse a llorar, pues, a ellos les tocó vivir otras épocas, pero en sus venas corría la misma sangre que la mía y yo fui, en parte, igual que ellos en otras circunstancias y yo los quise mucho y ellos me quisieron mucho. Me hubiera gustado disfrutar de su compañía toda mi vida, sin embargo, así es la vida, para que un bebe nazca, un viejo debe morir.
Esta semana, se me ocurrió escribir un hermoso poema en honor a los gatos y, más específicamente, al gato que yo tuve en otra vida. Grandes amigos de los humanos, aunque con fama de más independientes que los perros, tienen una larga tradición de compañeros de escritores célebres y solitarios. ¡Espero les guste!
Una vez finalizada la cosecha en nuestro fundo en Huayoccari, nos dirigimos con las tolvas llenas de uva Tannat hacia la bodega de nuestro amigo en Curahuasi para proceder a la fermentación del vino. El camino, que de por sí es de geografía accidentada, estaba constantemente obstaculizado por rocas enormes, troncos y postes caídos y montículos de tierra de cerros caídos que fueron intencionalmente colocados para bloquear el tránsito por los manifestantes de las recientes protestas sociales que sacuden el Perú a partir de la grave crisis que nos está tocando vivir. El transito es bloqueado por el grupo de revoltosos durante la semana, pero liberado el fin de semana para darle un respiro a su propia gente que necesita transportar sus productos y vivir. Nosotros aprovechamos que era domingo para completar nuestra misión, sin embargo, mi papá no se pudo quedar más tiempo que ese mismo día pues corría el riesgo de quedarse varado al encontrarse con su retorno bloqueado al día siguiente. No obstante, yo debí quedarme todo lo que duraba el proceso de fermentación, es decir, quince días.
En Curahuasi, junto a Fernando, nuestro amigo y socio, el dueño del viñedo en Curahuasi, tuve intenso trabajo, desde el despalillamiento, pasando por la fermentación con levadura, hasta el prensado y guarda en tanques de acero para la fermentación malo-láctica. Fue una gran experiencia esta especie de internamiento en este pueblito lejano y tranquilo, pues, además, al quedar el fundo arriba en la ladera del cerro, tiene vistas de ensueño. Como en toda chacra, nos levantábamos de madrugada para empezar la chamba, luego, a mediodía, almorzábamos modesta pero nutritiva comida, como, usualmente, menestras con arroz, con aceite de oliva, algo de picante y una y solo una copa de vino para alegrar el día, Fernando y yo acompañados solamente de sus tres perros guardianes; seguida de la siesta de ley y, después de las labores de la tarde, con la cena, a las seis, nos tomábamos otra copa de vino y Fernando me enseñaba todo lo que sabía. Fue, para mí, una gran experiencia y aprendí muchísimo sobre la elaboración del vino.
Fernando, como católico practicante que es, asiste todos los sábados a la misa en la iglesia del pueblo que se llena de feligreses y es buen amigo del párroco. Fernando ya conoce a casi todos los humildes pobladores del pueblo y lleva con ellos una buena relación de camaradería, al saludarlos e intercambiar algunas palabras cuando se los encuentra en la misa o cuando baja al mercado a realizar las compras cotidianas. El sábado que pasamos juntos, yo asistí con él a misa, probablemente por primera vez después de más de veinte años y escuché canciones religiosas que no escuchaba desde mi adolescencia. Y, como es costumbre entre Fernando y el párroco, después de la misa yo me fui con ellos a la única pizzería del pueblo a cenar con dos botellas de vino y, allí, conversamos sobre Dios, uno de mis temas recurrentes, inmediatamente después de interrogar al sacerdote, por la procedencia de su vocación religiosa. Y el párroco, tras ya algunas copas, se sinceró, nos contó que su paso por el seminario fue de más sacrificado, que el escándalo de los seminaristas del Sodalicio que estalló en Perú por abusos cometidos por sus autoridades eclesiásticas no es nada comparado con lo que él vivió, que los sodálites son pitucos para él que no tenía qué comer y tenía que labrar papa para cocinar todos los días de mil maneras y que, cuando salió del seminario, antes de llegar a Curahuasi, lo mandaron al Perú profundo, a caminar kilómetros para llegar a pueblos paupérrimos donde no llega nadie más que sus propios pobladores, entre nevadas y camas frías y de piedra, para luego irse a trabajar a una cárcel en donde, cuenta, hablando con uno de sus parroquianos preso, a poco de salir en libertad, en vez de sentirse feliz de retornar con sus familiares y vivir una vida decente, le confesó que la libertad le iba a durar brevemente pues pensaba reincidir y regresar enmarrocado.
Para la última noche de mi estancia en Curahuasi, Fernando preparó una pierna de chancho para comer con el vino que ya habíamos casi terminado de fermentar, sacó de su huerto personal una lechuga y una col, con las que yo preparé una rica ensalada para comer con un delicioso aliño y un ají limo marinado bien picante. Cuando sacó del horno y sirvió en la mesa la pierna de chancho con papas le pregunté dónde lo compró y él me contó con asombrosa naturalidad que era el chancho del vecino que una noche, sus perros bravos, al soltarlos para que cuiden su propiedad, se metieron a su corral y lo mataron. El vecino se lo cobró y, entonces, él se lo llevó y lo mandó trocear y lo guardó congelado para una buena ocasión. Y, en efecto, el perro estaba al costado de la ventana ladrando y aullando como exigiéndonos que ese chanchito cuya grasita olía, lo había matado él y le correspondía comérselo, pero bueno, igual le convidamos los huesos y cebos sobrantes. Mi hermana menor no come cerdo por compasión del animalito pues, además, dice que sus perros bulldog francés se asimilan mucho a chanchos. Yo creo que heredé de mi papá esa afición que él tiene por comerse todo animal que se mueva pues yo tengo buen diente y me gusta la alta mesa, pero también comer de todo sin ponerme exquisito.
Ahora, voy a tener que regresar en un par de meses a pasar a guardar el vino en barricas de roble para añejarlo. Mi vino está saliendo delicioso. Espero, una vez embotellado y listo, disfrutarlo contigo y brindar, por qué no, con una cena y una buena conversación.
Hace cinco años, antes de que empezaran las crisis políticas, que se fueron agravando cada vez más, mi papá compró un terreno con hermosas vistas del río Vilcanota y las montañas en Huayoccari, distrito de Urubamba, Valle Sagrado de los Incas, Cusco, Perú, vacilando con el tiempo en si construir un hotel o una casa de campo allí, siempre con la idea de plantar vides para vinificarlas, tomando como ejemplo, los vinos de altura de Tarija, Bolivia, pues Urubamba está, con una altitud de 2,800msnm, a una altura límite para plantar uvas. Entonces, se trajo unas uvas Tannat de Burdeos, Francia, con las que se puede producir un delicioso vino de altura. Luego, compró terrenos vecinos y, cuando la pandemia golpeó cruelmente al sector turismo, ya decidió, finalmente, que todo el terreno sería un fundo dedicado al cultivo de vides con una bodega para producir vino.
Mi papá dedicó cuatro años de trabajo duro y parejo en hacer que las uvas crezcan fértiles y den su mayor potencial, de la mano de unos pobladores locales de Huayoccari, quienes heredaron esas tierras de sus padres, sus abuelos y sus ancestros los Incas y aprendieron de ellos la razón de vivir, que consiste en labrar y cosechar la tierra para intercambiar en el mercado local, agradeciendo a los “Apus”, o sea los dioses de las montañas, con ceremonias de agradecimiento, para que bendigan la tierra y les den prosperidad a ellos y a sus familias y nunca falte comida ni trabajo, allí donde el tiempo pasa más lento.
Hasta la semana pasada cuando, finalmente, llegó el día de nuestra primera vendimia. Con un grupo de locales, familiares y amigos que ayudan constantemente en el viñedo, hicimos la cosecha y, después, llevamos las uvas a la bodega de un amigo en Curahuasi, donde este año va a llevarse a cabo la fermentación, guarda y embotellado. Esperamos para el próximo año construir la bodega en Huayoccari y realizar todo el proceso allí mismo.
Es, para mí, una experiencia muy linda y enriquecedora dedicarme a hacer las plantas crecer día a día para, luego de un año, disfrutar de la vendimia y hacer fermentar el vino, guardarlo en barricas de roble por varios meses para, finalmente, disfrutar el exquisito vino que nació de mi trabajo y dedicación.
Pero es muy aleccionador para mí, también, trabajar de la mano de los humildes pobladores locales en este proyecto. Ellos son mis amigos y puedo aprender de sus ricas costumbres ancestrales. El día de la vendimia, al finalizar la cosecha, cuando nos fuimos todos los colaboradores juntos a transportar la uva del fundo a la bodega, paramos en el camino en la laguna de Huaypo, que es frecuentada solo por locales, para almorzar y yo me senté con ellos a la misma mesa frente a la laguna a comer la comida local y el patriarca me contó las leyendas que les contaban sus abuelos y pude sentir el arraigo con su tierra y sus tradiciones ancestrales y pude brindar con ellos, como si yo fuera uno más, un anisado macerado en distintas hierbas de bajativo y soltamos todos carcajadas cuando el patriarca dijo que ese licor que estábamos tomando lo tomaban Manco Cápac y Mama Ocllo, que, para los que no sepan, son algo así como Adán y Eva en las leyendas incaicas, que fueron contadas oralmente de padres a hijos.
Cuando plantamos uvas para producir vino en Cusco, todos nos dijeron que nuestro proyecto no iba a ser posible porque nadie lo había hecho antes, sin embargo, mi papá, mi mamá y yo insistimos, con tesón, que si nadie lo había hecho antes, pues seríamos los primeros, porque el Valle Sagrado de los Incas tiene la fama, que se remonta a la época de los Incas, de que, cuando se tira cualquier semilla a la tierra, va a florecer mágicamente y dar fruto. Y es por eso que estamos seguros que de la uva que estamos cosechando va a salir un vino de la mejor calidad, probablemente nunca antes visto ni bebido.
Al parecer, nuestro esfuerzo está rindiendo frutos y muy pronto llegará el momento en que podamos brindar con familiares y amigos con el vino que estamos produciendo, para celebrar el mérito al talento y al empeño.
Desde que la humanidad es humanidad, siempre ha habido perros que hacen compañía y son amigos fieles de los hombres y las mujeres, que dependen de nosotros para subsistir, pero que no piden casi nada a cambio de su cariño. Y, frecuentemente, nos ayudan en los trabajos cotidianos más diversos como ayudar a policías y minusválidos entre muchos otros.
Las últimas décadas, con el avance de las sociedades, se ha tomado consciencia de la defensa de los animales pues, debido a que son indefensos frente al abuso que pueden padecer por parte de humanos o del azar, se hace patente la necesidad de ser protegidos. Y me refiero a la defensa de los animales en general, incluso de animales salvajes. Algo impensado en el pasado remoto.
Esta semana, como homenaje a los perros, les dejo, queridísimos lectores, un poema que escribo especialmente para esta ocasión. ¡Espero les guste!
Yo tengo un viejo amigo del colegio que es camarógrafo de cine y fue foquista de la recién estrenada película peruana “Willaq Pirqa”. Mi amigo, desde antes de su estreno, me estuvo animando a ver la película y, cuando fui a verla, quedé gratamente conmovido por su drama bonito. Al parecer, al público también le gustó mucho pues está siendo éxito de taquilla, a pesar de las dificultades que tienen las películas peruanas para competir en el circuito de los cines. Íntegramente filmada en quechua, idioma originario de los Incas nativos del Perú, con bellos paisajes de los Andes peruanos, muestra las peripecias que vive un niño en un pueblo remoto de la sierra con su familia para descubrir la magia del cine.
Yo, como peruano que soy, leí con ahínco, durante largos años, la historia del Perú, todos los libros clásicos, entre los que tengo de cabecera, los del que es probablemente el historiador más importante del Perú, Jorge Basadre. Sería cansador hacer un compendio de todos los libros que disfruté sobre el tema, pero me basta con comentar el libro “La Utopía Andina” de Alberto Flores Galindo que leí y releí con fruición.
Algo que ese libro de Flores Galindo hace hincapié y que concuerda con casi todos los historiadores consagrados es que la sociedad Inca era una ideal, de igualdad, unión y camaradería de tipo familiar, muy similar al comunismo, donde cuando alguien se casaba, todo el pueblo trabajaba en la construcción de su vivienda, todos compartían los quehaceres del campo y a nadie le faltaba comida. Sin embargo, al no haber historia escrita, la verdad es que no se puede saber con certeza exactamente cómo fueron las culturas prehispánicas del antiguo Perú pues los conquistadores españoles venían con ideas preconcebidas de las monarquías de las que provenían y los que escribieron la historia contaban que había un Inca que era el emperador del Tahuantinsuyo que abarcaba el extenso territorio que equivaldría a todo el Perú y parte de los países vecinos. Según las leyendas orales que pasaban de padres a hijos los aborígenes, todo empezó con Manco Cápac y Mama Ocllo que equivaldría a ser algo así como el Adán y Eva de la biblia.
Yo sostengo la idea filosófica que fueron seres extraterrestres, probablemente humanoides viajeros del tiempo y el espacio los que, hace miles de millones de años, plantaron la vida vegetal para crear oxígeno y fósiles, luego fueron colocando por partes a los animales y finalmente, hace aproximadamente treinta mil años, colocaron por primera vez a los humanos para que se organicen, creen las leyes y las religiones y desarrollen su tecnología con el pasar de los siglos. Prueba de ello es que los entierros de antepasados humanos se reducen a esos siglos. Y la vida que colocaron en la tierra es un crisol de toda la vida posible que evolucionó separadamente en distintos planetas pero que por primera vez conviven juntas en la tierra, roca rebosante de agua y fértil para la vida. Yo, además, creo que las razas de los humanos, colores de piel y rasgos físicos y mentales se deben a que evolucionaron separadamente en planetas diferentes y los extraterrestres los juntaron a todos en la tierra, intentando colocar a cada uno en su mejor hábitat posible.
Parece realmente inverosímil la teoría de que los antepasados de los Incas caminaron desde África, cruzando el estrecho de Bering hasta llegar a Sudamérica y que debido a las condiciones de su nuevo clima evolucionó su raza para cambiarles su color de piel y rasgos físicos. Yo manejo la teoría de que, poco antes de que llegaran los conquistadores españoles a Sudamérica, los extraterrestres, con sus naves intergalácticas y operaciones y métodos que la ciencia actual no puede explicar, repartieron a los aborígenes a lo largo del territorio para que se desarrollen como mejor puedan y usaron templos sagrados como Machu Picchu y las líneas de Nazca para lograrlo. Una prueba de ello es que, cuando llegó Francisco Pizarro con otros diez españoles y un par de caballos a conquistar Sudamérica, los millones de aborígenes los recibieron hospitalariamente pensando que se trataban de los dioses del sol o extraterrestres, que regresaban por ellos.
Yo conozco bien el Perú y su gente y les tengo cariño. Cuando visito Cusco, admiro “los Apus”, que significa los dioses de las montañas en quechua. Y aprendo de su cultura milenaria y la tradición de dedicarse a la tierra y vivir en el campo cual si el tiempo fuera eterno. Por eso, me dan pena no solo las protestas actuales debido a las sucesivas crisis políticas que azotan al Perú sino el asunto estructural e histórico que es que, cuando llegaron los conquistadores europeos a estas tierras, trajeron el desarrollo pero no lo compartieron con la gente originaria sino que, por el contrario, usaron ese adelanto para explotarlos y convertirlos en sus peones y sirvientes.
Benedicto XVI, el Papa Emérito, ha muerto en Roma y el Vaticano y el Papa Francisco van a realizar las ceremonias católicas solemnes que corresponden a tan magno evento. Durante su reinado, el Papa Benedicto mostró un estilo más intelectual que sus antecesores y se ganó enconos de cierto sector del pueblo por su posición contra los métodos anticonceptivos, la homosexualidad y el aborto. Como bien es sabido, decidió renunciar a su mandato para ser sucedido luego por el Papa Francisco, quien mostró un carácter mucho más carismático y coloquial.
El Papa Francisco, una vez caído el muro de Berlín y con los nuevos tiempos que corren, a diferencia de sus antecesores, ha mostrado un carácter político más cercano a lo que se podría considerar de izquierda, invocando a los líderes políticos del mundo entero a redistribuir la riqueza de manera más equitativa, a que tengan compasión por los pobres y aprendan de la caridad religiosa.
Yo siempre creí que el Papa es más que una persona común y corriente con virtudes y miserias, y más bien lo consideraba un ser divino, representante de Dios en la tierra, un santo, un mártir. Puede que las políticas que profesa la iglesia sean anticuadas y yo no las comparta y puede que yo sea católico solo cuando voy a eventos como el matrimonio y el bautizo pues ya no voy a la iglesia más que en esas ocasiones e igual que a mí le pasa a muchísima gente, que las iglesias que antes se llenaban de feligreses los domingos de misa, actualmente andan vacías. Pero el Papa es un símbolo muy querido y que inspira ternura.
Yo, como ideólogo y portavoz del Priorato de Sion que soy, me acerqué a la imagen del Papa, en especial durante mis viajes a Ciudad del Vaticano. Cuando Jean Pierre Plantard de Sinclair hizo pública de manera escandalosa la existencia de esta sociedad secreta en los años setenta del siglo que se fue y expuso de manera desatinada nuestros preceptos, el presidente de Francia de esa época, Francois Miterrand, lo allanó, pero ya para entonces el daño estaba hecho. Yo, cuando mis queridos lectores me lo permitan, quisiera rectificar nuestros lineamientos de manera pública, si tal cosa es posible, como que «el Priorato de Sion es la sociedad secreta de los descendientes de Jesucristo que han influido e influyen en el curso de la historia con operaciones y herramientas inexplicables por la ciencia actual, venidas de otros tiempos y galaxias para evitar el apocalipsis en la tierra».
A pesar de que los humanos son los inventores de las religiones, ellas han existido desde el comienzo de los tiempos. Aquello del ateísmo y el agnosticismo es algo que ha agarrado fuerza recién en los últimos siglos con ciertas corrientes de pensamiento, pues, los humanos siempre han venerado a algún Dios que es el creador del mundo y está por encima de todo y eso es algo que se puede demostrar tan solo levantando la mirada y mirando al cielo.
Cuando me llega navidad y fin de año, de pronto me envuelve la dicha pues esas fechas fui, toda mi vida, inmensamente feliz. Llega como añadidura, luego, el verano, y yo me voy a pasar la temporada a la playa.
Tuve la inconmensurable fortuna de tener una familia unida y feliz y mis padres han sido siempre generosos a manos llenas en prodigarme amor y una casa próspera y estoy seguro de que yo correspondo su amor con obediencia y más amor. Incluso, en momentos en los que tuvimos que vivir escasez y zozobra. Pues, desde que nací, ellos desean lo mejor para mí y viceversa.
Hoy, mientras escribo esto en mi casa de playa durante año nuevo, es decir, en el debut de un nuevo verano, ya a mis cuarenta años, puedo ver mi pasado con una perspectiva que me permite reflexionar con cierta sabiduría. Y puedo recordar por todo lo que tuve que pasar durante una vida que es realmente de película.
Cuando yo era chico, no quería que el verano acabara nunca porque sabía que iba a tener que regresar al colegio como quien transita del paraíso al infierno. Y, a tan corta edad, tuve que marchar a la guerra y con valentía y coraje enfrentarme a una autoridad abusiva e injusta contra la que cualquier consciencia se vuelve desobediente y rebelde. Recibiendo, en consecuencia, el correspondiente castigo, uno realmente sádico en mi caso. Cuando luego me botaron del colegio, me tocó marchar al destierro para curar lentamente mis heridas.
Pero, cuando ya me había forjado cierto carácter y era un joven estudiante universitario, durante aquellos veranos, enamorado de la vida, persiguiendo chicas por las que perdí, a la larga, la cordura, yo sentía que el verano duraría para siempre y, haciendo planes para mi futuro, sentía una inquebrantable y genuina ilusión de ser capaz de todo.
Sin embargo, así pasaron los años, sin darme cuenta, con nuevos veranos sorprendiéndome en fiestas y disfrutando de la playa y el mar, la buena comida y las mieles del alcohol. Y, a pesar de vivir fracaso tras fracaso, yo en ningún momento perdí las esperanzas de que, una vez culminado el verano en el mes de marzo, me llegue el éxito con las actividades en las que me involucré en cuerpo y alma.
Para mí, este año, las celebraciones de navidad con mis familiares y amigos fueron igual de felices que todos los años, a pesar de la crisis política que atraviesa el Perú y los problemas e injusticias del mundo que, en ambos casos, en vez de mejorar, parece que empeoran cada día más.
No obstante, es para mí un placer poder dirigirme a ustedes, queridos lectores, en este modesto espacio que es mi columna semanal y como tal, quisiera expresarles mis más sinceros sentimientos cuando agarro mi pluma para empezar a escribir todas las semanas. Y eso es que mis palabras lleguen a todos y cada uno de mis lectores de la manera en que les hablaría un buen amigo en la intimidad de un encuentro, quizá como en una cena o alguna celebración. Pues mi más verdadera intención es que todo el mundo me quiera cada día un poquito más, aunque eso sea imposible.
Y, en aras de lograr ese objetivo, les dejo esta semana un poema cortito que acabo de escribir esta mañana de navidad, domingo 25 de diciembre del año 2022.
Allá por el año 1997, cuando yo estaba por cumplir quince años, una mañana de octubre en el colegio Markham, probablemente el más exclusivo de Lima, en ese entonces únicamente masculino, el profesor Mr. Straton preguntó en plena clase de inglés, en tono de burla, por qué yo me quedaba contemplando como enamorado a mi compañero Dieter. Yo, que estaba traumado con la homosexualidad porque todos los días no solo a mí sino a todos los incautos batían violenta e indiscriminadamente de homosexuales, me levanté de mi carpeta y aullé “cállate, hijo de puta”, levantándole la mano. El profesor me gritó como nunca ningún profesor le había gritado a ningún alumno antes, se escucharon sus injurias por todos los pabellones del colegio, se quedó ronco varios días y me mandó a la dirección para que me presentara frente al director Mr. Baker y, cuando yo alegué que respondí con toda justicia a una ofensa, me suspendió tres días.
Yo ya me había hecho cierta fama y estaba fichado en la lista negra por algunos profesores que querían verme sufrir. Es por eso que, a fin de año, me jalaron de año con notas absurdas en el examen final de varios cursos, los cuales valían cincuenta por ciento de la calificación final, exámenes trucados y corregidos con trampa, como el de historia, que lo corrigió el mismísimo director Mr. Baker. Yo que era el que más sabía de historia de mi salón, era empeñoso y esforzado, había escrito un libro de setenta páginas para el curso de literatura, me había sacado dieciocho en el curso de matemáticas y tocaba el saxofón en la banda del colegio. Encima, ni siquiera repartieron los exámenes para revisar que fueran corregidos en buena lid.
Yo me enteré de que me habían jalado de año, como una inesperada sorpresa para mí, cuando el profesor de francés no me repartió el examen final como al resto de compañeros, aduciendo que yo iba a repetir de año. A pesar de que en el transcurso del año yo había presentado trabajos admirables para su curso y dominaba el francés mejor que la mayoría de mis compañeros.
Recuerdo, como si fuera ayer, el día que me anunciaron que me irían a jalar de año. Cuando les informé a mis papás la mala noticia, yo me puse a llorar con rabia, salí de mi casa tirando la puerta detrás de mí y me puse a correr con todas mis fuerzas hasta que se hizo de noche, perdiéndome por las calles sin dirección alguna, gimiendo gritos de furia, además porque los negocios de mi papá habían quebrado, todos nuestros bienes estaban embargados por las deudas multimillonarias que nos habían legado y mi familia ya no recibía ningún tipo de ingresos para poder mantenernos. Yo sentía incertidumbre por el futuro, porque el hoyo y la desgracia están a la vuelta de la esquina.
Mi papá se avergonzó y mi familia sufrió mucho, más aún cuando al año siguiente me botaron del colegio diciéndole a mi mamá que yo padecía de déficit de concentración y problemas psiquiátricos, yo que antes había sido el orgullo de mi papá y que lo llenaba de esperanzas el que yo fuera una mejor versión de él.
Fue años después que el optimismo me invadió la vida de nuevo cuando, en el año 2002, ingresé a estudiar economía a la Universidad del Pacífico, la mejor de la ciudad en negocios. Pero no sería hasta el tercer ciclo, cuando llevé por primera vez el curso de ciencias políticas, que todo tomó sentido. Cuando, exacerbado por una genuina rebeldía y una incorregible tendencia a desafiar a la autoridad, me volví de pronto en un jovencito impetuoso y vehemente, comprometido y revoltoso por causas políticas de las que poco podía saber a mi edad en ese entonces y de corte izquierdista, pues la rebeldía es izquierdista por excelencia. Cuando quería comerme al mundo y me sentía capaz de todo. Yo sentí que había hecho política sin darme cuenta durante el colegio, con experiencias extremas, pero que había cometido errores y perdido al final, en especial en algunos momentos cuando fui víctima del bullying, cuando todavía no se había acuñado ese término y, por el contrario, los profesores incentivaban ese tipo de abusos, cuando estaba de moda la educación militar, vertical y autoritaria, gracias en parte al libro de Mario Vargas Llosa “La ciudad y los perros”, sobre un colegio militar.
Algunos años después, en el año 2007, al terminar la universidad y a punto de cumplir veinticinco años, entré en crisis, como suele decirse por allí, una crisis en la que, en pleno delirium tremens, me venían unos golpes sobrenaturales de inspiración y yo me ponía a escribir textos sórdidos donde volcaba experiencias pasadas en primera persona, excesivamente exageradas. En pleno “flow”, chancando las teclas con furia, yo sentía que el mundo se había detenido para mí. Y entre esas reflexiones está la hazaña en la que yo escribo que quería entrar en política para corregir el pasado en un futuro pues la batalla contra la autoridad no la pude ganar. Y sentía mucha rabia por el abuso que cometieron el director y los profesores conmigo.
Yo creo que tanto castigo que recibí a lo largo de mi formación me terminó por destruir. Me castigaron sádica y reiterativamente los profesores, me castigaba cruelmente mi papá, me castigó la autoridad nacional cuando me censuraron hasta el día de hoy después de casi veinte largos años. Durante mi juventud me volví un rebelde, pero ya con la madurez, cuando los que tienden a rebelarse son los hijos, hace poco, me di cuenta de que había fracasado en la vida y que yo era un rechazado, a pesar de gozar de una buena situación económica gracias a la ayuda de mi papá y sus negocios. Y ya superé el resentimiento con el colegio y con todo el mundo.
Pero entonces, yo tenía quince años y estaba allí, corriendo sin dirección alguna por las calles, con toda la incertidumbre de mi futuro encima, cuando mis compañeros se burlaban cruelmente de mí, se rumoreaba discriminatoriamente que yo era un homosexual descarriado, que yo era un fenómeno que daba el mal ejemplo, que maliciaban leyendas humillantes y traumatizantes, como que yo fingía inventándome una situación económica boyante que no tenía, cuando en un retiro religioso, como una turba de desadaptados, un grupo de compañeros se abalanzaron sobre mí para golpearme, maniatarme y arrancarme los calzoncillos sucios. Algo por lo que no debería pasar ningún niño.
Pero, aquella noche, corriendo desesperado, yo ya no era un niño, esas lágrimas, que me convirtieron de pronto en un hombre valiente, nunca desbordaron de mis ojos, porque los hombres no lloran, ni en la guerra ni en la paz, ni en el paraíso ni en el infierno. Sin embargo, yo no tenía el hombro de mi incondicional para consolarme como escribí en aquella ocasión, yo estaba solo e indefenso, como un cachorro de león acorralado por las hienas.
Cuando yo empecé el segundo año de universidad, el curso de ciencias políticas me cambió la vida y, desde entonces, he creído en la izquierda romántica y juvenil; hippie, pacífica y en contra de las guerras; poética, musical y artística; sofisticada y bohemia; que tan bien encarnaron por primera vez los grupos del mes de mayo francés a finales de los sesenta, cuando los jóvenes se alzaron por el mundo entero, en la búsqueda de un cambio de mentalidad, rebelándose contra ese sueño americano de trabajo rutinario y de diferencias marcadas de clases, hacia un mundo mejor, de igualdad, paz y amor. Y, cuando en mis clases me subía al estrado del aula magna y me echaba inspirados discursos, yo no disimulaba mis aspiraciones de liderar un movimiento político del “Flower Power”, cantando canciones de protesta con mi guitarra, como aquella letra que dice «el pueblo unido jamás será vencido».
Recuerdo aquellas épocas con nostalgia, yo era el chico popular que conoce a todos y todos conocen y estaba comprometido con el quehacer político. Me rodeaba de otros jóvenes políticos en potencia, algunos de derecha, otros de izquierda, debatiendo sobre la política nacional e internacional, rebosantes de vehemencia y con una genuina ilusión de entrar en la arena política, aspiraciones que quedarían truncas por ambiciosas. Recuerdo que con mis compañeros discutíamos sobre la corrupción, viendo la gloria que arropó a Alan García y siendo conscientes de las fortunas que se presumía que robaba. Hoy que conocemos cómo terminaron todos los políticos de los últimos treinta años, totalmente desprestigiados, enjuiciados o procesados, ya la cosa cambia, y despeja un futuro más sombrío para aquellos nuevos jóvenes que tengan la misma vocación que tuve yo en su momento, pero, al mismo tiempo, espero que absolutamente convencidos de que la corrupción y todos los abusos que se cometen en el uso del poder, eventualmente se pagan caro.
Pues, el Perú, pobre país de desconcertadas gentes, aunque a veces lo vislumbre sin esperanzas, otras veces recuerdo su historia y pienso que, como es mi hogar y patria, le deseo algo mejor de lo que me ha tocado presenciar, y le deseo un cambio de dirigentes, que entre gente joven con otra mentalidad, una nueva generación que finalmente esté a la altura de las circunstancias y que, sea de derecha o de izquierda, sea honrada y honesta, fiel a sus convicciones y que sirva a la patria sin intereses subalternos.
Hoy, después de la desgracia que tuvimos que vivir con Pedro Castillo, pienso que, si bien es cierto que los últimos más de treinta años no hubo presidentes honrados, también es cierto que somos un país hermoso y que queda por lo menos alguna posibilidad matemática de que nos llegue algún día grandioso en el que tengamos políticos que guíen el rumbo de la historia lo mejor posible. Como sea, es necesario que, para que llegue ese día, todos los peruanos pongamos de nuestra parte también.
Y yo estaré aquí, lúcido empuñando mi pluma, para plasmar en palabras la ideología que me inspire todo aquello que requiera el Perú y el mundo para un futuro mejor, aunque suene a utopía, usando los conocimientos que he adquirido del pasado y los embates que tenga que afrontar lo que me resta de vida.
Ya ha pasado más de un año desde que publiqué, en agosto de 2021, por YouTube y las redes sociales, el primer video de mi serie de poemas célebres de la literatura y, desde entonces, semana tras semana, han desfilado frente a los ojos de mi público los mejores poemas de consagrados poetas.
Filmados en diferentes locaciones del Perú y el mundo, recientemente con una flamante nueva cámara de cine, yo mismo grabo el audio en un rack de equipos analógicos antes de editar el video cada semana en una computadora nueva y de grandes prestaciones para que exporte y renderice rápido, especialmente las animaciones en tres dimensiones que exigen esa gama de computadoras para trabajar de manera óptima. A mi computadora la he bautizado La Poderosa Chica, como si fuera una hija con vida porque La Poderosa Grande es mi piano de cola Yamaha.
Sin embargo; los seguidores, suscriptores, vistas y me gusta no despegan. Trabajo que me debería generar ingresos, se convierte solo en gastos sin mostrar resultados. Yo he tenido que financiar de mi propio bolsillo las inversiones en equipo y todo lo que implica publicar un video por semana. Y no me alcanza la plata para invertir en los equipos y viajes que quisiera, que, si mi trabajo generara ingresos, lo lograría, seguramente.
Yo creo que lo que sucedió fue que a mí me censuraron hace casi veinte años, durante el gobierno de Alan García, un grupo de intelectuales bien organizados y con poder en ese entonces porque, y ahora lo veo de esa manera en retrospectiva, yo no estaba en mis cabales y hubiera sido un escándalo muy negativo si me llagaba la fama y felizmente fue así pues a los poetas nos llega la consagración ya bien entrados en la madurez pues requieren de mucha experiencia y sabiduría reflexionar con propiedad con palabras. Y, desde entonces, no me libero de la censura a la que fui sometido, como un prolongado castigo, por escribir cosas de las que luego me arrepentiría.
A pesar de esto, yo no me amilano y sigo cada día superándome con mejores producciones. Yo soy un pionero haciendo el arte que yo hago porque YouTube y las redes sociales son algo nuevo que recién está naciendo. Y vivo con la esperanza clavada como una espina en el corazón, del día del reconocimiento, de un futuro brillante de poeta consumado y de poder vivir tranquilo de mi poesía.
Como yo tengo buena memoria, recuerdo cuando yo tenía cinco años, a finales de los años ochenta, pero más exactamente, cuando me inicié escuchando buena música como el melómano que he sido toda mi vida. Recuerdo el caset “Comienzo y final de una verde mañana” de Pablo Milanés, cuando esa música estaba de moda y mi papá la repetía en la terraza de la casa de playa. Y recuerdo el pequeño equipo de sonido que tenía en mi cuarto, que dejaba sonando a la hora de irme a dormir para arrullarme en el sueño. Y la noche en la que me puse a llorar escuchando esas hermosas melodías.
Pablo Milanés ha muerto y con él murió una época. Hoy que los jóvenes escuchan reggaetón y música que no vale nada. Hoy que los reggaetoneros llenan estadios y congregan a más de setenta mil personas, exhibiendo música de una nivel y calidad muy inferiores.
No exagero si digo que todos los días de mi vida escucho la música de Pablo Milanés, aunque, ciertamente, ciertas temporadas más que otras. Porque, como yo no tengo televisor en mi cuarto sino, más bien, una salita de música al costado, con mi equipo de sonido de alta fidelidad, con tornamesa de discos de vinilo frente a un diván italiano de cuero genuino donde me echo a escuchar música, leyendo algún buen libro o, simplemente, cerrando los ojos y dejando a mi mente volar.
¡Y cuánto he gozado la música de Pablo Milanés a lo largo de mi vida! Incluso me inspiró en mi poesía. La última vez que viajamos a Cuba, a disfrutar de sus paradisíacas playas, en la Habana mi mamá me acompañó a una tienda del centro a comprar discos de vinilo de segunda mano y allí compré el mismo álbum de ese caset que recuerdo de mi niñez “comienzo y final de una verde mañana”.
Entonces, ahora que desenfundé ese disco de vinilo gastado, de carátula despintada por el sol pero que suena como los dioses cuando lo dejo girar en la bandeja de mi tornamesa y lo pincho con la aguja, la voz triste de Pablo Milanés me traslada a mi niñez, y vienen a mí todos los sueños rotos que llegaron desde entonces. La aguja recorre los surcos del disco, la música entra por mis oídos, sale por cada poro de mi piel y yo empiezo a levitar de mi asiento para volar luego por los cielos y, finalmente, aterrizar cuando la canción termina de manera orgásmica.
Esta semana me vine al Cuzco a celebrar mi cumpleaños número cuarenta. Me hospedé tres noches en un buen hotel de Urubamba, valle sagrado de los inkas, de estilo colonial, que en el pasado fue un convento religioso, con todos los servicios, hermosos jardines, piletas y hasta una pintoresca capilla. Aproveché para filmar unos videos de poesía y visitar el viñedo que tengo allí. Las uvas están más grandes y pronto será tiempo de cosecha. Después de eso, tomé el tren a Machu Picchu y visité allí su santuario, la ciudadela de los inkas.
El día de mi cumpleaños fuimos a almorzar al restaurante del amigo de unos amigos en Urubamba, medio loco pero simpático y la experiencia fue realmente surreal, comimos delicioso con vinos de alta gama y una buena conversación entre amigos.
Esa misma noche, en el hotel de Urubamba, nos banqueteamos con buenos vinos, continuamos la noche con unos vasos de whisky que lubricaban nuestra conversación y el festejo y, después de recibir mi cumpleaños, a medianoche, ya el cansancio nos obligó a retirarnos a cada uno a nuestra habitación a descansar.
Apenas me eché en mi cama, me sumí en un profundo sueño. Sin embargo, de pronto me despertó del sueño el sonar de las campanas de la capilla que tenía al frente de mi dormitorio. De puro curioso, me vestí y abrigué para ir a mirar a la capilla. Al llegar a la capilla, me di con la sorpresa de que había una solemne ceremonia de la que yo tomé parte de manera instintiva.
Fue entonces que todo fluyó. La noche se hizo de día y el día de noche nuevamente, vi la luna volar. De pronto me di cuenta de que se trataba de una ceremonia del Priorato de Sion y salimos de la capilla y yo empecé a alucinar. Me trasladé a otras épocas, la noche se hizo de día y yo pude ver a los españoles conquistar a los Inkas cuando llegaron en sus barcos, volé por las montañas y los picos nevados y descendí a la ciudadela de Machu Picchu cuando los Inkas entregaban un sacrificio humano a los dioses. Y los millones de años luz corrían a mi alrededor como estrellas. Entonces, bajé de la ciudadela de Machu Picchu a la estación de tren, para abordar un vagón y el tren salió disparado por los cielos, zigzagueando como una serpiente y no sé cómo mi mente se separó de mi cuerpo y yo pude ver mi cuerpo, sentado en la butaca del tren, mi yo actual, volverse más joven, yo de cuarenta y después de treinta años, luego veinte, así hasta convertirme en un niño y luego en un bebé. Así hasta que recuperé la consciencia, sentado en la banca de la misma capilla, pero ahora vacía, la misma noche, miré mi reloj y vi que marcaba las tres de la mañana. De la misma manera inconsciente en que me conduje todo ese rato, me regresé a mi cama y me volví a quedar dormido.
En este momento, en el que estoy terminando de escribir esto en mi celular, en el viaje de tren que me lleva de Machu Picchu a la estación de tren de Ollantaytambo, puedo presenciar afuera una monstruosa tormenta con truenos y relámpagos, como si los dioses estuvieran realizando actos sobrenaturales para dictarme estas palabras, que escribo, subconscientemente, como si fueran ellos quienes mueven mis dedos que digitan la pantalla.
Y, entonces, recordé lo que escribo líneas arriba. Hoy que piso por primera vez la base cuatro, que, aunque me parezcan cuarenta años de fracasos y rechazos, en ningún momento de mi vida perdí las esperanzas de un futuro de éxitos, hoy menos que nunca, que ya me puedo considerar poeta y que me depara un futuro prometedor.
En mi reciente viaje a Nueva York, me tomé mi tiempo para ir a la célebre librería neoyorquina Barnes & Noble, céntricamente situada en plena quinta avenida y miré allí casi todos los libros almacenados en exhibición. Compré varias revistas Life del montón de revistas que abundan en Estados Unidos y que en esa librería no falta ninguna, pero también, un pesado libro, de tapa gruesa y papel cuché con fotos en blanco y negro y a todo color, a toda página, titulado “Chanson, un tributo a la más romántica y poética tradición francesa”, sobre la canción francesa. A cargo de Olaf Salié, cada capítulo está dedicado a uno de los cantantes y grandes exponentes de la canción francesa, desde Edith Piaf, pasando por Jacques Brel y Charles Aznavour, hasta Patrick Bruel, Louane y Carla Bruni. Pocos géneros musicales están tan arraigados a la cultura y el alma de un país como la canción francesa a Francia; el amor, la revolución, la melancolía y la ciudad de París, como temas centrales.
Son realmente sublimes las fotos que pueblan este libro. Cuando yo viví en París, fui a ver a Patrick Bruel en la sala Pleyel y hubiera ido a ver a Charles Aznavour si no fuera porque justo estuve en Lima para celebrar navidad la fecha en diciembre de una de sus últimas presentaciones, poco antes de fallecer. Recuerdo claramente el día en París cuando el famoso cantante Johnny Hallyday murió, fue duelo nacional. Son parte de las celebridades nacionales, portadas de revistas como Paris Match y sección cultura de los periódicos, con vidas públicas, motivo de tertulias y debate.
Yo recuerdo con mucho cariño mi pasada vida parisina. Mi profesor de poesía me invitaba a los recitales de poesía y canción francesa en el anfiteatro Richelieu de la Sorbona o en diferentes escenarios de la ciudad y yo asistía feliz de la vida, donde me codeaba con la crema y nata de la poesía en francés, tratando de pronunciar mi francés lo mejor que podía en mis charlas con poetisas de pura sangre. Hoy que han pasado ya algunos años desde entonces, yo creo que he perdido mi fluidez hablando y escribiendo en francés, sin embargo, mi profesor de poesía me sigue enviando correos de invitación a los bastante frecuentes recitales. A pesar de todo, yo sé que tarde o temprano haré realidad aquella frase que siempre repito y que se ha convertido en una suerte de cita poética personalísima: «Regresaré a París, por la puerta grande, una mañana al despertar».
Si yo no hubiera vivido los dos años que viví en París en mi viaje de estudios en La Sorbona, yo no sería ni un asomo de quien soy hoy en día. Allí fue que yo, después de un largo trecho, me forjé como poeta. Y amé La Francia, al punto de considerarla mi segunda patria, con el mismo orgullo que puede sentir cualquier otro francés. Pues al ver el fracaso en el que se hunde el Perú a diario, yo declaro lo tanto que amo La Francia, cuna única de poetas.
La semana pasada, bajé al centro del mundo y Nueva York era una fiesta. Sería bueno ir a la esquina de tu casa, subirte al metro subterráneo para llegar a Nueva York en cuestión de minutos y regresar después a casa a descansar lejos del gentío y el alboroto.
Porque Nueva York es frenética, estresante, siempre está en apuros, es carísima, para todo hay que hacer colas y con mendigos sin techo afeando sus calles. Incluso ahora, desde que liberaron la marihuana, sus calles huelen a hierba. Sobrepoblada al concentrar cinco millones de almas en la isla de Manhattan de poco más de cien cuadras. Pero es, también, cosmopolita, donde se confunden gentes tan distintas unas de otras.
Llegamos mi familia y yo a Nueva York en pleno otoño, cuando los árboles de Central Park despedían al viento rojas hojas muertas. Además, justo coincidimos con la célebre maratón de Nueva York. Mezclando en el viaje, trabajo con placer, como de costumbre, fuimos a los mejores restaurantes del mundo. Disfrutando del placer que da caminar por las calles de Nueva York, a la sombra de gigantescos rascacielos, iluminados por las luces de neón, aunque obligue a chocarse involuntariamente con otros peatones en esas atestadas aglomeraciones. Y dedicados a comprar, afición nacional estadounidense.
Allí me junté con mi tocayo Mauricio, compañero del colegio y de la universidad, quien, luego de su maestría en la universidad de Nueva York, se quedó a trabajar en un buen puesto allí, en un banco, y vive en un céntrico departamento. Fuimos a un legendario restaurante a comer un tomahawk, con una botella de vino y, después, a la terraza de un edificio a tomarnos unos vasos de whisky, donde un gringo ricachón se nos adelantó con dos rubias de paga quien, después de invitarles sendos cócteles, se las llevó, dejándonos a nosotros aguantados.
Una noche en la que yo pude descansar plenamente en el hotel, tuve un vívido sueño. Soñé que estaba en el metro subterráneo y, cuando apareció el tren, entré al vagón, totalmente vacío. Después de cierto trayecto, me bajé. No había nadie en el metro. Al salir, subiendo las escalinatas, había una luz al final del túnel, que, en el momento de penetrarla, desperté del sueño.
Esa semana, Nueva York fue una fiesta, plena en excesos de comida, trago y gastos.
Sin embargo, después de la fiesta, llega la resaca y fue allí, en el largo viaje de regreso a casa, que me di cuenta de que por un momento fui feliz, probablemente tanto como fui feliz en este viaje que es la vida, viaje maravilloso, reconociendo esto, además, al despertar del sueño de una larga siesta de la que no me había podido despertar antes ni la llamada de mi mamá para salir a cenar.
Con otro sueño vívido en el que yo lograba ver lo que había más allá de la luz al final del túnel. Cuando se me desnublaba la vista, yo estaba descendiendo de un alto cañón vertical a la punta de un peñón, rodeado de una mar embravecida, para cruzar luego un puente que me llevaría a una catedral enclavada en las rocas y celebrar allí, otra ceremonia del Priorato de Sion.
Rosa Robinson o Rosa Caillaux, ella era mi abuela, la mamá de mi mamá; para mí, simplemente, mamama. Vivía con mi tío Gabriel en un acogedor y bonito departamento, que era mi segunda casa, que olía a óleos y pinturas, porque a pintar en la terraza dedicaba su tiempo. Yo siempre la visitaba con mi mamá, ella me trataba con mucho cariño y yo la quería mucho.
Ella pertenecía a otras épocas, pasadas. Cuando yo era adolescente, se preocupaba por mi virilidad, yo que recitaba poesías y decían que tenía dificultad para socializar, cuando iba al colegio de hombres lleno de abusos, cuando todavía no se había acuñado el término bullying. Después, cuando crecí, yo la iba a visitar a medio camino de la universidad, ella me invitaba almuerzo y nos sentábamos a conversar. Como ella deseaba lo mejor para mí, me aconsejaba. Me decía que no debía desconcentrarme de mis estudios con novias, mientras a mi hermana le preguntaba cuán enamorada estaba de su novio. Yo le hacía caso porque ella lo hacía con las mejores intenciones.
Al final de su vida, le dio una complicación entre Alzheimer y demencia senil. Al comienzo me reconocía, pero después ya no, y ella pensaba que mi mamá era su mamá. Un día me dijo medio confundida, señalando la foto de mi abuelo, que alguna vez conoció a ese señor. Algunas noches, le decía desesperada a su enfermera que la dejara salir de ese convento donde estaba encerrada, pero con ellas se ponía a cantar viejas canciones de cuna y se tranquilizaba. Mi tío Gabriel falleció de un paro cardiaco mientras dormía, poco después de que se vaya mi mamama Rosita, a pesar de ser todavía bastante joven, pues padecía, igual que mi abuelo y ahora igual que yo, de hipertensión y colesterolemia. Cuando entonces dejaron sola a mi mamá, yo me lamentaba de algunas ocasiones en que me porté mal con ellos dos. Pensaba que debí comprender a mi tío Gabriel porque él era loco o tan solo seguirle el juego y que si todavía siguiera vivo lo invitaría a una parrillada a que se empache de carnes y postres, él que tanto disfrutaba la comida.
En este momento, quisiera recordar a mi mamama Rosita, ella que siempre estuvo allí, en las buenas y en las malas, recuerdos cada día más dulces, como de su cariño de madre cuando me hablaba con ternura. Y es, además, en este momento, que quisiera invocarla al cielo, desde donde me cuida: esta columna es para ti, mamama Rosita querida.
La semana pasada me metí al cine a ver la recién estrenada película argentina “Argentina, 1985”, protagonizada por el legendario actor Ricardo Darín. Está basada en hechos reales y muestra el juicio histórico que armó el fiscal Julio Strassera junto a un grupo de jóvenes abogados para encarcelar al exdictador Jorge Rafael Videla y los dirigentes de la cúpula militar, culpables de crímenes de lesa humanidad, en la época de Raúl Alfonsín. Se trata del primer tribunal civil que enjuició a una cúpula militar.
La nación hermana de la Argentina produce cine de gran calidad y Ricardo Darín es uno de sus actores fetiche. Yo siempre voy a ver peliculones cuando son argentinos. Además de producir rock argentino glorioso y escritores consagrados, la Argentina tiene toda una rica historia de expresiones artísticas detrás y fútbol de primera.
Era inevitable que yo encontrara ciertas similitudes de la película con la realidad actual: los fiscales que metieron presa a Keiko Fujimori y fueron a buscar a Alan García a su casa para encerrarlo en la cárcel sospechoso de corrupción, solo para ser sorprendidos con el suicidio que cometió él en ese mismo momento. Algunos consideran héroes a los fiscales, sin embargo, yo siento su profesión peligrosa y cruel, por estar siendo amenazados de muerte ellos y sus familias por las mafias de los personajes poderosos que ellos se dedican a buscar castigar el resto de sus vidas en una mazmorra infrahumana.
Yo me sentí tocado por la impecable actuación de Ricardo Darín como Julio Strassera pues encontré en esa interpretación rasgos del recuerdo que tengo de mi abuelo paterno, como los anteojos de marco grueso de carey y la camisa hecha a la medida, con gemelos de oro y corbata a rayas, que es precisamente igual al recuerdo que tengo de mi abuelo, muy característicos de los altos funcionarios en los años ochenta. Yo quería mucho a mi abuelo, yo le decía papapa y sus amigos le decían “el flaco del Campo” porque era flaquito. Además, les encontré similitudes porque mi abuelo era gerente en una compañía de seguros. Incluso, tengo el dulce recuerdo de un sábado en que yo habría tenido cuatro años, que me llevó en su carro a su oficina en Miraflores, enorme y elegante, con una secretaria en la recepción que me invitó dulces, yo me senté en los sillones de la salita de reuniones frente a su escritorio con aire acondicionado. Yo veía a mi abuelo gigante, con su traje impecable, cortado a la medida y él era bien bueno conmigo. Recuerdo que, ese mismo día, lo acompañé al muelle de pescadores a comprar pescado para preparar cebiche para el almuerzo en su casa, con varios familiares invitados. Él admiraba a la Argentina, había crecido viendo las películas en blanco y negro de Carlos Gardel y me contaba que a comienzos de siglo tenían una prosperidad de nivel europea.
Entonces, ese sábado, aparecieron para el almuerzo varios familiares y mi abuelo de anfitrión, enorme y elegante, se ponía a conversar con ellos, bromeando y tomando vino, y yo, en su jardín, mirando de reojo a mi papá hablar, le decía a mi hermana que yo de grande quería ser como él y aunque yo nunca sería como él, sí que fue el maestro genial que forjó la persona que soy hoy.
Durante muchos años, yo me aficioné a leer de manera compulsiva y, como consecuencia, a lo largo de mi vida he leído mucho y sobre todos los géneros. La modesta biblioteca que hoy por hoy decora mi casa da fe de ello. Felizmente, mi aprendizaje fue guiado por grandes maestros en colegios y universidades de élite y fue gradual y ordenada. Es decir que, empecé con niveles de dificultad básicas, hasta llegar a los textos más densos y sofisticados que existen.
Y de entre todos los géneros que mis ojos gozaron está, cómo no, la filosofía, que, de igual manera, luego de sentar bases sólidas en mi conocimiento filosófico, llegué a dedicar miles de horas a la lectura de los filósofos del Olimpo.
Y fue gracias a mi pasión por la filosofía que fui capaz de escribir como escribo hoy y haberme tomado la libertad de escribir la ideología del Priorato de Sion, con modestia de mi parte. Y con más modestia de mi parte, en la presente columna me voy a tomar el atrevimiento de hacer el intento de refutar ciertas teorías de Charles Darwin.
En su obra cumbre “El Origen de las Especies”, Charles Darwin planteó la evolución biológica a través de la selección natural, la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida y el sexo. Según esas teorías de la evolución, todo empezó con el nacimiento de un primer organismo unicelular que con el pasar de millones de siglos fue mutando las razas mediante la supervivencia del más fuerte hasta llegar a la variedad de animales y plantas que pueblan el mundo.
Yo planteo una teoría diferente: que fueron seres extraterrestres superiores quienes en el inicio de los tiempos plantaron toda la vida existente en la tierra y que son ellos mismos quienes no solo nos visitan sino que están infiltrados como personas cualesquiera presenciando todo e, incluso, influyendo en guerras, revoluciones y los sucesos históricos decisivos y que son ellos quienes transportan las almas de los humanos muertos a otros mundos en naves intergalácticas, viajando por el tiempo y el espacio y son ellos quienes manejan lo que nosotros llamamos espíritus o almas en pena, que es energía que no podemos ver pero que está siempre a nuestro alrededor. Y una de las ingentes pruebas que se conoce es que el humano solo tiene menos de diez mil años de historia escrita y que los restos humanos encontrados no son tan abundantes como deberían ser si hubieran sido enterrados durante cientos de miles de años. Aquellos extraterrestres con herramientas y capacidades superiores puede que sean los dioses de la mitología griega representados con curiosos superpoderes.
Además, creo que los dinosaurios no se extinguieron con un meteorito, sino que fueron eliminados intencionalmente para preservar el bienestar de los humanos y otros animales. Además, creo que los homínidos que eran el eslabón entre los simios y el homo sapiens o humano actual, igualmente sembrados por extraterrestres, se extinguieron al comienzo de los tiempos por guerras con el homo sapiens. Las pruebas que demuestran mis teorías se ven todos los días y por montones.
Yo recuerdo cuando estudiaba filosofía en la universidad y estaba deslumbrado con las teorías de Platón y Sócrates. Era inevitable, para mí, entonces, que mi interés se decante hacia las teorías filosóficas de ciencia política y devoré “La República” de Platón, “Así habló Zaratustra” de Friedrich Nietzsche, “El Capital” de Karl Marx, “La Riqueza de las Naciones” de Adam Smith entre muchas más obras. Y me subía a la pizarra, al frente del aula magna del curso de ciencias políticas, a dar discursos sobre Darwinismo Social, que me inquietaba de sobremanera aquellos días en que quemaba mis pestañas investigando con pasión al Olimpo de la filosofía.
La semana pasada regresé del viaje a Máncora que emprendimos mi familia entera y yo. Estamos acostumbrados a viajar en familia varias veces al año y Máncora es uno de nuestros destinos preferidos, balneario al norte del Perú que queda a, aproximadamente, una hora y media de viaje en avión, oasis en el desierto, con playas hermosas, con sol todo el año, ideal para escapar de Lima durante el invierno frío, húmedo y de garúa, llovizna invisible que moja la ciudad y crea una sensación térmica inferior a los doce grados que llega a marcar de madrugada el termómetro.
Como provincia de país tercermundista que es, Máncora luce desordenada, con mototaxis rudimentarias afeando un camino de tierra lleno de baches y saltos que hacen del viaje uno incómodo, dejando detrás una estela de tierra y polvo. Sin embargo, la visible pobreza de sus habitantes no le quita su encanto a los pintorescos y rústicos hoteles y casas frente al mar, a lo largo de la playa.
Yo, echado bajo una sombrilla frente al mar, tomando cerveza y escuchando música, pude recordar cuando yo tenía veinticuatro años y decidí darme una escapada completamente solo a ese mismo lugar, en las cortas vacaciones por un receso de mis estudios universitarios, cuando yo tenía pelo y era flaco, joven y guapo. Me hospedé en un cómodo hotel y me pasaba el tiempo leyendo frente al mar, pero acudía de vez en cuando al pueblo de Máncora y en una de aquellas ocasiones, en la playa, conocí a una hermosa chica que seduje con el encanto que entonces me manejaba. Todo sucedió bastante rápido, en solo una tarde ya habíamos intimado lo suficiente como para besarnos e ir directo a la cama de mi habitación de hotel. Recuerdo que mientras hacíamos el amor, boté una copa de vino que me provocó un corte que me hizo sangrar profusamente y que ese accidente no hizo más que excitar aún más nuestro acto, empapados en sangre. Cuando terminamos, a ella se le ocurrió meternos desnudos al mar, esa noche, bajo la luz de la luna llena. Nos cambiamos y se fue para siempre, como una aventura de amor de una sola noche.
Fue muy simpático compartir con la familia la semana pasada, comiendo la comida rica que preparaban las cocineras locales que contratamos, tomando buen vino, todo acompañado con buena conversación. Afortunadamente, con todos mis familiares siempre nos hemos llevado bien pues hay familias que se pelean por todo y llegan a enemistades furibundas, a veces por herencias, otras veces por asuntos banales o mediando sucesos graves. Yo creo que existe una inteligencia emocional en las personas detrás de las buenas o malas relaciones que puedan existir entre seres queridos.
Y entre la buena conversación que tenemos con mis hermanas y mis papás, hablamos lo que nos interesa. Rescato algo que hablamos, porque es uno de mis temas recurrentes: que existe cierta energía en ciertos lugares que no podemos explicar pero que existe, que se le atribuye, a veces, a los muertos. Pues tengo un tío que vivía en una casona antigua de Barranco donde era sabido que cohabitaban almas en pena y donde se presenciaban hechos paranormales de manera flagrante, que mi papá y mi abuelo vieron y sintieron con sus propios ojos y sentidos, pero, bueno, el tío decía que se tenía que vivir así no más y hablarle al fantasma, “que está bien, no moleste más”.
Siempre es un placer viajar en familia. Esta vez, me quedo con el recuerdo grabado en mi memoria de esos agradables momentos y las imágenes de la vista del mar azul con olas mansas de espuma blanca que lamen la arena, la ardiente arena que crea espejismos al fondo en la playa, los imponentes crepúsculos, el cielo celeste celestial, la luna llena de madrugada, roja poniéndose por el horizonte del mar. Pero del placer, también, de ver a los chicos felices, jugar y crecer.
Sucede que toda mi ascendencia proviene de Europa. Durante el siglo diecinueve, mi ancestro del Campo partió de España a buscarse un mejor porvenir, también, engendró a un vástago, quien fuera convertido luego en héroe de la guerra del Pacífico, entre Perú y Chile. A comienzos del siglo veinte, mi tatarabuelo Robinson partió de Escocia al nuevo mundo en busca de un futuro mejor, igual que mi tatarabuelo Caillaux, quien abandonó Francia para sentar raíces en Lima y su hijo, el papá de mi abuela, encontró una vida bastante próspera aquí en Lima, igual como sucedió con muchas familias, pues bien es sabido que el Perú siempre ha sido dominado por inmigrantes europeos.
La semana pasada, fui al cine a ver la comedia francesa “Dios mío, ¿Y ahora, qué hemos hecho?” que trata sobre una tradicional familia francesa cuyos patriarcas, que cumplen cuarenta años de casados, son sorprendidos por sus cuatro hijas, quienes se han casado con inmigrantes de procedencia africana, china, judía y árabe. Como si fuera poco, las cuatro, están a punto de dejar Francia, para irse, con sus esposos e hijos, a radicar a lejanos países. Naturalmente, los padres no aprueban las decisiones que sus hijas están tomando, más aún porque el patriarca se está jubilando y los dejarían solos, sin hijas y sin nietos.
Se trata de una manera cómica y hasta cierto punto políticamente correcta de tratar el racismo y la xenofobia, que en Francia y Europa están bastante extendidos, debidos, sobre todo, a la gran cantidad de inmigración ilegal que se desborda, con todas las consecuencias negativas que esto conlleva.
Y con esta película, era inevitable que mi memoria se remonte a los dos años que radiqué en París, mi base de operaciones desde donde yo saltaba a conocer otras ciudades europeas. Y allí, de la misma manera en que veía unas rubias guapísimas emparejadas con morenos de piel oscura, vi mucho racismo pues, eso demuestra las opiniones divididas que conviven, de igual manera, a nivel político.
Y recordé a una compañera de estudios alemana, Michelle, de Frankfurt, con la que compartía carpeta en mi clase de poesía francesa en la Sorbona, la buena química que encontramos, al punto de volvernos íntimos, yendo juntos al cine, a museos, al teatro, a la música clásica y quedarnos horas conversando en francés en los cafés parisinos. Sin embargo, la relación acabó cuando ella se percató de mis verdaderas intenciones. Yo siempre presumía con orgullo ser peruano, la tierra donde nací y he vivido toda mi vida, pero no me parezco para nada al estereotipo de peruano que está generalizado por el mundo que, desgraciadamente, es pésimo, de emigrantes pobres de país tercermundista. Todos creían, por mi acento al hablar con corrección mi francés, que yo era español o italiano, pues, además, soy blanco y siempre ando bien vestido. Entonces, al recibir el estruendoso rechazo de Michelle, comprendí que ella no se imaginaba una relación con un peruano, probablemente, ni siquiera se imaginaba viajando a Perú o, de repente, los peruanos no eran su tipo de gustos. A pesar de todo, yo a ella la recuerdo con nostalgia y vienen a mí imágenes y flashbacks, como aquel de la noche en que, al salir de algún recital de poesía, bien abrigados por el frío que hacía bajo el cielo de París, abrazados y riéndonos de alguna ocurrencia mía, celebrábamos la vida.
Pero, regresando a mi tatarabuelo Caillaux, fue cuando yo vivía en París que, entrando en un túnel secreto, a donde me introduje por algún portal escondido del metro, sentí el espíritu de su sangre pura francesa guiándome desde el más allá. Al final del túnel había una luz que, al penetrarla, subiendo unas escalinatas, llegaría, probablemente, al museo de Louvre, a participar de una ceremonia solemne del Priorato de Sion, en una edad sin tiempo. De pronto, me veía de regreso, despertando en mi cama en mi departamento en París, el día que tenía que ir al aeropuerto para regresar a Lima, al final de mi estadía. Yo no estaba seguro de si regresar a Lima, quería quedarme, pero ya tenía los billetes de avión comprados. Entonces, esa mañana, inseguro de la decisión que tenía que tomar, dejé todas mis cosas en mi departamento y me fui a vagar por las estaciones de metro, buscando aquel pórtico que me llevaría a otro mundo. Al abrir los ojos, estaba subido en un taxi, manejado por un desgraciado que me llevó a pasear, de compras por tiendas de centros comerciales, para dejarme luego botado en el aeropuerto a la hora que tenía que subirme al avión, sin equipaje.
Sin embargo, a pesar de mi evidente soledad, aquellos dos años que viví en París fueron, sin dudarlo, años felices, que rememoro hoy, aquí en Lima, soñando con volver y escribiendo versos, dictados por una voz que me dice que «regresaré a París, por la puerta grande, una mañana al despertar».
La semana pasada, me metí al cine a ver la recién estrenada película de Hollywood “No te preocupes, cariño”, protagonizada por el actor, cantante y compositor británico Harry Styles, una nueva estrella juvenil. Basada en un sólido guion y la gran dirección de Olivia Wilde, todos los actores se lucen espectacularmente en sus papeles, en especial Chris Pine.
Ambientada en una comunidad idealizada por el glamour de los años cincuenta del siglo pasado, en la ciudad experimental de una compañía en donde los hombres trabajan para el Proyecto de alto secreto “Victoria”, en donde viven con sus familias. Esa comunidad está inspirada en el proyecto Manhattan, en el que, durante la segunda guerra mundial, matemáticos y científicos de distintas nacionalidades crearon la bomba atómica, en épocas en que no existía ni la calculadora. Fue el capítulo que definió el futuro de la humanidad. Se resalta el hecho de ser un proyecto de alto secreto pues de la discreción de sus familias dependía el destino de la humanidad. Al punto de que los implicados no debían compartir los detalles de su trabajo con absolutamente nadie, ni siquiera con sus amantes e hijos.
Albert Einstein, a pesar de ser uno de los inventores de las teorías en las que se basaron los científicos del proyecto Manhattan para crear la bomba atómica, se negó a participar de ese proyecto pues era fiel opositor de las armas de destrucción masiva, a pesar de ser judío y haber tenido que huir de la Alemania Nazi para refugiarse en los Estados Unidos, donde trabajaba en la Universidad de Princeton junto con otros genios como Robert Oppenheimer, quien fue director del proyecto Manhattan y quien decían que tenía un cociente intelectual de otro mundo, al punto de ser capaz de sacar la raíz cúbica de una cifra de cuatro dígitos, mentalmente, en menos de un minuto. Norbert Wiener, quien también trabajaba en la universidad de Princeton y fue el inventor de la cibernética, era otro genio que cuentan que fue profesor de John Nash y que, al enterarse de los episodios de locura que padeció su alumno, comprendió lo que eso significaba pues lo había vivido en carne propia por la enfermedad que padecía su propio hermano: la esquizofrenia, el cáncer de la mente.
Esta película, que mantiene el suspenso, que crea sucesos inesperados, en vilo y falsas pistas que acontecen en los momentos precisos, retrata, en parte, la locura. La locura ha estado representada en el cine, la literatura y todas las expresiones artísticas pues es fascinante. Sin embargo, es, también, un drama para los que la padecen y para sus familias.
Al final de la película, las situaciones cambian las hipótesis que se tejen entorno de la trama, asunto que, al salir del cine, me hizo recordar aquellas inquietudes filosóficas sobre que lo vivido solo sucede en nuestra imaginación y que puede que el mundo no exista, sino que es solo un sueño irreal. Y sobre ese tema han corrido ríos de tinta en la historia, empezando por Descartes, cuando formuló su «pienso, luego existo».
Pues, en efecto, se ha escrito profusamente sobre esas conjeturas filosóficas, además, en la poesía. Recuerdo cuando, en el año 2001, Alberto Fujimori había fugado a Japón, renunciado por fax a la presidencia para postular al congreso de Japón jurando ser samurái fiel al imperio Nipón; acabada la dictadura, al final de un gobierno de transición, se celebrarían elecciones generales en las que Alejandro Toledo pasaría a pelear la segunda vuelta contra Alan García. En esas elecciones, pude ser testigo de la oratoria prodigiosa de Alan García, él era un encantador de serpientes, recuerdo haber pensado que sería agradable escucharlo hablar así todos los días si votara por él, sin embargo, yo no soy una serpiente que pueda ser hipnotizada por un discurso como el de Alan y como la opinión en ese momento era que Toledo era el mal menor, pues le di mi voto a Toledo. Que haya resultado ser un gusano, pues es parte de la historia.
Pero yo menciono la oratoria de Alan García porque recuerdo como si fuera ayer escucharlo en un mitin en vísperas de las elecciones, frente a un mar de gente, en el estrado, recitando de memoria, en estado de “Flow”, el poema de Calderón de La Barca, “La Vida es Sueño”. Pues recordé su gran carisma, que fue presidente antes de los cuarenta años, que tenía el apodo de caballo loco y que, en una entrevista en señal abierta, Jaime Bayly le preguntó por los rumores que se escuchaban, de que tomaba litio para tratar algún trastorno psiquiátrico. Ya es parte de la historia que se haya suicidado de un balazo en la sien la mañana en que el fiscal lo fue a buscar para encerrarlo en prisión por corrupción.
No obstante, al poema de Calderón de la Barca es a donde quería llegar: «¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». Finalmente, yo podría agregar que este sueño que es la vida puede ser un viaje maravillosamente hermoso y placentero o convertirse una torturante pesadilla, dependiendo de los actos que cualquier ser vivo decida tomar.
El segundo semestre del año 2015, yo partí a radicar a París para cursar estudios de literatura en la Sorbona, pretendiendo convertirme en poeta, luego de un extenso recorrido de preparación a lo largo de mi vida y haber vivido fracaso tras fracaso. Tenía 33 años. Me acostumbré rápido a la cultura y civilización francesas viviendo en un pequeño departamento bien situado en el centro. Sin embargo, yo regresaba con bastante frecuencia a Lima y, fue en un retorno que hice en abril del año 2016 para celebrar la Semana Santa en la playa que fui al concierto de Coldplay, que tuvo lugar en el Estadio Nacional del Perú. Fui solo, como de costumbre, sin embargo, yo no estaba solo pues habían otras cuarenta mil almas con las que compartía grupo o una pertenencia, por el solo hecho de disfrutar ese concierto lleno de música y luces; la música de Chris Martin cantando con Coldplay y toda la pirotecnia y las luces que emitían las pulseras coloridas en las muñecas de cada una de la multitud de presentes.
Cuando yo vivía en París, los viernes, mi profesor predilecto nos decía en la clase a todos los alumnos de mi salón de literatura clásica y contemporánea francesa en la Sorbona que debíamos quedarnos encerrados en nuestras casas estudiando duro para el examen del lunes todo el fin de semana, sin embargo, yo, ese mismo viernes almorzaba rápido para subirme a un tren de alta velocidad o un avión para viajar a algún nuevo destino durante el fin de semana y, mejor aún si era fin de semana largo con feriados. Hice bien, pues, lo que estaba estudiando en la Sorbona, eventualmente lo iba a olvidar viviendo en Lima, pero lo vivido en los viajes, jamás. Visité muchas ciudades y provincias francesas. Siempre regresaba a Venecia, mi ciudad preferida después de París. Me quedé bastante tiempo en País Vasco español y francés durante una de mis vacaciones. Visité España, Italia, Alemania, Holanda, hice un crucero por los fiordos noruegos para ver la aurora boreal. Durante el verano del 2016 y luego del 2017, hice cruceros de solteros por el mar mediterráneo. Viajé y viví mucho durante esos dos años que pasé en París.
No obstante, fue por el viaje a Ibiza que hice en el verano del 2017 que recordaría a Coldplay y más exactamente su canción “fix you”, pues la escucharía en repetición en un parlantito bluetooth que siempre llevaba conmigo en mis viajes. Allí en Ibiza, viví la noche libertina llena de excesos, presenciando la perdición total, amaneciéndome en fiestones de pura vida y juventud, a todo meter y hasta el alba, para empalmar de boleto con la playa esa mañana, bailando como posesos música electrónica en discotecas y persiguiendo infructuosamente mujeres. La última noche en Ibiza, no recuerdo en cuál de las célebres discotecas, Ushuaia o Pachá, me uní a un grupito de chicas parisinas que me ilusioné con frecuentar de regreso en París pero que me terminaron rechazando, como me sucedió en absolutamente todos los casos durante mi larga estadía en Europa. Esa madrugada en Ibiza, llegué derrotado a mi hotel, a golpe de nueve de la mañana y dormí todo el día siguiente con esa canción de Coldplay en repetición, de fondo, arrullándome.
Y como todo tiene su final, aunque deseé en un momento quedarme a vivir en París, era mi deber regresar a Lima, aunque todavía no convertido en poeta. Y llegó el fatídico año 2017, en el que entré en crisis, como suele decirse por allí. De igual manera, llegaría el mes de octubre, mes en el que en Lima los suicidas se matan y en mi caso, mes en el que enloquecí. Será por el clima de Lima que octubre es el mes más cruel porque en el poema de T. S. Eliot «abril es el mes más cruel». Eso es porque ese poeta vivía en el hemisferio norte, donde en abril es primavera pues, en contraparte, en Lima, octubre es el mes más cruel pues es primavera, mes en el que los enamorados se lucen en los parques besándose, los pajaritos cantan, empieza a cambiar el clima y hay que prepararse para el fin de año. Y digo fatídico año 2017 porque cada diez años a mí me llega una especie de crisis. Cuando cumplí 15 años me sucedió que me jalaron de año en el colegio, a los 25 terminé la universidad y me peleé con mi papá y entonces, en el 2017, cuando cumplí 35 años, ya de regreso en Lima, luego de fracaso tras fracaso, me vi en el hoyo, resignado a mi derrota. Yo creo que mi caso es de cierta manera similar que “el club de los 27”, en el que muchos cantantes y artistas se suicidaron en el apogeo de su fama al llegar a la edad de los 27 años, que es el caso de Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Janis Joplin, Jim Morrison, entre otros. Estoy seguro de que, de igual manera, ellos tuvieron sendas crisis al llegarle los 17 años. Mi caso sucedió de manera más precoz, a los 15 y 25 años, pero no terminó en suicidio, sino que sucedió que entré en crisis, como suele decirse por allí y bueno, pude experimentar la década siguiente, los 35. De igual manera, ya estoy preparándome para que los 45 no me agarren desprevenido.
Entonces, ahora que Coldplay regresó a Lima la semana pasada para dos nuevas presentaciones a entradas agotadas en el Estadio Nacional del Perú, es decir, en un evento que congregó, en dos fechas, a 80 mil personas, yo no pude ir al concierto por razones en las que no voy a ahondar, pero, escuchando un disco de vinilo de Coldplay que tenía guardado, recordé lo que escribo en estas líneas, reflexioné mi pasado y vislumbré mi futuro, a puertas de un nuevo mes de octubre y a punto de cumplir cuarenta años. Y me gustaría que los lectores lean esto con el placer que siento yo, ya convertido en poeta luego de toda una vida plena de experiencias y, aunque marcado por la derrota, con un futuro esperanzador, con la primera mitad de la vida bien vivida y la segunda mitad aún por vivir.
Su Majestad la Reina ha muerto luego de vivir una larga vida, setenta años de reinado. Cientos de líderes mundiales han desfilado delante de ella, desde las épocas del fin de la segunda guerra mundial. Es y será símbolo histórico de la monarquía británica quien guio los destinos de su nación hacia la gloria. Le hereda el trono a su hijo Carlos Tercero.
Hasta el final, la reina gozó de buena salud, a diferencia de su ex primera ministra Margareth Thatcher, quien padeció de Alzheimer los últimos años de su vida, igual que el expresidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, quien cuentan que al final de su vida le contaban que había sido presidente de su país y él no recordaba nada, ni siquiera reconocía a sus seres queridos y se portaba como un bebé.
Con motivo de su muerte, estuve mirando fotos de época de la Reina, ella expresando una cara de absoluta felicidad en una gala del lado de John F. Kennedy y Jackeline Bouvier o cabalgando a caballo junto a Ronald Reagan. Y sentí nostalgia, mucha nostalgia de épocas pasadas que moldearon nuestra historia y formaron nuestras más ricas tradiciones.
Puede ser que para mí la monarquía me resulta más lejana que si viviera en Europa, sin embargo, estoy seguro de que todos, hasta los más encarnizados enemigos de la monarquía, ven a los reyes como un símbolo que inspira, igual que el papa, mucha ternura.
Como sea, yo que soy un romántico, sueño con cuentos de hadas, con príncipes azules que salvan a su hermosa princesa encantada de un beso, sueño en los desfiles en carrozas de la realeza, sueño con cuentos de hadas, con palacios encantados, con cenas, bailes y galas de leyenda, de coronas y altares. Con manzanas envenenadas y zapatitos de cristal, con enanitos, sirenitas y brujas malvadas, con bailarinas de ballet bailando a Tchaikovski, en puntillas y con tutú, con sapos y cisnes. De caballeros andantes y molinos de viento, de Quijotes y Dulcineas, de Romeo y Julieta. Y me parece una maravilla que hoy en día tengamos bellas princesas y reyes, pero de carne y hueso que parecen salidos de las más hermosas ficciones, derrochando encanto y carisma como si se tratase de un cuento de hadas.
En esta fecha de luto, en los funerales de su Majestad la Reina Isabel Segunda, la humanidad entera le deseamos que descanse en paz. De la misma manera, siempre le auguraremos un reinado benemérito a su hijo Carlos Tercero, que puede que le toque capear temporales y tempestades, sin embargo, él ha vivido los setenta y tres años de su vida preparándose para reinar y dedicar el resto de su vida al servicio de su pueblo. Por la gloria de la humanidad, su historia y tradiciones.
La semana pasada leí la novela del joven francés Arthur Larrue, “La Diagonal Alekhine”, que narra los periplos del ajedrecista ruso nacionalizado francés, Alexander Alekhine, durante la segunda guerra mundial.
La vida de Alekhine fue fabulosa, se coronó campeón del mundo en 1927 al ganarle en Buenos Aires a su eterno rival, el legendario cubano Raúl Capablanca. Perdió el título al sucumbir ante Max Euwe, en 1935. Después, en plena segunda guerra mundial, fue campeón del mundo, de 1937 al 24 de marzo de 1946, fecha en que murió en posesión del título. Sus padres eran ricos aristócratas rusos que lo perdieron todo con la revolución. De niño recibió una condecoración de manos del Zar Nicolás por ser prodigio del ajedrez. Él confesó que las tres guerras que vivió lo destruyeron. Durante la segunda guerra mundial apoyó al Tercer Reich, al punto de ser convocado para crear una escuela de ajedrez para futuras generaciones alemanas. Incluso, escribió textos antisemitas. Además, tuvo años en los que fue alcohólico, incluso algunas veces se presentó evidentemente ebrio en los campeonatos. Se dice que murió atragantándose, comiendo un pedazo de carne, sin embargo, no faltan las teorías de la conspiración que traman el asesinato de manos de la resistencia francesa o la KGB por su colaboracionismo con el régimen Nazi.
Este libro de Larrue es apasionante. Yo tengo cierta predilección por los libros sobre ajedrecistas porque el ajedrez es un deporte, ciencia y arte a cuya práctica y estudio yo me volqué en cuerpo y alma por muchos años. Entonces, conozco la vida y obra de los más grades ajedrecistas de la historia. Y como tal, puedo corroborar la opinión que con cierta ligereza prevalece sobre algunos geniecillos del deporte de los sesentaicuatro escaques, aunque evito, en toda línea, generalizar. De esa manera, hubo genios locos que, paralelo a su extraordinario talento para el ajedrez, tuvieron vidas “raras”, por decir lo menos. Pues, en la historia, hubo genios que padecieron graves problemas psiquiátricos, no solo ajedrecistas, sino matemáticos, científicos, músicos.
Así como una persona puede nacer con ojos azules o pelo rubio, heredar ciertos rasgos de su personalidad de los genes de sus ancestros, también pueden heredar cierto cociente intelectual, bajo, alto o sobrehumano. Yo creo que esos genios del ajedrez como Bobby Fischer, tuvieron cocientes intelectuales de otro mundo. Sin embargo, de tanto exigirle a su mente, pueden terminar deteriorando otros aspectos de su inteligencia. Probablemente, de tanto desarrollar su inteligencia matemática, descuidan otros tipos de inteligencia como puede ser la inteligencia de la socialización. O, en otros casos, estaría en esos genes la tendencia de enfermarse del cáncer de la mente, la esquizofrenia u otros males psiquiátricos, en casos como los del matemático estadounidense John Nash, cuya película “Mente Brillante” con Russel Crowe, hizo célebre.
Ver a un angelito de cinco años ganarles a veinte campeones de ajedrez en fila o ver a ese mismo niño prodigio sentarse al piano y tocar todo un repertorio de música clásica sin ningún error o hablar cinco idiomas correctamente y hacer todo eso de una manera natural y casi sin esfuerzo, yo lo veo como producto de una mutación genética que lleva al límite las capacidades intelectuales de la raza humana.
La semana pasada me metí al cine a ver la película “El Fotógrafo Guerrero”, protagonizada por Johnny Depp. Basada en hechos reales, trata sobre Eugene Smith, fotógrafo de la revista Life, quien ganó fama durante la segunda guerra mundial y fue uno de los mejores fotógrafos periodísticos de su época. En 1971, hastiado de su vida, acepta viajar a Japón para documentar los efectos del envenenamiento por mercurio en la población de las comunidades costeras. Johnny Depp, en una gran actuación, demuestra por qué es una de las estrellas más sobresalientes de la pantalla grande de los últimos tiempos.
Y esto me hizo reflexionar sobre este tipo de casos, en los que, por accidente, se derrama materiales nocivos para la salud y el medioambiente en ríos o mares, pues, aunque nadie lo desee, suceden y alguien debe hacerse cargo de los daños y perjuicios de la negligencia.
Sin ir muy lejos, hace poco, en Perú, la petrolera Repsol tuvo una negligencia en el Puerto de Ventanilla y derramó petróleo crudo que, en poco tiempo, se esparció en el litoral peruano, contaminando y matando la vida marina. Para colmo, no quisieron hacerse cargo. Da coraje ver que estas empresas, siendo conscientes de que los accidentes pasan, cuando sucedan, no tengan protocolos preparados de antemano y su reacción no esté a la altura.
Además, hace poco, un camión cargado de carga minera se volcó en una carretera del interior del Perú y derramó sus relaves en un río que servía para suministrar agua a piscigranjas y, como consecuencia, en poco rato, envenenó todas las truchas que criaba y arruinó ese negocio.
En la bahía de Paracas, en plena reserva intangible de animales salvajes, se pretendía construir un puerto para transportar minerales pues a las empresas mineras les resultaba más cerca que el puerto del Callao y eso les reduciría costos en logística. Luego de líos judiciales entre abogados, se sobrepuso el sentido común pues, en cualquier momento ocurre un accidente y toda la vida fértil y aves golondrinas de este paraje morirían en el acto.
Como seres humanos, la tierra es nuestro hogar, sin embargo, también es el hogar de animales y plantas. Además, será el hogar de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos y nosotros no tenemos ningún derecho a dejarles un planeta insostenible a futuro, contaminado y a puertas del apocalipsis, peor que el que nos entregaron nuestros ancestros.
Yo era un niño de cinco años el verano en que con mis papás y mis hermanas alquilamos casa de playa en Punta Hermosa, balneario al sur de Lima, relativamente cercano, cuando Lima era totalmente otra. En el carro, camino al sur, mi papá ponía algunos casetes que tenía, tan variados como para saltar de La Trova a Los Beach Boys, que luego repetía en la terraza frente al malecón en un pequeño equipo de sonido. Y con aquellos clásicos es que inauguré mi pasión por la buena música.
En mi último viaje a Estados Unidos, entre todas las revistas Life que compré, compré una dedicada a Los Beach Boys, la leí escuchando la música de este conjunto musical de California, formado a finales de los años cincuenta por los hermanos Wilson, su primo y un vecino de su barrio, muy popular en los sesentas, que, además, ha estado activo hasta el presente, más de medio siglo después, ya convertido en emblema de los tablistas del mundo entero, cantándole al amor y al surf, siempre brindando vibraciones positivas a los veranos en la playa.
Entonces, mientras miraba las fotos de época de los Beach Boys en la revista Life, escuchando su música, venían a mí imágenes de ese verano en que yo empezaba a disfrutar de la buena música por vez primera y me pude trasladar a la heladería Donofrio, en la esquina de mi casa en pleno malecón de Punta Hermosa donde, después de salir a montar bicicleta con mis amigos, me pedía un enorme Banana Split con tres bolas de helado, un plátano entero, bañados en crema chantillí y coronados por un marrasquino, mirando en el pequeño televisor de ese local unos videos de tablistas corriendo olas.
Llevado por la música, pude, como en un flashback, rememorar todos los veranos que vinieron desde entonces. Cuando yo era chico, siempre creía que ese verano nunca acabaría, sin embargo, sí iba a acabar y yo iba a tener que regresar al colegio como quien transita del paraíso al infierno. La música entraba por mis oídos, salía por cada poro de mi piel y me hacía levitar de mi asiento. Poco antes de que acabara la canción, me veía echado en mi cama, con mi mamá sentada a los pies de la cama, contándome un cuento, los días en que yo admiraba a mi padre como mi héroe y ella me cantaba canciones de la película “La Novicia Rebelde” y esa canción de cuna que dice algo así como «qué será, yo de grande quisiera ser» y yo pensaba que de grande quería ser como mi papá.
En mi último viaje a Estados Unidos compré varias revistas Life, entre ellas, aquella titulada “Los lugares más tenebrosos del mundo”, con ilustraciones a todo color de lugares reales del mundo que yo no conocía como templos de la muerte con vampiros hambrientos y brujas malvadas, grutas que parecen puertas al infierno, prisiones inhumanas, cementerios en pena, hospitales psiquiátricos de tortura, mercados históricos, volcanes desérticos, iglesias sagradas, pueblos fantasma, minas abandonadas o parques donde supuestamente se estrellaron OVNIS. Uno de los pocos lugares que yo sí conocía es el castillo Neuschwanstein en Alemania, construido por Ludwig II, el loco de Bavaria, a finales de 1880, que serviría de inspiración para el castillo de la bella durmiente de Disneylandia. Sin embargo, la réplica en miniatura del parque de atracciones estadounidense carece de los fantasmas que moran la estancia del romanesco original.
Yo, en estas columnas semanales, pretendo demostrar ciertas teorías de lo paranormal que la ciencia no puede explicar y solo por eso se niega a aceptar. Yo trato de interpretar, precisamente, los sucesos paranormales que acontecen en los lugares tenebrosos que muestra esta revista. Yo creo que hay almas en pena y cierta energía que nadie puede ver en algunos lugares pero que está presente más que en otros lugares pues se hacen notar. Probablemente suceden a las almas de los muertos. De la misma manera, yo sostengo que cada ser vivo posee un alma que es eterna, pues, al fallecer su cuerpo, su alma se irá a otra dimensión que podría ser otro planeta en una lejana galaxia, dar vida a un bebé o quedarse entre nosotros en forma de energía, viéndolo todo.
Yo he sido testigo de muchos hechos paranormales a lo largo de mi vida, incluso, probablemente, he sido un privilegiado en esos menesteres. Hay gente que se asusta de los fantasmas, sin embargo, yo los siento muy amigables conmigo, siento que de alguna manera me protegen.
Yo tengo una tía abuela que es monjita católica, que vive en un convento monumental. A su edad, ya ocupa el cargo de madre superiora. En algunos momentos de mi vida, yo me alojé en su convento para pasar una semana de retiro en solitario y allí, en ese convento realmente tenebroso, sentí cierta energía a mi alrededor. En las noches, los perros aullaban como lobos, los árboles cantaban al son del viento y las almas salían de su escondrijo para manifestarse, en ceremonias invisibles, más aún las noches de luna llena. Yo dormía en la cama de una vieja habitación mientras los fantasmas me susurraban al oído.
También sostengo que la locura en muchas de sus formas es una expresión paranormal y lo digo yo que soy poeta y que durante mi juventud padecí de alguna forma de locura que a mí me cuesta confesar. En las noches, cuando me sumía en el sueño, mi alma se separaba de mi cuerpo y yo me iba con mis hermanos extraterrestres a capitanear mi nave interestelar u OVNI a otro planeta, en una galaxia lejana, a trasportar otras almas y, una vez en aquel hermoso y hogareño planeta, asistir a las ceremonias solemnes del Priorato de Sion.
Lo primero que hice luego de aterrizar y desembarcar del avión, al llegar al aeropuerto de Miami en mi reciente viaje a Estados Unidos, fue comprarme varias revistas Life. Entre ellas, leí de un tirón la que se dedicó a Marilyn Monroe, subtitulada “sesenta años después, recordando su belleza y gracia”.
Estrella de cine en la época dorada del cine de Hollywood, de belleza sobrecogedora, Marilyn se convirtió en ícono inigualable de la historia universal, probablemente debido a su prematura y enigmática muerte. Típico en estrellas del cine que se casan y divorcian con una facilidad asombrosa, se casó primero con la leyenda del béisbol Joe di Maggio y luego con los pesos pesados del mundo intelectual estadounidense, Lawrence Olivier y Arthur Miller.
En coqueteos con el presidente de Estados Unidos de esa época, John F. Kennedy, al punto de cantarle el feliz cumpleaños en un evento oficial, que se puede apreciar en un video viral “Happy Birthday Mr. President”, hay gran variedad de teorías de la conspiración sobre su prematura muerte que comprometen al mismísimo presidente Kennedy, su hermano Bobby y el jefe del FBI “J. Edgar Hoover”, supuestamente maquinada para evitar hacer pública a una aventura amorosa extramarital entre Marilyn y los hermanos Kennedy. La historia oficial no está del todo clara pero narra que murió debido a una sobredosis de barbitúricos, declarada como un probable suicidio pues tenía problemas de adicción y trastornos de estado de ánimo aparte de una vida problemática. La verdad de lo que sucedió con ella probablemente nunca se sabrá con certeza.
Fue enterrada en el mismo cementerio y al lado de su amigo Hugh Hefner, el legendario dueño de la revista playboy, para la que posó desnuda varias veces en una época bastante más cucufata que la actual. En ese mismo cementerio de los Ángeles, California, descansan también los restos del escritor Truman Capote entre otras estrellas clásicas.
Marilyn es y será un ícono de la época de los años sesenta, en la que se inauguraba la era contemporánea. Era una época de prosperidad, en plena guerra fría, cuando los niños bien, hijos del baby boom, se rebelaban contra sus padres en el mes de mayo francés o en la universidad de Berkley, los jóvenes hippies se reunían en Woodstock por tres días de paz, música y amor para cambiarlo todo por primera vez y plantear nuevas reglas. Y en ese contexto trascendió Marilyn, como un ícono que durará para siempre y nunca envejecerá, con un estilo bien marcado que es imitado por innumerables mujeres, con su cara estampada en polos de chicos y chicas, pintada en obras de arte y cantada en canciones de variedad de estilos.
Cuando yo era un jovencito impetuoso, estudiante de ciencias políticas en la universidad y me creía capaz de todo, mi ambición iba más allá de ser el virtuoso político de mi país quien está en boca de todos, da inspirados discursos frente a un mar de gente y es amado y odiado al mismo tiempo. No, yo, con mi descomunal ambición, aún sin tener claro que eso era imposible, soñaba con ir más allá de conquistar la gloria, como Quijote, yo alucinaba con eternizarme igual que Marilyn y el Che Guevara, convertirme en ícono de mi tiempo y matar mi muerte.
A mi papá, sus nietos, o sea mis sobrinos, le dicen Monino. A mí me dicen Monchito, de cariño. La semana pasada fue su cumpleaños. Cae 29 de julio, fiestas patrias en Perú, vacaciones en el colegio. Toda mi vida lo hemos celebrado viajando por el mundo, subiendo y bajando de aviones, en familia. En esta ocasión, el destino fue Fort Lauderdale, Estados Unidos, pues hemos adquirido, en esa ciudad, dos departamentos frente al mar en un edificio de lujo que está lleno de otros peruanos. Afortunadamente, la compra la hizo en el momento preciso pues los precios, la oferta y las condiciones personales, son muy volátiles.
De chico, yo era muy feliz cuando llegaban las vacaciones de medio año y emprendíamos el viaje al lado de mis papás y mis hermanas. Los viajes familiares nos ayudaron siempre a unirnos como familia y a mí ¡cómo me gustaban esos viajes! Entonces, este año continuamos con esta especie de tradición familiar, luego de la pandemia, con nosotros ya maduros, yo al borde de los cuarenta años y mi hermana cargando con tres hijos propios y un cuarto hijo de un anterior compromiso de mi cuñado. Como se puede ver, se trata de una familia numerosa, viajando por el mundo como una tribu unida.
Entonces, mi familia y yo, nos alojamos dos semanas en nuestras casas de Fort Lauderdale frente al mar de olas mansas, agua tibia y arena blanca que, con el intenso calor que hacía en este sofocante verano boreal, el refrescante chapuzón era una delicia. Y preparábamos parrilladas en la zona común del edificio, con la buena carne y el buen vino que se consigue en esos gigantescos supermercados para luego disfrutar de la playa bajo una sombrilla.
Este año, la noche de su cumpleaños, mi papá había preparado un fiestón por todo lo alto en la zona común del edificio, junto a la piscina y frente al mar, invitó a varios amigos que se encontraban cerca y fue un éxito. En fotos y videos, mi papá luce contento y feliz de la vida. Dice que quiere repetir el plato el próximo año.
Yo conozco bien a mi papá, aunque en el pasado hemos tenido desencuentros que casi todos los hijos alguna vez han tenido con sus padres, siempre nos llega el momento de la celebración y, pase lo que pase, él es mi padre y yo soy su hijo, sangre de mi sangre, carne de mi carne, con todo lo que eso implica, es decir que, a pesar de todo, yo siempre estaré allí por él y viceversa.
Llegué a Fort Lauderdale, Estados Unidos, la semana pasada, en el viaje familiar que hacemos mi familia y yo todos los fines del mes de julio, que justo coincide con el cumpleaños de mi papá. Ahora que mi papá adquirió dos confortables departamentos en dicha ciudad, en un edificio de lujo frente al mar donde viven muchos otros peruanos conocidos, quisimos decorar el departamento con nuestro buen gusto.
Sin embargo, aquí es muy diferente que en la ciudad de Lima, en donde hemos vivido toda la vida. Aquí lo tenemos que hacer casi todo nosotros con nuestras propias manos, no hay empleados y empleadas que limpien los platos, instalen el televisor y las luces, entre todos los servicios que nos suelen facilitar nuestra amplia plana de empleados. La mano de obra es muy cara. Tuvimos que manejar y cuadrarnos en el estacionamiento de varios de los extensos almacenes donde se vende todo lo habido y por haber, en anaqueles interminables y allí escoger lo que sea de nuestro gusto, sillas, plantas artificiales, mobiliario, etc., para cargarlo en la maletera del carro y luego armar las piezas que vienen en cajas y colocarlos en el departamento. Mi papá terminó cansado y de mal humor después de cuatro días de chamba interminable.
Como sea, pronto dejó de renegar y se le pasó el mal humor a mi papá y nos metimos a nadar al mar de agua tibia y olas mansas frente a nuestro departamento, descorchamos un vino de alta gama de California que compramos en la tienda “Total Wine”, que es como un museo de la venta del vino y preparamos un sashimi de salmón. En la noche vinieron unos tíos que viven acá y continuamos con buen vino y buena conversación.
No obstante, me tiene preocupado mi peso porque desde que llegamos, yo no he hecho más que comer comida engordativa y tomar vino. Felizmente, tengo buena cabeza con el licor, sin embargo, lo que me preocupa es mi sobrepeso, porque yo soy hipertenso y padezco de colesterolemia, entonces, el asunto ya es un tema de salud. Yo tengo en Lima una nutricionista que apenas la vea y me pese, me va a jalar las orejas. Yo soy un barril sin fondo, la comida para mí es como un vicio y mi barriga está impresentable. Es que aquí, en todas las esquinas hay restaurantes con comida grasosa y tiendas donde venden comida chatarra en grandes cantidades.
Yo me paseaba por los anaqueles de los millones de tiendas de almacenes en esta ciudad del gigante país de Los Estados Unidos de América en que me encuentro y veía multitud de gente arrasando con productos en abundancia. Cachivaches de corta duración que más pronto que tarde se desechan para comprar nuevos en el mismo lugar. Estadounidenses de sangre y cuna expendiendo los dólares que les han tomado muchas horas de trabajo producir, en la infinidad de productos a la venta.
Ahora, a la hora del almuerzo, fuimos con mis papás y mi hermana al restaurante “Red Lobster” y, a noventa dólares cada una, me comí una de las langostas enormes de las que se exhiben vivas en la pecera, cocinada entera. Con un cascanueces le rompí los brazos y la cola para extraer su carne. Sabrosa, parecía carne de vaca y con esa mantequilla que te sirven me pegué un festín inolvidable.
Entonces, esta noche, un amigo de mi papá que vive hace muchos años aquí, lo vino a encontrar para luego salir a un restaurante con otros amigos, se sirvieron una botella de vino con unas aceitunas españolas que yo ahora me estoy acabando con otra botella de vino y unas sardinas en aceite de oliva y unas galletas de soda, mientras escribo estas líneas, esta noche, en la sala frente a mi computadora y frente al mar.
La semana pasada, me metí al cine a ver la recién estrenada película de Hollywood “Elvis” que trata sobre la dramática vida y carrera descomunal del cantante de pop clásico, Elvis Presley y su época. Protagonizada por Austin Butler como Elvis y Tom Hanks como su manager, la película está apoyada en un sólido guion y un presupuesto multimillonario, luce imágenes impresionantes, realizadas con lo último de la tecnología en cámaras y edición. Y es que, se nota que cada segundo de las dos horas y media de duración está cuidadosamente elaborado. Durante la película, tuve la sensación de experimentar un viaje de LSD, de ver imágenes alucinatorias, llevadas por una hipnotizadora música de fondo, casi sin pausa.
El argumento central de la película gira en torno a la explotación de la que fue víctima Elvis por parte de su manager, al punto de inyectarle al parecer anfetaminas para hacerlo salir al escenario cuando no se encontraba en buenas condiciones de salud. El círculo se abre y se cierra con su muerte prematura a sus cortos cuarenta y tres años de edad, cuestionándose la razón de su muerte, concluyendo que «murió de amor».
Yo, muy raras veces he llorado en mi vida, supongo que está en mis genes no botar afuera, ni aún a solas, todos esos sentimientos de profunda tristeza o dolor que nos invaden a todos de vez en cuando, sin embargo, recuerdo con claridad las excepciones, como cuando yo era un jovencito que estaba con todas las hormonas revueltas, escuchando en repetición la canción “You were always on my mind” de Elvis. Yo lloraba desconsoladamente, ya no recuerdo exactamente porqué, probablemente por la conmoción de escuchar, por primera vez, una melodía y letras tan hermosas.
También recuerdo, con la claridad suficiente como para que resuene en mi mente, el estribillo de la canción de Andrés Calamaro “Elvis está vivo”, ese leitmotiv «será mejor así», cuando yo tenía veinticinco años y pasaba las noches escribiendo, en medio de unos delirium tremens muy inspiradores. Lo recuerdo como si fuera ayer y aún me siento allí, sentado frente a la computadora, chancando las teclas con furia, creyendo que podía comerme al mundo y que iba a ser capaz de todo.
A mediados del mes de agosto del año pasado publiqué en YouTube y mis redes sociales el primer video de mi serie de poemas célebres de la literatura. Para esa ocasión, escogí mi poema de amor preferido, el poema XX de Pablo Neruda. Yo, inicialmente, publicaba un video nuevo dos veces por semana pero luego reduje la frecuencia para estrenar video nuevo por todo lo alto los días jueves. Recuerdo que acababa de invertir buena cantidad de dinero en flamante equipo de grabación y edición de audio de alta gama, entre ellos un micrófono de tubos de vacío. Ya tenía poco menos de dos años de abierto mi canal de YouTube en el que publicaba casi todas las semanas videos tocando mi piano o recitando poemas propios. Sin embargo, tuve la brillante idea de dedicarme a recitar poemas o extractos de libros de escritores consagrados de la historia, ya con regularidad, con un formato que me pareció el mejor, con innovadoras cortinillas.
Cuando yo terminé el colegio, estudié economía en una universidad de élite de Lima porque tenía facilidad para las matemáticas y sabía que era una carrera rentable. Sin embargo, en el año 2007, al terminar la universidad y empezar a trabajar en la empresa de mi papá, muy pronto me di cuenta de que yo lo que quería era ser poeta. Siempre latió en mí la vocación de poeta, a pesar de ser consciente de que esa profesión no me iba a permitir llevar la vida acomodada a la que estoy acostumbrado. Los fines de semana escribía versos solo para mí pues ni los publicaba ni se los daba a nadie para que los leyera. Además, todas las editoriales me rechazaron reiteradas veces. Pero, unos años después, en el momento de mi vida en el que me encontraba, sin pareja y apoyado económicamente por mi papá, decidí ponerme a estudiar francés para pasar los exámenes que se me exigía para irme a París a estudiar poesía a nada menos que a la Sorbona. Y, entonces, viví en la ciudad luz dos años luminosos, del año 2015 al 2018, estudiando y viajando por Europa.
No obstante, al regresar de París, yo no podía decir con libertad que era poeta pues no había publicado nunca ni había sido leído por nadie, ni siquiera por familiares y amigos. Cumplía y todavía cumplo con un trabajo simbólico en la empresa de mi papá que me deja varios días de la semana libres. Me puse a estudiar italiano para ver si regresaba a Europa. Pero también me compré una cámara y me puse a estudiar fotografía y edición de video, me compré un piano vertical acústico y me puse a estudiar piano. Y allí es que se me ocurrió grabarme. Me puse a estudiar diseño de páginas web y abrí mi página web, donde publiqué mis escritos por primera vez. Luego, empecé a escribir en mi página web la presente columna todas las semanas pensando, eventualmente, dar el salto a un periódico. Y así, poco a poco, fui aprendiendo nuevas técnicas, invirtiendo en equipo y perfeccionando mi arte. Actualmente, yo, personalmente, me ocupo de todo el proceso, elijo los poemas, el guion y la locación, filmo los videos con la ayuda de un amigo que me asiste, grabo los audios con mis equipos, edito todo en mi estudio y yo mismo publico.
Recuerdo que, cuando abrí mi canal de YouTube, algunos amigos me dijeron que buscara en internet, qué poeta o personaje había hecho algo como lo que yo quería hacer, cosa que, obviamente, no existía porque yo he sido el primero en hacer lo que yo hago. Pues, internet, YouTube y las redes sociales son algo nuevo que recién está naciendo, yo me siento un pionero en el arte que hago, mis videos no solo de poesía sino de música, arte y animaciones 3D.
No obstante, yo no sé por qué no ha despegado mi audiencia, pues, apenas tengo vistas, me gusta, seguidores y suscriptores. Yo lo hago por amor al arte pues tengo plata de familia, de eso vivo y lo uso para invertir en mi arte y vivir con ciertos lujos. Hay youtubers que, con millones de seguidores, ganan bien subiendo videos sencillos. Si yo, alguna vez gano plata con mis videos y mi poesía, invertiría en perfeccionar mis producciones. Yo busco la excelencia. Creo que el arte que yo hago es de calidad, por eso, no puedo explicarme porqué nadie me lo reconoce, no me puedo explicar por qué, a estas alturas de mi carrera como poeta, no soy ni siquiera mínimamente conocido o medianamente famoso.
De cualquier manera, yo sigo adelante y ya puedo decir con orgullo que soy poeta, que trabajo en la poesía. En las noches, cuando me echo en mi cama para dormir, veo la luna brillando por el amplio ventanal, me voy quedando dormido pensando en la columna que escribiré al día siguiente, sueño que escribo el poema más hermoso del mundo, al despertar al alba, luego del sueño reparador, pienso ¡qué gran día tendré hoy! y así se me pasan los días y los meses, sabiendo que en el momento menos esperado me llegará el reconocimiento y me convertiré en un poeta consagrado.
La semana pasada fui a ver al cine la recién estrenada película canadiense Aline que recrea la vida de la célebre cantante canadiense Céline Dion, doblada del francés al español. Y es que, la vida de esta virtuosa cantante fue realmente convulsionada, última de catorce hermanos de una modesta familia católica quebequense, con un don innato para el canto, su familia apoyó su carrera de cantante famosa desde la corta edad de doce años. Se enamoró de su manager que le doblaba la edad y que venía de dos divorcios previos. La película muestra etapas clave de su vida desde antes de su nacimiento, pasando por su baño de gloria, hasta la muerte de su esposo como, por ejemplo, cuando padeció de problemas vocales que le impidieron ejercer su trabajo de cantante o cuando buscó quedarse embarazada de su primer hijo.
Últimamente, he visto que se han estado produciendo muchas películas y series sobre cantantes famosos como Luis Miguel, Elton John, Elvis Presley, Queen, entre otras pues son muy polémicas y de interés del público. Sin embargo, esta película sobre Céline Dion veo que es menos sensacionalista o chocante que otras, como con un mensaje positivo para el espectador, no al punto de edulcorarla con una moraleja sino, simplemente, algo que termina de manera agradable.
Mi opinión, luego de ver esta película, última de tantas que he visto sobre personajes ricos y famosos es que, reflexionando la humanidad de manera filosófica y fría, no es justo que un reducido número de profesiones generen cifras astronómicas de dinero que producen fortunas millones de veces más grandes que las de la gente pobre. Deportistas de élite, artistas encumbrados, magnates; ellos son un número contado de estrellas que gozan de privilegios que les dan el dinero que lograron, a veces por mérito propio, a veces, por suerte o herencia. Sin embargo, el común de los mortales seguimos de cerca sus vidas privadas, los admiramos, algunos quisieran ser como ellos o conocerlos en persona.
La historia del siglo veinte estuvo marcada, precisamente, por tratar de resolver esa contradicción y volver el mundo en uno más igualitario. Marx escribió la ideología, Lenin la ejecutó por primera vez y la llamaron “Comunismo”, la lucha de clases, los pobres contra los ricos. Sin embargo, luego de mucha violencia, hasta guerras e injusticias más grandes que las que buscaban resolver, la democracia prevaleció como la estructura de gobierno menos mala. Y se pudo confirmar que las ideas de Marx eran solo utopías.
Utopías, donde hay igualdad absoluta, el paraíso en la tierra, donde todo es tan aburrido como en el poema “Paradis” que escribí en mi novela “Marcel du Champ y el Priorato de Sion”, he aquí un extracto: «Hay ositos panda comiendo gomitas dulces que sacan de sus bambúes. Hay un pozo de donde los animales sacan leche fresca. Hay una fuente de vino. De los árboles crecen panes calientitos y frescos con manjares cremosos. Cuando del cerezo sacan su fruto crece inmediatamente, igual que con las uvas, las fresas, los melocotones y las naranjas y todo tipo de frutas, inmediatamente crecen para cogerlas cuando dé hambre».
No obstante, aparte de lo interesantes que son las vidas de los ricos y famosos, me gustan muchísimo, también, las vidas anónimas, de esa gente normal que ama y lucha, que trabaja duro y usualmente rutinariamente por sacar adelante a sus familias y que van luciendo por el mundo sus felicidades y sus miserias.
Supongo que será que así de injusta es la vida, a cada uno le toca lo que le toca, así funciona el mundo y yo ya me di cuenta de que esas cosas yo no puedo cambiarlas porque, para que cambien, se necesita, no una revolución, sino cambiar la idiosincrasia del ser humano y eso es imposible. Hay que cumplir con las leyes que lo conciben y tratar de aplicarlas en beneficio propio, cumplir con las responsabilidades pero también aprovechar los derechos, disfrutar de los placeres cuando se pueda y tratar de ser feliz en el absurdo que significa vivir.
La semana pasada, el día martes, martes populares de cine, dos por uno, me metí a una sala del multicines de mi barrio a ver la película japonesa recién estrenada, ganadora del Óscar a mejor película extranjera este año, basada en el cuento del consagrado escritor japonés Haruki Murakami, “Drive My Car”. Esta multigalardonada película deja latente el formidable guion sobre la que ha sido dirigida.
Al salir del cine, mientras me comía un carpacho de lomo en la pizzería que queda debajo de las salas de cine, reflexionaba en la inteligente trama de la película de tres horas de duración. Y ya era para mí, entonces, imprescindible darle una lectura al libro de cuentos de Haruki Murakami “Hombres sin mujeres”, el que empieza sus páginas con dicho relato corto, “Drive my car”.
Saliendo de mi cena, como es ya costumbre cada vez que visito el cine, entré a mirar libros a la librería del centro comercial del multicines y adquirí la traducción al español de esta colección de cuentos escritos por Murakami y publicada en el año 2014.
Yo nunca antes había leído nada de Murakami, eterno candidato al Premio Nobel de literatura. No obstante, entre la gran cantidad de libros que tengo pendientes de lectura hace muchos años, figura la novela de dicho autor, “Tokio Blues”.
Entonces, la semana pasada, miércoles por la tarde, antes de terminar el día, me eché en mi diván de cuero genuino italiano frente a unos buenos discos de vinilo girando en la tornamesa, con un pisco puro para entrar en calor en este inclemente invierno limeño y así me devoré los primeros dos cuentos del libro.
Luego, el día jueves, viernes chico, partimos en la mañana con mis papás a mi casa de playa de Paracas, a pasar el fin de semana con sol y mar. Y allí, después de un cebiche de lenguado de almuerzo y la siesta, continué con los siguientes cuentos del libro en la terraza frente al mar y el crepúsculo. Al día siguiente, viernes, a mediodía, después de algunos quehaceres frente a mi computadora, me arremolinaba en unos confortables cojines en la sombra frente a la piscina, ensimismado en los siguientes cuentos del libro. Cuando empecé a sentir el calor del rico clima que hacía, con algo de buena música, me metí un chapuzón y destapé una cerveza bien heladita, enseguida me dediqué un poco al celular y las redes y ya me faltaba poquito para terminar el libro cuando llegó la hora de almorzar. Al salir de mi cuarto, luego de la siesta respectiva, ya habían llegado mis tíos y, entonces, nos sentamos en la terraza a conversar bajo el atardecer. Nos tomamos unas fotos delante del ocaso, encendimos la parrilla y le pusimos encima los mejores cortes de carne para maridar con unos vinos de alta gama e hicimos la fiesta hasta altas horas de la noche, copa tras copa.
El día sábado comimos rico unos cangrejos que mi papá compró vivos en el puerto, unos caracoles a la piedra y un arroz con conchas exquisito que combinamos con un vino blanco que mi papá ha traído en su maleta de su último viaje a Europa. Sin embargo, tuve que soportar una cruel resaca que me duró hasta el domingo que nos regresamos a Lima. Aunque el miércoles siguiente iba a ser feriado, el día lunes había paro nacional de transportistas y agricultores, iba a ser un caos la carretera y todo, y había que tomar todas las precauciones del caso. Entonces, sería el domingo que yo concluí con el último cuento del libro, en el carro de camino a Lima, totalmente satisfecho de esas anécdotas concebidas con tremendo virtuosismo y escenas genialmente montadas en palabras de este maestro de contar historias, Haruki Murakami. Y hoy lunes, después del desayuno, frente a mi computadora, en mi estudio, me senté a escribir estas líneas.
Cuando yo tenía catorce años, escribí un inspirado libro de ochenta páginas para el curso de literatura del colegio al que iba, el Markham, probablemente el más exclusivo de Lima. El libro lo titulé “incógnitas irresolubles” y era un conjunto de relatos y ensayos filosóficos con lucidos prólogos al estilo de Borges. El profesor que dictaba el curso era realmente mediocre, el señor Machado, tanto así que, a fin de año, cuando el director decidió jalarme de año, a pesar de haber pasado el curso de matemáticas con 18/20, el profesor Machado fue el año siguiente que repetí el mismo grado, de nuevo mi profesor de literatura. Un año después me botaron del colegio y a mi mamá le dijeron que yo padecía de problemas psiquiátricos y de déficit de concentración.
Muchos años sentí rabia contra el director del colegio y los profesores porque yo realmente fui víctima de un cruel abuso que me arruinó la vida. Sin embargo, ahora que miro mi pasado en retrospectiva, ya en la madurez, veo que fui un genio incomprendido por mis maestros pero también por mi padre. A pesar de todo, actualmente, ya superé el resentimiento.
Años después, al terminar la universidad, cuando yo tenía veinticinco años y estaba loco de remate, escribí una novela que titulé “Marcel du Champ y el Priorato de Sion” que es el manifiesto ideológico del Priorato de Sion. Que cuenta entre sus páginas, esas incógnitas irresolubles de la humanidad y el universo que a mí me han inquietado de sobremanera toda mi vida, igual que esta tarde en que escribo estas líneas. Los maestros universitarios y autoridades altas que tenía durante esos años, no aprobaron la publicación de esa ni de otras obras que escribí, a pesar de que en ese mismo momento, como el día de hoy, todavía les guardo admiración y aprecio. Y me censuraron, desde entonces, año 2007, hasta el día de hoy, año 2022.
Igual, yo seguía escribiendo y me fui luego a estudiar poesía a la Sorbona en París, dos años luminosos. Sin embargo, cuando regresé a Lima, me vi en el fracaso absoluto, al punto de avergonzar a mi papá cuando yo decía que era poeta, porque según él yo no era poeta, solo era un inútil.
Y ahora que le doy una relectura al capítulo que titulé “El Priorato de Sion, Leonardo y Grimanesa”, rememoro los sueños de aquel entonces como una melodía hermosa, en una caricia que me atraviesa el rostro, acurrucándome en mis propios brazos y vienen a mí, como un flashback, imágenes de alucinaciones, en cámara lenta, esas visiones vívidas de palacios y ceremonias monumentales, El Paraíso Prometido, La Salvación, La Vida Eterna. Y siento que el tiempo se detiene y yo empiezo a levitar de mi asiento y me veo allí recostado para luego flotar más lejos e irme, viajar lejos, muy lejos, volar al espacio sideral y ver la tierra girar y girar e irme, ver las estrellas pasar y pasar, la vía láctea, las galaxias, el vacío total, oscuro y negro, negro como la nada y de pronto me olvido de mi existencia porque veo las guerras y veo las religiones durante dos mil años, la tecnología que progresó a pasos agigantados y abro mi boca, pego un grito ensordecedor, salto al vacío para caer al abismo eternamente y mato mi muerte.
Siento que yo escondo, dentro de lo más profundo de mi ser, secretos sagrados que, de ser revelados, serían capaces de generar guerras mundiales de proporciones bíblicas. Como lograr “La quintaesencia de la felicidad”, la omnisapiencia, omnipotencia, conocer el futuro y todo, ser rey con vida eterna de un planeta hermoso en una monarquía de vasallos y peones robots incapaces de rebelarse, la fortuna más grande como el sueño que uno desee cuando así lo quiera y como lo desee o un placer más intenso que un orgasmo eterno, pleno del éxtasis miles de veces más potente y penetrante que el más placentero que uno puede haber sentido en su vida.
La semana pasada vi por el canal de “streaming”, Arte France, el documental “Simon & Garfunkel, el otro sueño americano” en idioma francés. En el verano de 1969, el dúo formado por Paul Simon y Art Garfunkel está en el apogeo de su éxito, un año después saldría “Bridge over troubled water”, el álbum inmediatamente se convierte de culto, sería la canción más escuchada en Estados Unidos en el año 1970 y sería interpretada por muchos artistas de renombre como Elvis Preseley y Aretha Franklin.
El dúo de Simon & Garfunkel personifica el gusto por Nueva York y cada uno como solista, por separado, también, con canciones inspiradas en esa ciudad, en la que nacieron y en la que eligieron vivir todas sus vidas. Ha habido, en la historia de la música, la cultura, la literatura, el cine y todas las expresiones artísticas, mucha escenificación de Nueva York, pues es, muy probablemente, el centro del mundo, como “New York, New York” cantado por Frank Sinatra, la arquitectura de Frank Lloyd Wright, las películas de Woody Allen, “la trilogía de Nueva York” de Paul Auster, entre un sinfín de obras maestras de un género aparte “sobre Nueva York”.
Yo, durante alguna etapa de mi vida repetía una y otra vez, sin cesar, el DVD que me compré de su “Concierto en Central Park en Nueva York en 1981”, esas canciones que son una caricia, la voz angelical de Art Garfunkel en esas composiciones sublimes de Paul Simon. Actualmente, con la invención del YouTube, Spotify o Tidal, es más fácil entregarse al goce de la buena música, yo antes escuchaba mis canciones en CD’s o casetes. No obstante, hace poco le he cogido nuevo encanto a los discos de vinilo y me compré los clásicos que me han apasionado toda mi vida, entre ellos, un álbum doble con las mejores canciones de Simon & Garfunkel y los álbumes “Graceland” y “Still crazy after all these years” de Paul Simon en su etapa de solista.
Muchas de sus canciones son consideradas como clásicos de la música popular como, por ejemplo, “Mrs. Robinson”, que fue banda sonora de la película “El Graduado”, con Dustin Hoffman como protagonista. Yo tengo anécdotas muy personales acerca de esa canción pues a mi abuela le decían Mrs. Robinson, igual que en la ficción de la película, por mi segundo apellido.
Esas canciones no solo son clásicos, sino que, representan las cumbres de la música popular, por su trascendencia histórica y calidad, entre otras composiciones de Los Beatles o Elton John. Y es que, si alguna vez el humano envía a civilizaciones extraterrestres alguna música que nos represente, a la hora de elegir solamente dos, yo elegiría, de la música clásica, una obra de Beethoven representante de la corriente romántica y una de Bach de la corriente barroca y, entre los más importantes exponentes de la música popular, una canción de los Beatles por Europa y una de Simon & Garfukel por América. Ya estaría más difícil decidir cuál canción.
Cuando yo vivía en París fui a ver, en el teatro L’Olympia a Art Garfunkel y también, en el “Palais des congres” a Paul Simon, en sus facetas de solistas, interpretando los clásicos de siempre. Mi mamá me cuenta que en Nueva York los vio en conjunto, pues es que los dos, a pesar de que se puede ver que han sido grandes amigos de toda la vida, a veces se pelean mal y después vuelven a juntarse. Yo supongo que los dos deben de tener egos monumentales, aparte de los líos que genera el dinero, una pena porque hacen un dúo extraordinario.
Mi pasión por Nueva York precede a la que guardo por París pues, fue en un viaje que hice con mi familia a esa ciudad, cuando yo tenía catorce años, que me enamoré de ella y soñaba con trabajar en la bolsa de valores de Nueva York, cuando sabía muy poco de la vida. Incluso, después, cuando terminé de estudiar mi carrera de economista en una universidad de élite en Lima yo, no solo soñaba con estudiar poesía en París sino, irme a estudiar a la universidad NYU en Manhattan, Nueva York y, en efecto, esa era una posibilidad. Así, yo me ponía a escuchar las canciones de Simon & Garfunkel y empezaba a volar fantaseando de cómo sería mi vida viviendo allá, me hacía imágenes mentales de sus calles y parques. De la misma manera como, antes de partir a radicar dos años a París, en mi viaje de estudios que cursé en la Sorbona, me imaginaba mi vida viviendo en París escuchando con placer a Charles Aznavour, una y otra vez. Cuando llegué a París, la imagen onírica que me había hecho resultó que distaba bastante de la realidad pero, todavía la guardo con cariño en mi memoria. Y, sin embargo, una vez en París, a la hora de irme a dormir, en el pequeño departamento que ocupaba en el centro, ponía otra música en francés que, ahora, al volver a escuchar y cerrar los ojos, me regresa a esos días, como instrumento de viaje.
La semana pasada compré en el quiosco de mi barrio la última edición especial de la revista National Geographic, titulada “Las fronteras del espacio, más allá del sistema solar”. La leí de un tirón y me sirvió como una actualización en materia de cosmología pues es un resumen de los últimos descubrimientos a los que se ha podido arribar gracias a los nuevos telescopios satelitales, además de un estudio con lo más relevante hoy del universo y el cosmos, con impresionantes ilustraciones a página entera y a todo color.
En esas páginas pude leer las opiniones de los científicos. Según ellos, el humano debe salir a colonizar, en naves espaciales, exoplanetas, es decir, otros planetas en galaxias lejanas con condiciones habitables para la vida como la conocemos. Y me pareció una opinión bastante ilusa, pues; aunque la tecnología avanza a pasos agigantados, sembrar nuestra semilla en planetas a miles de años luz mediante criogenización en las naves espaciales para dormir a los viajantes por miles de años hasta el momento de su llegada al planeta esperado y allí reconstruir nuestra civilización; suena a utopía. No solo se trata de un esfuerzo inalcanzable sino que, muy probablemente, el tiempo no nos alcanzará pues, es difícil augurarle al humano más de mil años de supervivencia antes de extinguirnos por alguna de todas las posibilidades que existen de apocalipsis. Sin embargo, aunque, para mí, la esperanza es lo último en perderse, dudo que los gobiernos quieran dedicar todos sus esfuerzos e invertir presupuestos multimillonarios en la conquista del espacio durante miles de años para, por lo menos, tener alguna posibilidad de llegar a ser exitosa.
Este ejemplar de National Geographic es la opinión de los científicos el día de hoy. En ella, se reconoce que lo que sabemos del cosmos, aunque no es poco, dista mucho de llegar al conocimiento absoluto. En materia de agujeros negros, de multiversos, del nacimiento y los límites del universo, lo que se sabe son solo algunas conclusiones a las que se ha podido arribar como, por ejemplo, que los agujeros negros tienen una gravedad tan intensa que ni siquiera la luz puede escapar de ellos y que en su centro las leyes de la física no son válidas pues, la densidad del objeto y la deformación del espacio-tiempo se vuelven infinitas. Y en base a esas certezas, se calcula que es posible que los agujeros negros sean una puerta a otro universo o realidad. Albert Einstein sostenía que si se lograra cruzar un agujero negro, seríamos capaces de viajar en el tiempo.
Hasta hace poco, los científicos sostenían que la vida en la tierra era única y que no había posibilidades de vida extraterrestre. Y siguen sosteniendo que todo nació a partir de un Big Bang en el que se creó todo por las leyes de la física. Y mi opinión es que la ciencia no puede jugar a ser Dios. Hay hechos, considerados sobrenaturales, que la ciencia no puede explicar, que son, para mí, pruebas de que hay algo superior sobre nosotros que no podemos explicar pero que existe y que yo trato de interpretar.
Toda mi vida me inquietaron de sobremanera la cosmología, los hechos paranormales y ese tipo de filosofía y me conmovía pensando que somos un punto diminuto y totalmente aislado en la vastedad cruel del cosmos, me afligía con escalofríos pensando en nuestra pequeñez e insignificancia frente a la inmensidad infinita del universo que nos rodea, que me llevaba a la misma incógnita que ha sido motor y motivo del ser humano desde que se tiene registro: Dios, el más grande de los misterios.
La semana pasada leí con fruición, en una tarde y de una sentada, en mi diván italiano de cuero genuino, escuchando mis discos de vinilo, el último libro de Silvia Núñez del Arco “Si me dejas me mato”. Me cautivó.
El libro es una confesión muy íntima de la tóxica relación que Silvia vivió desde los catorce hasta los dieciocho años con su novio Matías, cuatro años mayor que ella, en el difícil trance de la adolescencia a la adultez, pasando entre veranos e inviernos, del colegio a la universidad. Se lee de manera muy amena, se van pasando las páginas con deseo de seguir, de un capítulo al siguiente, con interés de saber más, hasta terminar el libro. Me hizo sentir a Silvia susurrándome al oído sus secretos de alcoba o, quizá, me hizo escuchar el pensamiento de Silvia cual si yo pudiera leer su mente.
El libro empieza en el verano en que Silvia tenía catorce años, iba a su club de playa en Lima y se había enamorado de su profesor de tabla. Aunque Silvia no diga el nombre del club, es fácil reconocer que se trata del Club de Regatas Lima, en las épocas en que se podía correr tabla en la playa tres pues hace ya algunos años construyeron un espigón al final de esa playa para ganar terreno al mar y aprovechar espacio de playa con sus sombrillas y canchas de vóley. Yo también frecuenté el Club Regatas en mi infancia y adolescencia pues, durante los veranos, como había clases de todas las disciplinas que existen, se llenaba de niños y adolescentes y se armaban grupitos simpáticos de amigos. Sin embargo, Silvia y yo no pudimos coincidir por la diferencia de edad, que no es muy grande pero a esa edad cinco años es bastante.
Yo recuerdo bien los veranos que pasé en el club, no tuve facilidad para desenvolverme con propiedad con el sexo opuesto, quizá por timidez, quizá por inseguridad, por eso, mucho tiempo me entristeció la novia que nunca tuve, el primer amor que siempre soñé. Los veranos que allí viví fueron como un divertido intermedio de lo doloroso que fue mi paso por el colegio, no por padecer de “bullying” de mis compañeros sino de mis profesores, antes de que se acuñara ese término. En el difícil trance de convertirme de un niño a un adulto. Y me convertí de pronto en un jovencito impetuoso y rebelde, con ganas de cambiar el mundo, que me sentía capaz de todo. No obstante, en la universidad sí lograba una buena performance seduciendo a las chicas más guapas y me convertí en el chico popular que conoce a todos y todos conocen.
El libro termina con Silvia narrando cuando decidió dar por terminada su relación de cuatro años con Matías, explicando la situación ya curtida por la experiencia, con cierta sabiduría mundana, mirando su pasado en retrospectiva. Y es que es evidente que ella narra su historia con conocimiento de la psiquis humana, probablemente por su antigua vocación de psicóloga, carrera que según cuenta, abandonó para volcarse a la escritura.
Yo he leído todos los libros de Silvia Núñez del Arco, los devoro pocos días después de publicados, pues ella tiene la costumbre de publicar novelas cada cuatro años, aproximadamente. Es que desde chico fui fanático de su esposo Jaime Bayly.
Cuando yo fui con mi hermana a la feria del libro en el año 2018 a comprar libros y pasear por los stands, pude divisar entre la multitud de libros a Silvia, justo la víspera de la presentación de su libro “Nunca seremos normales”. Me acerqué a saludarla con cariño y admiración, ella fue muy amable conmigo y mi hermana nos tomó una foto. Espero que esa no sea la última foto que nos tomemos juntos Silvia y yo.
La Lima que yo conozco es bipolar porque, por momentos, es la Lima hermosa de la que cantaba Chabuca Granda, mientras por otros, todo lo contrario, Lima la horrible de la que escribía Sebastián Salazar Bondy hace cincuenta años. Y es que, un distrito vecino del otro parece otro país radicalmente distinto. Al mirar la ciudad, uno se da un encontronazo brusco con tan solo voltear la mirada de un ciudadano al otro adyacente, que inmediatamente puede interpretar como la marcada diferencia entre ricos y pobres.
La semana pasada, mi papá compró entradas para un musical en el Teatro Municipal de Lima, en el centro de Lima, para mis hermanas con sus esposos, mis papás y yo. El día viernes por la noche, salimos prestos para llegar a tiempo al teatro, mis papás y yo en nuestro Mercedes de lujo que maneja nuestro chofer, calculando perder una hora en el tráfico infernal; mis hermanas cada una por su lado. Al aplicar el Waze para que nos calcule la ruta más rápida, mi chofer prefirió una ruta “más segura” que otra que nos mandaba por unos barrios peligrosos. Y pude presenciar, en el transitar de los distritos que yo frecuento que tienen áreas verdes y son decentes; al distrito vecino, sucio, oscuro, en mal estado, con triciclos destartalados circulando con cachivaches, con basura regada en las aceras.
En el camino, en las calles de La Victoria, pudimos ver delante de nuestras narices cómo tres maleantes aparecieron de pronto y se abalanzaron al carro que teníamos justo frente nuestro aprovechando que estaba la ventana abierta, le arrancharon al parecer un celular o una cartera, abrieron las puertas y los despojaron de sus pertenencias a todos los pasajeros en un abrir y cerrar de ojos, en ese momento, el conductor salió del carro y, en un acto de temeridad, decidió tomar la justicia en sus manos y, con puños en alto, encaró a los delincuentes, quienes, ya con el botín en sus manos, emprendieron la fuga. Todo mientras al costado podíamos ver otros sujetos mirando, impávidos, la escena. Nosotros, dentro del carro, anonadados de ver un hecho de película delante nuestro, asustados comentábamos que eso nos pudo, tranquilamente, haber pasado a nosotros y que tuvimos suerte de que no haya sido así.
Entonces, al proseguir el rumbo que marcaba el Waze, llegó un momento en el que había un atasco al llegar a una esquina en donde se había formado un nudo porque, mientras veíamos impotentes cambiar la luz del semáforo de roja a verde, no había forma de ir ni para adelante ni para atrás. Felizmente, nuestro chofer es muy hábil y ya conoce el tráfico de Lima, por lo que, luego de más de quince minutos en espera del mismo semáforo, esquivando carros, logramos pasar. En ese momento, el chofer desconfió de las coordenadas que dictaba el Waze y, afortunadamente, decidió tomar una ruta diferente de la que aconsejaba y pudimos avanzar por otras calles con tráfico pero que se veían algo más fluidas que la susodicha.
Una vez en el centro de Lima, habiendo seguido las coordenadas que dictaba el Waze para llegar al teatro, llegamos a un punto en el que la aplicación profirió “ha llegado a su destino” en uno de sus estridentes mensajes con acento español femenino que llegan a aturdir de sobremanera. Sin embargo, obviamente, se trataba de un error de la aplicación pues no estábamos ni siquiera cerca del teatro. Y lo sabíamos porque conocemos Lima a pesar de lo cambiada que luce. Entonces tuvimos que seguir nuestro sentido común que fallaba frecuentemente debido a atolladeros y calles cerradas, unas por el eterno mantenimiento con montículos de desmonte y pistas rotas; otras, por calles que antes estaban abiertas a la circulación de carros pero ahora son exclusivamente peatonales.
Así hasta que, según nuestra intuición estábamos a tres cuadras del teatro y había una playa de estacionamiento en la que el chofer podía cuadrar nuestro carro. Salimos caminando, con bastante retraso, elegantes para presentarnos en este Teatro Municipal, que fue renovado luego del incendio que lo destruyó años atrás.
En la esquina del teatro, vimos con pena la acera de enfrente cerrada por obras con calaminas que reducían el acceso peatonal y daban un aspecto espantoso. Sin embargo, al llegar a la puerta lo vimos todo cerrado, sucio y abandonado. Caminamos hasta la otra esquina pensando que quizá se ha cambiado la puerta de ingreso.
Después de darnos toda la vuelta, nos percatamos de que nuestra intuición había fallado y, en efecto, al pedirle consejo a una parroquiana, ella no dudó en ubicarnos y contrastarnos con nuestra posición que, al hacer memoria, llegamos a la certeza de que ese portón envejecido y abandonado no era del Teatro Municipal sino del Teatro Segura, teatro parecido que sirvió de reemplazo del Teatro Municipal los años que no estuvo operativo debido al incendio que sufrió.
En todo este rato, nosotros no habíamos sacado el teléfono celular para no ser víctimas de un robo similar al que habíamos presenciado, pero, al hacerlo, nos encontramos con los mensajes de mis hermanas que ya habían llegado al evento y se habían encontrado con la sorpresa de que la obra había sido cancelada, al parecer debido a un contagio de COVID de alguno de los actores del elenco. Sabe Dios si la excusa era verídica o había otra razón escondida, quizá debido a la escasa taquilla.
Entonces, como ya habíamos quedado con mis papás en ir, luego de la obra, a un restaurante chifa muy bueno, decidimos enrumbar directamente allí. No obstante, mis hermanas, en ese momento prefirieron tomar juntas su camino a otro lugar más acorde como para tomarse unas copas con algún piqueo, algo más ligero que esa pesada comida oriental. Como mi papá hace algún tiempo estaba soñando con comerse unas uñas de cangrejo y un pejesapo con su arroz, bueno, ya no insistimos en terminar la noche todos reunidos.
Llegamos al chifa dos horas después de salir de la casa. Y, finalmente, luego de tremenda aventura, del desagradable fiasco que resultó regresar por primera vez después de la pandemia al teatro presencial, ya sentados cálidamente a la mesa frente a un plato de comida impresionante y unas copas de vino, mi papá contaba cómo fue que conoció a mi mamá, hace más de cuarenta años, en esas calles del centro, hoy muy venidas a menos; de cuando trabajaba por esa zona y la frecuentaba con gusto; que el Perú ha retrocedido los últimos cinco años de una manera atroz.
Y yo, escuchando a mi papá, pensaba que, a pesar de que he ido bastante, antes de la pandemia, al teatro Municipal, ya no pienso regresar al centro. Que, si tengo que ir al teatro, iré a otro que me quede cerca, por Miraflores o en un lugar seguro pero no regreso al Teatro Municipal nunca más ni tampoco al Club Nacional que también queda en el centro.
Y es que, Lima, la ciudad en la que vivo, ha padecido de malos alcaldes, corruptos, ladrones, inescrupulosos, que velan por intereses subalternos antes que los de la comunidad en general a la que representa pero no solo la actual gestión y la anterior sino de larga data. Que haya sido siempre así pinta mal el futuro y da la impresión de que mi país no tiene arreglo. Y que si yo y la gente acomodada la pasa relativamente bien y vive en zonas bonitas en esta ciudad caótica es porque aquí reina la ley de la selva, esa donde triunfa el más fuerte.
Yo tengo un piano de cola en mi sala. Es como mi mascota. La he bautizado con nombre “La Poderosa”, igual que la moto del Che Guevara, porque es hembrita. Es un animal mitológico con largas alas que despliega cuando la monto y vuela por cielos paradisíacos botando fuego por la boca que es música hermosa, cuando la cabalgo. El jinete más virtuoso es el que logrará llegar más lejos en su lomo.
Siempre quise tener un piano acústico de mascota. Cuando vivía en mi anterior departamento, adopté uno de pared. Lo estuve buscando mucho tiempo. Se apellidaba Pearl River y venía de la China. Lo vi esperándome dormido en una tienda de Miraflores. Milagrosamente, despertó y tomó vida en esa tienda cuando me senté a domarlo, era muy dócil. Lo llevé a mi casa y le di cobijo en la sala que tenía entonces, como quien lleva un bebé recién nacido a que conozca sus dominios.
Cuando me mudé al departamento donde vivo actualmente, como tengo una sala más grande, tomé la decisión de buscar otro piano de una raza más grande, entonces, sabiendo que mi Pearl River no iba a querer compartir sus dominios con el nuevo bebé y no había sitio para los dos, decidí buscarle otro hogar. Se lo di a un tío, gran domador de pianos, para que le dé espacio en su hogar y, bueno, yo me quedé tranquilo sabiendo que lo había dejado en buenas manos.
Fue en la misma tienda en Miraflores que me encontré con el hermano mayor de La Poderosa, exhibiéndose al público. Y, luego de pagar un precio astronómico, cerré el trato para adoptar a mi nueva mascota con cuarto de cola. En un camión lo trajeron a casita, cuando todavía no había salido de su cascarón. Lo tuvieron que subir cargándolo entre cuatro personas por las escaleras hasta mi quinto piso porque no entraba en el ascensor.
Nació en la familia Yamaha, en Indonesia, desde donde había viajado por mar y tierra dentro de su huevo que era una caja de madera. Yo lo vi romper su cascaron, sacar las patas y afinar sus cuerdas.
A La Poderosa le mandé a hacer su funda a medida que es su ropita que la protege del polvo, de la humedad limeña en invierno y del sol que le cae directamente por la mampara en verano.
Ahora La Poderosa tiene su espacio en mi sala al lado de la terraza y junto a sus hermanos La Guitarra Clásica Córdoba y el Bajo Eléctrico tipo viola con su Amplificador a Tubos Ampeg, donde, cuando no hay ningún humano presente, cobran vida y conversan.
La Poderosa es muy feliz cuando le abro su tapa de par en par, o sea abre sus alas, la monto y salimos a volar por el paraíso, por picos nevados, cruzamos campos y mares, entre las nubes viajamos a otros mundos donde todo es mejor y te traen sentimientos profundos. Te puede llevar a la tristeza o a la dicha absoluta, al punto de las lágrimas. Y ella es bien buena conmigo, me acompaña en tiempos de tristeza y en momentos de alegría, siempre está allí en casa para cuando yo la necesite y no pide nada.
Recientemente, se montó la exposición itinerante inmersiva “El mundo de Van Gogh” en la ciudad de Lima. Yo, que vivo en Lima, quería asistir a ella para gozar de esa experiencia, mundialmente reconocida como un viaje sensorial único al universo de Vincent Van Gogh, donde se funden música, tecnología y arte; sin embargo, se me pasó la oportunidad los dos meses que tuvo abiertas sus puertas al público.
Yo soy un amante del arte y a lo largo de mi vida he consumido bastante. Desde que yo era chico, en casa había muchos libros de arte, con ilustraciones a todo color. Mi papá me llevó, desde que tengo uso de razón, a museos y galerías de arte. Mi papá también es aficionado al arte y en casa siempre hubo cuadros hermosos colgados en las paredes. Mi abuela pintaba unos óleos espléndidos que regalaba y vendía. Durante alguna etapa de mi vida yo, incluso, me dediqué a pintar óleos entre otras obras de arte, pero, con el tiempo, abandoné ese pasatiempo por otros, entre otras razones, porque, al no lograr venderlos, yo no tenía qué hacer con las obras que producía. Fue años después, cuando vivía en París, que asistí a todos los museos y exposiciones que pude en la ciudad luz, probablemente la capital del arte, además de llevar, en La Sorbona, varios cursos intensivos de historia del arte.
Hoy por hoy, sigo disfrutando plenamente del arte cada vez que puedo. La semana pasada fui a una galería en San Isidro, a la exposición de Mateo Cabrera, quien es un viejo excompañero de colegio, artista consumado de profesión, probablemente el más exitoso de nuestra generación pues, varios excompañeros decidieron, al acabar el colegio, estudiar artes de carrera porque en nuestro colegio incentivaban mucho las artes. Fui a ver sus cuadros de un muy original realismo mágico acompañado de un amigo de nuestra promoción y nos encontramos con amigos que no veíamos hacía muchos años.
Yo he estudiado algo sobre la vida y obra de Van Gogh, que estaba loco, que se terminó suicidando, que su hermano menor Theo le prestó apoyo financiero continuo de manera desinteresada, que su reconocimiento le llegó de manera póstuma pues en vida solo logró vender un cuadro de los más de ochocientos que pintó. Y mi opinión es que los artistas tienen que vivir de algo mientras se dedican al arte. Durante el renacimiento, artistas como Leonardo da Vinci fueron protegidos por la realeza. Pues, en la historia, los mecenas han cumplido un rol fundamental ayudando a los artistas a crear arte que hoy es patrimonio incalculable de la humanidad. Llegado el siglo veinte, la mayoría de artistas pudieron vivir cómodamente de su arte una vez reconocidos, aunque, sus inicios puede que hayan sido duros e inciertos. Igual pasa con escritores, cineastas y poetas. La historia está plagada de casos de artistas, poetas y escritores que en vida vivieron muchas penurias, vivieron en un cruel anonimato, tuvieron que ser mantenidos por terceros y recién muertos les llegó la gloria.
Y esto me lleva a una reflexión de primera mano: Yo soy poeta, trabajo en la poesía, sin embargo, lo hago gracias a la ayuda de mi papá que fue mi primer maestro, pagó la educación de elite que cursé en Lima y París y los viajes, entre todas las experiencias que he vivido fueron financiadas por él. Actualmente, recibo un sueldo por cierto trabajo que presto en la empresa de mi papá, sin embargo, me sobra tiempo a mis anchas para dedicarme a la poesía y sus actividades relacionadas como la fotografía, la música y el video y vivo una vida confortable y con ciertos lujos.
Aunque todavía no me llega el reconocimiento, anhelo con ansias el día de la consagración para no gozar la gloria, recién de manera póstuma igual que Van Gogh.
La semana pasada terminé de leer el libro “Cómo la vida imita al ajedrez”, escrito por Garry Kasparov, conocido en el circuito ajedrecístico con el apodo de “Ogro de Bakú”, por la ciudad de Rusia de donde proviene. Es, probablemente, el mejor jugador de ajedrez de todos los tiempos, campeón mundial entre 1985 y 2000, ganando el campeonato mundial a la corta edad de 22 años contra Anatoli Karpov, campeón del mundo de 1975 a 1985.
En este libro, Kasparov narra parte de su vida, todo lo que aprendió al ganar por primera vez, cuando era muy joven, el campeonato del mundo; cuando decidió entrar en política o cuando las computadoras definitivamente ganaron al hombre en el ajedrez, siendo contra él la primera vez que la computadora venció al número uno del ranking mundial; “Deep Blue”, ese era el nombre de la computadora. Pero, lo más interesante, enseña a pensar la vida como un juego de ajedrez. Aunque no se trata de una receta de cocina pues, en algunos capítulos, el lector debe tener aunque sea una ligera noción del juego de los sesenta y cuatro escaques y su historia para disfrutarlo plenamente. Él explica los factores de la vida, el tiempo, las variantes y posibilidades, la medida de cambio, las decisiones, el éxito, la autodisciplina, la imaginación, la innovación, el cálculo, la compensación, el error, la crisis, la máquina, el hombre y la mujer, etc. Algo que me hacía recordar cuando yo era un joven estudiante de economía pues, lo vi como otra manera de interpretar el análisis FODA de la teoría de la administración de empresas (análisis de las fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas) o la utilidad, la moneda de cambio, etc.
Cuando Garry se hizo famoso por llegar a la cúspide de un deporte de genios, los periodistas y todo el mundo querían saber el secreto de su éxito, su rutina diaria, sus hábitos, cómo logró lo que logró como una receta que replicar, pero él siempre ha respondido con la verdad, que él es como cualquier otra persona que solo es diferente en el hecho de que dedicó su vida al ajedrez desde muy pequeño y que su inteligencia fue enfocada para desarrollarse en el análisis del juego de las casillas de blanco y negro. Él, incluso, reconoce que tiene un cociente intelectual muy superior al promedio, buena memoria y capacidad de análisis pero no considera que sea una cosa fuera de este mundo, él llegó a decir que es normal. Aunque yo recuerdo haber leído de otros ajedrecistas decir lo mismo, estoy convencido de que el éxito de Kasparov, como el de Bobby Fischer, está más dictado por su ADN que por cualquier otro factor pues, genios como él nacen, no se hacen.
Yo recuerdo cuando me obsesioné con el ajedrez, como imagen de mi personalidad, buscaba estrategias con un carácter de belleza artística, pues, el ajedrez no solo es deporte y ciencia sino, también, arte. Felizmente siempre fui disciplinado y tuve una memoria privilegiada. Mi profesor decía que yo era muy ordenado, pues, yo tenía carpetas y fólderes con miles de hojas sistemáticamente ordenadas de partidas clásicas y teoría de ajedrez. Hoy por hoy, me ha quedado una biblioteca ajedrecística notable, en la que guardo con cariño el libro que Kasparov escribió sobre teoría de ajedrez cuando se retiró, “Mis geniales predecesores”, que se trata de una colección con cuatro tomos en los que comenta todas las partidas clásicas de la historia y narra al detalle las carreras de los campeones del mundo que lo precedieron. Yo conseguí a pedido este libro, como la mayoría de libros de teoría de ajedrez que tengo, en su versión traducida al español, mandados a traer a pedido del extranjero, pues, en Perú la movida ajedrecística es muy reducida.
Después de leer este libro, yo, no solo he gozado de un dichoso placer sino que siento que he aprendido lecciones valiosísimas que me benefician incalculablemente en mi vida de la misma manera en que se verían beneficiados los amantes del ajedrez que se animen a darle una lectura. Garry Kasparov tiene mucho que enseñarnos, pues, él mismo es un valor de la humanidad que hace del mundo, un mundo mejor.
La semana pasada me metí al cine a ver la recién estrenada película “Los secretos de Dumbledore” que es la tercera película de la saga de “Animales Fantásticos” y la undécima de “Wizarding World”, la misma de la saga de Harry Potter, escritas por J. K. Rowling, la célebre creadora. Es dirigida por David Yates y protagonizada por Jude Law y Eddie Redmayne, entre otros actores.
Del género fantástico, la película monta una guerra entre el bien y el mal, cuya frontera, a diferencia de la vida real, se ve claramente trazada y, como casi todas las del género, el bien siempre gana en un final feliz.
En esta película, como imagen de los tiempos que vivimos, me sorprendió ver en la trama una relación homosexual entre dos de los protagonistas principales, el héroe y el villano, que no es del todo explícita, sino que es narrada en diálogos, como cuando el héroe Dumbledore cuenta que estaba enamorado del villano Grindemwald cuando eran jóvenes porque a esa edad sentían que querían cambiar el mundo y que, incluso, hicieron un pacto de sangre mágico con el cual hechizaron una cadenita con su dije que Grindenwald guarda celosamente y que impide que se ataquen mutuamente.
Me gusta apreciar, en la pantalla grande, este tipo de paisajes fantásticos que son realizados con efectos especiales con tecnología de punta en estos grandes estudios cinematográficos con presupuestos millonarios, los castillos en la punta de una montaña, el tren, los pueblitos, los escenarios y cómo los personajes interactúan realizando proezas de otro mundo, todo en tomas con fotografía sublime.
Yo alguna vez he creído que esta fantasía puede ser real, o por lo menos en parte, en otros planetas, en universos paralelos en otras galaxias pues son otra realidad. Si Dios fue capaz de crear el mundo, es posible que, en otro planeta en otra galaxia, exista algo similar a este tipo de fantasía. Pues la imaginación humana lo puede todo.
Siguiendo esa línea de pensamiento, yo escribí, hace más de una década, luego de leer los libros de Harry Potter, al salir del cine de ver una de las últimas películas de la saga de Harry Potter, un poema que titulé “Harry Potter”, en el cual explico que yo soy exalumno del colegio adonde asisten Harry Potter, Hermonie Granger y sus amigos en su castillo y que quisiera regresar y hablar con ellos para darles consejos y recordar cuando yo estudiaba allí.
Ese poema lo concluí recitando «Finalmente, me gustaría profundamente ver en persona a Hermoine y decirle que aún siento la piel cálida, suave y húmeda de la chica que fue para mí como ella es para Harry y que quisiera volver a estar con esa chica con la que viví tantas aventuras luego de tantos años de separados y que quisiera darle un beso».
La semana pasada me metí al cine a ver la recién estrenada película “C’mon, C’mon”, en blanco y negro, escrita y dirigida por Mike Mills, con Joaquin Phoenix, quien interpreta a un periodista que, por cuestiones familiares, tiene que cuidar a su sobrino pequeño mientras se embarca en un entrañable viaje, donde entrevistará a niños de diferentes ciudades de Estados Unidos sobre el futuro del mundo.
Me sentí tocado con el filme porque yo tengo tres sobrinos, hijos de mi hermana mayor y somos, todos, muy unidos. En un inicio, yo no sabía bien cómo tratar a mis sobrinos, sentía que me equivocaba porque hay que hablarles con explicaciones tiernas y mentiritas porque ellos no van a entender el mundo de los adultos y podrían complicarse con malos ejemplos, pero, con el tiempo, aprendí a tratarlos como se debe tratar a los niños, así con cariños y jueguitos inocentes, para que me quieran mucho.
En el filme, el protagonista graba a muchos niños respondiendo las preguntas que él les formula sobre el futuro del mundo. Porque el futuro les pertenece a los niños, sus hijos y los hijos de sus hijos y nosotros, como ellos y como los animales que habitamos la tierra, estamos solo de paso y no tenemos derecho a maltratarla o destruirla. La humanidad está en constante evolución y el mundo cambia todos los días. En el transcurso de mi vida, yo he visto las urbes crecer descontroladamente, el tráfico automotor acrecentarse, el mar contaminarse, la población de animales salvajes mermar. La humanidad es joven, tenemos historia escrita de tan solo poco más de dos mil años y si, a simple vista, yo he visto en mis casi cuarenta años, la ciudad en donde vivo atestarse, es lógico pensar que de aquí a cien o doscientos años, la sobrepoblación se conviertirá en algo insostenible. La guerra entre Rusia y Ucrania me parece estúpida pero una futura guerra de aquí a cien años por el agua o algún elemento básico, sería más inevitable y catastrófica.
En la película, el sobrino del personaje protagonista le pregunta por qué no está casado y con hijos. Esa es precisamente la misma pregunta que me han hecho varias veces mis sobrinos. Pues cuando uno llega a cierta edad, casarse y tener hijos es un paso natural. Yo creo que en mi caso, se dio así porque no tuve la buena fortuna de conocer a la mujer ideal, de adolescente tuve dificultad para socializar con el sexo opuesto y en la universidad seducía a todas pero no formalicé con ninguna porque mi abuela me animaba a no desconcentrarme de los exigentes estudios que cursaba y, entonces, así se me pasó la vida y ahora vivo solo.
Sin embargo, ahora que reflexiono mi vida con la perspectiva de la experiencia, creo que mi vida, si hubiera sido bendecida con hijos, hubiera sido, no sé si más o menos feliz, pero con ciertas responsabilidades de las que hoy estoy liberado, como la preocupación de darles un buen futuro, con educación, salud y una vida próspera el resto de mi vida. Si la musa a la que le escribí mis versos más hermosos, en su momento hubiera correspondido mis súplicas de amor, hoy estaría cambiando pañales y tendría que compartir la confortable casa en donde vivo, probablemente no tendría piano de cola en la sala, sería padre de familia con un trabajo honrado para mantenerla y no sería poeta.
Cada vez que viajo a Estados Unidos, cuando paso por alguno de sus aeropuertos, entro a las siempre abundantes librerías y encuentro frente a mí una extensa oferta de revistas de todo tipo, en papel cuché a todo color, con fotos espectaculares. Yo, hace una década, era ávido lector de todo tipo de revistas que veía colgadas en el quiosco de periódicos de mi barrio, locales e importadas, en idioma español e inglés o incluso, algunas veces, encontraba hasta en francés. Lamentable, hoy ya no consigo ninguna, pues hoy, prácticamente han desaparecido todas del mercado limeño.
Entonces es, para mí, un placer entrar a las librerías de los aeropuertos gringos y escoger las revistas que me entretengan en los momentos muertos del viaje como cuando estoy sentado en mi asiento de avión en pleno vuelo y pasar sus páginas para, luego, en casa, abocarme a la grata tarea de devorar el texto, palabra tras palabra y, en este caso, al terminar, ponerme a escribir mi columna semanal a base de la cautivante lectura.
Y la semana pasada que estuve en Fort Lauderdale, como no podía ser de otra manera, compré varias revistas, entre ellas, una edición especial de la revista “Time” sobre la historia del filme clásico de los setentas, “El Padrino”. Para ahondar en el mismo estudio, conseguí una revista de “Cigar Aficionado” con, también, un especial sobre la conmemoración de los cincuenta años de estrenada la película del Padrino. No obstante, las revistas que adquirí especialmente para escribir mi columna en esta ocasión son una revista “Life” que resume, con fotos magníficas, la biografía de la estrella de la música Elton John por su cumpleaños número setenta y cinco, además de otra revista sobre el mismo tema, “Biography”.
Pues yo he sido, toda mi vida, fanático de Elton John. Cuando yo era chico, mi abuela tenía, junto al viejo tocadiscos que mi tío guardaba celosamente, un disco de época con las mejores canciones de Elton John, que era uno de mis preferidos, al punto de pincharlo por el derecho y el revés cada vez que la visitaba. En esas épocas, yo escuchaba mi música en casetes y, en mis sesiones de melomanía, las canciones de Elton John siempre estaban presentes, junto a, por ejemplo, Queen o Los Beatles.
Fue luego, en el mes de febrero del año 2012, que pude verlo cantar y tocar su piano en vivo en el Estadio Nacional de Lima y yo fui una más de las más de veinte mil almas que esa noche se congregaron para corear sus canciones y ovacionarlo.
Luego, en el año 2019, yo no podía perderme el estreno de “Rocketman”, la película biográfica de Elton John, con Taron Egerton como Elton John, filme que disfruté plenamente, con el acompañamiento musical de éxitos del recuerdo. Elton John, en el festival de Cannes de ese año, fue al estreno de su película y los periodistas, esperando a su salida sus impresiones y opinión sobre la película, se ganaron con Elton John roto en llanto y su esposo consolándolo con caricias y pañuelos de papel. Lloró casi tanto como cuando falleció en un accidente de tránsito su gran amiga, la princesa Diana de Gales, el día que cantó y tocó el piano por su funeral una canción compuesta especialmente para la ocasión, que se convertiría, inmediatamente, en un éxito.
Yo, ya cerquita de la base cuatro, al mirar las fotos clásicas de Elton John, recuerdo con nostalgia las épocas doradas del rock, hoy que dentro de la música popular hay exponentes que exhiben un nivel de calidad bastante inferior y que, sin embargo, está bastante extendida entre la gente joven.
La semana pasada nos fuimos mi mamá y yo solos a Fort Lauderdale, Estados Unidos, especialmente para decorar uno de los dos departamentos frente al mar que hemos comprado en esa ciudad. Es una muy buena inversión, especialmente en épocas de inflación y de crisis, como estas. Compramos los muebles, luminarias y todo lo que hacía falta para que el departamento quede lindo. Está en uno de los pisos altos de un edificio de lujo lleno de peruanos.
Siempre es rico regresar de compras y pasear por Estados Unidos, país construido por inmigrantes, primera potencia mundial, donde todo funciona bien, abanderado de la libertad. Miami puede ser considerado el centro de Latinoamérica. Las familias con fortunas en países de Latinoamérica están mudándose y transfiriendo allí los capitales que han podido acumular en los países que las vieron nacer.
Fue un gusto mirar a hermosas rubias caminando en bikini por los malecones, junto a las playas de Fort Lauderdale. Y pude apreciar la riqueza de la que se goza allí, sus carros de alta gama, mega yates, rascacielos de lujo, abundancia de comercios, pero sobre todo, la ausencia de delincuencia. Y pude sentir la radical diferencia con el Perú, país pobre y subdesarrollado, gobernado por la corrupción, donde campea la inseguridad ciudadana, que a juzgar por su historia parece que no tiene arreglo. Es, para mí que vivo en Perú, triste que sea así, sin embargo, sería fatigoso tratar de buscarle explicación al cruel contraste, del enorme éxito de Estados Unidos al norte, con el apabullante fracaso de su patio trasero al sur.
En el aeropuerto, de regreso a Lima, con el avión de American Airlines retrasado, nos sentamos con mi mamá en un restaurante de comida mexicana y, para saborear el éxito de nuestro viaje, ordenamos una botella de vino chardonnay de California con unos langostinos, conversando bonito, con ese cariño incondicional de madre a hijo que nos tenemos, yo diciéndole que tendría una buena vida radicando en Fort Lauderdale, ella respondiéndome que para vivir bien allí hay que tener mucho dinero, pues, además, pensándolo de manera aterrizada, nuestro trabajo está en Lima y es difícil conseguir la residencia.
La semana pasada que estuve en Quito, Ecuador, entre reuniones de trabajo, almuerzos y cenas, quise ir a algún evento cultural como una obra de teatro o un concierto, sin embargo, al ser días de semana los disponibles, no encontré ninguno que valiera la pena. De cualquier manera, a dos cuadras de mi departamento había un multicines y una noche fui a ver, allí, Batman.
El multicines ecuatoriano era un poco diferente a los que frecuento en Perú pero con la misma esencia, con una intensa fragancia de canchita recién hecha y pasillos con afiches de próximos estrenos en las paredes.
Yo nunca fui muy fanático de las películas de Batman pues cuando tengo que elegir un filme, de la variada cartelera de estrenos, siempre me decido por otro tipo de películas, pues, ya me cansa ver a cada rato las películas en las que el héroe mata a todos y, al final, después de muchas peleas y efectos especiales espectaculares, él solito termina salvando a la humanidad del apocalipsis.
Sin embargo, pasé las tres horas que dura la película bien agarrado y saltando de mi butaca ante cada sorpresa, en vilo, esperando el desenlace de lo que acontecía con Batman en la Ciudad Gótica o Gotham City, el mismo escenario de los comics estadounidenses DC Comics, donde también hacen de las suyas Gatúbela, el Pingüino, Robin y el Jocker o Guasón.
Hace poco, en 2019, fue el estreno del filme “Jocker”, película de Todd Phillips con Joaquin Phoenix y Robert de Niro. Extraordinaria película, muy bien lograda y con una actuación excelente como Guasón de parte de Joaquin. Ya se viene la segunda parte. El guasón, personaje de la saga de Batman, también vive en la decadente Ciudad Gótica, inmersa en una delincuencia y corrupción descomunales, oscura, sucia y nocturna. En contraposición con Metrópolis, hogar de Superman, llena de luz.
Cuando salí del cine, igual que en ciudad Gótica, era de noche y me envolvía toda su aura, su olor, sus luces de neón y sus brillos que tiritaban en cada esquina, los charcos de la lluvia salpicando con cada una de mis pisadas, callejones con altas escalinatas, el tráfico de los carros con los faros prendidos. La noche es así, evoca sentimientos especiales. Sin embargo, Quito, de día o de noche, es hermoso y me genera sumo placer pasearme por sus calles, plazas y parques.
La semana pasada viajé, por trabajo y por unos días, a Quito, Ecuador. Yo les di el encuentro a mis papás pues ellos viajarían antes y se regresarían antes. Nos alojamos en el centro, muy cerquita de las oficinas que mi papá tiene en esa ciudad como sucursales de la empresa familiar que fundó en Lima hace veinte años. Tiene también oficinas en Bolivia.
A mí me gusta mucho viajar y viajo con relativa frecuencia. No obstante, mis papás viajan muchísimo más, tanto que, la mitad del mes están de viaje. Juntan viajes de trabajo con placer. Conocen casi todos los países del globo. En el gimnasio de su casa tienen unos mapas en las paredes con chinches hincando cada ciudad del mundo por la que han paseado. Mi papá hace una crónica después de cada viaje para poder recordar, pues la memoria es frágil y es fácil confundir y olvidar tantos lugares conocidos. Ya lleva un largo registro después de toda una vida dedicada a viajar. Y hoy sus viajes son más frecuentes que ayer pues ya están en un tramo de sus vidas que en otros casos se considerarían de jubilación.
Esperando en la sala de embarque del aeropuerto antes de abordar el avión, me vino a la mente otros viajes esperando en aeropuertos similares otros aviones cuando paseaba por el mundo. Y recordé ese cliché de que más importante es el camino que el destino.
Mirando por la ventanilla del avión las nubes pasar, recordé el viaje de estudios que hice en París. Tanto tiempo lejos del Perú, sentí París como mi casa y Francia mi patria adoptiva.
Caminando por calles y parques nuevos para mí, oliendo el aire puro, me vino una especie de “déjà vu” feliz.
Sentado en la terraza de un restaurante, tomándome unas copas, leyendo el periódico local y viendo la gente pasar pensaba que yo debería hacer más frecuentes los viajes a pesar de lo caros que son. Sin embargo, eso no me preocupa pues todavía me queda una larga vida por delante para caminar por más calles y plazas, más aeropuertos donde esperar a subirme a aviones y viajar por el mundo. Y que lo más probable es que mis papás y yo llevamos en la sangre la misma pasión por viajar.
Al regresar a Lima, en el carro camino a casa, me dije a mí mismo que es un placer regresar a casa después de un lindo viaje y continuar con la vida cotidiana.
La semana pasada vi, por Disney Plus, el documental de una hora de National Geographic, “Lost on Everest”, que muestra una expedición a la cima del monte Everest, la montaña más alta de la tierra, en la que un equipo de escaladores profesionales, cineastas, fotógrafos, periodistas y expertos intentan descubrir si los británicos Andrew Irvine y George Leigh Mallory lograron coronar el Everest en 1924 antes de morir intentando descender y desaparecer en la montaña en medio de una tormenta de nieve pues, oficialmente, Edmund Hillary y Tenzing Norgay son los primeros en hacer cumbre en 1953. Para confirmar esta hipótesis, tienen que encontrar el cadáver congelado de Andrew Irvine y la cámara que supuestamente traía consigo, que contendría la prueba que la demostraría o la refutaría.
En el camino a la cumbre del Everest hay regados cien cadáveres de montañistas que perecieron en su intento de coronar su cima de 8,848 metros sobre el nivel del mar. Cerca de ocho alpinistas mueren al año escalando el Everest y, como solo durante tres días al año el clima está en condiciones de lograr la hazaña, esas fechas, se apiñan cientos de candidatos que hacen filas que se atascan en el camino y la noticia rebota por todo el mundo con imágenes impresionantes de la locura, con la nota de los muertos de ese año.
En el Perú tenemos, en la cordillera de los Andes, el Huascarán, que es, después del Aconcagua en Argentina, la segunda montaña más alta de América, con 6,757 metros sobre el nivel del mar. En mayo del año 2019 murió Richard Hidalgo, un montañista peruano, célebre por ser el primer andinista peruano en acceder a la cumbre de seis de las catorce montañas arriba de 8000 m.s.n.m. sin oxígeno. Murió mientras dormía en su carpa en un campo a 6,600 m.s.n.m. en la misión que lo llevaría a la cima del monte Makalu.
Hace pocos años yo hice, en Cusco, la expedición de trekking del monte Salkantay en el que durante cinco días y cuatro noches caminamos un grupo de jóvenes aventureros de todas partes del mundo, desde la ciudad del Cusco hasta el Santuario de Machu Picchu, durmiendo en pequeñas cabañas y tiendas de campaña en nuestro camino, pasando por lagunas, selvas, cumbres nevadas y hermosas vistas. Es lo más cercano del andinismo que yo he experimentado, pues estuve muy cerca de coronar el Salkantay. Aunque, confieso que me costó mucho pues yo padezco de fobia a las alturas y siempre había acantilados y afilados abismos al borde del camino. Cuando dormía en esas carpas en medio de la desolación de la montaña, tuve unos vívidos y extraños sueños que aun hoy recuerdo igual que muchos compañeros que vivieron la misma experiencia.
Al frente de mi casa veo la monumental cordillera de los Andes y en mis viajes al interior del Perú he podido apreciar la belleza de sus montañas y sus picos nevados. Para los Incas, las montañas eran como Dioses y les entregaban ofrendas y rituales para que los bendigan y les den prosperidad.
A mí, como buzo que soy, siempre me atrajeron este tipo de aventuras de escalar montañas y, aunque para algunas personas, hazañas como coronar el Everest puede parecer una locura, yo entiendo a aquellos que se proponen alcanzar exigentes hazañas de aventura, que necesitan sentir ese riesgo, el miedo de morir, para sentirse vivos.
La semana pasada me metí al cine a ver la recién estrenada película “Spencer” que muestra cómo pasó la navidad en el castillo de Windsor, Diana de Gales, poco antes de su muerte, cuando su matrimonio se había enfriado y corrían rumores de aventuras y divorcios. Muestra cómo vivía la familia Real en ese palacio y exhibe a una Lady Di en el abismo de la locura. La película está dirigida por Pablo Larraín y Kristen Stewart protagoniza bellísima a Diana.
La película me hizo imaginar lo dura que debe de ser la vida para los reyes y príncipes, no solo por la fama y los protocolos sino por el hecho de ser considerados los representantes de la nación. Los paparazzi seguían a Diana a todas partes, la fotografiaban hasta por la ventana de su casa y entre las cortinas mientras se vestía, sus innumerables empelados la trataban como Su Alteza Real y llevaban con ella una relación lejana por su estatus. Además, cada cosa que ella decía o hacía era motivo de habladurías entre todos, o sea que había perdido absolutamente toda su privacidad pues la vigilaban hasta cuando vomitaba en el baño y cada frase que ella pronunciaba. Una empleada era la encargada de vestirla con ropas que estaban programadas sistemáticamente por la autoridad para cada día de su vida llena de protocolos Reales.
Los príncipes deben mantener cierto perfil, cualquier cosa que se salga de los cánones establecidos, especialmente en su conducta, es juzgada por la prensa y la opinión pública y, por lo tanto, condenada. Sin embargo, ellos nacen y son criados para algún día ser reyes, o sea que ya están preparados, aunque a veces suelen estallar escándalos por cualquier hecho que se salga del perfil esperado.
A mí me agrada mucho la realeza porque es muy romántica. Hace muchos años yo escribí un poema que titulé “sueño con cuentos de hadas” y es un elogio a la aristocracia y la nobleza. Yo creo que es bueno que existan esas familias que llevan las más antiguas tradiciones de la historia, de cuando nos gobernabas las monarquías y que son las figuras que representan a las naciones, que son arquetipo y ejemplo. Para beneplácito del pueblo, de tener a alguien superior que admirar en su vida cotidiana que es la autoridad que figura en todos los sucesos importantes de la nación y gozar de toda la cultura detrás de lo que eso implica. Tal como lo hacen Sus Majestades los Reyes de España, la Reina de Inglaterra y los Príncipes de Mónaco.
La semana pasada me metí al cine a ver la recién estrenada comedia romántica de Hollywood “Licorice Pizza”. Está ambientada en los Ángeles en los años setenta. Está nominada a varios premios Óscar. Es una exhibición de actuación de un virtuosismo magistral de parte de todos los actores involucrados y, en especial, de Sean Penn. Además, tiene muy buena música y una fotografía sublime. Me gustó mucho.
Esta historia de amor de dos jóvenes post adolescentes me hizo reflexionar sobre la historia de mi vida. Yo de adolescente tuve dificultad para socializar con el sexo opuesto, más aún por estudiar en colegio de hombres. Era un colegio lleno de abusos e injusticias, casi militar, homofóbico y machista, en la edad en que uno está con todas las hormonas revueltas y se excita con cualquier cosa, hasta con la puerta. Fue después, cuando ya tenía dieciocho años y era un joven estudiante de economía que me empecé a interesar por las mujeres, yo seducía y flirteaba a todas las más guapas en la placita de la universidad, yo era guapo y carismático. Y fue poco después que me empecé a inventar historias de amor que supuestamente había vivido yo, pero que, sin embargo, eran solo imaginarias pues yo las necesitaba para paliar el hecho de amar a las mujeres con toda mi alma, enamorarme de todas y, sin embargo, estar solo y no haber tenido ninguna enamorada firme a esa edad. Y me volví un poeta que le escribía al amor. Me entristecía la novia que nunca tuve, el primer amor que siempre soñé. Yo creo que sucedió así porque, en mi familia, patriarcal y machista, mientras a mi hermana le preguntaban cuán enamorada estaba con su novio y le decían que hacían una linda parejita, a mí me animaban a no enamorarme para no desconcentrarme de los exigentes estudios que yo cursaba.
Me suele suceder con mucha frecuencia que cuando veo una película, yo me siento uno de los personajes de la vida real que montan en escena los actores pues yo he pasado por vivencias de película y he vivido al límite. Mi vida es fascinante.
Como yo soy escritor y sé de guion de cine, me gustaría escribir el guion de la película o serie de mi vida, para codirigirla con la ayuda de alguien más experimentado. Pues de cinéfilo a cineasta solo hay un paso. Me gustaría, también, salir actuando en el filme, contando mi vida el día de hoy y que, acto seguido, salga el actor que me interprete a mí en otras épocas. Y que ustedes, queridos lectores, la disfruten.
Estalló la Guerra entre Rusia y Ucrania. Han corrido ríos de tinta sobre lo que fueron las guerras en la historia. Desde que existe la humanidad, existen las guerras, el odio a los “otros” y, los humanos, después de más de dos mil años, no hemos sido capaces de evitarlo, evitar las guerras que no resuelven los problemas que las generaron sino que, por el contrario, son ambos bandos los que terminan perdiendo, el “bueno” y el “malo”.
Yo creo que las guerras son resultado de las ambiciones desmedidas de los gobernantes que, en el momento de tomar las decisiones cruciales, sus corazoncitos ansiosos pueden más que el razonamiento lógico y las enseñanzas de la historia. Y líderes con voz o con voto. En algunos casos ha ocurrido que, simplemente, los gobernantes estaban locos o en otros casos eran ignorantes, igual con ciertos líderes. Hay un dicho clásico que dice que «la guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí por la decisión de viejos que se conocen y se odian pero no se matan». Sin embargo, yo creo que ese impulso hacia la guerra está intrínseco en la personalidad de la raza humana. Ojalá algún día los hombres aprendan a evitar las guerras porque en verdad son estúpidas.
No obstante, no es mi intención pontificar sobre asuntos que ya han sido tratados hasta el cansancio en la historia. Yo prefiero contar mi propia versión de la historia, mi experiencia personal en los eventos de los que yo he sido espectador, que he padecido o en los que incluso he sido partícipe, con las conclusiones lógicas a las he podido arribar.
A mí que vivo en Perú me afecta la guerra en la lejana Ucrania, aunque en mucho menos medida que si yo viviera en Europa. Mi economía va a ser golpeada, el mundo sufre y yo también pero no voy a padecer desgracias significativas como, por ejemplo, en la guerra del Pacífico entre Perú y Chile.
Esto me recuerda cuando yo estudiaba en la Sorbona en París. Una parte importante del curso de historia trataba sobre la guerra. Las familias de mis profesores franceses estuvieron en el centro del conflicto, sus familiares y amigos murieron, sus ciudades fueron devastadas, su ejército se defendió y peleó. Recuerdo que en esa clase de historia, por momentos sentía que el profesor nos estaba preparando para la siguiente guerra.
Yo, como poeta que soy, tengo que hermanar con mi arte, unir con sentimientos profundos hasta a los más encarnizados enemigos. Yo profeso la cultura de la paz. Como cuando, en diciembre de 1989, cayó el muro de Berlín y el maestro Bernstein interpretó en la novena sinfonía de Beethoven, el poema de Von Schiller “El himno a la alegría” y en la puerta de Brandemburgo en Berlín se congregaron seis mil personas para escucharlo. A eso debería aspirar el verdadero arte y es el mejor ejemplo de a dónde quisiera yo que llegue mi poesía.
Anoche tuve un sueño, un sueño recurrente hace muchos años, que viene de recuerdos de mi otra vida. Son recuerdos muy vagos que recuerdo de manera borrosa pero que estoy seguro que provienen de una vida anterior en un mundo muy similar a la tierra, de mi misma alma en otro cuerpo.
Yo sostengo la teoría de otra vida después de la muerte, de la eternidad de las almas. Totalmente diferente a la de la iglesia. Tengo diferentes teorías que quisiera demostrar aunque sé que, en el transcurso de mi vida, eso será imposible. Por ejemplo, yo creo que hay seres superiores a nosotros que provienen de otros planetas en otras galaxias a millones de años luz de distancia y que viajan en naves intergalácticas aquí a la tierra para influir en el curso de la historia. Esos seres extraterrestres se ven como humanos cualesquiera e, incluso, se confunden entre nosotros pero, en realidad, son humanoides que viven eternidades y han venido hasta acá en misiones especiales para transportar almas a otras galaxias y moldear el curso de la historia para evitar el apocalipsis. No descarto la posibilidad de que ellos nos estén estudiando para entender su propio origen.
También sostengo que Dios tiene que ver con esto, que estos seres superiores plantaron a todos los seres vivos y a los homo sapiens en la tierra hace decenas de miles de años para ver nuestra evolución. Estos seres superiores pueden avanzar y retroceder en el tiempo a su antojo pues, usando la energía de agujeros negros, son capaces de experimentar universos paralelos donde todo transcurre de manera diferente a lo que pudo suceder.
Aunque sean alucinaciones, yo estoy seguro de que he tenido contacto cercano con estos humanoides y que soy uno de los suyos. Que, cuando duermo por las noches, viajo por el tiempo y el espacio en sus naves intergalácticas y ellos llevan mi alma a otras realidades. Hace años escribí algo así como la ideología del Priorato de Sion y el tiempo que viví en París, entre sueños recuerdo que, entrando por túneles subterráneos secretos del metro, llegaba a Catedrales monumentales para participar de las ceremonias sagradas de los miembros ilustres del Priorato de Sion en la tierra.
Al despertar del sueño esta mañana, miré a mi costado y mi esposa ya no estaba junto a mí en la misma cama como todas las mañanas. En los recuerdos de mi otra vida, ella aparece como mi compañera incondicional. Se llama Valentine, tuvimos dos hijos y la extraño horrores. Antes de abrir los ojos del sueño en las mañanas, siento que Valentine estará allí en la misma cama a mi lado pero luego despierto del sueño y me doy cuenta de que vivo en esta vida, en la que escribo estas líneas y que vivo solo.
La semana pasada vi la serie de los Prisioneros que se emite por el canal de “streaming” Movistar Plus, dirigida por Joanna Lombardi y Salvador del Solar. Retrata la carrera de los integrantes del conjunto de rock chileno los Prisioneros, Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia, que fueron muy exitosos y famosos en todo Latinoamérica durante la década de los ochenta.
Los Prisioneros y, en especial, Jorge González, fueron las típicas estrellas de rock que, en algún momento de su carrera, gozaron de la gloria de multitudes aclamándolos en estadios abarrotados. Jorge González fue la típica estrella de rock, políticamente incorrecto, que a veces se portaba mal, deslenguado, con problemas con las drogas, con un ego gigantesco. Y ellos llenaban estadios como el de Santiago de Chile, durante los años ochenta, con hinchadas que coreaban entre canción y canción «y va caer, y va caer» refiriéndose a la dictadura del General Augusto Pinochet, quien seguía cometiendo muchas violaciones a los derechos humanos, pues la música de los Prisioneros contenía mucha carga política y su canción “el baile de los que sobran” quedaría como un himno de la protesta para la posteridad. Empezaron su carrera con el comienzo de la década de los ochenta, pasando muchas penurias en un largo camino hasta el éxito a finales de los ochenta, hasta que, finalmente, a comienzos de los noventa se separaron, ya con su relación conflictuada, en medio de un triángulo amoroso entre Jorge Gonzáles y la esposa de Claudio Narea.
La música de los Prisioneros estaba de moda cuando yo era chico y es por eso que me trae muy gratos recuerdos. Cuando se volvieron a juntar, a comienzos de este siglo, los fui a ver tocar en vivo en tres ocasiones en conciertos multitudinarios, aquí en Lima. Además, cuando yo tenía mi banda de rock tocábamos canciones de los Prisioneros y nos salían muy bien porque yo cantaba y tocaba el bajo igual que Jorge González.
Cuando yo me compré mi equipo de sonido con mi tornamesa que suenan como los dioses, quería conseguir unos discos de vinilo que me trajeran recuerdos personales y encontré un disco de los Prisioneros que era de fabricación nueva pero grabado en los ochentas, entonces, cuando me pongo a escucharlo viene a mí un flashback o rayo en cámara lenta de otros tiempos en que todo era distinto y me pongo a pensar en la vida, todo lo que pasó en el mundo y lo que yo conocí y echado en mi diván de cuero genuino, medio adormecido, planeando el fin de semana en la playa o el próximo viajecito, le agradezco al mundo por darme la oportunidad de disfrutar un día más de vida.
La semana pasada fui a ver al cine la película italiana “Pinocho”, dirigida por Matteo Garrone y protagonizada por Roberto Benigni, que está nominada a muchos premios y que es, actualmente, con un costo de 45 millones de euros, la película más cara de la historia del cine italiano.
Este año se van a estrenar otras dos películas que cuentan el cuento de Pinocho; una, de Disney; la otra, de Netflix. Como sea, la película italiana que vi, me pareció formidable y la actuación de Roberto Benigni, genial. Todavía tengo en la mente la imagen de Roberto Benigni saltando de la felicidad cuando, en medio de la gala de los premios de la academia, se ganó el Óscar a mejor actor por su parte en la película “La vida es bella”.
“Las Aventuras de Pinocho” es un cuento de hadas clásico italiano escrito por Carlo Lorenzini a finales del siglo 19 y ampliamente conocido como literatura universal infantil. Cuando yo viajaba por Europa, una vez fui al pueblo en la Toscana italiana donde se creó Pinocho, recuerdo que hasta me tomé una foto con Pinocho en la casa del abuelo Gepetto.
Desde que nació el cine, se crearon, no solo la versión de las películas de Pinocho, sino, de todos los cuentos de hadas, a veces en dibujos animados, a cargo de Disney en sus inicios, ya luego por sus sucesores, hasta con efectos especiales.
Cuando yo estudiaba en La Sorbona, en París, estudiamos en clase los cuentos de hadas, al detalle y de manera rigurosa, además de Pinocho, los de los hermanos Grimm y los de Charles Perrault. Además, yo, de muy pequeño, crecí con mi madre leyéndome al borde de mi cama, a la hora de irse a dormir, todos los cuentos de hadas. Teníamos todos los libros infantiles con lenguaje sencillo e ilustraciones, a veces hasta con casetes para escuchar a una narradora leyendo el cuento. Poco después, era yo mismo el que me pasaba horas leyendo todo el día estas historias que siempre empezaban con un “érase una vez” y que terminaban con una obvia moraleja. Pinocho, La Caperucita Roja, Blancanieves, La Cenicienta, El gato con botas, Rapunzel, Hansel y Gretel, Barba Azul, Pulgarcito y El Príncipe Rana, entre otros.
Era en el colegio donde escuchaba frecuentemente esa famosa frase de voz de los profesores «te va a crecer la nariz como Pinocho» cuando tenían sospechas de que alguno de mis compañeros mentía.
Yo creo que cuando era un niño de cinco años y aprendí a leer, con esos cuentos infantiles fue que me di cuenta, por primera vez, del placer que siento por la lectura y fue, desde entonces, un placer que procuro gozar cada vez que puedo, ya no con cuentos de hadas sino con lecturas más densas.
Además, recuerdo que, después, cuando ya era un adolescente que padecía de los complejos de los chicos de esa edad y padecía, además, de la tortura que fue para mí el colegio, extrañaba la época en que yo era un niño de tres a cinco años, cuando mi mamá me leía esos cuentos, mi padre era un héroe para mí y yo no me preocupaba de nada. Entonces, adolescente en edad complicada, para recordar lo feliz que fue mi niñez, me abstraía leyendo a los grandes de la literatura universal como si fuera la voz de mi mamá la que estuviera leyéndome al pie de mi cama.
La semana pasada vi el documental “Becoming Cousteau” de National Geographic que se emite por el canal de “streaming” Disney Plus. Es un documental fabuloso sobre la fascinante vida del buzo, aventurero, cineasta, visionario, filósofo y activista medioambiental francés Jacques Yves Cousteau.
Toda su vida, el Capitán Cousteau amó la mar y, fue un pionero en todo, en sus inicios buceando con esnórquel arponeando peces en el mar Mediterráneo; después de la segunda guerra mundial, inventó el equipo de buceo autónomo o “scuba” para filmar por primera vez la vida submarina. Con su barco Calipso navegó los siete mares filmando la hermosa fauna y flora para cine y televisión, mostrando lo que hasta entonces era un misterio. Fue el primero en descubrir yacimientos petroleros submarinos y al final de su vida se dedicó al activismo político con su propia fundación, en aras de la preservación de los mares, la Antártica y el planeta tierra. También expone su vida privada, su matrimonio y sus hijos, uno de los cuales murió en un penoso accidente de aviación. Tuvo dos hijos en paralelo a su primer matrimonio y al morir de cáncer su primera esposa, se casó por segunda vez.
Este documental me recuerda la película “Odisea”, una formidable película biográfica de Cousteau protagonizada por Audrey Tautou, Lambert Wilson y Pierre Niney, estrenada en 2016 que yo vi en idioma francés cuando vivía en París.
Yo soy buzo desde los quince años y el buceo es mi deporte preferido junto con el ajedrez. Debajo de la superficie del mar hay otro mundo diferente donde no existe la gravedad y donde solo escuchas tu propia respiración. Ser buzo es lo más parecido a ser astronauta. Hay mucha vida a la vez extraña y hermosa que lucha por sobrevivir.
Durante mi juventud yo hacía apnea, podía aguantar la respiración debajo del agua hasta dos minutos y competía en los campeonatos de caza submarina, a pulmón y con arpón, deporte que ya no se realiza por conciencia de la preservación de los mares. Los hombres de mar hemos tomado conciencia de la fragilidad del ecosistema submarino, después del exceso al que ha incurrido la humanidad con el medioambiente las últimas décadas. Y en efecto, antes había mucho más vida subacuática de la que hay hoy y cada vez se reduce más para abastecer cocinas y por la irresponsabilidad de cierta industria. Yo recuerdo que en mis épocas, cuando salíamos a pescar, sacábamos ingente cantidad de pescado, tanto, que no sabíamos qué hacer con esas capturas gigantescas y terminábamos vendiendo o hasta regalando toda la comida que nos entregaba la mar a manos llenas.
Cuando yo tenía diecisiete años y cuerpo atlético, me iba de pesca con mis amigos los fines de semana, me echaba del bote a la mar, de espaldas, con mi traje de neopreno, mi cinturón de pesas de plomo y mi arpón cargado, tomaba una gran bocanada de aire por el esnórquel y me sumergía diez metros debajo del mar, mimetizándome con el fondo subacuático como si yo fuera un animal salvaje acechando a su presa, me introducía sigilosamente dentro de una cueva a esperar a que se asome un mero gordo y cuando lo tenía en la mira, disparaba la flecha directo a sus agallas, al darle muerte certera, lo sacaba de allí y me lo llevaba a la superficie para dejar el tremendo animalazo en el bote, entre otras piezas enormes que había capturado. Años después, cuando ese deporte pasó de moda, mis compañeros y yo nos dedicaríamos al buceo con tanque y sus especializaciones como fotografía subacuática, buceo nocturno, buceo profundo, navegación subacuática, buceo en naufragios, entre tantos que hay.
Cuando yo regresé de París, me uní a un grupo de amigos que buceaban regularmente, iba a bucear todos los fines de semana, fui a varios viajes de buceo nacionales e internacionales y hasta me compré todo el mejor equipo de última generación. Sin embargo, aunque extraño horrores estar media hora sumergido en aguas abiertas, no creo que lo vaya a hacer por ahora porque, una fatídica noche, mientras yo me encontraba de viaje, se metieron a robar en mi anterior departamento y se llevaron, entre otras cosas de valor, todo el equipo de buceo que yo acababa de comprar. Para colmo de males, el amigo que organizaba las salidas de buceo aquí en Lima, se portó muy mal conmigo sin motivo alguno.
El buceo no es un deporte popular, es de círculos pequeños, sin embargo, la última década, con la relativa bonanza que se vivió en el Perú pude ver que la afición crecía lentamente. Desgraciadamente, con la pandemia y las recientes crisis políticas y económicas, se debe de haber reducido mucho la afición. Espero que el derrame de petróleo ocurrido el último mes que creó un desastre ambiental gravísimo, que afecta negativamente todo el ecosistema marino permanentemente en Lima y la costa norte del Perú, no sea su estocada final.
Este documental me hizo recordar que, cuando yo era chico, como vivía frente al mar y lo amaba con todas mis fuerzas, mi abuelo un día me enseñó por televisión las aventuras del Capitán Cousteau como si fuera el Odiseo de la mitología griega y, desde ese día, decidí que el buceo sería mi deporte preferido para el resto de mi vida.
La semana pasada vi, por Disney Plus, el documental “Get Back” que muestra cómo practicaban y grababan los integrantes de la banda de rock británica The Beatles, su disco “Let it be”, en un estudio de grabación enorme. Walt Disney compró los derechos para publicar este documental dirigido por Peter Jackson, originalmente capturado para el documental de 1970 del director Michael Lindsay-Hogg, donde se puede apreciar la amistosa relación de camaradería que todavía existía entre los miembros de la banda. Ha contado con la colaboración de Paul McCartney, Ringo Starr y las viudas de John Lennon y George Harrison.
Hace tiempo que me estaba bombardeando de publicidad por las redes sociales y YouTube, el tráiler de este documental. Ya desde la primera vez que apareció quería verlo. Pero lo pasan por la plataforma de “streaming” de Disney plus y yo solo tenía Netflix y “Amazon Prime Video” instalados en mi televisor. Entonces, tuve que comprar la suscripción mensual de Disney plus especialmente para ver este documental y de paso también compré la de Star Plus porque venían en un paquete atractivo.
Los Beatles, el cuarteto de Liverpool, es, probablemente, la banda de rock más importante de la historia de la música popular. Celebérrimo en los sesentas, fue fenómeno que traspasó generaciones e influencia de todos los músicos y artistas que lo sucedieron. Es, además, motivo de rigurosos estudios especializados en su historia por los así llamados Beatle maniacos.
Yo tuve la suerte de ver tocar en vivo al cantante y exbajista de los Beatles, Paul McCartney, cuando se presentó en un estadio monumental lleno total, en Lima, en mayo de 2011, junto a otros 40 mil espectadores. También tuve el placer de ver la puesta en escena circense, basada en las canciones de los Beatles, “Love”, del Cirque du Soleil, en Las Vegas.
Desde que yo era muy pequeño, escuché las canciones de los Beatles, mucho antes de que apareciera YouTube, Spotify o Tidal, antes incluso de los discos compactos, cuando tenía que escucharlos en casetes o en discos de vinilo. He escuchado sus canciones hasta el cansancio. También he intentado interpretar con mi piano y mis guitarras mi versión de algunas de sus canciones. Tanto así que, durante algunos momentos de mi vida yo ya estaba saturado de sus canciones, entonces, apreciarlos renovados y en todo su esplendor fue muy agradable para mis oídos, porque han sido toda la vida mis ídolos.
El próximo 21 de enero se cumplen ya dos años del flamante estreno de esta columna semanal en mi página web delcamporobinson.com. Pareciera ayer cuando el año pasado escribí, en este mismo espacio, que yo cumplía un año a cargo de esta columna, explicando las razones y confesando que me gustaría escribirla hasta el día que yo me muera, y es que, temas no me faltan ni nunca me faltarán, tanto así que, incluso, podría hacerla ya no semanal sino diaria.
Puedo escribir sobre cine o películas y documentales de las plataformas de “streaming” como Netflix, Disney plus, Amazon Prime o Star plus, yo estoy suscrito y tengo un buen televisor y que soy cinéfilo y me meto a la sala de cine de mi barrio por lo menos una vez por semana y que ya he escrito sobre las últimas películas que vi. Puedo escribir sobre libros, yo que he sido, toda mi vida, un ávido lector y que siempre estoy leyendo las últimas novedades o releyendo a los escritores que me apasionan. Puedo escribir sobre música, yo que soy melómano, aficionado a la música clásica pero que sé apreciar todo tipo de música y que soy aficionado, también, a los discos de vinilo. Puedo escribir sobre mis viajes, yo que viajo con relativa frecuencia y que me gusta empaparme con lo que es la vida en otras tierras, otras tradiciones y costumbres. Puedo escribir sobre mi vida, que es fascinante por lo que me tocó vivir y por cómo yo la narro.
Si yo escribiera mi columna todos los días ya sería un trabajo más demandante pero me ilusiona creer que ese día me llegue más temprano que tarde. Y entre la vasta cantidad de temas pendientes de escribir está el comentario de un libro de entrevistas que compré en la última feria del libro y que anhelo leer. Se trata de “The Paris Review, Entrevistas (1953-2012)”, que son transcripciones en idioma español de las mejores entrevistas de la revista The Paris Review en el transcurso de sus sesenta años de vida. Dicha revista es hoy legendaria por haber convertido las entrevistas a creadores del amplio ámbito de las letras, narradores, poetas, dramaturgos y guionistas de cine, en un notabilísimo género de indudable valor literario y humano. La selección de este libro reúne cien retratos literarios realizados a lo largo de sesenta años que abarcan la época dorada de la literatura universal del pasado siglo: Hemingway, Faulkner, Celine, Borges, Kerouac, Cortázar, Kundera, Yourcenar, García Márquez, Auster, Murakami, Eco o Marías, entre muchísimos otros. Además de un volumen inigualable de clases magistrales de literatura, lecciones de vida de los más grandes maestros de nuestro tiempo. La edición que conseguí consta de una caja con dos gruesos tomos en papel fino que en total cuenta casi tres mil páginas. Como se puede ver es un libro denso y riguroso con las entrevistas a mis ídolos literarios que me gustaría leer de principio a fin y comentarlo entrevista tras entrevista en mis columnas.
Así como ese, aparecerán muchos otros libros que yo anhele estudiar, motivo de comentarlo en mis columnas con mi estilo, que está ya bien marcado. Y así, temas misceláneos que me inquieten a mí y a mis lectores, existen infinitos.
Como escribí el año pasado, me gustaría retratar mi tiempo y analizarlo fielmente, encontrar las claves para entender la condición humana y su subconsciente, para aportar a la sociedad y a la especie humana de la mejor manera, con madurez, responsabilidad y valores.
Espero que las columnas venideras sean del gusto de los lectores pues mi intención es que me quieran cada día un poquito más.
Hace algunas semanas vi, en el cine, la película “La casa Gucci”, que trata sobre el matrimonio de Maurizio Gucci, heredero de la mitad del imperio de la casa de modas italiana, nieto del fundador Guccio Gucci, quien vistió, en la segunda mitad del siglo que se fue, a los ricos y famosos, con la más alta elegancia europea. Liz Taylor, Grace Kelly, María Callas y Jackie Kennedy fueron algunas de las más distinguidas celebridades que utilizaron sus diseños. Termina con el asesinato de Maurizio Gucci, en 1995, ordenado por su exesposa Patrizia Reggiani, motivado en recibir su parte de la herencia.
La película, que exhibe en gran parte hechos de la vida real, es basada en un libro escrito por Sara Gay Forden. Es protagonizada por Lady Gaga y Adam Driver junto a Al Pacino, Jeremy Irons, Jared Leto y Salma Hayek, entre otras estrellas del cine.
La película me hizo reflexionar cómo el dinero desvirtúa la buena fe en las relaciones humanas. La gente hace cualquier cosa por dinero y poder. Familia, amigos, ética y moral, todo se corrompe por el vil dinero. En este caso una mujer llegó al extremo de matar a su exesposo con el que mediaban una hija menor. Yo he escuchado, de familiares y amigos, historias de hermanos que se pelearon por herencias, sacando a relucir, así, su lado más oscuro.
El dinero ayuda a hacer más agradable la vida, claro está, eso lo sabemos todos, pero no lo es todo en la vida. Yo, en algún momento de mi vida, soñaba con la felicidad de la gente modesta, de vivir en alguna provincia del Perú con un trabajo honrado, vivir una vida apacible y sin grandes preocupaciones, soñaba con el amor de una mujer buena y una familia estable.
Es una excelente película que recomiendo plenamente. Película que, sin lugar a dudas, sirvió de muy positiva publicidad para la marca Gucci, firma en la que, sin embargo, hoy ya no participa ningún miembro de la familia Gucci.
Estas fechas son, todos los años para mí, muy felices. De celebrar el haber sobrevivido un año más a las inclemencias de este mundo. Momento de hacer los balances que correspondan de los últimos tiempos vividos.
El año que se fue, fue año de cambios radicales. Luego de haber vivido la pandemia de la Covid 19 el año anterior, aunque ya casi todos nos hemos vacunado, siguen nuevas cepas contagiando, pero por lo menos ya no con la gravedad de las primeras olas que mataban ingente cantidad de desprevenidos. En el ámbito político, en las elecciones pasadas, el pueblo peruano eligió a Pedro Castillo como presidente, quien asomaba desde el más izquierdo espectro de la política peruana y hubo una polarización de opiniones que enfrentó a los ciudadanos como yo no había visto nunca antes.
En el plano personal, para mí, contrariamente de la mayoría, sinceramente, el año pasado fue bastante bueno. Por fin me convertí en poeta. Estrené nueva serie de poemas célebres de la literatura en mi canal de YouTube. Luego de ya dos años de estrenada mi primera columna semanal, mis columnas las estoy, ahora, promocionando con unos videos realmente innovadores, con un libro girando en 3D mientras yo hago la presentación o resumen en video. También, grabé cantando y tocando mi piano y mis guitarras, unas canciones que yo compuse hace quince años. Además, me grabé recitando mis poemas en unos hermosos teatros frente a un afanoso público.
Sin embargo, luego de tantas publicaciones geniales que he alcanzado, creo, con mi modesta opinión, que he sido pionero en crear arte, de la manera como yo lo hago, en las redes sociales, porque, ya que esta tecnología es algo nuevo, yo he sido el primero en hacer lo que yo hago. No obstante, mi número de seguidores y “me gusta” se ha mantenido ralo como antes. Yo no quiero sonar paranoico pero estoy seguro de que la gente de Facebook mete mano a mi cuenta de alguna manera porque yo tengo la sospecha de que tengo más vistas de las que me muestran. No entiendo del todo porqué, tampoco hasta cuándo puede durar esto. Es decir que yo me creo famoso sin saberlo. De cualquier manera, esto no me preocupa, lo que a mí de verdad me preocupa es el contenido y publicar maravillas en lugar de la cantidad de vistas, seguidores, suscriptores o “me gusta” que logre.
Después de tantos años y décadas de fracaso tras fracaso, siento que, por fin, estoy empezando a lograr algo. La mayoría de poetas o son famosos recién en su vejez o cuando ya murieron. Mi carrera recién empieza. Tengo muchos planes y expectativas para mi futuro. Si yo no tuviera plata de familia, estaría arruinado, pues es gracias a mis rentas que puedo dedicarme cómodamente a la poesía y a mi arte. Sin embargo, sí quisiera generar ingresos por mi trabajo.
La esperanza de un futuro mejor es lo último que debería perderse y yo, este año 2022, ahora ya en la madurez, he vuelto a creer, igual que a mis dieciocho años, que yo sí puedo construir un mundo mejor y he vuelto a soñar con éxitos formidables. ¡¡¡FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO, QUERIDOS LECTORES!!!
A mediados del pasado mes de diciembre, nos fuimos toda mi familia y yo a Máncora con motivo del cumpleaños número cuarenta de Jimena, mi hermana mayor. Máncora es un pueblo en el norte del Perú, un oasis en medio del desierto, con hermosas playas y sol intenso todo el año, destino vacacional preferido de limeños que buscan escapar de la gris Lima. Nosotros viajamos a Máncora frecuentemente. Cuando vamos en familia siempre alquilamos casas grandes frente a la playa.
Máncora me trae muchos recuerdos porque yo he pasado entrañables momentos allí. He ido bastante, desde años antes de que crezca desordenadamente y se ateste de mototaxis y se llene de inmigrantes venezolanos buscando trabajo en las esquinas.
Yo tengo buena memoria y las fotos me han ayudado a recordar cuando yo tenía ocho años y fuimos, por primera vez, a Punta Sal, hotel veraniego que queda cerca de Máncora. Aún hoy, “La Lambada”, canción que sonaba por aquellas épocas, me hace recordar esos días.
Luego, recuerdo cuando yo era un joven estudiante de economía y fuimos con mi familia a un hotel de Máncora, mi papá nos había invitado, a mis hermanas y a mí, con la compañía, cada uno, de un amigo. El día que todos retornaban a Lima, mi amigo y yo enrumbamos por tierra, en buses interprovinciales, a la frontera con Ecuador, en busca de nuevas playas y llegamos hasta Montañita, que es un pueblo con playas en Ecuador, similar a Máncora.
Poco después, recuerdo unas vacaciones de entre ciclos que, como para relajarme de la intensa presión que me exigía la universidad, yo viajé solo a Máncora. Me hospedé en un cómodo hotel y un día, conocí en la playa a una bellísima mujer con la que la pasamos muy bien todo el día conversando hasta que en la noche nos besamos y terminamos durmiendo juntos. Nunca la volvía ver. Fue la primera y única aventura de una sola noche con una desconocida que tuve.
Poco tiempo después de eso, regresamos a Máncora para pasar un cumpleaños de mi papá durante las vacaciones de julio. Mi hermana menor fue con su novio, yo fui con un amigo y mi hermana Jimena fue con su mejor amiga, hermosa mujer de quien ella yo estaba perdidamente enamorado y a quien le escribía poemas de amor a escondidas, ella lo sabía pero me rechazaba como si yo fuera cualquier cosa. Los poetas necesitamos una musa y ella es la más grande que yo pude tener. Lo mejor que le puede pasar a un poeta es que una mujer lo haga sufrir por amor. A ella le escribí mis más bellos versos de amor pero ella ya no quiere nada conmigo. A veces veo esas fotos de cuando éramos todos jóvenes, yo todavía tenía pelo y ella se veía hermosa.
Unos años después, celebré uno de mis años nuevos en fiestas con amigos en Punta Sal, hotel cerca de Máncora.
Varios años después, cuando yo vivía en París, regresé al Perú especialmente para el matrimonio de Rafaela, mi hermana menor. Y se casó, precisamente, en el hotel de Punta Sal. Fue todo un evento enorme y hermoso con familiares y amigos. Tiró la casa por la ventana.
Hoy voy muy seguido, como la semana pasada, que celebramos el cumpleaños de Jimena, asombrados de cómo así pudieron pasar cuarenta años frente a nuestros ojos, sabiendo que fueron cuarenta años bien vividos. Cuarenta años en los que crecimos, supimos construir y sobre los que construiremos los que nos han de venir. Siempre unidos y, desde que llegaron sus tres hijos, dedicados a ellos, para que puedan dar y recibir amor y sucedernos en este mundo maravilloso.
El día de mi cumpleaños pasado, invité a unos amigos a mi casa a celebrar mi onomástico por todo lo alto y, entre ellos, Fer, que es quien me asiste en las grabaciones que hago para mis videos de YouTube, vino con un buen regalo. Me trajo un poemario de Luis Hernández Camarero, uno de los clásicos contemporáneos de la poesía peruana. “El sol lila” se titula el libro de poesía y replica un cuaderno en el que Luis Hernández ha escrito y dibujado, a puño y letra, su inventiva. Y es que, él dejó desperdigados entre familiares, amigos y desconocidos, cuadernos como ese.
Luis Hernández, hermano del psicoanalista Max Hernández, políglota, músico aficionado y médico de profesión, murió muy joven de manera confusa en Argentina. Y es que, vivió y murió como suelen hacerlo los poetas. Se fue a Buenos Aires a ser tratado de una enfermedad mental, en una clínica psiquiátrica, donde estuvo una muy larga temporada internado y, luego, aparentemente se suicidó en las rieles del tren, pues, según lo manifiesta él mismo en una carta a su amada Betty, su pareja, o como él la llamaba “frazadita”, su «felicidad estaba fuera de toda esperanza». Sin embargo, hay testimonios que aseguran que, lo que realmente sucedió fue que, tuvo un enfrentamiento con la milicia argentina y, luego, fue dejado muerto en las rieles del tren.
Según los novelistas, la poesía no sirve para mucho, más que para perder el tiempo. Yo creo que es hermosa por lo que expone belleza en su arte. Sin embargo, hay mucho de genialidad y de locura en ese oficio. Pues, entre la genialidad y la locura, hay solo un paso. Y entre los poetas, son la mayoría las historias de locura. Como el poeta peruano Martín Adán, que vivió sus últimos años en el manicomio Larco Herrera, saliendo de vez en cuando para irse a libar licor al centro de Lima.
Yo, con cierta modestia, puedo decir que tengo algo de autoridad para hablar sobre los poetas y los locos. Recuerdo cuando estudiaba economía en la universidad y mis maestros me querían jalar en sus cursos, luego de un concierto que di yo solo con mi guitarra a cantar trova y canciones propias en la noche de talentos en el teatro, frente a casi mil de mis compañeros, el rector, luego de verme, cuando me acerqué a saludarlo y preguntarle por la opinión que tenía de mi performance, me dijo que yo debería ser poeta de profesión, porque «como economista era buen poeta». Y yo, totalmente confundido, le respondí que no quería ser poeta porque los poetas se mueren de hambre, que yo quería ser político.
Yo soy un melómano, gusto de todo tipo de música sin ningún prejuicio y soy aficionado a la música clásica. No necesariamente porque toque el piano entre otros instrumentos, sino porque me gusta. Muchos años fui socio abonado de la Sociedad Filarmónica de Lima y frecuentaba a la Orquesta Sinfónica Nacional en el Gran Teatro Nacional, entre otras organizaciones y festivales. Iba a muchos conciertos de música clásica no solo en Lima sino en el mundo entero. Los dos años que radiqué en París, fui abonado de la faraónica Filarmónica de París y fui a todos los escenarios más prestigiosos del mundo, en París y Europa, la filarmónica de Berlín, la Scala de Milán, La Fenice de Venecia. En París la gente es más culta, hay mucha afición por el arte, la música y la cultura y el Estado financia y subsidia los museos y los espectáculos culturales. Los eventos culturales son frecuentados por gente de todas las edades, en cambio aquí en Lima, son toda gente mayor y es un público muy reducido pues resulta extremadamente caro asistir, y no hay mayor afición.
Me gusta de todo dentro de la música clásica, la danza y la cultura. Sin embargo, mi compositor preferido es Beethoven. Cuando me siento al piano a tocar el claro de luna de Beethoven, invoco a su memoria como el antepasado mío que es, como si él fuera mi querido tatarabuelo. Hace muchos años, luego de ver en el cine “Amada inmortal”, la mejor película que hay sobre Beethoven, de 1994, con Gary Oldman como Beethoven, en ese momento, me convencí de lo tanto que me gustaría la música clásica el resto de mi vida y que Beethoven sería mi admirado ídolo. Es, probablemente, uno de los genios con cociente intelectual más alto que hayan nacido en la historia.
Soy aficionado, también, a los discos de vinilo. Tengo un equipo de sonido de lujo en un cuarto con buena acústica, frente a un diván italiano de cuero genuino. Tengo mis discos de vinilo de música clásica y a veces toco a Beethoven. Sin embargo, tengo álbumes de música popular que, con entrañables recuerdos, me remontan a muchos años atrás. Escucho las mismas canciones que escuchaba cuando era chico y vienen a mí todos los sueños rotos que llegaron desde entonces como un rayo en cámara lenta o “flashback”. La música me teletransporta, empiezo a levitar de mi asiento, viajo a otros mundos los pocos minutos que suena la canción, mundos de fantasía. La música me resulta una abstracción paradisíaca.
Yo he sido, toda mi vida, un ávido lector. Leo lo que cae a mis manos. Siempre fue así. Libros de cualquier género, enciclopedias, periódicos, revistas. Y con el pasar de los años, cada vez que me llegaba un libro nuevo, luego de leerlo detenidamente, lo guardaba con cariño en mi biblioteca. Es por eso que hoy mi biblioteca es extensa y bien surtida.
Desde que yo tengo uso de razón, en mi casa se compraba todos los días el diario El Comercio y yo lo leía de principio a fin, la sección política, cultural, espectáculos, deportes, los suplementos, revistas, publicidad. También iba al quiosco de periódicos a mirar los titulares y comprar revistas de miscelánea o cualquier especialidad. Cuando entré a la universidad es que les tomé más importancia a los periódicos y a la lectura en general y cogí el hábito de leer el periódico todas las mañanas, ser fiel lector de los columnistas diarios y semanales y me comprometí con el quehacer político. Durante alguna etapa de mi vida, incluso compraba cinco periódicos al día.
Como yo no tengo y nunca he tenido televisor en mi cuarto sino en un estudio aparte y en la cocina, casi no prendo la tele, aunque sí veo el telediario todos los días durante el almuerzo.
Es una pena ver cómo la prensa escrita, de papel, está desapareciendo, y que cada vez son más ralas las presentaciones. Hoy ya ni compro los periódicos físicos, sino que tengo suscripción de lo mismo, pero en versión digital, por aplicación de celular, que leo en mi tableta.
No obstante, yo, no solo he sido un gran lector toda mi vida, sino que, también, siempre latió en mí la pasión por escribir. Ya van a ser dos años que escribo esta columna semanal en mi página web. Mi idea inicial era dar el salto a un periódico, sin embargo, los columnistas semanales no deben de ganar casi nada escribiendo, mientras, yo podría colocar publicidad de terceros en mi página web y cobrar dinero. Es algo que tengo que estudiar bien.
Yo siempre tuve talento para escribir, y, felizmente, nunca dejé de dedicarme a eso pues es por eso que tengo experiencia y soy capaz de escribir con cierto virtuosísimo. Pues, por el otro lado, hace muchos años que yo nunca hablo casi nunca con nadie ni frente a nadie y es por eso que ya no tengo la labia fina y el floro sofisticado que manejaba antes, durante mis años de universitario, cuando era un gran orador. Yo creo que es pura práctica, como cuando uno deja de practicar un instrumento musical y pierde la facilidad de dominarlo, o cuando uno deja de practicar un idioma, ingrato, pierde la fluidez.
Como sea, es para mí un placer ver que mi columna llega a los ojos de los lectores. Y eso es lo que importa.
Nos fuimos a pasear, toda mi familia y yo, la semana pasada, a Urubamba, Cuzco, Perú, con ocasión del cumpleaños de mi mamá. Usualmente repetimos ese mismo viaje una vez al año o algo así pues mi papá ha comprado un terreno frente al río Vilcanota en el corazón del Valle Sagrado de los Incas, en el que ha plantado unas uvas Tannat que importó de Francia para producir un vino de altura exquisito.
En un inicio mi papá tenía la idea de construir un hotel, sin embargo, con el tiempo, con la pandemia que afectó gravemente el turismo y las sucesivas crisis políticas y económicas, desechó totalmente esa idea y terminó plantando las vides en todo el terreno que, aunque es solo de una hectárea, goza de una vista privilegiada del río, el valle y las montañas que por temporadas se cubre de nieve.
La cosa es que, este año, mis hermanas se fueron de paseo a Machu Picchu mientras nosotros nos fuimos al salar de Maras y a las ruinas de Moray.
Aunque podría desmerecer a las antiguas civilizaciones incaicas, yo creo que no fueron ellos quienes construyeron la ciudadela de Machu Picchu o los templos que dejaron desperdigados por el Perú, como creo que no fueron los antiguos pobladores de la llamada civilización Nazca quienes construyeron las líneas de Nazca. Yo creo que fueron los extraterrestres. Pues hay mucho que, a pesar del gran conocimiento que ha acumulado hoy la humanidad, la ciencia no puede explicar. Por ejemplo, lo más trascendental, como Dios o la verdadera procedencia de la raza humana o los hechos paranormales. Yo podría enumerarlos aquí y tratar de darles explicación, desgraciadamente, no caben en el espacio de esta columna. Ya habrá otro momento en el que yo pueda explayarme a mis anchas.
Como sea, nos llena de ilusiones, dentro de dos años, producir el vino del viñedo que hemos plantado y disfrutarlo. Es un proyecto que toma muchos años y que por lo que parece, es más simbólico que rentable. Que, además, va a ser una producción muy pequeña.
En esta ocasión, aprovechamos para hacer, en el campo y con los campesinos encargados de labrarlo, un antiguo ritual típico de los campesinos de los Andes del Perú, que es algo así como un pago a la tierra, una ofrenda para augurarle buena suerte a la cosecha con una especie de sacerdotisa experta.
Mi familia y yo viajamos juntos con relativa frecuencia a diferentes destinos. Somos bastante unidos. Mi papá invita. Y por lo que veo, todos lo disfrutamos plenamente. Es bueno recargar energías tomando nuevos aires lejos de casa, visitando lugares diferentes con tus seres queridos. Mis papás, dos semanas del mes están de viaje, las otras dos semanas la pasan en Lima pero siempre en movimiento, entre reuniones amicales o de trabajo, salidas a restaurantes o a las casas de playa que tenemos. A su edad, así aspiran vivir, hoy que pueden darse ese lujo.
De cualquier manera, yo, que soy un solitario, soy menos solitario por mi mamá. Cuando estamos en la misma ciudad, nos vemos seguido y cuando ella está de viaje o no, nos escribimos por WhatsApp, por lo menos tres veces al día, a la hora de despertar en la mañana y a la hora de dormir. Tenemos una íntima y hermosa relación de cariño madre hijo que, igual, toda la vida fue así, hasta en los momentos más difíciles.
Y este año, en el cumpleaños de mi mamá, aunque yo, como de costumbre, me excedí con la comida y el vino, con todo lo que hemos pasado y la sabiduría que cosechamos con la experiencia, recordé cuando yo empezaba a escribir mis primeros poemas, allá por el 2007, cuando yo cumplía 25 años y ella 50. Pues fue madre muy joven. Y lo dio todo por su esposo y sus hijos. Hoy que conmemoramos el pasado que pasamos juntos y la gloria de una vida plena, con otras perspectivas y más bagaje que antes pero con el mismo amor incondicional y las mismas ganas de ser felices y disfrutar al máximo las maravillas que te puede dar la vida si sabes disfrutarlas.
Acabo de ver en el cine “Un mundo para Julius”, película basada en la novela de Alfredo Bryce Echenique y dirigida por Rossana Díaz Costa. Me gustó mucho. Mayella Lloclla destaca en un papel espectacular. Cuando alguna obra de literatura es llevada al cine, se tiende a hacer comparaciones entre ambos formatos. Y mi opinión en este caso, como en la gran mayoría, es que una novela es todo un universo mientras que la película tiene que centrarse en algún tema en especial. Un mundo para Julius es, como su título ya lo dice, un mundo, mientras la película que se acaba de estrenar se centra en las diferencias de clase tan marcadas que se vivía en Lima en la década cincuenta del siglo que se fue, pero, específicamente, entre los empleados que servían a una familia aristocrática en un palacio y las crueles injusticias en que allí se incurría. Asunto que está vigente, hoy más que nunca.
Ya he contado yo antes que entre todos los escritores que hay, con el que me siento más identificado es con Bryce. Nacido en la clase alta de una ciudad como es Lima, aunque me lleve muchos años y varias generaciones de diferencia, me siento aludido con sus escritos que trascienden al tiempo. Y pues, la película me hizo recordar cuando yo tenía la edad del protagonista y me pude ver, como en su caso, con una extensa servidumbre que atendió mis necesidades o hasta mis caprichos, en mi momento.
Los niños, cuando son chicos, al comienzo son muy inocentes pero, poco después, aprenden de los mayores y pueden volverse muy crueles, más aún en una sociedad como la que se retrata, en la que imperaba el racismo, la homofobia y el machismo, cuando esa era la normalidad.
Lo digo yo que viví algo similar medio siglo después y que estudié en colegio masculino de ricos, en épocas en las que estaba de moda la educación vertical, la misma educación inglesa de siglos, llena de castigos y abusos, donde prevalece el más fuerte, admirando la educación de los colegios militares que bien contó Mario Vargas Llosa en su novela “La ciudad y los perros”. Cuando no se había acuñado todavía el término “bullying” y donde, por el contrario, los padres les decían a sus hijos que ellos mismos se defiendan si algún matón intentaba abusar de ellos, porque cuando crezcan no iba a estar al costado el profesor a quien acusar para que los defienda.
Esta novela de Bryce, que acaba de conmemorar cincuenta años de su estreno y es una gloria de la literatura latinoamericana, forma parte del currículo obligatorio en todos los colegios como Plan Lector y ha sido leída por millones de niños ya. Yo lo leí cuando era chico y estaba en el colegio, sin embargo, ha pasado tanto tiempo que probablemente ya olvidé ciertos detalles. Luego de ver la película, me han dado ganas de darle una relectura, ahora con otros ojos. Pues el libro es todo un universo que va más allá de los sentimientos que te puede entregar el cine durante dos horas, el libro te hace pensar directamente con palabras y te ayuda a interpretar lo que está bien y lo que está mal, más que presenciar al bueno y al malo de la película como si todo fuera blanco y negro.
Este año, el jueves 18 de noviembre, cumplo 39 años. Treinta y nueve años con los pies en la tierra. Parece ayer cuando escribí, en esta columna semanal, que cumplía 38 años. No volveré a tener 38 años nunca más. Me encuentro, pues, en la víspera de la base cuatro.
Y esto me trae a la memoria otros dieciochos de noviembre, cuando también cumplí años y celebré mi día. Recuerdo, hace treinta años, cuando cumplía nueve, vivía el suplicio que fue para mí el colegio pero, yo a mi familia la quería mucho y entonces, fui muy feliz cuando nos reunimos con mis familiares en casa, me cantaron el cumpleaños feliz y soplé las velitas de la torta luego de pedir un deseo.
Y esto me trae a la memoria cuando, hace veinte años, cumplía 19 y soplaba las mismas velitas de la torta cumpleañera. Yo era un jovencito impetuoso y estudiaba economía en la universidad del Pacífico, probablemente la mejor del país en negocios. Aunque no se lo dije a nadie, mi deseo antes de soplar las velas siempre era ser un economista o empresario multimillonario, lo que mi padre había buscado toda su vida pero todavía no lograba. Y yo, loco, me creía capaz de todo, hasta de llegar a presidente de la República.
Luego, diez años atrás, cuando cumplía 29, con todos los sueños rotos encima de mi espalda y el estigma de saberme en un fracaso rotundo, acababa de pasar el pasado mes de octubre y dado de alta de un encierro espantoso en una clínica psiquiátrica. Sin embargo, yo nunca perdí las esperanzas de lograr algo en la vida y salir a triunfar. Me preparaba en la alianza francesa de Miraflores para viajar a radicar dos años a París y llevar unos estudios de literatura y civilización francesa en la Sorbona para convertirme, finalmente, en poeta, mi última meta. Ya para entonces a mi papá le iba muy bien en sus negocios y podía costearme los estudios que yo anhelaba con pasión.
Este año, 2021, es hora de celebrar por todo lo alto mi día, ahora que ha llegado, de una buena vez, la sabiduría que solo te puede dar la experiencia de la vida vivida. Y la verdad es que, por fin, veo buenas perspectivas para mi futuro. Puedo decir que con la madurez, he aprendido a disfrutar mi soledad y, también, una calma que se parece bastante a la felicidad.
En la fecha de mi cumpleaños, quisiera invitar a mis seres queridos a celebrar, la puerta de mi casa estará abierta y trataré de ser un buen anfitrión, para compartir, ahora que puedo y ahora que hay, realmente, motivos para celebrar. Los invito, queridos lectores, a celebrar conmigo.
Hoy por hoy, Joaquín Sabina es una gloria de la poesía y la música popular. Representante del instituto Cervantes y gran exponente de la lengua española, es un cantautor con letras que destacan por su virtuosa calidad poética y rica lírica. Estilo similar al del polémico premio Nobel Bob Dylan, su voz rasposa remueve las tripas e hinca el corazón.
Ir a uno de sus conciertos multitudinarios, que siempre están al tope, es una experiencia inolvidable. Yo nunca olvidaré las tres veces que fui a escucharlo cantar en vivo, la primera fue el año 2007 aquí en Lima cuando se presentó junto a Joan Manuel Serrat en su show dos pájaros de un tiro; la segunda, en el 2014, también junto a Joan Manuel Serrat en el Luna Park de Buenos Aires, en un viaje que hice a esa ciudad y la tercera, aquí en Lima en el año 2017, en la explanada del Jockey Club.
Cuando yo estaba en la secundaria del colegio, estaba de moda Fito Páez y, cuando en el año 1997 grabó en dúo su disco “Enemigos íntimos” junto a Sabina, allí es que muchos descubrimos a Sabina. Recuerdo cuando compré su flamante disco compacto “19 días y 500 noches”, sería desde ese momento que me aficionaría a Sabina. “Una canción para la Magdalena”, hermosa canción sobre una prostituta, se convirtió para mí en un himno en una época en la que las putas me atraían inexplicablemente y yo me iba, los fines de semana, a levantar chicas malas a los templos del morbo y a vivir unas hazañas sórdidas cual si yo fuera un antihéroe y junto con unos amigos éramos como unos mosqueteros en las noches de bohemia de Lima, aquella Lima gris de los libertinos y degenerados. A Sabina en algún momento le dediqué un poema que debe de estar traspapelado en mis archivos pero que no considero trascendental.
Casado con Jimena, mi compatriota peruana, Sabina siempre se jacta de que pudo ser mejor persona de lo que fue en ciertos aspectos pero que amigo fiel fue siempre pues, en efecto, está lleno de amigos, entre ellos, nuestro querido escritor Alfredo Bryce Echenique, al que cita en su canción “Rosa de Lima”. Recuerdo cuando fui a su concierto en Lima, Bryce estaba sentado entre el público y Sabina lo mencionó en algún momento y pidió aplausos para él.
A todo el público que lo ha seguido a lo largo de su carrera nos hubiera gustado conocerlo en persona y sentarnos frente a frente a compartir unas copas y una charla amena. Como sea, estoy seguro de que lo hemos sentido nuestro amigo y que los conciertos a los que fuimos, fueron como esa charla y esa copa que anhelamos siempre tener.
En mi vida, como en la vida de muchos peruanos, Jaime Bayly siempre estuvo presente, con sus programas de televisión que nos entretuvo los domingos en varias épocas y a varias generaciones, sus columnas omnipresentes los días lunes en el periódico, siempre con libros recién publicados y siempre en medio de alguna noticia o escándalo en medios digitales, impresos y televisivos. Aunque vive hace mucho tiempo en Estados Unidos, es un personaje muy querido en el Perú, su país de origen, por todos menos por su propia familia.
Bayly, en sus inicios apodado “el niño terrible”, con su primera novela “No se lo digas a nadie”, publicada en los años noventa, hizo de su vida un escándalo porque confesaba a los cuatro vientos su bisexualidad y narraba con lujo de detalles sus relaciones amorosas con otros hombres, drogadicción y promiscuidad, entre otros temas delicados y tabús, en una sociedad como la peruana, muy machista, patriarcal y homófoba, más atrasada que otras, en términos de libertades progresistas y más aún en aquel entonces.
“No se lo digas a nadie” fue poco después llevada al cine por Pancho Lombardi y protagonizada por Christian Meier y Santiago Maguil. Es una excelente película que retrata una época. Yo recuerdo que cuando la estrenaron fui a verla al cine y, después, cuando la pasaron por la televisión, fue el mismo Bayly el que la presentó, entrevistando a Santiago Maguil, actor que lo protagonizaba en la ficción al que se le mandaba con piropos y elogios.
Viviendo en una vorágine desenfrenada en la que no guarda ninguna infidencia y cuenta toda su intimidad públicamente tratando de mostrarla como motivo literario, vertió todas las miserias de su familia peleándose con ellos en el proceso. Hiriendo de esa manera la sensibilidad de sus seres queridos. Pues además uno de sus temas recurrentes es su padre, al que le guardó siempre resentimiento, odio y rencor al punto de considerarlo su enemigo por ciertos abusos durante su niñez, adolescencia y juventud que él cuenta muy bien.
Convirtiendo así su vida en un bola de nieve que al bajar la pendiente se vuelve una avalancha que arrasa todo a su paso y deriva en resentimientos y enemistades irreconciliables que el público con cierta ligereza muy frecuentemente interpreta como producto de una vida vivida en el abismo de la locura. Que según cuenta Jaime, su actual esposa Silvia Núñez del Arco lo ayudó a menguar con tratamiento psiquiátrico y medicación para tratar una supuesta bipolaridad y por supuesto, con la tranquilidad de una familia y una casa en la que refugiarse, ya no viajando en aviones varias veces a la semana de una ciudad a otra y de tumbo en tumbo como cuando tenía su novio argentino y era adicto a los somníferos.
Yo me siento muy identificado con Jaime Bayly. Nacido en la clase alta de una ciudad como es Lima donde todos se conocen, yo lo siento como mi primo mayor. Me botaron del colegio Markham de donde a él también lo expulsaron años antes. Somos escritores los dos y tenemos intereses parecidos. Ahora estaba pensando que desde el comienzo de mi carrera como poeta, yo viví bajo su sombra, como si él fuera un árbol más grande que me filtra los rayos del sol a su manera y que yo estoy esperando crecer un poquito más para poder recibir esos rayos directamente.
Yo, desde muy chico, me apasioné por la literatura. Me inicié con clásicos en lengua española como Borges y Cortázar, Vargas Llosa y Alfredo Bryce. Poco a poco fui adquiriendo cierto bagaje, precoz para mi edad. Siempre latió en mí la inquietud de escribir, por placer. Cuando me llegó la edad de la locura de la juventud, convertido en un mozuelo impetuoso, vehemente por experimentar, romántico hasta el tuétano, rebelde incorregible, busqué en bibliotecas y librerías, hasta el fondo de la literatura universal esos sentimientos retorcidos que yo buscaba para mí en ese momento. No fue, para mí, difícil encontrar a aquellos autores que expresaban toda la sordidez que me brotaba por los poros. Mi primera experiencia me llegó al comprar el libro de cuentos de Charles Bukowski “Erecciones, eyaculaciones y exhibiciones” que leí y releí varias veces y entonces, inspirado por el mal ejemplo, escribí unos cuentos que son impublicables porque hablan mal de mí y porque podrían herir la susceptibilidad de personas con nombre, teléfono y dirección.
Sin duda, se trató de un mal ejemplo, que yo hubiera buscado a esa edad aún así me lo hubieran prohibido. Las borracheras en cantinas de mala muerte, comportamientos inmorales, sexo, putas, locura, drogas y violencia, a esa edad, me atraían inexplicablemente. Y de entre toda la literatura universal, por mis ojos pasaron también letras escritas por el estadounidense radicado en París Henry Miller, el drogadicto William Burroughs y la poesía del poeta gay de la generación beat Allen Ginsberg, cuyo poema “Aullido”, aprendí de memoria. Luego de ver la película clásica “Lolita”, dirigida por Stanley Kubrick, leí la novela de Vladimir Nabokov sobre la cual se basó esa película.
Entonces, luego de leer toda esa literatura cruda, sórdida e inmoral, me puse a escribir, en noches de delirium tremens, entre cigarros y alcohol, las hazañas desaforadas que cometíamos en las noches unos jóvenes borrachos y locos. Que mis maestros y superiores con razón desaprobaban al punto de considerarme un loco de atar.
Aunque me avergüence, debo confesarlo, cuando yo era joven, un mes de octubre me volví loco; sin embargo, ahora que ya pasaron los años y lo miro en retrospectiva es que pienso que era inevitable. Por eso, yo aconsejo a los jóvenes en el placer incondicional de la lectura, sin censuras, porque es parte obligada de la vida que se equivoquen para que aprendan, que sean ellos mismos lo que quieran ser, porque es inevitable. No obstante, yo quisiera dar un ejemplo impecable, porque es fácil hacerse famoso con el escándalo y hacer reír con humor negro pero triunfar haciendo un arte virtuoso e intachable, eso es de héroes de verdad.
La semana pasada me fui al cine a ver la película de “Tom y Jerry” que, como cine infantil que es, no es el que yo suelo ver, es más, hace muchos años que no iba a ver ese género, sin embargo, quería recordar mi infancia pues yo de muy pequeño crecí viendo esos dibujos animados en la televisión. Cuando yo tenía tres años, mis papás nos llevaban a mi hermana y a mí los domingos a la casa de mis abuelos paternos, que vivían en una casa grande en el corazón residencial de Miraflores y allí mi abuelo, o “papapa” como yo le decía, a quien yo quería mucho, nos convidaba dulces y nos ponía, en el televisor de una salita, unas grabaciones en caset betamax de Tom y Jerry.
Yo, con modestia, puedo decir que tengo buena memoria, recuerdo vívidamente cosas que sucedieron hace muchos años, a veces siendo muy pequeño, cosas que otros no se acordarían. Sin embargo, todos recuerdan parte de su niñez y la mía, yo la recuerdo con mucha gratitud pues fui muy feliz. Entre tantos recuerdos, recuerdo que mi papá, cuando teníamos alguna riña ridícula mi hermana y yo, nos decía que parecíamos ratón y gato, fiel al estilo de esa tira cómica de Tom y Jerry, incluso, cuando nació mi hermana menor, pasó a decir que parecíamos perro, pericote y gato.
A veces pienso que me gustaría volver al tiempo y revivir los momentos más felices del pasado y pues para eso no hace falta más que recordarlos y yo los recuerdo con sumo placer. Sin dejar de disfrutar, claro está, el hoy y el ahora, como para ir coleccionando nuevos recuerdos. Cada etapa de la vida tiene sus encantos. Hoy, mi papá pasó a ser el abuelo chocho de mis sobrinos. Ya llegará el momento de que ellos crezcan, pasen a vivir lo que nosotros estamos viviendo y lo que nuestros predecesores vivieron. La llegada de las nuevas generaciones nos va haciendo madurar, coger experiencias importantes, como ayudándonos a ser mejores personas pues nosotros debemos servir de ejemplo a los que vienen detrás, ir construyendo un mundo mejor para ellos.
La semana pasada fui al cine a ver la última entrega de James Bond. Como buen cinéfilo que soy, siempre fui fanático de James Bond y nunca me pierdo su última película. Es, probablemente, la más exitosa saga de la cinematografía mundial. Basada en el libro del británico Ian Fleming, la primera película fue estrenada en 1953 y protagonizada por Barry Nelson, luego lo siguió Sean Connery, quien se hizo célebre por protagonizar los primeros James Bond. Con el pasar de los años ha seguido rodándose una nueva entrega en todos los cines de manera ininterrumpida aproximadamente cada cuatro años, ya no con Sean Connery, que envejeció inevitablemente, sino que lo sucedieron Roger Moore, George Lazenby, Timothy Dalton y Pierce Brosnan, hasta llegar al actual, Daniel Craig.
Esta película que fui a ver, titulada “Sin tiempo para morir”, es la entrega número 25 de la saga, con la actriz francesa Lea Seydoux y Rami Malek, conocido por interpretar a Freddie Mercury en la película de su carrera como cantante de Queen, entre otros actores famosos.
Hace ya algunas de las últimas películas de James Bond que ha protagonizado Daniel Craig se viene diciendo que es la última que él protagoniza, incluso se ha venido diciendo que es una persona de color la que lo podría reemplazar en el papel.
Hace años yo leí el libro “Casino Royale” de Ian Fleming, en el que se basó la saga. Luego también leí una novela más actual que coloca a James Bond en el siglo 21, “Carte Blanche”, escrita por Jeffrey Deaver, en la que James nació en 1979 y es veterano de la guerra de Afganistán, ya no de la segunda guerra mundial y está ambientada en el 2011, ya no en plena guerra fría.
Yo, con modestia, puedo decir que tengo cierta capacidad de ponerme en el lugar de otras personas, tanto así que, cuando me conmuevo con películas o con libros siento como si yo las viviera en la vida real. Me sobrecoge algo así como una catarsis. Y recuerdo que me pasó con varias películas, incluidas las de James Bond, que sentí que yo soy uno de los personajes reales que los actores interpretan en una escena de mi vida. Visto de otra manera, como mi vida es interesantísima y fascinante, a mí me gustaría escribir el guion para que, con la ayuda de un director y los actores indicados, creemos la película o la serie de mi vida.
La semana pasada recité, en uno de mis videos de YouTube de la serie de extractos de escritores consagrados, el primer párrafo del libro del español Miguel de Cervantes Saavedra, “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”. Se trata de una de las más importantes obras de todos los tiempos en lengua española y de la literatura universal. Es el libro más leído de la historia después de la biblia. Con un lenguaje antiguo, representa la primera novela moderna.
Miguel de Cervantes, también conocido como “El manco de Lepanto” por una herida de guerra que sufrió en la batalla de Lepanto, publicó la primera parte del Quijote en el año 1605. La segunda parte de la obra apareció en 1615. Con el pasar de los siglos, salieron varios Quijotes apócrifos, o las continuaciones del Quijote. Y tuvo no solo mucha influencia en el mundo literario sino en la música, el ballet, el cine, la televisión, la historieta, el internet y disciplinas variadas.
En este libro, se trata de manera burlesca a las novelas de caballería, como si el Quijote estuviera loco, y ya lo dice la palabra acuñada y recogida por el diccionario de la real academia española de “Quijotesco” o “Quijote”: «Hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y que obra desinteresada y comprometidamente en causas que considera justas, sin conseguirlo». Pues desde la primera parte Cervantes narra: «En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y el mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio». Y es que el Quijote es un idealista romántico cuando le dedica sus aventuras a su amor platónico Dulcinea del Toboso o que subido en su caballo Rocinante junto a Sancho Panza ve en unos molinos de viento a gigantes a los que debe desafiar.
Todos deben de haber escuchado y leído algo sobre el Quijote desde chicos en sus clases del colegio y luego con el pasar de la vida porque es muy famoso y está siempre presente. Yo cogí este libro por primera vez en el colegio, cuando era chico, pero fue en la universidad que me metí a un taller sobre Don Quijote que se dictaba especialmente por la conmemoración del cuarto centenario de Cervantes, entonces lo leí de principio a fin y les di una revisada a algunas continuaciones del Quijote.
La semana pasada me di un paseo por la feria del libro Ricardo Palma en el centro de Miraflores, aquí en Lima, pensando en comprar algún buen libro para leer, como no podía ser de otra forma. Compré, apenas vi en uno de los puestos, una linda edición en tapa dura del libro del noruego Jostein Gaarder, “El Mundo de Sofía, Novela sobre la historia de la filosofía” pues hacía bastante tiempo quería releerlo.
Cuando yo estudiaba en la universidad, de cachimbo en primer ciclo, este libro formaba parte del currículo recomendado, junto con toda una amplia bibliografía en las distintas disciplinas que introducían a los alumnos en el universo académico e intelectual. Cuando me lo prestaron en la biblioteca y lo leí, antes de llevar mi primer curso de filosofía, fue la mejor manera de introducirme en el mundo de la filosofía, aunque ya en el colegio había cogido cierta noción en cursos generales. Luego de devorarlo fascinado, me marcó, y, desde entonces, lo citaba en estudios y exposiciones cada vez que podía. Poco después me conseguí el DVD de la película basada en el libro.
En los cursos de filosofía que yo llevé, leí todo tipo de libros densos de filosofía clásica y contemporánea como la traducción del griego antiguo de “La República” de Platón, que sí, puede ser algo bastante laborioso, sin embargo, el libro El Mundo de Sofía se lee de manera muy amena y es una divertida forma de entender las interrogantes imprescindibles de la existencia y las preguntas más importantes que uno se puede hacer como, por ejemplo, ¿quién soy yo? ¿de dónde viene el mundo? o ¿hay una vida después de la muerte? Que son, en realidad, las grandes cuestiones que a todos nos deberían asombrar siempre en la vida.
El Mundo de Sofía es una manera entretenida de aprender sobre la historia de la filosofía, vista a partir de las aventuras de la niña Sofía. Lo recomiendo plenamente, incluso creo que es un libro imprescindible, que todos deberían haber leído en su vida, o sea, de lectura obligatoria para todos los jóvenes.
Yo, a lo largo de mi vida, he leído muchos libros que cimentaron mi formación intelectual, todos los guardo con cariño en la biblioteca de mi casa desde cuando los compré o heredé de mi papá. Sin embargo, hay libros que releo con fruición, mientras que, hay otros que, a la hora de sacarlos de la repisa de mi biblioteca personal me cuestiono cómo pudo ser que los disfruté tanto si ahora ya no me parecen tan buenos o diría que ya no me gustan más. Eso me pasó ayer cuando le di una relectura a la novela corta de Ernest Hemingway “El viejo y el mar”, para mí su mejor libro y el que representó, cuando yo era un estudiante, una de mis formaciones como escritor y poeta.
Y es que, con el tiempo, algunos libros envejecen y mueren, mientras, hay otros que, por el contrario, se vuelven más actuales que nunca. Pues, los libros son expresiones de una época.
En el caso de Ernest Hemingway, el mundo en el que él vivió fue otro, como también, el mundo en el que yo lo estudié, y yo mismo, fuimos, hace más de veinte años, otros. Pues su vida, que ayer fue épica y monumental, hoy sería objeto de denuncias y reproches. Él, que fue uno de los escritores más exitosos y premiados de su época. Cazador de leones, gacelas y cuanto animal existiera, en safaris por África y cualquier rincón del mundo, hoy sería condenado por los defensores de animales y mal visto por todos. Su primera novela, “La Fiesta”, que trata sobre sus experiencias con las faenas taurinas en España, me parece que ya fue ampliamente criticada por muchas sociedades. Y, en su última novela, publicada de manera póstuma, “París era una fiesta”, libro de memorias de cuando era joven en el París de la entre guerra, resalta su personalidad machista y homófoba a rabiar, siempre fascinado con la violencia y la muerte.
Pero eso no le quita la grandeza a su biografía. La revista Life publicó su novela “El viejo y el mar” en 1952 pagándole una fortuna, ganando poco después el Premio Pulitzer. En 1956 ganó el Premio Nobel. Desde entonces, su salud empezó a deteriorarse. En 1960, los trastornos nerviosos pierden control, padece de insomnios, pérdida de la memoria y ataques de locura. Padece de delirio de persecución por su cercanía con Fidel Castro y la reciente revolución cubana. Lo internan en una clínica psiquiátrica y después de una lobotomía pierde sus intereses habituales y su mejoría es muy leve. El último día de su vida escribe «Si no puedo existir como yo quiero, la existencia es imposible. Así es como he vivido y así es como debo vivir o no vivir» y se suicida de un disparo de carabina en la boca en la madrugada del domingo dos de julio de 1961. Que su padre se haya suicidado cuando se fue a la bancarrota con la Gran Depresión de 1929 y su hija también, me hace creer que la tendencia al suicidio puede ser hereditaria.
Como en el caso de Hemingway, hay muchos escritores que hoy ya no me gustan como antes pues el mundo cambia, la sociedad evoluciona y uno mismo es otro de un día para el otro.
Luego de más de año y medio de clausurados los cines en el Perú, debido a la pandemia, hace poco reabrieron sus puertas, aunque con ciertas restricciones. Yo que soy un cinéfilo empedernido y antes solía meterme al cine por lo menos una vez por semana, el último martes (martes de cine), regresé muy entusiasmado de retomar mi afición cotidiana y vi “Una vez en Venecia”.
Como cinéfilo que soy, me gustan todo tipo de películas, sin embargo, tengo predilección por el cine culto, inteligente y hay mucho más oferta de películas en Netflix que en la cartelera de cine local, no obstante, la experiencia del cine es muy superior y se disfruta mucho más que quedarte viendo Netflix en el televisor de tu casa.
Y, esta película sobre Venecia, parecida a la clásica película de amor “Anónimo Veneciano”, me gustó mucho. La fotografía es muy hermosa, de las calles avejentadas y paredes de ladrillos corroídos, las callejuelas angostas, las hermosas y antiguas plazuelas, los canales con muelles y puentecitos, el Ponte Rialto, la Piazza San Marcos, las góndolas y las lanchas rápidas. Y su linda historia de amor.
Me hizo recordar todos los viajes que hice a Venecia, la ciudad más romántica que hay. Cuando vivía en París, solía viajar allí con mucha frecuencia porque quedaba relativamente cerca y el viaje en avión era rápido. La vez que fui a una ópera en el Teatro La Fenice, me alojé en un palacete, en una suite con vista de un canal. Siempre había alguna fiesta, usualmente de italianos, a la cual me zampaba y trataba de comunicarme en italiano. Recuerdo que cuando yo estudiaba en la Sorbona, mi profesor predilecto nos decía el viernes que debíamos quedarnos estudiando todo el fin de semana, sin embargo, esa misma tarde, me subía a un tren de alta velocidad a visitar alguna provincia de Francia o si la ocasión lo ameritaba, me subía a un avión a pasearme por alguna de las hermosas ciudades que hay en Europa. Una vez hasta invité a Venecia a una compañera de estudios, una rubia de Frankfurt guapísima, pero ella, como era de esperarse, no tomó bien mi invitación y me rechazó rotundamente. Entonces, aunque siempre viajaba solo, igual disfrutaba plenamente.
Sueño con regresar a pasear por Venecia, caminar sin saber adónde voy y perderme entre sus calles, ir a los museos, regresar a la iglesia Vidal a escuchar las cuatro estaciones de Vivaldi, entrar a uno de sus premiados restaurantes a comerme un spaghetti con vongole, unirme a alguna de sus fiestas, a ser feliz por unos días, como antes. Felizmente tengo buena memoria y puedo hacer un flashback tan solo cerrando los ojos. Ahora, al cerrar los ojos, viene a mí el recuerdo de Venecia y puedo verme paseando por allí, puedo ver como en una foto o un video toda la belleza que vieron mis ojos cuando estuve allí.
El pasado quince de agosto estrené flamante nueva serie de poemas célebres de la literatura y de extractos de textos de escritores consagrados de la historia. Se trata de una serie de videos cortos que voy a publicar en mi canal de YouTube y en mis redes, ininterrumpidamente, dos veces por semana, tentativamente, los lunes y domingos.
Empecé mi primer video recitando el que es probablemente el más hermoso poema de amor escrito en lengua española, me refiero al poema XX del poeta chileno, premio Nóbel en 1971, Pablo Neruda. Seguí con Gustavo Adolfo Bécquer, continué con Borges, después, otro poema de Neruda, luego leí el primer párrafo del cuento de Alfredo Bryce Echenique, “Con Jimmy en Paracas”, ahora pasé a un cuento de Cortázar. Y, así, puedo seguir publicando, infinitamente, de mis conocimientos de la vasta literatura universal. Poniendo en práctica mis años de estudio, no solo de literatura y toda mi experiencia, sino, además, de fotografía, audio y video.
Pues, gracias a la tecnología, yo soy capaz de hacer esto, publicar en internet, YouTube, Instagram, Facebook, WhatsApp, las redes sociales. Y, por supuesto, gracias a lo fácil que es para mí grabar con mi cámara Panasonic con lente Leica, con micrófonos sofisticados y editarlo en el Adobe Suite.
Aquí, yo inauguro una nueva era, que la pandemia claramente marcó como evento de quiebre. Yo soy el primero en hacer este tipo de arte y literatura con los instrumentos y medios que uso. Yo soy un pionero en esto. Yo soy poeta y espero ser capaz de vivir de mi poesía.
Acabo de renovar mi página web depurando lo viejo y haciéndola más agradable de presenciar. Así es como ustedes, queridos lectores, leen esta columna. Los invito a ser fieles espectadores de estos inspirados videos.
Yo soy un tipo solitario. Siempre lo fui. Puedo pasar largas temporadas solo. A lo largo de mi vida he frecuentado diferentes grupos de amigos y trato de disfrutar de la amistad, sin embargo, tampoco es que siempre esté acompañado. Además, hace ya algunos años que vivo yo solo en mi departamento y no me quejo porque es necesaria la soledad para poder pensar bien, leer, escribir, escuchar y hacer música. Es importante en el proceso de creación, algo a lo que he venido dedicándome los últimos años.
Y cuando digo que soy un tipo solitario, me refiero, también, a la compañía de una pareja. Nunca he durado mucho tiempo con ninguna enamorada, a pesar de que amo a las mujeres, soy poeta y le escribo al amor. Yo creo que se dio así no porque yo lo haya buscado intencionalmente, sino que fueron cosas del destino. Y ahora que lo pienso bien, ya en la madurez, creo que si me hubiera casado y hubiera tenido hijos, mi situación sería totalmente distinta, probablemente me hubiera buscado un trabajo diferente al que hago ahora para mantener a mi familia y hubiera tenido que compartir mi casa con niños y mujer. Por el contrario yo tengo hoy un departamento grande en donde vivo a mis anchas, mucho más cómodo que si tuviera una familia con hijos. Pues sin duda, los hijos son una responsabilidad que consume muchos recursos económicos pero también de tiempo y dedicación.
Uno de los primeros poemas que escribí, cuando yo era un jovencito, lo titulé “Qué habría pasado si hubiese hecho lo que no hice” y trata sobre la infinidad de caminos que uno se puede labrar en la vida dependiendo de las decisiones que uno tome, a veces decisiones acertadas; otras veces, erróneas. Y ahora que lo miro en retrospectiva, pienso que a esa edad yo estaba siendo consciente, por primera vez, del peso de las consecuencias de mis decisiones, la responsabilidad de elegir por mí mismo mi futuro y el poder que eso implica.
Como fuera, repito que yo no busqué intencionalmente vivir solo, pues, tengo debilidad por las mujeres y si hubiera llegado la mujer indicada a mi vida, una cosa lleva a la otra y el paso siguiente hubiera sido casarnos y tener hijos. Sin embargo, creo que soy mucho más feliz dedicándole mi tiempo y dinero a mis aficiones y gustos personales que a lo que te demandan uno o varios hijos.
Yo vivo solo y no tengo ni un perro que me ladre, no obstante, tengo buenos amigos y tengo una hermosa familia que quiero mucho y se preocupa por mí como yo por ellos y compartimos almuerzos, cenas, fines de semana y vacaciones.
La semana pasada me fui por unos pocos días a Quito, Ecuador, para ver asuntos de trabajo, con mi hermana mayor, en las oficinas de la empresa que mi papá tiene allí. Fue la primera vez que los dos hermanos viajábamos solos. Nos alojamos en el centro, muy cerquita de las oficinas. Comimos rico en buenos restaurantes. Fue un viaje que sinceramente disfruté.
Yo he viajado varias veces a Ecuador, a varias de sus ciudades, Guayaquil, Salinas y claro, su muy turística isla Galápagos, donde me dediqué exclusivamente a practicar mi deporte preferido, el buceo scuba.
Ahora que acaba de ganar las elecciones Lasso, presidente de derecha, me gustó mucho cómo vi, esta vez, Ecuador, con anchas y modernas carreteras, pujante y vital. Y vi lindo a Quito, con un metro subterráneo listo para su estreno, con muchos edificios nuevos y rascacielos en construcción. Siempre me gustó leer los periódicos y revistas locales de las ciudades que visito y la opinión era que ahora que la mayoría de Latinoamérica padece de inestabilidad política y gobiernos de izquierda, Ecuador va a atraer a los inversionistas privados en fuga de la región.
Me pasa, cada vez que visito una ciudad que me gusta mucho, que contemplo la idea de quedarme a radicar allí un tiempo. Y esa era precisamente la idea que nos interesaba en las conversaciones en los restaurantes con mi hermana y nuestros comensales. Y no es algo descabellado sino más bien pragmático pues allí tendríamos trabajo estable, además de que siempre es una experiencia bonita y enriquecedora vivir otras culturas y costumbres, otra forma de vida y así hacer la vida menos monótona.
A mí me gusta el acento de los extranjeros y encontraba muy agradable la forma de hablar de las ecuatorianas. Si yo viviera en Quito con mi familia, con mi chamba de siempre, saldría al teatro, al cine, frecuentaría un club social, conocería gente nueva, los fines de semana enrumbaría en la carretera al mar a comer mariscos y tomar sol en la playa, en suma, haría una vida nueva, tipo borrón y cuenta nueva, y por supuesto, procuraría ser, de nuevo, feliz.
Releí, la otra vez, “El Lobo Estepario” de Hermann Hesse. Yo lo estudié cuando era un adolescente y estaba en el colegio, aunque siento que era muy joven para entenderlo cabalmente. Fue luego, en la universidad, que en uno de los tantos cursos de literatura que llevé, leí “Demian” del mismo autor y volví al “Lobo Estepario”.
El libro empieza con la introducción que hace el sobrino de la mujer que le alquilaba el cuarto a Harry Haller, llamado lobo estepario, donde vivió unos meses; sigue con las anotaciones de Harry Haller “solo para locos” y termina con el Tratado del lobo estepario “solo para locos”.
El libro, publicado en 1927, fue, tiempo después, acogido como biblia por los incomprendidos e inconformes con la sociedad y su tiempo. Es como un manual para los antisociales o un texto religioso para los insatisfechos y desesperados de este mundo. Aunque Hermann Hesse reprobó en un momento dado la interpretación y el sentido que le daban los lectores a sus libros, él mismo en algún momento de su vida tuvo impulsos suicidas pues, en efecto, cuenta que todo lo que él escribió llevaba mucha carga autobiográfica.
Los jóvenes de la contracultura hippie en los años sesenta, en la época de la liberación sexual, de la religión pacifista y del espiritualismo salvaje, que buscaban la libertad a soplidos de marihuana, vuelos de ácido lisérgico y música novísima, adoptaron a Hermann Hesse como su autor de cabecera. Muerto en Suiza en 1962, le sucedió lo más gratificante que le puede suceder a un escritor: ser convertido por los jóvenes rebeldes de medio mundo como su mentor.
Recomiendo plenamente a todos leerlo, en especial a aquellos jóvenes incomprendidos e inconformes con su alrededor o a los adolescentes en el difícil trance de entrar en la adultez. Cuando yo lo leí por vez primera, sentí ese espíritu; sin embargo, creo que mi rebeldía tenía una causa mucho más genuina que a la que aspiraba la lectura de Hermann Hesse.
Vi, la otra vez, por Amazon Prime, la película “Albert Camus”. Trata sobre la tormentosa relación que el escritor, dramaturgo y filósofo llevó con su esposa y sus sistemáticas infidelidades, en el último tramo de su vida, antes y después de recibir el premio Nóbel, además de mostrar su amistad con su editor Gallimard y termina con el accidente de tránsito que le costó la vida. Pinta, así de manera vaga, a su madre, cuando ya era una anciana en su Algeria natal y la película comienza y termina cuando él era un niño y su madre lo miraba desde el balcón en la calle donde nació.
La película me pareció una auténtica joya, más allá de que yo sea un estudioso de las letras francesas y de Albert Camus. Y es que las biografías de los grandes hombres siempre me apasionaron, cuando terminé la universidad leí muchas y como casi todas las mejores son libros extensos, que parecen interminables, me tomó mucho tiempo, años de estudio. Cuando yo estudiaba francés para irme a estudiar a la Sorbona en París, decidí leerme las biografías de aquellos personajes que moldearon el curso del siglo veinte. Entre los personajes franceses, leí con mucho ahínco las biografías de Albert Camus, Jean Paul Sartre, Charles de Gaulle y André Malraux, aunque las leí en español porque es el idioma que mejor domino. Años de estudio. Mi preferido fue André Malraux porque su vida fue de leyenda y porque yo me sentía más identificado con él. Yo lo sentía mi héroe y soñaba con vivir una vida de aventuras como él. Dice la leyenda que fue miembro ilustre del Priorato de Sion.
Si hay libros que yo aconsejara que lean los jóvenes, esos serían las biografías de los grandes hombres y mujeres que destacaron en la historia porque son ejemplos de vida, con sus errores y aciertos, defectos y virtudes y porque es una buena manera de conocer nuestra historia. Porque así uno se da una idea clara del mundo en el que vivimos y uno se puede armar con la noción de la condición humana.
Y en el caso de Albert Camus y su accidentada vida, la pública y la personal, me quedo con la frase que pronunció en una rueda de prensa a raíz de los conflictos en su Algeria natal: «Si me dan a elegir entre la justicia o mi madre, me quedo con mi madre».
Las últimas fiestas patrias fueron un momento clave en la historia del Perú, no solo porque con ellas se cumplen doscientos años de independencia; sino, además, porque estas fiestas coinciden con un giro radical en el gobierno, pues, toma el poder, por primera vez en varias décadas, un presidente de izquierda radical, que ya desde la campaña prometió cambiarlo todo.
Tiempos sin duda convulsos, que se recordarán en años futuros como un momento de quiebre. El año previo, 2020, con las desgracias que trajo la pandemia y cambios en la forma de vida.
Yo estudio la historia de manera crítica para entender el presente y proyectar el futuro. Leí a Jorge Basadre y a Alberto Flores Galindo, a José María Arguedas y a José Carlos Mariátegui entre otros muchos. Y veo que todos los gobernantes, desde tiempos inmemorables, se aprovecharon de su cargo, de manera infame, para su interés individual, dejando al país en desgracia. Fue siempre así, en dictadura o en democracia.
Como sea, cada uno de los ciudadanos continúa su vida ante la adversidad de un país indiferente. Y yo sigo mi vida. El cumpleaños de mi papá es el 29 de julio, entonces, desde que tengo uso de razón, por las vacaciones de fines de julio, nos vamos de viaje. Siempre nos subimos a aviones, sin embargo, el año 2020, en plena pandemia, debido a las restricciones que ya todos conocemos, decidimos ir a la casa de playa que tenemos en Paracas a celebrar lo que haya para celebrar. Y este 2021, hicimos igual, ya no solo debido a la pandemia, sino, porque mi mamá tuvo un accidente montando bicicleta que la dejó con dificultades para caminar. Allí disfrutamos de sol, mientras Lima está nublada y fría.
Yo siempre presumo de ser peruano, con mucho orgullo, al rincón del mundo adonde vaya, muy a pesar de la imagen que se tenga del Perú en el mundo o que sea algo caótico o de la definición de su capital que hizo Sebastián Salazar Bondy a mediados del siglo pasado en su libro “Lima la horrible”. Sinceramente, no me gusta esa visión de mi ciudad, prefiero la de la cantautora Chabuca Granda, con sus canciones hermosas, que pintan al Perú como prefiero recordarlo. Cuando yo era chico, soñaba con haber nacido en un barrio de ricos, como en Mónaco, ser dueño de un imperio, veranear en la Costa Azul en mi yate y con mi avión privado. No obstante, durante la siesta, estas fiestas patrias, me sentí contento con lo que tengo y de donde estoy.
Leí, de una sentada y de un tirón, el último libro publicado por Mario Vargas Llosa “Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Dos soledades”, que es una transcripción editada de la conversación que tuvieron Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa en la Universidad Nacional de Ingeniería en Lima, allá en setiembre del año 1967, cuando estaba recién publicada la novela de García Márquez “Cien años de soledad” y Vargas Llosa acababa de recibir el premio Rómulo Gallegos en Caracas por su novela “La casa verde”. Luego de una nutrida correspondencia, ambos autores, recién se conocerían en persona en Caracas por ese premio, ocasión por la que Mario dio su discurso “La literatura es fuego”. La única vez que el Gabo pisaría el Perú sería para esa reunión, en la UNI, por la que quedó patente este libro.
Hoy ambos son considerados universalmente dos de los máximos exponentes de la literatura en español, pero por aquel entonces estaban empezando sus carreras como novelistas. Son los tiempos en que “el boom” se está gestando, en los que todavía no se ha acuñado nombre para lo que hoy conocemos como realismo mágico. En estas páginas apasionantes, el lector asiste a una conversación sin igual, que inspiró a los escritores de generaciones venideras.
La edición incorpora textos de otros escritores, quienes rememoran, la mayoría en calidad de testigos, aquel diálogo; y además, dos entrevistas al escritor colombiano, una selección fotográfica, y la valoración que hace hoy Vargas Llosa de la vida y obra de García Márquez.
Ambos personajes empiezan cuestionándose la utilidad de las novelas y los escritores. Que los ingenieros y los arquitectos uno tiene clara la noción del valor de su trabajo pero, que ¿para qué sirven las novelas? y la conclusión es que sirven para incomodar a los poderosos y para abrir en las mentes de sus lectores un espíritu crítico de la sociedad, la política y la historia.
Cuenta uno de los escritores en su texto recogido en la publicación que por mucho tiempo se tenía que conseguir fotocopias de este libro porque no se reimprimieron nuevas ediciones hasta ahora que el Gabo está muerto. Yo especulo que la pelea que tuvieron Mario y el Gabo tuvo mucho que ver en eso. Y cuenta, ese escritor, también, que cuando él era un aprendiz de escritor, está seguro que ese libro lo nutrió de lo más importante que debía saber si quería ser novelista y que hay en este libro más lecciones valiosas sobre el oficio de novelista que en cualquier facultad de literatura.
Es el registro de un episodio histórico de la literatura universal, algo irrepetible, entre dos, luego premios Nóbel. Sin embargo, que lejana se ve esa fecha hoy, que la gente, en su tiempo libre, en vez de leer libros, se envicia en el celular. Hoy que ya no se venden libros como en aquel entonces.
El pasado sábado 17 de julio hice un concierto inauguración en mi nuevo departamento con Jean Pierre Magnet al saxo, Chino Figueroa al piano y Gustavo Villegas a la batería. Inauguración, porque es la primera vez que invito a tanta gente, pues, por la pandemia estaban prohibidas las reuniones numerosas. Pero, ahora que estamos todos vacunados, aproveché para armar la fiesta.
Para aquellos interesados, si no han visto todavía el video que yo mismo grabé del evento, los invito a revisar mis redes sociales.
Gustavo Villegas es amigo de mi papá de toda la vida y Chino Figueroa parte de nuestra familia política, quien es, a su vez, mejor amigo de Jean Pierre, desde cuando eran unos jovencitos que se presentaban juntos en conciertos. En algún momento, mi papá coordinó con los músicos y yo invité a unos tíos para que formaran parte del evento. Felizmente, tengo mi piano de cola nuevo Yamaha, la batería la instaló Gustavo la víspera y como mi departamento es grande, teníamos la zona del concierto en la sala separada de la terraza, donde preparamos y comimos la parrillada.
La invitación era a la una de la tarde. Antes del concierto picamos unos quesos y preparamos, a la parrilla, unos langostinos extra jumbo que parecían langostas, acto seguido hicimos el concierto, luego Jean Perre y Chino se fueron a su estudio de grabación y nosotros nos quedamos preparando unas carnes Angus, con ensalada y postres. El vino de alta gama corría copa tras copa. A estas reuniones musicales siempre invitamos a mi tío Marco, un médico que trabaja con mi papá, porque toca muy bonito el piano y, al final, ya de noche, lo escuchamos en el piano y hasta a cantar con la guitarra, con todos nosotros coreando las canciones. Me pareció curioso que ninguno de los tres músicos tomara licor, y lo entiendo pues, yo, con unos tragos encima me equivoco tocando mis instrumentos, creo que es como manejar borracho, sin embargo, no sé cómo hace Marco que toca muy bien cuando estamos ya todos ebrios.
Jean Pierre tiene una larga trayectoria como saxofonista famoso y creo que tiene merecida la etiqueta de leyenda. Tuve la oportunidad de charlar algún rato personalmente con él y nos contaba que quería publicar su libro de memorias, recordando cuando era un estudiante en la universidad de Berkley o cuando tocaba en las calles de San Francisco o sobre sus parientes franceses.
El saxo es hermoso, fue el primer instrumento que yo aprendí a tocar cuando tenía ocho años. Con él aprendí a leer partituras, luego, cuando tenía quince yo cantaba y tocaba el bajo en la banda que formé con unos amigos, después de eso, cuando era estudiante en la universidad, me subía al escenario de la noche de talentos a cantar con mi guitarra, mayormente trova. Y finalmente, cuando terminé la universidad, me compré mi primer piano y aprendí rápido porque ya tenía la noción.
Yo era un colegial de nueve años cuando Jean Pierre se presentó con su Gran Banda en el auditorio de mi colegio. Con el pasar de los años lo vi en vivo en muchas ocasiones, con distintas bandas, la última vez, poco antes de la pandemia, en el teatro peruano japonés, en el que se presentó con la cantante criolla Eva Ayllón, recuerdo que al teatro invité a una chica que se aprovechó de mi nobleza.
El resto de invitados eran tíos cercanos que toda la vida estuvieron cerca de mis papás y de mí. Todos de promociones como las de mis papás. A mí me gusta escucharlos hablar, mi papá habla muy bien, está lleno de anécdotas e historias interesantísimas y de las que yo aprendo mucho, todos lo escuchan cuando él habla. Últimamente, mis papás no han viajado como solían antes debido a la pandemia y por un accidente reciente montando bicicleta en Paracas que la ha dejado a mi mamá unos meses inválida en la cama. Por eso, casi todos los sábados preparamos parrillada en casa de mis papás con mis hermanas, mis sobrinos y varios tíos y puedo disfrutar a mi papá que cuando toma es otro.
Como habrán podido notar, perspicaces lectores, la pasamos muy bien festejando la vida. Pero, es cuando se han ido los invitados y estamos mi papá y yo, los dos solos y bastante tomados que, le digo a mi papá que, aunque hemos tenido nuestros impases en el pasado como todos los hijos los han tenido con sus padres alguna vez, que nos une el recuerdo de mi abuelo y nos une la pasión por el vino, trabajando juntos por el viñedo que tenemos en Cuzco, donde la uva tannat que tiene ya tres años creciendo va a dar un muy buen vino de altura y estamos muy ilusionados por, dentro de unos años, celebrar tomando el vino que nosotros mismos producimos.
El fin de semana pasado vi, en Netflix, la película “El espejo tiene dos caras”, producida y dirigida por Barbra Streisand que además protagoniza, con Jeff Bridges y Pierce Brosnan. Fue lanzada en 1996 y es una comedia romántica que sigue la historia de amor entre dos profesores maduros en la Universidad de Columbia en Nueva York.
Últimamente, disfruto mucho las comedias románticas y más aún cuando son, como esta, inteligentes. Me gustan las películas que se aprecian verosímiles y con gente que luce como de la vida real, no unos actores de Hollywood hermosos, actrices operadas, a veces con hombres fornidos, inalcanzables para el común de los mortales. Con esta película se puede aprender sobre la vida y el amor, enseña mucho sobre las relaciones personales, amicales, familiares, amorosas. Y pude entender un poco más a las mujeres. Hombres y mujeres somos muy distintos, pensamos de maneras diferentes. A mí me gusta ponerme en la posición de las mujeres para ver cómo hacer para que me quieran cada día un poquito más.
Me gustan, también, las películas ambientadas en universidades, las relaciones entre profesores y alumnos, en aulas y campus. En esta película se puede ver cuando la profesora de literatura dicta cátedra en un aula magna o anfiteatro, que más se asimila a una obra de teatro por la lucida performance de la profesora pues, además, al final hasta la aplauden. Yo, de estudiante, vi, muchas veces, esos espectáculos, realmente conmovido. En cambio, las clases de matemáticas son, usualmente, más aburridas.
Me gustan las películas ambientadas en universidades, probablemente, porque yo fui muy feliz durante mi paso por las universidades, en la Universidad del Pacífico, en Lima, donde estudié economía, y en la Sorbona, en París, donde estudié literatura clásica y contemporánea francesa. Siempre hice una muy buena amistad con mis profesores y entre los alumnos fui de los populares, yo era amigo de todos y todos eran mis amigos, todos me conocían y hablaban de mí. Debe de ser bonito, para los profesores, vivir rodeado de gente joven, aprendiendo cosas nuevas e investigando constantemente.
Y esto me remonta a esas épocas, a lo feliz que fui viviendo la flor de la juventud entre amigos y amigas, todos hermosos, bailando en las fiestas de la universidad luego de habernos esforzado en los cursos, celebrando la primavera de la vida, soñando que en un futuro cercano iba a ser capaz de todo. Yo me sentía como en mi hábitat natural allí, disfrutando todos los días de días de fiesta.
Revisando en mi celular el muro de Instagram como de costumbre, me topé con la publicidad de la librería limeña “Bookvivant”, en la que se invitaba a un taller remoto de análisis de la lectura del libro Bestiario de Julio Cortázar. Me inscribí inmediatamente y disfruté mucho de las tres sesiones en las que Luciano Olivera, literato experto en Cortázar y Borges, leyó un cuento de ese libro por semana para su respectivo análisis.
Actualmente, la tecnología nos ha traído posibilidades extraordinarias para comunicarnos y una de ellas son las reuniones remotas. Debido a la pandemia, se han acelerado esos procesos que nos simplifican la vida y nos han servido de gran ayuda frente a este virus que nos ha obligado a mantenernos confinados en nuestras casas. Las reuniones remotas tienen sus ventajas y desventajas. En el caso del taller en cuestión, yo no tenía que tomarme el trabajo de desplazarme hasta San Isidro, a la hora que empezaba la reunión, bajaba a mi escritorio y prendía el zoom en mi computadora, al terminar apagaba la computadora y seguía estando en la comodidad de mi casa. Además, había participantes en otras ciudades y países, incluido el expositor principal, que estaba en Buenos Aires. Sin embargo, el calor humano presencial, ver y palpar, es algo único que se pierde por completo y que le quita importancia al asunto.
Bestiario es el primer libro de cuentos que publicó Julio Cortázar, aunque para entonces ya tenía una larga trayectoria escribiendo y publicando cuentos en periódicos y revistas como “La revista Sur” de Borges y Silvina Ocampo. Antes de consagrarse, se ganaba la vida como traductor y tradujo a grandes escritores como Edgar Allan Poe. Nació y escribió mucho sobre la Argentina, aunque radicó la mayor parte de su vida en París. Él mismo cuenta que en sus noches de insomnio se le aparecieron esas bestias interiores que quedaron plasmadas en este libro, que tienen mil y una interpretaciones, dependiendo de las bestias que cada lector lleve adentro. Bestias que nos reflejan la religión, la política, el sexo y la muerte, entre cada una de las cuestiones trascendentales que a cada uno de los lectores más le preocupe.
Julio Cortázar llevó el género a un nivel de perfección insuperable. Genios como él nacen una vez cada cien años. La primera vez que yo lo leí, tenía catorce años, recuerdo que me había obsesionado con Borges y como los dos se encontraban entre los escritores argentinos más comentados, encontré, en la repisa de libros que mi papá mantenía bien surtida en la casa, el libro de cuentos “Final del juego”, y, luego del placer que sentí al leer sus primeras páginas, lo devoré en poco tiempo, cuento tras cuento, pero, fue el cuento “La continuidad de los parques”, el que marcó definitivamente mi pasión por la literatura, que me habituó a seguir leyendo en mis ratos libres por el resto de mi vida, pero también a escribir aunque nadie me leyera.
En aquel entonces, yo escribía para presentar textos a mi profesor de literatura, en el colegio británico al que iba, probablemente el más exclusivo de la ciudad. Sin embargo, me tocó un profesor más bien mediocre y del que en realidad aprendí es de mi padre, ávido lector y profesor de postgrado por mucho tiempo. A esa edad, yo presenté un trabajo sobre Borges y Cortázar mejor que el de un universitario, escribí varios ensayos y un libro de cincuenta páginas y estoy seguro de que mi examen final fue brillante, digo seguro, porque no los repartieron luego de corregidos. Lo irónico de todo esto es que a fin de año, ese profesor desgraciado me jaló en su curso como parte de los cuatro profesores que me jalaron en sus cursos para hacerme repetir de año y vivir, a esa corta edad, un cruel abuso que labró en mí una rebeldía de genuina causa que no me llevó a ninguna parte.
Estuve revisando entre mis papeles y libros, el trabajo que hice durante mis estudios de literatura clásica y contemporánea francesa, en La Sorbona, sobre El Extranjero de Albert Camus. Yo ya había leído la traducción al español del extranjero mucho antes, cuando mi profesor predilecto pidió que hagamos un trabajo escrito y una exposición de algún libro célebre en francés y yo escogí este libro, probablemente el mejor libro de Albert Camus.
Albert Camus recibió el Premio Nóbel de literatura del año 1957 a los 44 años de edad, muy joven, y, murió poco después de eso, en 1960, a causa de un accidente automovilístico que, luego, fue motivo de unas teorías de conspiración en la que se sospechaba de la KGB rusa.
El extranjero, nació como proyecto, al parecer, en agosto de 1937, cuando Camus convalecía en un sanatorio de los Alpes de una de sus muchas recaídas de tuberculosis. Según sus “carnets”, la terminó en 1940 pero, fue publicada en 1942, por Gallimard, gracias a una gestión de André Malraux, quien había sido uno de los modelos del joven Camus. La época y las circunstancias en que fue concebido El Extranjero son ilustrativas, la angustiosa atmósfera de la Europa que vivía el final de la entre guerra y el comienzo de la segunda conflagración mundial y la enfermedad que debilitaba por épocas su cuerpo sensible.
Mersault, el personaje principal de la novela, es condenado, presumiblemente a la guillotina, no por la muerte confusa de un árabe sino por no querer mentir como mentimos todos o por no fingir sentimientos que no siente, algo que todos hacemos por convenciones y porque la sociedad así dicta que hagamos. Él no expresó pena por su madre en su funeral como debió y eso escandalizó a los jueces y fiscales. El personaje Mersault es extraño y muy similar a los personajes de Kafka.
El Extranjero se sigue leyendo y discutiendo en nuestra época, una época muy diferente de aquella en que Camus la escribió. Hay, sin duda, para ello una razón más profunda que la obvia, es decir, la de su impecable estructura y hermosa dicción. El Extranjero, como otras buenas novelas, se adelantó a su tiempo. Como los seres vivos, las novelas crecen y, a menudo, envejecen y mueren. Las que sobreviven, cambian de piel y de ser, como las serpientes y los gusanos, que se vuelven mariposas. Esas novelas, dicen a las nuevas generaciones cosas distintas de las que dijeron a los lectores al aparecer, y, a veces, cosas que jamás pensó comunicar a través de ellas su autor.
Recuerdo, como si fuera ayer, luego de prepararme arduamente la víspera, la mañana que me paré al frente de mi profesor predilecto y todos los alumnos de mi salón de clase en La Sorbona, a exponer en francés sobre este libro y su autor. Después de esa clase, salimos en grupo todos los compañeros, a celebrarlo con unas copas en un café con vista de las calles de París, la ciudad donde todos quieren ser cultos.
El último libro que leí se llama “Adiós París” y está narrado en primera persona por Grace, una mujer que ha vivido toda su vida en un pequeño pueblo en Reino Unido, en el que es dueña de tienda de violonchelos. Chelista consumada, describe su relación con un hombre casado, con el que convive en un departamento en París, lejos de la todavía esposa, madre de sus hijos. Fue escrito hace poco por Anstey Harris.
La traducción de este libro al español me parece que no es tan fiel a como fue escrito en inglés. Aunque la traducción pudo ser mejor, creo que es muy difícil si no imposible traducir fielmente una obra de literatura de un idioma a otro y más aún cuando se usan recursos poéticos.
Yo que también escribo, siento que muchos escritores actuales escriben influenciados por el estilo de las películas. Algunos libros que he leído últimamente hasta diría que son idénticos a sus películas, casi como un guion. Las películas, a veces, le dan fama al libro. Y ha habido libros muy populares que fueron un éxito fenomenal en la versión de su película. El mejor ejemplo es “El Código da Vinci”, libro escrito por Dan Brown y protagonizado en su película por Tom Hanks. Dan Brown, que es un éxito en ventas, contaba en una entrevista que, para lograr que el lector disfrute su libro, los novelistas deben mantener el suspenso escribiendo, a lo largo del libro, que les van a contar algo secreto, pero que sigan leyendo porque si siguen leyendo, en cualquier momento revelan el secreto que ellos desean conocer.
La lectura de libros de literatura ha perdido mucha afición en las últimas décadas, ahora que la vida es más frenética, que deja menos tiempo libre para dedicarlo a actividades densas que no son pues tan fáciles o de recompensa instantánea como sí son los celulares. Las librerías ya no están llenas de curiosos como antes. Una pena por las nuevas generaciones porque es la lectura, para mí, un placer que adquirí de muy pequeño y a la que los nuevos jóvenes no están tan habituados. Y es, además, un hábito muy positivo para cualquier persona, que todos los maestros recomiendan inculcar en los chicos.
Vi, la semana pasada, en Netflix, con mi coca cola, mi canchita y mis parlantes con subwoofer prendidos, la película romántica “Tras la pared”, con títulos como siempre mal traducidos, en inglés “Blind Date”, en el original francés “Un peu, beaucoup, aveuglement”. Sobre una joven pianista que se muda con su piano a un departamento en París, que como minúsculos que son los departamentos en París, se escucha cada sonido en los departamentos vecinos. Tiene de drama y tiene de comedia, a mi gusto, en proporciones perfectas. Será que soy poeta pero, es uno de los géneros que últimamente disfruto más. Con una guapa actriz protagonista, Melanie Bernier, con pinta de intelectual tras unos anteojos de marco grueso de carey.
Me hizo recordar cuando viví en París, yo que iba más o menos tres veces a la semana al cine y que frecuentemente me decidía por ver cine francés como ese, que es más inteligente que el hollywoodense. Yo, entonces, vivía en un departamento minúsculo, bien ubicado en el centro de París, cerca de mi universidad y tenía vecinos que no eran tan amigables como hubiera querido. Alguna vez me tocaron la puerta quejándose por mi música porque estaba muy fuerte. Otra vez, escuché, asustado, una mañana de mal sueño, los muelles y la cabecera de su cama golpear al ritmo de su sexo y, al final del acto, sus gemidos de placer.
Siempre se hace complicada la convivencia entre vecinos, aquí, allá, en cualquier lugar y sea entre quien sea. Yo aquí en Lima, en mi primer departamento de soltero, como todos, también la tuve. Y es que, aunque la zona era exclusiva, como quedaba frente a una avenida transitada y se trataba de un edificio normal, los vecinos no eran de mi nivel, no pagaban su cuota del mantenimiento al día, debían varios meses y no querían tener guardianía de noche porque querían ahorrar todos los gastos posibles, los insignificantes y los imprescindibles, a costa de una convivencia decente, administración, limpieza, jardinería, etc. Todos eran de la misma calaña. El ascensor se malograba porque fue mal construido y no querían afrontar los gastos correspondientes. Incluso, una noche en la que yo me encontraba de viaje, se metieron unos ladrones a robar a mi departamento violentando la cerradura y al resto de vecinos eso no les importó, pensando que a ellos no les sucedería, no les interesaba un pepino tener guardianía de noche. Se llevaron mis cosas de mayor valor. Yo, mientras moraba esa casa, tenía que vivir con la inseguridad de que en cualquier momento me vaciaban mi departamento, incluso yo estando adentro. Sin embargo, en mi mismo piso, puerta con puerta, vivía una venezolana muy guapa, algunas noches nos juntábamos a tomarnos unos tragos y calentarnos, la pasamos muy bien juntos, tuvimos algo así como una aventura.
Yo que soy pianista y tenía en ese departamento un piano vertical ruidoso, nunca fui una molestia para ninguno de ellos, tocaba a horarios prudentes y creo que les gustaba escucharme. Una vez, mientras me encontraba en plena práctica, un vecino al que sí le tenía estima, me llamó por teléfono a decirme que por favor tocara más fuerte porque le gustaba escucharme y cuando me mudé me dijo que iba a ser una pena no poder acercarse a la ranura de su puerta todas las mañanas a escuchar mi piano. En mi nuevo departamento, ahora que tengo un piano de cola, tampoco soy molestia para nadie, hago la práctica dura en el piano eléctrico que tengo en mi cuarto y al que le puedo bajar el volumen y solo toco el piano de cola cuando ya me sé bien las canciones.
Les recomiendo plenamente esta película a mis lectores, verla acompañados de su pareja o sus amistades pero en su idioma francés original y subtítulos para sentir su musicalidad. Lleva el aura de la tradición del cine francés, que está tan promovido y hasta subsidiado en Francia, como la educación, la cultura, el arte, la música, la literatura, allí donde todos quieren ser cultos. Y ver su final feliz, con un beso de esos que solo se dan en las películas.
Vi, en Netflix, la semana pasada, la película “Los dos Papas”, protagonizada por el consagrado actor Anthony Hopkins y Johnathan Pryce. Tiene varias nominaciones al Óscar. Es histórica y recorre la vida de Jorge Mario Bergoglio antes de convertirse en el Papa Francisco. Me impresionó la calidad de las imágenes pues se puede apreciar a los actores entre todos los monumentos católicos, hasta subidos en un helicóptero. No he visto cómo fue hecha la película, me cuentan que el “making of” es interesante porque me imagino que hubiera sido muy difícil rodar la película en la ciudad de Vaticano rodeado por los millones de turistas que están de visita diariamente y sortear todos los rígidos controles de seguridad.
Recuerdo que cuando vivía en París vi otra película sobre el papa argentino, creo que la vi en idioma español con subtítulos en francés: “El Papa Francisco”, dirigida por Beda Docampo y estelarizada por Darío Grandinetti. También vi la serie de ficción “El joven Papa” o “The Young Pope” protagonizada por Jude Law como un papa norteamericano, que a mi gusto, caricaturizaba demasiado al Papa y su imagen. También he visto documentales varios no solo sobre el Papa Francisco sino sobre todos los Papas y la historia de la iglesia católica. Incluido Pío XII, al que le tocó encabezar los destinos de la iglesia católica durante la Segunda Guerra Mundial y la controversia que se generó respecto de su posición frente a los crímenes Nazis en Europa, contra judíos y comunistas. También, la relación de Juan Pablo Segundo junto con Richard Nixon en el golpe de Estado de Pinochet contra Salvador Allende, en Chile, en 1973.
En esta película, Los dos Papas, siento que se puede vislumbrar a la divinidad, o por lo menos lo más cerca que se puede estar de ella en la tierra. Cómo el Papa vive en palacios, comiendo rico y rodeado del arte más sublime en el castillo de verano Gandolfo y en ciudad del Vaticano; cómo, cuando fue joven en Buenos Aires, se enamoró de una mujer con la que casi se casa pero que al final lo llamó la vocación religiosa y llegó a Cardenal; cómo es que se elige al sucesor del Papa en esta institución que es lo más parecida a una monarquía. Pero más en detalle, cómo ha sido la convivencia entre los dos Papas, el emérito Benedicto y el oficial, en funciones, Francisco. El Papa Benedicto, alemán, siendo más intelectual y sin sentido del humor, tocando el piano, mientras, Francisco es más austero, carismático y político, viendo fútbol e hincha de un equipo de fútbol local argentino.
Yo tengo una tía monjita, que veo muy poco pero, cada vez que llega a casa por alguna ocasión especial, para acompañar a mi abuela, si es verano, yo voy vestido de lino blanco y ella, blanca e inmaculada en su hábito, mucho más que yo, porque claro, ella lo es por dentro y por fuera, no como yo, que soy pecador impenitente y le pregunto cómo no se ensucia la ropa, porque a mí mi ropa se me ensucia con cualquier cosa. Y le miro el anillo que me dice es de su compromiso con Dios, no como mi anillo que aunque uso en el mismo dedo que el Papa y es muy parecido, no se puede comparar en santidad. Recuerdo las veces que me fui de retiro al convento de su congregación, en el campo, que más parecía un club recreacional y la promesa que le hice a un monaguillo al escucharme tocar guitarra y que no cumplí, de tocar y cantar el cancionero religioso.
Esta película me hizo acordar los viajes que hice a Ciudad del Vaticano y sus museos, además de Roma, Venecia y todas las provincias de Italia que visité. Cuando regresé de estudiar en París, como ya dominaba bien el francés, decidí meterme a clases de italiano, porque tenía facilidad y porque me gustó cuando lo practiqué en Italia, además de ser menos difícil que el alemán, que también me gustaba. Como sea, espero regresar a Italia que es tan lindo y hablar italiano, aunque con todo el tiempo que ha pasado ya me debo de haber olvidado.
Cuando uno es joven y tiene toda la vida por delante se cree capaz de todo, es impetuoso, romántico, idealista, rebelde, loco, a veces irresponsable. Algunos lo siguen siendo años después, sin embargo, la mayoría cambia con la madurez, pues los años vividos nos van dando la serenidad y la sabiduría que solo se consigue con la experiencia. Para poder de verdad reflexionar, hay que equivocarse y fracasar. Además, a esa edad, uno tiene todas las hormonas revueltas y se excita con cualquier cosa, hasta con la pared o la puerta.
Yo en mi vida experimenté todo lo que pude y tuve mundo. Tuve amigos, compañeros en las fiestas, los últimos años del colegio y durante la universidad, con los que gocé de todos los excesos, de las mieles del alcohol y las drogas, de la promiscuidad de irme de putas en burdeles de alto vuelo. Yo ya había aprendido bien a socializar y ahora iba por más. Los fines de semana o en las vacaciones, me reunía con mis amigos y hacíamos de las nuestras, en bares y discotecas, por bulevares y playas. El día que me enamoré y me rechazaron, yo no la luché y me fui con los amigos a emborracharme y a levantar malas mujeres.
Yo me las daba de seductor empedernido con todas las chicas guapas en la placita de la universidad, sin embargo, cuando terminó la universidad y me quedé solo, me lamenté de no haber formalizado con cualquiera de ellas pues todas eran hermosas y yo deseaba el calor de una mujer pero más importante aún, necesitaba un amor que sea capaz de centrarme.
Como yo siempre tuve talento para la literatura y me gustaba escribir, influido por la sordidez de Bukowski y la valentía temeraria de Hemingway, me emborrachaba a solas frente a mi teclado y escribía cuentos retorcidos y crudos, que ahora sé son impublicables, sobre lo que yo vivía aquellas noches de sexo, drogas y conversaciones de muchachos bien, jóvenes y locos. Yo sentía que éramos, con mis amigos, como los tres mosqueteros, enfrentando las más encarnizadas hazañas, en esas noches de bohemia en Lima, la de los libertinos, degenerados y borrachos.
Sin embargo, hoy, no me arrepiento de haber vivido la vida intensa y plenamente, por el contrario, creo que nadie me quitará lo bailado. Y yo, a los amigos de aquellos años, no los volví a ver desde entonces, todos se fueron con su mujer y yo me quedé solo.
La semana pasada me fui de vacaciones a Miami y Orlando, a visitar familiares, a pasear por Disney, de compras y para vacunarme. Y vi Estados Unidos muy diferente de la última vez que lo visité. Lo vi con otros ojos, su amplia red de anchas carreteras y sus excelentes servicios públicos y privados donde pareciera que todo funciona bien.
Pero esta vez me impresionó la riqueza y la gran abundancia de las que gozan sus ciudadanos. Hay supermercados, almacenes y comercios de grandes cadenas, en cada esquina y por montones, abarrotados de todos los productos imaginables y llenos de clientes haciendo sus compras. Al entrar al supermercado, vi que allí se vende todo en grandes cantidades y me pregunté si toda esa comida perecible, como frutas y verduras frescas, carne, pescados, mariscos, si toda la cantidad de productos que allí se exhibe encontrará, finalmente, un comprador que pagará para usufructuarlos, pero, si no logran venderlos ¿dónde terminarán esos productos, acaso desechados? Pues, en países pobres falta tanto que cualquiera de esas sobras serviría de gran ayuda a toda esa gente que se muere de hambre y no tiene nada. Y al ver todos esos compradores divirtiéndose al probarse y arrasar con gran cantidad de ropa que yo dudo que en realidad usen mucho pues probablemente a cada rato compran otra cantidad nueva, recordé a mi abuelo, que las pocas camisas que tenía en su clóset le duraban diez o más años y que hasta lucía blancas, impecables y bien planchadas.
Son pobladores de países vecinos quienes, escapando de la pobreza, la inseguridad ciudadana y la falta de un futuro promisorio, si no han estudiado, se aventuran a inmigrar para emplearse en trabajos de mano de obra barata que la mayoría de estadounidenses no quiere hacer, seguros de encontrar prosperidad para ellos y sus familias, de comprarse una casa cómoda, con carro, con educación y salud, en esta gran nación, primera potencia mundial, país construido por inmigrantes, abanderado de la libertad, las oportunidades y el capitalismo. Capitalismo que, aunque sea como una jungla salvaje donde gana el más fuerte, ha demostrado ser la mejor ideología y que las otras son utopías. La humanidad ha llegado, en los países desarrollados, a un punto de libertad, felicidad e igualdad de sus ciudadanos que se debe mejorar pero que está en el mejor punto de su historia. Yo creo que así es la humanidad, con diferencias e injusticias difíciles de evitar tanto como el azar y el hecho de ser seres terrestres.
Entonces, mientras tomábamos con mi tío un vino de alta gama de Napa Valley, le contaba que cuando veo a alguna rubia hermosa por la calle o atendiendo en algún comercio o restaurante, gringa de pura sangre, me imagino amándola y viviendo en tierras estadounidenses con un trabajo normal. Así como cuando radiqué dos años en París como estudiante, yo ya me imaginaba viviendo lejos del país donde nací, extrañando todos los días y soñando con volver.
Me he enganchado a esta segunda temporada de la serie de Luis Miguel en Netflix igual como me sucedió con la primera, que veo cada semana el último capítulo el día de su estreno. El actor Diego Bonilla hace una interpretación fiel de Luis Miguel y la mayoría del reparto de actores es idéntico a los personajes de la vida real.
A Luis Miguel le sucedió, como suele suceder con pequeñas estrellas de la industria musical, que no pudo tener una niñez ni adolescencia normales porque tuvo que trabajar, además de alcanzar una fama inclemente desde pequeño. Con un padre explotador e irresponsable y una madre que despareció en condiciones inciertas, la vida de Luis Miguel fue de película.
Esta serie supo explotar el dramatismo de su fascinante vida, desde pequeño hasta el día de hoy. Pero esta serie trata, puedo apreciar, sobre la paternidad. Cómo su padre fue abusivo con él, pero cómo él tampoco supo ser un buen padre con su hija ni con sus seres queridos. Y es que nadie nos enseña a ser padres como tampoco se puede juzgar a alguien como mal o buen padre porque es algo subjetivo y personal, si uno es bueno o malo, simplemente es lo que a cada uno le toca, como si logra uno ser feliz o no, al final resulta siendo subjetivo. Y Luis Miguel, con todo el éxito que logró, se ve que es un tipo sumamente infeliz. Sin embargo, creo yo, ese fue el precio de su éxito; que el abuso por parte de su padre cuando era chico le cosechó todos los éxitos de su carrera como cantante y que su errante vida amorosa podría ser consecuencia del carácter que aquello le heredó.
Aunque mi vida no se parece para nada a la de Luis Miguel, yo siento que mi vida, igual que la de Luis Miguel, es fascinante, tanto, que incluso me he dado el gusto de escribirla como el poeta que soy. Es una tarea pendiente, para mí, escribir el guion de mi vida para guiar al director de mi serie o mi largometraje pues el que más conoce mi vida soy yo mismo y yo estoy apto para escribir guiones. Me gustaría aparecer en la película frente a cámaras narrando mi vida en primera persona y que acto seguido aparezca el actor que me interprete a mí en otras épocas.
Esta serie fue el renacimiento en la carrera de Luis Miguel, él que estaba quebrado por una vida excesiva y despilfarradora, y con una imagen alicaída, de pronto regresó su fama y, además de las regalías por la serie, se le abrieron las puertas para giras por todo Latinoamérica donde llena auditorios en conciertos multitudinarios.
Yo hasta hace poco consideraba cursi la música de Luis Miguel, música de peluquerías para señoras. Sin embargo, a partir de la serie, he regresado a escuchar esas canciones que sonaban cuando yo era chico y que hoy pueden considerarse clásicos. Hoy que resuena el reggaetón, recuerdo con nostalgia aquellas épocas en las que canciones con letras poéticas como la incondicional y otras así, con letras y melodías hermosas, no han vuelto a estrenarse desde hace décadas.
Lo normal es trabajar duro durante los días de semana para que el fin de semana descansemos, nos dediquemos al ocio o hagamos lo que más nos gusta hacer y luego el lunes continuemos con nuestras labores cotidianas. Hay muy raros casos donde algunos se deprimen o se aburren los domingos, sin embargo, es lógico disfrutarlos.
Toda mi vida, desde que yo era muy chico, conté con la compañía de mi familia, una familia unida, de clase alta, bajo el control de mi papá. Fui muy feliz los fines de semana y en las vacaciones con mi papá, mi mamá y mis hermanas, a veces se nos unían amigos de la familia con hijos de nuestra edad; otras veces, mis tíos y mis primos.
Los domingos siempre fueron días de fiesta, en casa, en el club, en la playa, en el campo, en restaurantes y los días del padre, de la madre, cumpleaños u otras ocasiones especiales eran a todo dar. Tengo el recuerdo entrañable de mi abuelo paterno y su inmensa sabiduría. Casi todos los domingos por la tarde tomábamos lonche en casa de mi abuelo paterno. O algunos domingos por la tarde acompañaba a mi mamá a la casa de mi abuela materna que siempre fue muy unida conmigo.
Algunos domingos me costaba quedarme dormido y me venían unos insomnios espantosos, probablemente por las tazas de té, llenas de cafeína o teína, que me había convidado mi abuela con el lonche y de la que yo no estaba acostumbrado. Pero especialmente porque después de ese domingo maravilloso, al de despertarme del sueño el lunes siguiente, iba a entrar temprano al colegio a vivir un verdadero suplicio. Ese terror que sentía los domingos de tener que afrontar la disciplina cruel del colegio al día siguiente nunca lo volví a sentir más que esos años. Incluso, tengo por escrito, en un cuento revelador, parte de todo lo que yo sufrí en el colegio, que lo escribí siendo muy joven, cuando sentía mucha rabia contra las autoridades del colegio por el abuso que conmigo se cometió, rabia que hoy ya se disipó y simplemente forma parte de mi pasado como una fuente de la rebeldía de genuina causa que me nació en aquellas épocas, que no sirvió de nada más que para dejar aquellos inspirados cuentos, que felizmente no incineré cuando estuve a punto de hacerlo.
En la universidad viví, probablemente, los años más felices de mi vida, ya con la piel curtida por los golpes, los fracasos, el escándalo, el ridículo. Pero felizmente mis domingos en familia nunca dejaron de ser muy felices, entonces, por ejemplo, me pasó una vez que para el curso de macroeconomía dos de la exministra, excongresista y exvicepresidenta Meche Aráoz, nos reunimos el viernes y el sábado con unos amigos para hacer un proyecto en conjunto que debíamos presentar el día lunes, pero el día domingo fue el cumpleaños de mi abuelo, entonces, yo me olvidé rotundamente de ir donde mis amigos y como nadie usaba celulares en esas épocas, me perdí almorzando con mi familia y el día lunes me tocó exponer frente a la clase y la profesora en una improvisación absoluta.
Sin embargo, frente a la tensión por los exámenes y las prácticas, yo iba feliz a la universidad y para mí todos los días eran días de fiesta. Recuerdo que pasaba el rato en la placita conversando con la gente simpática y los sábados a las seis de la mañana iba a rendir examen luego de la amanecida estudiando para terminando ir a la cafetería a conversar sobre los cursos y luego ir a las fiestas de la universidad adonde iban todos y nos quedábamos hasta las últimas consecuencias bailando y bebiendo. Sin embargo, siempre cumplí disciplinadamente con todo aquello que me exigieron en la universidad y con creces, aunque a veces pensaba que era demasiado. Me gustaba escribir ensayos cortos o poemas, aunque no me los pidieran y se los entregaba a mis profesores, que siempre admiré. Yo era campeón exponiendo frente a mis compañeros en las aulas, era un gran orador, si hasta me subía al escenario que podía a cantar con mi guitarra. Pero fue luego de llevar el curso de ciencias políticas que me di cuenta de todo lo que la política me fascinaba, reconociendo que sin saberlo había hecho política mucho antes, en el colegio y mi vida entera.
Hoy mis domingos son diferentes, aunque igual de felices, pero, en fin, es tema para un texto más largo. Como sea, espero en un futuro seguir siendo inmensamente feliz mis domingos como lo he sido hasta ahora pues uno nunca sabe lo que le depara el futuro.
Es muy beneficioso, para las personas, vivir una vida ordenada y disciplinada. La disciplina es un hábito muy positivo para tener una buena calidad de vida. Disciplina en todos los aspectos. Hábitos que influyen en mejor salud física y mental, también son, realizar ejercicios o deporte regularmente y comer una dieta balanceada y sana.
Una característica muy personal que yo he tenido a lo largo de mi vida es irme a los extremos en todos los aspectos. A veces resulta defecto, a veces virtud, yo me conozco bien. Para mí todo es negro o blanco, todo o nada, para mí no hay matices ni grises. Cuando me he propuesto algo, me he entregado de lleno a aquella misión, sin embargo, cuando luego aparece otro interés, dejo lo que anteriormente estuve haciendo y me entrego en cuerpo y alma a la nueva tarea. Subo y bajo de peso muy rápido. Cuando me propuse bajar de peso me volví anoréxico y cuando me convencí de entregarme a los placeres del vino y la gastronomía engordé veinte kilos. A veces caigo en el exceso. Cuando me propongo hacer deporte, me vuelvo fanático. Cuando tengo que estudiar alguna materia lo hago profesional, intensamente y sin pausa. No obstante, cuento yo, además, con la gran virtud de ser muy disciplinado, creo que la agarré en el colegio cuando era muy chico y desde entonces me ha acompañado en cada paso que doy.
Me ha pasado los últimos tres años que durante el verano me he excedido con la comida y el licor y he disfrutado a todo dar la playa y las fiestas, pero, después de semana santa, ya en abril, he tenido que empezar dieta para bajar todo el peso que había aumentado y entonces me propongo exigentes metas por cumplir, entre ellas no salirme de la dieta, hacer deporte todos los días y siempre sentarme a tocar piano a la misma hora.
Lo que yo confieso en estas líneas espero que les sea útil a mis queridas y queridos lectores para que puedan lograr aquello que se proponen y triunfar en la vida y que las moralejas o claves que saquen las promuevan en sus seres queridos.
El tiempo es relativo en el espacio, sin embargo, aquí en la tierra, para los humanos, el tiempo es implacable. De pequeños vamos creciendo y de viejos la piel se nos arruga. Se nota el paso de los años. Pero también adquirimos experiencias y aprendizajes que solo los años nos pueden dar.
A veces, en tiempos felices, queremos que el paso del tiempo se detenga, como cuando hay en la familia hijos pequeños, el trabajo marcha bien, uno quiere disfrutar así siempre. O cuando uno está de vacaciones, no quisiera que acaben o por lo menos quisiera que el tiempo sea más largo de lo que realmente es. Por el otro lado, cuando uno sufre aprietos económicos o cuando uno está esperanzado en un futuro mejor, desea que el tiempo pase más rápido para que lleguen las bienaventuranzas. Así también, cuando uno llega a la vejez, desea que el cuerpo resista a los estragos de la edad y siga viviendo a plenitud décadas por venir.
Por otro lado, es viejo un deportista profesional o una modelo de pasarela a los treinta años, pero es joven un político o un escritor a los cuarenta. Y eso responde a las cualidades personales que requieren dichas profesiones. Cuando uno es joven rebosa de energías, es impetuoso, romántico, idealista, rebelde, mientras, los años nos van dando la serenidad y la sabiduría.
Que larga es la memoria de los humanos, que nos toma años leer libros que retendremos fijos en nuestra memoria como los viajes, los estudios, los éxitos, los fracasos o el peso de las responsabilidades, cada vez mayores.
Más allá de todo lo que yo he aprendido a mi relativamente avanzada edad, mentalmente, he madurado mucho los últimos años, he centrado mi manera de ver y analizar las cosas y las situaciones. No es por presumir, pero, yo creo que he vivido y experimentado bastante mi vida, probablemente más que el común y me he tomado mi tiempo en reflexionar.
Aunque todavía estoy a mitad de camino y aún me falta mucho más por experimentar, a veces, me gusta tomarme mi tiempo para hurgar en mi pasado y encontrar cuál hubiera sido la mejor manera de solucionar los errores que cometí. Y, cómo no, disfrutar recordando los momentos felices que viví.
Desde el comienzo de los tiempos, nuestros ancestros, en las noches, miraban el cielo estrellado y se preguntaban qué había más allá. Creían en dioses, tejían leyendas y elucubraban mitologías. Se reunían alrededor del fuego y contaban historias. Las civilizaciones evolucionaron con los siglos y el humano progresó a pasos agigantados. Al comienzo, los navegantes guiaban su rumbo en el mar siguiendo las estrellas, hoy la civilización humana está a punto de empezar la era de la conquista del espacio con su tecnología aeroespacial. Sin embargo, estamos muy lejos del conocimiento total del universo. Es un misterio tan grande como la incógnita de Dios, que ha sido motor y motivo del humano desde tiempos inmemorables. Tiene que haber sobre nosotros alguien superior que fue el creó todo lo que somos y nos rodea.
A mí, personalmente, siempre me inquietaron estas incógnitas filosóficas. En el colegio leía y escribía textos sobre el tema. Pero fue años después, durante momentos de delirium tremens, que vino a mí no sé si la inspiración o la locura, pero, estaba seguro de que era miembro ilustre del Priorato de Sion y entonces escribí algo así como su ideología en mi obra “Marcel du Champ y el Priorato de Sion”. Realidad o ficción, yo en las noches viajaba por el tiempo y el espacio en mi nave intergaláctica que una vez un avión de la fuerza aérea identificó como un OVNI y quiso infructuosamente derribar. Y me reunía en palacios majestuosos en otros mundos con otros miembros ilustres o a veces nos juntábamos los humanoides en la tierra.
No obstante, hoy, que se fueron hace bastantes años aquellos días de delirio, recuerdo esos viajes como un sueño divertido que está alojado en mi subconsciente. Y yo al querido lector lo quisiera concientizar de lo que somos en la inmensidad del universo: un diminuto punto en algún lugar que desconocemos del cosmos que es especial porque es nuestro. Y que son parte de nosotros los espíritus con los que convivimos, el Dios que nos tocó, nuestra alma y nuestros sueños.
Es rico, sin caer en excesos, darse a los placeres de la vida o como me gusta decir, buscar algo que sea lo más parecido a la quintaesencia de la felicidad. Es algo de lo que yo, sinceramente, conozco y me gusta presumir.
No se puede vivir del amor ni del ocio ni de los placeres de la vida, sin embargo, sí se puede buscar un equilibrio entre todo lo que uno hace durante la semana. Se debe trabajar para poder comer, además, se debe estudiar y estar bien informado para ser libre en la sociedad actual. El vicio puede encontrarse a un paso, el vicio del alcohol, el tabaco o las drogas. O tan solo descuidar el trabajo y la familia y olvidar las responsabilidades en la vida. Responsabilidades como los hijos, o la fidelidad de la pareja y mandarse mudar con una trampa. Mandarse mudar lejos de casa a una playa paradisíaca y perderse con chicas fáciles.
Dicen que el que puede, puede y el que no, que aplauda; sin embargo, los que pueden darse todos los lujos no son necesariamente más felices que aquellos aparentemente sacrificados.
A mí me gusta disfrutar de los placeres de la vida, no obstante, en algún momento de mi vida caí en el fondo profundo de los excesos. Por ejemplo, bastante tiempo atrás, durante unos años, llegué a fumar dos cajetillas de Marlboro rojo al día, que subía a cuatro los fines de semana y me volví loco. Caí al hoyo y fracasé. Felizmente, cuento con el apoyo de una familia unida, bien constituida y con buena situación, entonces me recuperé y aprendí de mi papá, un hombre sabio que sabe conjugar su trabajo con los viajes, la playa, los amigos y el buen vino.
Entonces, yo, ahora, paso algunos días del mes en la casa de playa frente al mar, comiendo rico y tomando buen vino, y, gracias a la tecnología de hoy, podemos conectarnos con el trabajo por la mañana y en la tarde ver el crepúsculo en el malecón y los fines de semana echarnos debajo de una sombrilla en la arena con una cerveza bien helada o salir a navegar en la lancha. Además, me queda tiempo libre para dedicarlo a la fotografía y a la poesía.
La noche pasada, luego de comer los mejores cortes de carne a la parrilla, tomar buen vino y hacer la fiesta, yo era capaz de escribir toda esa pasión contenida en mi alma sensible, en un poema todos esos sentimientos encontrados, la impotencia de la vida, la rabia de la injusticia de este mundo. Antes de irme a dormir, yo me sentía inmortal y sentía que podía escribir los versos más hermosos, sin embargo, al echarme en mi cama con mi cuadernito en mi regazo y mi pluma en mis manos, escribí unos cuantos garabatos y me quedé dormido.
Yo estoy orgulloso de haber nacido en el Perú, sin embargo, a mí, como al resto de peruanos nos da rabia ver los dirigentes que siempre hemos tenido. Desde que se formó el Perú, cuando llegaron los conquistadores españoles, los dirigentes siempre dirigieron mal el país y siguió igual o peor, hoy en el bicentenario de la independencia. Si siempre ha sido así, es muy difícil que cambie. Hoy, con todos los expresidentes enjuiciados por corrupción, en la peor crisis desde que perdimos la guerra con Chile, debido a la pandemia y a puertas de una elección presidencial y de congresistas, el futuro se vislumbra pesimista por la mediocridad de sus candidatos. Hoy, que vivimos en un país tan desigual, pobre e inseguro.
Dicen que son los ciudadanos los que se merecen a sus políticos. Está claro que son los peruanos los que no han sabido elegir a sus políticos. Hoy con el gremio de políticos tan desprestigiado, a los jóvenes comprometidos y talentosos no se les ocurre meterse de políticos, entonces solo postula gente de la peor calaña que busca sacar provecho personal indebido del poder.
En Lima hice mi vida, allí tengo mi trabajo, mi familia, mis amigos. Cruzando todos los días sus calles llenas de conocidos pasé mi niñez y mi adolescencia. En un barrio bonito de Lima hay una casa que yo considero mi hogar. Conozco el Perú como la palma de mi mano, sus gentes, sus parajes, su comida, costa, sierra y selva. Conozco y padecí con conocimiento de causa su convulsionada historia. Cuando me tocó radicar dos años en París, extrañaba mi Perú todos los días. Me gusta leer todas las mañanas los periódicos del día y enterarme del quehacer nacional e internacional. Frente al océano Pacífico, en sus playas, disfruté siempre mis veranos. Me gusta comerme un cebiche en la playa, tomarme unas cervezas bajo una sombrilla en la arena frente al mar y discutir sobre política, cultura o sociedad.
Al ver que los peruanos nunca logramos salir del subdesarrollo, me duele ver así al Perú, decadente pero hermoso, como hermosa me gusta recordar mi vida aquí.
Hubo, durante el siglo veinte, una corriente de pensamiento en todas las disciplinas que tendía a darle una explicación científica a todo. Eso fue muy constructivo pues así se universalizó el conocimiento, sin embargo, a veces, forzaban las cosas para que la explicación encaje en los modelos de su disciplina científica y me refiero puntualmente a esos fenómenos sobrenaturales y de los que antiguamente la iglesia se encargaba de darle explicación y significado. Me refiero específicamente a enigmas como el universo, los extraterrestres, Dios, los espíritus, los fantasmas, la vida y para ser más general, lo inexplicable. Yo tengo muchas teorías que son lógicas y algunas las puedo exponer de manera breve.
Yo creo que hay en el aire y las cosas cierta energía que los humanos no podemos percibir. Que son como espíritus que conviven con nosotros y que son ayudantes de dios y que nos siguen en cada acción que hacemos e incluso pueden alterar nuestro destino.
Yo creo que nuestras almas nunca mueren pues cuando nuestros cuerpos fallezcan en la tierra, nuestras almas se separarán de ese cuerpo muerto y volverán a otro planeta en otra galaxia para luego encarnar en otro cuerpo cuando nazca un bebé en la tierra o en otro planeta similar al nuestro en otra galaxia.
Hay personas que son capaces de percibir mejor esos hechos sobrenaturales, como los niños, que les temen a los fantasmas. Ciertos animales son capaces de percibir a los espíritus. Algunas personas, como yo, cuando soñamos en las noches, los sueños son una mezcla de recuerdos de nuestra vida en la tierra y las otras vidas que vivió nuestra alma en otros cuerpos en la tierra o en algún planeta en otra galaxia.
Los extraterrestres, yo estoy seguro de que existen y conviven entre nosotros. Cuando uno ve en alguna parte a otra persona puede que aquella persona en realidad no sea un humano sino un humanoide que ha viajado por el tiempo y el espacio para poder estar en ese lugar donde fue visto. En misiones secretas, ellos alteran nuestro destino y nos ven como un experimento, como si el mundo fuera una prueba de laboratorio para ellos ver cómo empezó la civilización que en el caso de los extraterrestres que nos visitan, está avanzada y desarrollada millones de años más adelante que nosotros, al punto de tener la capacidad de viajar por el tiempo y el espacio.
Yo creo que los virus que aparecen de pronto en el mundo y que la humanidad tiene que buscarles cura, como el SIDA o la COVID 19, nacieron, probablemente, cuando un extraterrestre de raza rara, intencionalmente, tuvo relaciones sexuales con un humano.
Los humanos han creído en Dios desde tiempos inmemorables, desde que la raza humana es humana y es la razón de guerras, sacrificios, dedicar la vida, la muerte, el amor, la familia; por lo tanto, yo pienso que la ciencia no puede jugar a ser dios y concluir que no existe.
La otra vez terminé de ver la serie Emily en París y me quedé enamorado de la actriz Lily Collins, de una belleza sobrecogedora y clásica, bien al elegantísimo estilo de Audrey Hepburn. Hija del músico y cantante Phill Collins, he visto sus mejores películas en el cine y pude apreciar su talento para la actuación y esa cualidad que tiene para encantar al espectador.
La serie sigue a Emily, una estadounidense de veintitantos años que se muda a París para una oportunidad de trabajo inesperada, encargada de llevar el punto de vista estadounidense a una venerable empresa de marketing francesa. Las culturas chocan mientras se adapta a los desafíos de la vida en una ciudad extranjera, mientras hace malabarismos con su carrera, nuevas amistades y su vida amorosa.
Yo que radiqué dos años en París mientras seguía mis estudios de literatura francesa en la Sorbona puedo confirmar la veracidad de algunos estereotipos que retrata la serie sobre los franceses, otros no. Por ejemplo, a los franceses les gusta comer rico y saben de gastronomía, también fuman mucho. Cierto es también que, a veces, algunos parisinos son soberbios con el turista, como cuando alguno de los millones de turistas que visitan la ciudad les consultan en un idioma diferente al suyo alguna información y no reciben una respuesta amable. También es cierto, como se aprecia, que, a diferencia de los estadounidenses, los franceses dedican más tiempo al ocio y a los placeres de la vida en vez del trabajo. Creo que, es real también que, la ciudad de París es grande, pero, puede resultar un pueblo pequeño donde todo se sabe y todos se conocen. Y que es la ciudad de los enamorados.
Hacer un viaje de estudios o de trabajo a una ciudad diferente a la nativa es una experiencia inolvidable que enriquece el alma, es intercambiar culturas y aprender otras costumbres. Yo tuve la suerte de hacer mi viaje de estudios en París que es una ciudad tan rica en historia, cultura y todos los aspectos que uno puede experimentar. Estoy seguro de que, el que va a París, ya sea por trabajo, por estudios o solamente turismo, se quedará con unos recuerdos y aprendizajes inolvidables que lo enriquecerán muchísimo. Y en esta serie se aprecia esa experiencia que vivió Emily que a mi punto de vista es bastante fiel a la realidad.
Cuando yo era chico deseaba, de grande, amasar grandes fortunas, ser multimillonario, vivir en lujosos palacios, veranear en mega yates anclados en islas privadas, vivir viajando por el mundo en aviones privados, rodeado de hermosas mujeres jóvenes modelos de pasarela que se entregan a mí con lujuria. Luego, durante algunos ciclos en la universidad, deseé convertirme en político y llegar a la presidencia de mi país, conquistar poder, fama y gloria, sacrificar mi felicidad a cambio de ser padre de la patria, servir a mi país y que el pueblo me nombre su mesías.
Hoy, luego de haber vivido la vida intensa y plenamente, ya en la madurez, una vez experimentado todo lo que pude, habiendo llegado a veces a excesos, leído y con todos los estudios; hoy, que veo las cosas con más serenidad, ya no sueño con imposibles y creo que tan solo deseo ser feliz.
Solamente aspiro a tener la libertad de escoger mi destino. Y deseo, en un futuro, tener lo que ya tengo, vivir una vida apacible, con un trabajo honrado y bien remunerado. Con la capacidad de darme ciertos lujos como tener una casita frente al mar adonde pueda ir a veranear, tomarme unas cervezas en la arena debajo de una sombrilla, echarme refrescantes chapuzones y subirme a un bote a navegar. Con comer rico y tomar buen vino. Que me toque una compañera incondicional que me ame tanto como yo a ella, con la que formemos una bella familia y luchar sanamente para llevarla adelante. Envejecer viendo crecer a mis hijos, formarlos para que sean hombres o mujeres de bien. Viajar a otras tierras en las vacaciones. Hacer lo que me gusta hacer, tener tiempo libre para dedicarlo a mis pasatiempos y mis pasiones y mejorar cada día. Quisiera ayudar a los míos.
Yo no sé lo que me depare el futuro. Esto es lo que deseo hoy, no sé si lo logre o si en el camino cambian mis deseos.
Desde que aprendí a leer me acostumbré al hábito y en mis tiempos libres cojo el último libro escogido, me acomodo en el asiento que tenga cerca, abro el libro y me dejo llevar por sus palabras. A medida que la trama va avanzando, voy pasando las páginas, ensimismado en alguna ficción, llena de ideas, personajes, aventuras, mientras, a mi costado, van pasando las horas de la monótona vida real.
Voy leyendo, poco a poco, volando por mundos imaginarios, haciendo amigos por unas horas, padeciendo con ellos todas sus desventuras, deseando que el héroe triunfe y que el villano pierda. Tres mosqueteros, uno para todos y todos para uno; Napoleón librando en su trinchera su última batalla; un viaje a las estrellas; una temporada en el Nautilus, sumergido en el mar, experimentando cien mil leguas de viaje submarino; una visita al siglo diecinueve en esos universo lleno de laberintos, cuchilleros y payadores de Borges o su Buenos Aires querido, invitados a descubrir el Aleph que es una pequeña esfera que es un punto en el universo donde caben todos los puntos del universo; viviendo la fiesta que fue para Ernest Hemingway París.
Y viajo a otros mundos románticos e idílicos como si yo los viviera de verdad, de Sanchos y Quijotes, Dulcineas y molinos de viento; de Romeos y Julietas; de príncipes azules que salvan a su princesa de un beso; de bailes en castillos encantados adonde se llega en carrozas y donde se pierden zapatitos de cristal; de brujas malvadas que preparan pociones malignas para darles manzanas envenenadas a nobles princesas.
De tanto leer y una vez vivida mi vida intensa y plenamente, me dieron ganas de escribir aventuras propias, mis experiencias más sentidas. Me incliné por la poesía de amor para conquistar a la chica más bella de mi generación y entonces leía a Pablo Neruda aquello de «Puedo escribir los versos más tristes esta noche» o «aunque este sea el último dolor que ella me causa y estos los últimos versos que yo le escribo». Sin embargo, luego de toda esa vorágine de seductor, terminé derrotado y me quedé solo, y, fue tiempo después que me di cuenta de que, lo mejor que le puede pasar a un poeta es que una mujer lo haga sufrir por amor.
Esta segunda cuarentena, siendo menos estricta que la primera y en pleno verano, decidí pasarla en la playa. Me fui con mis papás, mis hermanas y mis sobrinos a nuestra casa de playa a relajarnos frente al mar, comiendo rico y tomando buen vino. Guardamos el distanciamiento social lo mejor que pudimos y seguimos los protocolos de seguridad para no contagiarnos pero no me sentí encerrado. Tuve tiempo para pasear por el malecón, tomar fotos, reflexionar y leer.
Leí el libro de Walter Tevis “Gambito de Dama”, sobre el cual se basó la serie homónima de Netflix, sobre la que escribí mi columna la semana pasada. Es un libro bastante gráfico pues la serie es idéntica al libro. Retrata con fidelidad el mundo del ajedrez en su época dorada, cómo se pensaría y cómo se vería la protagonista Beth Harmon en su objetivo de convertirse en la campeona mundial, desde sus inicios.
Se recomienda primero leer el libro y después ver la película sobre el que está basada pues un libro se narra de la forma en que pensamos y tiene detalles que una película no es capaz de reproducir. Yo leí este libro después de ver la serie y la verdad que disfruté los dos, el libro y la serie. Usualmente, un libro es mejor que la película sobre el que está basada, no obstante, hay excepciones. Por ejemplo, el libro “El Padrino” de Mario Puzo es bueno pero la película dirigida por Francis Ford Coppola e interpretada por Marlon Brando y Al Pacino entre actores históricos es una obra maestra excepcional y en ese caso sí yo creo que esa película es hasta mejor que su libro.
Esta cuarentena que nos ha confinado para evitar más contagios y que dejó cerrados los cines, los teatros, las salas de conciertos y demás actividades masivas, me hace extrañar todo eso que hemos perdido, pero en especial al cine, yo que siempre fui cinéfilo y que solía ir al cine por lo menos una vez por semana. La anterior normalidad nunca regresará, los cines ya nunca más serán lo que fueron a partir de la aparición de Netfilx y la pandemia como evento de quiebre. Yo casi no veo televisión porque dedico mi tiempo a leer, pero, últimamente, me es bastante divertido prender el Netflix y acomodarme en mi sofá con una canchita y una coca cola bien helada a mirar algo que sea de mi interés, pero de un tirón y sin interrupciones.
Vi, una de mis tardes en cuarentena, la miniserie de Netflix “Gambito de Dama”, basada en el homónimo libro de Walter Tevis, con la fenomenal actriz Anya Taylor-Joy, ambientada en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Una historia ficticia que sigue la vida de Beth Harmon, una huérfana prodigio del ajedrez, durante su búsqueda para convertirse en la mejor jugadora de ajedrez del mundo mientras lucha con problemas emocionales y de dependencia de las drogas y el alcohol.
En el mundo del ajedrez es muy común encontrar niños prodigio pues son usualmente estos los que se convierten en campeones. Niños que en realidad se hacen solos, ellos solos nacen genios, muy independientemente de la formación. Es muy común encontrar, también, genios con problemas de salud mental. El ajedrez es casi siempre un deporte de hombres pues, en la vida real, la femenina es una categoría aparte.
La ajedrecista mujer que más éxitos ha cosechado fue la húngara Judit Polgar. Nacida en 1976, es la única mujer en la historia que ha logrado figurar por mucho tiempo entre los diez primeros ajedrecistas de la clasificación mundial. Fue también prodigio, Gran Maestra a los quince años, la menor de tres hermanas educadas por su padre para dedicarse al ajedrez.
Toda mi vida mi deporte favorito ha sido el ajedrez, incluso llegué a campeón. Durante algún tiempo estudiaba teoría y practicaba ajedrez, literalmente, todo el día. He leído toda la literatura y he visto todas las películas que se han rodado sobre el tema.
Hay una película muy buena estrenada en 2014, “El caso Fischer”, con Tobey Maguire como Fischer, que retrata a Bobby Fischer en su camino de convertirse campeón del mundo, sus problemas mentales y su complicada infancia. Hay otra película muy buena “En busca de Bobby Fischer” estrenada en 1993, sobre la vida real de un prodigio del ajedrez, Joshua Waitzkin, en el que la familia de este niño se da cuenta que posee un don para el ajedrez y busca la forma de nutrirlo y cómo su padre y su entrenador adoptan el ideal de Fischer para ganar a cualquier precio. Es decir que, buscar el éxito en este mundo afecta el normal desarrollo de su hijo.
Me gustó la manera en que esta serie “Gambito de Dama” retrata el mundo del ajedrez en su época dorada, cerca del año 1972, cuando el estadounidense Bobby Fischer le ganó él solo el campeonato del mundo a toda la maquinaria soviética. Hoy ya se perdió ese arte y ese encanto que se ve, con la invención de las computadoras actuales que ganan hasta al mejor ajedrecista del mundo de manera aburrida. Y con la inmediatez de la vida actual, en la que los niños prefieren jugar en el celular cualquier videojuego, ciertamente más divertido para ellos.
El mundo está lleno de ruindad, violencia y maldad. La psicología intrínseca del ser humano, formado por la sociedad actual, es egoísta por excelencia. Cada uno lo desea todo para uno mismo pero los son bienes escasos, por lo tanto, para uno poseer los bienes que desea, tiene que quitárselos a otros. Esto se parece a un principio de teoría económica liberal que Adam Smith escribió en el siglo dieciocho en su obra cumbre “La riqueza de las naciones”, eso de la mano invisible del mercado en el que uno trabaja para comer porque ninguna comida es gratis y en el que la creación de la propiedad privada es el motor de la economía.
Por eso, la iglesia, desde su formación en los inicios de la civilización, predicó aquello de “ama al prójimo”, educando a los niños con ejemplos de una vida llena de valores como el de los diez mandamientos y tiene enraizada toda una tradición de caridad y asistencia a los pobres y desposeídos. Es por eso que, durante el siglo veinte, hubo una revolución marxista que buscaba una alternativa más igualitaria al capitalismo y así proliferó el comunismo que, sin embargo, resultó siendo un sistema mucho peor.
El contrario de la violencia y la maldad es el amor. El mundo necesita más amor, sentirnos todos hermanos, como canta la “Oda a la alegría” en la novena sinfonía de Beethoven. Necesitamos soñar con hacer real nuestra utopía, el paraíso en la tierra. Los hippies soñaron con eso en su momento, al rebelarse, no deseaban la vida que llevaban sus padres, de trabajar rutinariamente toda su vida para vivir en barrios de casitas todas iguales, con el mismo carro, viendo la misma serie de televisión y yendo a la iglesia los fines de semana. Querían vivir en aldeas en el campo, entre música, paz y amor, experimentando con drogas, sin embargo, no se puede vivir del amor, el mundo funciona además con violencia y trabajo. Pero eso pasó hace cincuenta años, hoy los hijos de las flores, los integrantes de los movimientos de la cultura juvenil de los años sesenta ya envejecieron y tuvieron la oportunidad de escribir su historia, todos se regeneraron con los años y se dieron cuenta de que efectivamente ese sueño era una utopía irreal.
A mí, como poeta, me toca escribir sobre el amor, unir polos opuestos con mi arte, tocar la sensibilidad del lector, llegar al corazón. Yo quería escribir algo que sea lo más parecido a la melodía de los Beatles “All you need is love” pero recitado en el escenario de teatros abarrotados de aficionados como recitaron sus poemas Allen Ginsberg y los poetas de la generación Beat, en una performance sobrecogedora y teatral. No obstante, si se trata de ser más realista, me conformo con recitar mis poemas como recitaban sus poemas mis profesores de literatura francesa en aquellos recitales en el anfiteatro Richelieu de la Sorbona los años que fui su alumno y que el lector puede leer solo.
Leí, el fin de semana pasado, el último libro de Alfredo Bryce Echenique “Permiso para retirarme, Antimemorias 3”, despedida literaria en la cual anuncia su retiro de las lides creativas luego de cinco décadas de trayectoria. Este libro, en el que Alfredo Bryce reafirma su gusto por contar historias, «está hecha de retazos y momentos de una vida dedicada a la literatura, la amistad y el amor», en palabras del propio autor.
En el prólogo, Bryce cita dos poemas dedicados a su figura, el primero de un decimista sin par, el negro Nicomedes Santa Cruz y el segundo de su buen amigo, el poeta y cantante español Joaquín Sabina, este último titulado “Un brindis para Julius”.
Con el pasar de las páginas, Bryce va narrando con ese virtuosismo único y con sentido romanticismo, nostalgia y humor memorias de su extensa vida: El descubrimiento de la libertad en París, en la década del sesenta, tras haber dejado el Perú con el propósito de convertirse en un escritor; la figura del padre aventurero, y de la madre lectora de Proust y dueña de una fina sensibilidad artística.
Durante el siglo pasado, si alguien quería convertirse en escritor, tenía que irse a vivir a París. Les sucedió a todos los escritores latinoamericanos, a Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y a todos los que he leído, incluido el estadounidense premio Nóbel Ernest Hemingway. Jorge Luis Borges se consagró en París. Y fue una delicia, para mí, leer con lujo de detalles la vida francesa de Bryce, cuando fue profesor de la universidad de Nanterre o cuando vivió en Montpellier, con anécdotas y digresiones.
Como ya narré yo en mi anterior columna “La historia se repite”, de todos los escritores que hay, con el que me veo más similitudes es con Alfredo Bryce. Igual que él, yo me fui a estudiar a la Sorbona, en París, hace pocos años, con ganas de aprender literatura en francés, viajar por Europa y vivir la vida, radiqué allí dos años y conocí el mundo. Él, igual que yo, proviene de una familia de alta sociedad limeña, descendiente de europeos. Sin embargo, la carrera de Bryce se arruinó a partir de varias denuncias por plagio, yo creo que su alcoholismo pudo más que él.
Por eso, ayer, terminando de leer este libro, pensaba que, ojalá yo, a la edad de Bryce haya vivido la vida así intensamente como él y tenga la fortuna de escribirla con ese virtuosismo, pero a mi manera.
Jorge Luis Borges, anciano a los 85 años, casi en su lecho de muerte, con esa genialidad y erudición que tenía, escribió “Su último poema”, empezando con un «Si pudiera vivir nuevamente mi vida/ en la próxima cometería más errores/ No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más» y termina, «contemplaría más amaneceres y jugaría con más niños, si tuviera otra vez la vida por delante/ Pero ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo». Si no me falla la memoria, creo que la viuda de Borges, María Kodama, declaró en algún momento que este poema no era de su autoría. Como sea, se ve que es una obra maestra.
Será que yo no tengo 85 años igual que Borges pero a mí no se me ocurre querer cometer más errores en una próxima vida. Son suficientes los que ya cometí y sigo cometiendo en la presente. Sin embargo, reconozco las ganas que tenía Borges de seguir viviendo; en este caso, una vida nueva. Es como aquellos autores que escribieron sobre la vida eterna. O aquella necesidad del ser humano y de la religión de creer en otra vida después de la muerte.
Si yo volviera a nacer después de vivir cien años nunca me equivocaría en lo importante, solo en lo trivial; conocería mi vocación; viajaría más; me enamoraría locamente igual que ayer; reconocería aquello valioso en la vida; disfrutaría más y me preocuparía menos; sería más prudente y más sabio; estaría más apto para ser feliz. Y lo haría todo diferente.
Yo, antes soñaba con regresar en el tiempo y corregir los errores que cometí en el pasado, sin embargo, hoy, con 38 años encima, creo que tengo toda la vida por delante y que en vez de preguntarme ¿si volviera a nacer? valdría más preguntarme ¿qué quiero hacer hoy y mañana? Para más adelante no lamentarme por una vida que se va y yo no disfruté.
Leí, la semana pasada, el último libro de Rosa Montero “La Buena Suerte” que trata de una historia de amor ambientada en la España actual, algo rara, pero bonita. Y me hizo pensar en las historias de amor que, yo, como poeta, adoro y persigo.
Hay grandes historias de amor ficticias, novelas monumentales como “Romeo y Julieta” de William Shakespeare, o cuentos de príncipes y princesas que les narran a niños y niñas, como el cuento de hadas “La Cenicienta” del francés Charles Perrault, llevado al cine por Disney.
Existen, también, las grandes historias de amor de la vida real, usualmente de príncipes y princesas, como la historia de los príncipes Grace y Rainiero de Mónaco o los duques de Windsor Edward y Wallis Simpson. O de presidentes, multimillonarios y celebridades como el expresidente de EE. UU. John F Kennedy y Jackie o la soprano María Callas y el magnate Aristóteles Onassis. O actores de Hollywood que vemos todos los días en las noticias.
Sin embargo, existen millones de historias de amor de gente anónima, usualmente personas humildes, que luchan como pareja contra todas las adversidades, casi siempre buscando convertirse en una familia feliz, bienaventurada y hermosa, que se aman locamente y que son historias realmente fantásticas que cuentan a sus amigos o que nadie conoce más que ellos. Bellas historias, tragedias, dramas, comedias o como se quiera recordar la historia de parte de una vida.
Yo creo en el verdadero y más noble amor que es, probablemente, uno de los motores de la sociedad y que mueve a hombres y mujeres en todas las direcciones de sus vidas, incluso hacia la violencia y el trabajo. Es una de las razones de la vida, por las que nos reproducimos y por las que no decidimos suicidarnos.
Yo, personalmente, soy testigo del amor que se profesan todos los días mis papás luego de cuarenta años de casados, en las buenas y en las malas. La suya es sin lugar a duda una hermosa historia de amor. Al igual que las dos historias de mis cuatro abuelos, a quienes solo la muerte pudo separar.
Yo, como romántico empedernido que soy, siempre quise vivir una de esas grandes historias de amor, pues, desde muy joven imaginé, en mis obras escritas, la novia que nunca tuve, el primer amor que siempre soñé.
El 21 de enero se cumple un año desde que empecé a escribir mi columna semanal en mi página web. Celebro el primer año de lo que viene a ser algo así como mi aniversario laboral.
Yo venía de inaugurar mi flamante página web donde pude, por fin, publicar mis poemas y mis cuentos, luego de una década de rechazos de parte de varias editoriales y donde pude, además, mostrar los videos que había grabado recientemente recitando poemas y tocando mi piano, entre otras performances. Fue, luego de una desilusión amorosa que sufrí de parte de la chica que fue mi musa desde los diecisiete años hasta el día de hoy y a la que le escribí mis más bellos versos de amor que, decidí dejar de escribir poemas románticos y escribir, en cambio, una columna semanal pensando dar, eventualmente, el salto a un periódico, inicialmente sobre el quehacer político, como la gran mayoría de las columnas que se ven hoy en día en los periódicos. Sin embargo, luego de la segunda columna, cambié de parecer y pensé que, para mí, mejor que estar opinando de temas así de polémicos y conflictivos como son la política local e internacional sería, escribir temas de lo que yo creo son del interés del lector, pero, con una opinión que haga que todo el mundo me quiera cada día un poco más. Pues cambié de parecer también en aquello de dejar de escribir poemas románticos porque yo soy un romántico empedernido en todo lo que hago.
Me gustaría, si algún día doy el salto a un periódico, ya sea con una columna semanal o diaria, retratar mi tiempo y analizarlo fielmente, encontrar las claves para entender la condición humana y su subconsciente, para aportar a la sociedad y a la especie humana de la mejor manera, con madurez, responsabilidad y valores.
Yo podría, tranquilamente, escribir esta columna toda mi vida, hasta el día que me muera. Igual que Mario Vargas Llosa que, escribió hace un par de meses en su columna quincenal “Piedra de toque” que, él cumplió treinta años a cargo de dicha columna que, el diario “El País” distribuye a casi todos los periódicos de las ciudades más importantes del mundo, traducidas al idioma local si fuera el caso.
Empiezo así, entonces, mi carrera de poeta, tras un largo previo camino de preparación y cierto bagaje de derrotas.
Espero que las columnas venideras sean del gusto de los lectores pues mi intención es que me quieran cada día un poquito más.
Vi, la semana pasada, la serie estrenada en Netfilx, “Rompan todo”, que es un documental que narra, en boca de sus propios protagonistas, la historia del rock latinoamericano en orden cronológico, desde sus inicios a finales de los años cincuenta hasta la actualidad. Música, imágenes y videos de época. Sus bandas más representativas y su contexto histórico.
En las épocas que corren hoy, es posible considerar al rock, cultura; sin embargo, en los años setenta, se trataba más bien de una contracultura, casi subversiva. En la época de los hippies, del evento Woodstock, de los sucesos del mes de mayo de 1968, en plena guerra fría, en medio de las dictaduras latinoamericanas, nacía una nueva rebeldía contra los padres y la autoridad, de jóvenes que se dejaban los pelos largos y experimentaban con drogas alucinógenas. En este documental se aprecia a esos rockeros, hoy envejecidos, contar sus días de gloria. Ellos mismos cuentan que, influenciados por bandas de rock británicas y estadounidenses, como los Beatles, decidieron hacer ese mismo tipo de música, pero en nuestro idioma español y con un estilo local. La tradición continúa hoy.
Yo creo que a uno le gusta escuchar el género de música con el que se siente identificado, con la música que escucha ese grupo de gente con la que se tiene cosas en común. O sea, que se trata de forjarse una identidad. Yo toda mi vida he sido aficionado al rock y en especial al rock en español. Con unos amigos, entre la adolescencia y la juventud, formamos una banda de rock en la que tocábamos canciones de bandas famosas, yo tocaba el bajo y cantaba, pero nuestro talento no fue más allá de juntarnos durante un tiempo en un garaje los fines de semana a hacer música.
En el transcurso de mi vida he ido a escuchar en concierto a casi todas las bandas más importantes de rock en español e inglés. Me gusta sentirme parte del colectivo que se reúne, conformado por decenas de miles de espectadores, ser parte de la multitud agolpada en un estadio para escuchar a sus ídolos, coreando sus canciones, vibrando al ritmo de su música ensordecedora. Ser una de las miles de personas conmoviéndose con sus melodías más sentidas. Salir del estadio como una gota más del agua de la marea de gente que pulula. Y en este documental pude ver la historia en la que yo participé como espectador.
A todos, a cierta edad, nos ha tocado mudarnos alguna vez. Buscar otro hogar con la familia por las razones que fueran, independizarnos de la casa de nuestros padres, viajar a radicar en otra ciudad, mudarnos de trabajo. Todos desean vivir en una mejor casa, segura, acogedora, bonita. En un buen vecindario. Para vivir felices.
Hay gente que se anda mudando constantemente de casa, hay otros que viven en hoteles. A veces, perdiendo cosas en el camino. Yo me he mudado muy pocas veces en el transcurso de mi vida pues hasta cuando cumplí 25 años seguía viviendo en la misma casa de mis padres desde que yo era un niño. Recuerdo con nostalgia cuando me mudé por primera vez a París a vivir dos años allí mientras cursaba mis estudios en la Sorbona. Todavía hoy, cuando despierto del sueño, al abrir los ojos, siento que estaré en ese departamento minúsculo que alquilaba en París, que al abrir las cortinas vería el sol de París iluminarme los ojos y que esa mañana saldría a caminar por las calles de mi barrio. Luego me mudé a mi primer departamento de soltero en Lima que, era muy bonito pero, por razones que no quisiera ahondar, nunca me tuvo del todo satisfecho.
Fui afortunado, la semana pasada, de mudarme a vivir a otro departamento mejor al anterior, más grande y bonito, con mejores vecinos. Siempre en la misma zona, cerca de la casa de mis papás. Y tuve la suerte de decorarlo con muy buen gusto, incluso, una decoradora de interiores me ayudó en esa tarea, entendiendo mi estilo y necesidades. Con mi primer piano de cola en la sala. Y con comodidades de lujo. Mi mamá me ayudó mucho en el proceso y mi papá a financiarlo. En este caso, es una ventaja, para mí, vivir soltero pues todo el espacio es para mí, si tuviera esposa e hijos hubiera tenido que dedicarles su espacio y hoy, en la ciudad de Lima, el precio del área habitable es bastante elevado.
Yo soy de los que cree que, cuando nos llegue la muerte, a esa hora incierta, emprenderemos la mudanza a otra dimensión pero, a diferencia de las que hicimos en nuestra vida terrenal, esta vez será sin ningún tipo de equipaje y calatos. Y nuestros huesos se convertirán en polvo de estrellas.
El 31 de diciembre se va el año viejo y llega el año nuevo. Año nuevo, vida nueva. Borrón y cuenta nueva. En una fiesta sin igual. Sirve para analizar lo bueno y lo malo del año que se va y planear los éxitos del año que se viene.
El 2020 ha sido un año sin precedentes. Empezó cuando empezó la pandemia. Definitivamente, se trata de un año que marcará de alguna manera un antes y un después, que quedará escrito en la historia como un momento de cambios. Sobre todo, por la aparición del COVID 19, la primera pandemia severa vista en épocas recientes. Todas las muertes, la cuarentena estricta que alteró nuestra vida diaria, el confinamiento obligatorio. Maltrató gravemente nuestra economía. Se cerraron las fronteras de los países. Todo por el miedo a la propagación del virus y prevenir más muertes.
El año 2021 que se avecina, se espera empezar a vacunar contra la COVID al mundo entero. Es un virus nuevo del que no se tiene todas las certezas. Sin embargo, nunca regresaremos a la anterior normalidad. Aquello de usar mascarilla todo el día, vacunarse periódicamente, ser más prudentes en los aeropuertos. Y está latente la posibilidad de que, de pronto, aparezca otra pandemia incluso más severa, eso nunca se sabe.
En el plano personal, yo, el año 2020, cumplí 38 años y me vi más maduro y centrado. Empecé a escribir mi columna semanal en mi página web, me perfeccioné en la fotografía y los videos, grabé canciones tocando piano, recitando poemas. Me mudé a otro departamento más grande y bonito con mi primer piano de cola. Como algo nuevo para mí, que pertenezco a la antigua escuela, por primera vez me mantuve activo en las redes, ayudándome así a promover mi obra.
El año 2021 es, para mí, muy prometedor. Quisiera, de una vez por todas, convertirme en poeta consagrado, publicar libros y viajar por el mundo a promoverlos. Quisiera dar el salto a publicar mi columna en un periódico, si se puede diaria o por lo menos de lunes a viernes. Me gustaría también, escribir el guion de una película sobre mi vida y obra, yo incluso podría actuar narrando mi historia y acto seguido saldría el actor que haga de mí en otra época.
Me gustaría que, el año venidero, traiga prosperidad y felicidad a mis seres queridos, a mis conocidos y a todo el mundo y se destierre al mal. Aunque sé que el mundo está lleno de maldad y que son inevitables las desgracias y las malaventuranzas, pienso que la esperanza de un mundo mejor debería ser lo último que deberíamos perder.
La navidad, que celebramos el 25 de diciembre todos los católicos, cristianos y culturas de otras religiones, significa mucho para nosotros. Más allá del significado religioso, de la iglesia y el nacimiento de Cristo, para los creyentes, se trata de una reunión que convoca a toda la familia una vez al año.
Siento que, cada año, cuando llega la navidad, la envuelve un significado diferente para mí pues, luego de todo el año transcurrido, me agarra en otra etapa de mi vida. Cuando yo era chico, la nochebuena del 24 de diciembre, íbamos mis papás y mis hermanas, primero, a la casa de la familia de mi mamá y luego a la de mi papá a cenar y repartir los regalos del árbol navideño. En ese entonces, las reuniones familiares eran en una casa grande donde nos reuníamos toda la familia, tíos lejanos, primos lejanos, tíos abuelos y así, había muchísima gente, algunos que probablemente sería la única vez del año que vería. Hoy, para mí, las navidades no tienen una convocatoria tan grande como entonces, pero igual, nos reunimos en casa de mis papás con tíos, abuelos, primos, que no veo nunca más que en esa ocasión y mis hermanas y cuñados con los que sí somos íntimos.
La navidad es muy especial para los niños, todo el mes de diciembre viven intensamente el aura del espíritu navideño, con los villancicos y los adornos por toda la ciudad, dándole su lista de regalos a papá Noel y, afanosos por repartir los regalos de debajo del árbol que armaron con tanta ilusión un mes antes.
Como a mí toda la vida me ha gustado leer y escribir, el año 2005, luego de vivir la navidad del 2004, tratando de procesar todos esos sentimientos encontrados que me generaban esa fecha tan trascendente del año, escribí un relato de dos caras que titulé “la familia y sus hermosas navidades”, cuando yo era un joven rebelde e impetuoso, que felizmente dejé plasmado y que tengo publicado en mi página web, pues son diferentes etapas de la vida de cada uno que traen recuerdos como una foto y que permiten reflexionar para ser personas mejores.
La familia, para mí, es lo más importante que tengo en esta vida y en navidad la veo como una copa plena. Cada año, la navidad me trae la nostalgia de los seres queridos que siempre estuvieron allí, en las buenas y en las malas. Y la sensibilidad de lo que en realidad significa la existencia ¿cuál es la razón de vivir? ¿quién soy, de dónde vengo y adónde voy? Y tratar de explicarlo motiva esta columna.
Ayer leí de una sentada un libro cortito y muy fácil de digerir que me recomendó mi papá, titulado “la buena suerte”, escrito por Alex Rovira y Fernando Trías de Bes. Trata sobre la diferencia entre “la suerte” a secas y la “buena suerte”. Empieza con el reencuentro de dos amigos de la niñez a los sesenta y cuatro años, reflexionando a esa etapa acerca de sus suertes en la vida. Los siguientes capítulos son un cuento fantástico que le narró uno de los amigos al otro a forma de lección de vida sobre la búsqueda del trébol de cuatro hojas que otorga suerte a quien lo arranque. El desenlace termina con otra vez el reencuentro de los dos entrañables personajes.
Este libro muy fácilmente calificaría dentro de los comúnmente llamados de autoayuda. Aunque yo prefiero la literatura con prestigio y que trasciende en el tiempo, no tengo ningún tipo de prejuicio con la literatura de autoayuda, pues, disfruto mucho este tipo de libros. En tiempos de redes sociales, cuando los libros a veces pierden compitiendo con Instagram dentro de las horas que la juventud tiene para destinar al ocio, los libros de autoayuda calan con más facilidad que libracos densos e interminables. Además, tienen más atractivo dentro del público menos aficionado a leer pues, como lo dice su etiqueta de “autoayuda”, aconseja en temas de vida personal, filosofía fácil, finanzas personales, amor y una infinidad de temas populares. Por algo son casi siempre éxitos en ventas.
Recuerdo que “El alquimista” de Paulo Coelho fue otro libro de autoayuda que me apasionó mucho hace algunos años. Luego leí todos los libros que tiene escritos ese autor y me di cuenta de que el alquimista es el mejor. Con lenguaje fácil y cadencia fluida, los libros de autoayuda son fáciles de empezar y terminar de leer de un tirón y una buena opción para cambiar por la televisión en estos días de confinamiento.
La fiesta y la diversión son parte de un ciclo en la vida. Uno trabaja durante un tiempo para luego irse de vacaciones, trabaja duro durante la semana para el fin de semana relajarse. La mejor manera de socializar es irse de fiesta. Y festejar a lo grande, con amigos, parientes o desconocidos, en casa o en algún local, con alguna bebida espirituosa, con música, quizá bailando, comúnmente de noche. Todo dependiendo de la situación, el momento o la edad.
Cuando yo era un niño, los fines de semana en la noche, me iba a acostar temprano a mi cama y los escuchaba a mi papá y mi mamá con sus amigos desde la terraza, conversando, riendo, bailando con buena música y olía humo de cigarrillo. Y así me arrullaba hasta quedarme dormido hasta el día siguiente. En la playa, la fiesta empezaba temprano en el mar y en los viajes familiares todas esas aventuras eran la fiesta.
Cuando yo era un adolescente, en excesivas fiestas perdí la inocencia. Debo confesar que fui precoz. Sin embargo, forjé en mi espíritu, para siempre, una férrea disciplina.
Cuando yo era joven, fui feliz. No tuve las calificaciones que esperaba porque en la universidad para mí todos eran días de fiesta. Los sábados, rendía examen a las siete de la mañana y a pesar de haber dormido pocas horas por quedarme estudiando, hacía la fiesta con los amigos hasta el alba. Era muy enamoradizo, me enamoraba de todas las chicas, quizá porque todas eran hermosas y a varias les declaré mi amor, pero cuando todo acabó, me volví a quedar solo. Me sentía con una energía inacabable. En mis viajes, como durante mis estudios en París, viví nuevas formas de fiesta.
Hoy mis fiestas son diferentes, con mejor vino y mejor whisky, con más serenidad, pero también más resaca. Y puedo escribir las fiestas que viví como todo un virtuoso, con una sonrisa y una copa en los labios, con sabiduría y algo de humor, con un bagaje inusual.
Mañana quiero seguir yéndome de fiesta de vez en cuando. Si el mundo se ha de acabar mañana mismo, quiero que me coja brindando y feliz. Quizá sea yo el anfitrión de la fiesta, en mi casa o en mi matrimonio, tirando la casa por la ventana, y el goce de mis amigos será mi goce, porque yo siempre estoy disponible para los amigos y los amigos de mis amigos son mis amigos.
Me gusta la fiesta. Por la manera en que yo me formé, siento que nací para vivir la fiesta. Recuerdo que cuando estaba por acabar una fiesta, me ponía sentimental y pensaba que después de lo vivido podía morir tranquilo. Sin embargo, no se puede vivir de fiesta, hay que trabajar para comer y yo me di cuenta de eso cuando se acabó la universidad, escribiendo «parece que la fiesta terminó y yo me quedé dormido, la fiesta terminó y yo no me despedí de ella».
Yo conozco las sociedades secretas de primera mano. Participo dentro de sociedades como el Priorato de Sión o la Logia Masónica. También conozco a los Rosacruces y a los Iluminati. Estudié a los Skull & Bones y al club Bilderberger. Son tan secretas que no se sabe quiénes son sus miembros o sus dirigentes ni cómo son sus ceremonias solemnes en templos majestuosos. Bastan ligeros indicios para ser sospechoso de pertenecer a una de ellas, cosa que da cierto poder.
Dan Brown en su novela “El código da Vinci” ventiló a su manera algunos secretos del Priorato de Sión. Secta que, sin embargo, permaneció en las penumbras por veinte siglos, alterando los destinos de la humanidad. En consecuencia, ya era para nosotros mejor exponer de una manera oficial nuestra versión y entonces yo asumí el cargo de ideólogo y portavoz del Priorato de Sión. Hace algunos años ya, escribí un libro aún inédito que titulé “Marcel du Champ y el Priorato de Sión”. Se dice que el Priorato de Sión es la secta católica de los descendientes de Jesús que han defendido y defienden a la humanidad del Apocalipsis con la guía, instrumentos y métodos de humanoides venidos desde el espacio exterior de nuestro futuro en la tierra.
Si alguien me preguntara por el anillo que llevo en el dedo anular de la mano derecha y luego de mostrárselo yo le respondiera que soy miembro ilustre del Priorato de Sión, pensaría que estoy loco. Más aún cuando la búsqueda en Wikipedia arroja que uno de los grandes maestres de la década setenta del siglo pasado declaró que todo se trata de una farsa. Sin embargo, si hubiera leído las teorías que yo escribí en el libro citado líneas arriba, otra sería su reacción.
Por eso, yo animo al querido lector a que lea el adelanto de esa novela que he publicado en mi página web. Allí refuto las teorías de la evolución de Darwin, aduciendo que fuimos los humanoides, venidos de otra galaxia y que hoy nos confundimos con humanos cualesquiera, los que plantamos a los humanos en la tierra hace aproximadamente treinta mil años. Espero algún día publicar como se debe ese libro.
Mi generación, la generación del bicentenario, se tumbó abajo un gobierno golpista e ilegítimo protestando en las calles a pesar de la cruel represión policial. Es la primera vez en la historia reciente del Perú que se pudo ver la más absoluta unidad del pueblo por una sola causa. Y sentí, yo, algo de esperanza, al ver a los jóvenes de verdad preocuparse por el quehacer político. En medio de una pandemia mundial nunca antes vista y en la peor recesión económica desde la guerra con Chile, los jóvenes se dieron cuenta de que su indiferencia frente a los indignantes sucesos acontecidos en el congreso podían significativamente afectar su futuro y el de los suyos y que, por lo tanto, había que tomar acción.
Si yo estuviera cumpliendo 20 años, habría ido a las manifestaciones este fin de semana a azuzar a las masas con inspirados discursos en algún podio improvisado en la plaza, amplificado por un megáfono en la mano para que llegue hasta el último joven en el horizonte, así: «Si el país en el que vivimos es un país tan tercermundista, pobre y decadente es porque generaciones anteriores de jóvenes se desinteresaron de la política y se dejaron ser gobernados por corruptos y mediocres, con oscuros intereses individuales y subalternos y que por eso no logramos del todo salir del hoyo».
Y esto me hace recordar mi época de universitario, que yo pude ser presidente de la República con todo lo que sé hoy pues, además, en el Perú cualquiera es presidente. Yo que participaba activamente en el centro federado de estudiantes y profería discursos políticos en cada ocasión que se me presentaba, yo que era un gran orador y que cantaba con mi guitarra en los escenarios. Felizmente, la vida me llevó hacia otra dirección pues, la política es muy ingrata, está llena de sinsabores y desencantos; muy probablemente, hubiera sido una lucha infeliz. Y sin embargo, en ese momento, yo, romántico e idealista, soñaba con ungirme en gloria en el estrado de mítines multitudinarios, que el pueblo me proclamase su líder salvador, ser recordado en los libros de historia escritos hacia la posteridad como aquel gran hombre que hizo del Perú una gran nación, aquella que todos desearíamos que sea.
Pero estoy cumpliendo 38 años, entonces, este fin de semana no participé en las manifestaciones porque yo aporto a mi país con mi pluma, escribiendo poesía.
Yo, hoy cumplo 38 años. 38 años con los pies en la tierra. Paso, entonces, a vivir mi madurez y puedo decir que hace ya algún tiempo que ahora la juventud es un recuerdo que regresa de vez en cuando, cuando me siento joven para hacer ciertas cosas pero, con una experiencia que me hace pensarlo todo mejor.
Miro el pasado con la serenidad de tener hoy una buena posición en la vida, aunque no tan buena como hubiera querido. No creo que sea suerte pues yo no erré mal y, por lo tanto, de mi pasado no me arrepiento.
A la hora de soplar las velitas de la torta luego de cantar el cumpleaños feliz, cuando yo era un niño, me decían que pida un deseo, obviamente ese deseo nunca se cumplió, y, sin embargo, cada nuevo año que soplo las velitas, vienen a mí recuerdos de los años anteriores en que soplé velas, recuerdos de los recuerdos y de las personas que me acompañaron. Recuerdos de una vida plena, en la que experimenté todo lo que pude, eso sí, cada cosa en su momento. Me hubiera gustado vivir más, seguir siendo joven mil años, aunque sé que para vivir más no hacen falta más años sino vivir más intensamente cada minuto.
Se cierra una etapa y se abre otra. Cada etapa de la vida tiene sus puntos álgidos y sus vaivenes. Este último año que pasó me he vuelto menos estrambótico y más moderado. Sé, para tranquilidad mía, que me he alejado de la locura de la juventud.
Yo no sé lo que me deparen los años por venir, como sea, lo que últimamente he estado intentando es que todos me quieran más y los que me conocen pueden dar fe de ello.
Hay asuntos que la ciencia no puede explicar. A veces me parece exagerado buscarle una justificación teórica amparándose en las ciencias exactas a temas tan enigmáticos. Temas filosóficos como Dios o el Universo, por ejemplo. Y cuando suceden hechos paranormales que todos hemos visto alguna vez, reafirmo mi convicción de que la ciencia no puede jugar a ser Dios. Estamos equivocados si ponderamos, como aquellos supuestos especialistas, que estamos solos en el espacio o que en un “big bang” se creó todo y que Dios no existe.
Es más lógico pensar que haya otro tipo de seres cerca de nosotros, que vivimos rodeados de otras almas o espíritus que no podemos ver, pero que viven a nuestro alrededor. Yo estoy seguro de que aquí o en algún lugar hay seres superiores a nosotros que todo lo saben y controlan y que incluso pueden alterar nuestro destino. O pensar que el alma que gobierna nuestro cuerpo nunca morirá, se irá a otra parte, quizás a un viaje a otra galaxia y que encarnará luego en otro cuerpo.
Hay personas que tienen más sensibilidad a los hechos paranormales y que sienten más los espíritus que cohabitan con nosotros, como los niños, que le temen a los fantasmas.
Yo a veces despierto del sueño a medianoche sintiendo la presencia de estos seres, no les tengo miedo pues los he sentido toda mi vida, a esa hora hacen sus ceremonias y yo trato de comunicarme con ellos pues siento que mi destino depende de ellos.
Yo creo que una sola alma no es capaz de hacerlo todo sola, Dios necesita de ayudantes o subalternos que supervisen todo lo que sucede. Esos seres superiores o dioses decidieron que yo sea lo que soy y seré y espero reencontrarme de nuevo con ellos por aquello del Priorato de Sión.
A veces me pregunto quién anduvo antes el camino que estoy pisando y cómo, para no tropezar con las piedras que se me puedan cruzar.
Probablemente, para cada etapa de una vida, hay otro antes que ya vivió algo similar e incluso la escribió. Y es interesante leer cómo se comportó aquel que estuvo en ese mismo lugar y si estuvo bien o mal y porqué. Para luego hacerlo uno mismo lo mejor posible en su situación propia y única. Por eso es tan importante conocer la historia, la literatura y educarse. Para saber cómo actuar y tomar las mejores decisiones. Haciéndolo con un léxico correcto para entender correctamente ese mundo y el pensamiento y con fidelidad.
La historia se repite. Muchos países y sociedades suelen reincidir en los mismos errores y taras del pasado porque sus integrantes no se educaron y no los corrigieron, de raíz, cosa que usualmente requiere de acciones firmes y colectivas.
En el caso de leer ficción o historias lejanas a la posición de uno, se trata de soñar, vivir experiencias que la monotonía de la vida diaria no nos permite y así engrandecer el alma. Y aunque uno no se lo espere, en algunos casos la realidad supera la ficción y a cualquiera le puede tocar.
Me he dado cuenta de que, cuando yo releo un libro, lo interpreto de diferente manera a la vez anterior, usualmente guiado por lo que estoy viviendo en ese momento o por las preocupaciones que me inquietan.
Pensé en esto esta semana mientras releía la novela de Alfredo Bryce Echenique “La vida exagerada de Martín Romaña”. Pues yo me identifico bastante con esas vivencias. Limeño de familia de alta sociedad que se va a París luego de sus estudios universitarios a hacer una especialización en literatura clásica y contemporánea francesa en la Sorbona, igual que yo. O el cuento en el que de niño viaja al hotel de Paracas con su papá, en el balneario en el que yo tengo una casa de playa, y se encuentra con Jimmy, su amigo del mismo colegio británico donde yo estudié. Aunque eran otras épocas y cada uno vive a su manera, él anduvo por un camino similar al mío y yo puedo ser espectador de eso y compararlo con el mío. Además de ser para mí un placer disfrutar la deliciosa prosa que domina Bryce. Conmueven sus peripecias, desventuras y desdichas.
Probablemente cada uno guste de las historias que le sean lo más parecidas a lo que a uno más le inquieta, usualmente porque se identifica más. Por eso, yo animo al querido lector a que elija un buen libro, que le sea útil en la vida y que de verdad lo disfrute.
El tabaco es, después del alcohol, la droga legal más consumida de la humanidad y tiene una rica tradición. Las antiguas civilizaciones de Centroamérica ya lo fumaban dos mil años antes de Cristo y fue recién con la llegada de Colón y los colonizadores españoles a América que se extendió su consumo a nivel mundial.
En la cultura, el mundo de las artes y las letras siempre hubo algún tipo de relación cercana con el tabaco. Muchos escritores y artistas encontraban inspiración en el humo del tabaco. Fue muy frecuente en algunos “fumar para escribir y escribir para fumar”. Como el caso del cuentista peruano Julio Ramón Ribeyro, quien no podía desligar sus memorias a ese hábito que lo acompañó toda su vida y que fue la razón de su muerte. Hay muchos personajes históricos que fueron grandes fumadores. Está, por ejemplo, la imagen del final de la segunda guerra mundial, el día en que los líderes de las potencias ganadoras se reparten el planeta y en la foto salen Winston Churchill fumando un habano, Roosevelt un cigarrillo y Stalin una pipa.
Hasta más o menos la década de los ochenta del siglo pasado había muy poca consciencia de lo dañino que es el tabaco para la salud y estaba muy extendido su consumo, al punto que se podía fumar en prácticamente todos los lugares públicos, incluso cerrados, como en aviones, salas de cine o aulas universitarias.
Sin embargo, es probablemente la droga más adictiva de todas. Hoy se conocen los graves daños que causan a la salud y está terminantemente prohibido fumar en lugares públicos. Además, les clavan unos impuestos selectivos que lo convierten en un vicio muy caro de mantener.
En mi caso, cuando yo era joven quise experimentar y probé cigarrillos y puros y no me enganché hasta una vez terminada la universidad. Empecé como fumador social con los amigos y las copas los fines de semana, poco a poco fui aumentando mi cuota los fines de semana hasta que luego el vicio se convirtió en una cosa diaria y cuando tenía que prenderme un cigarrillo a la hora de despertarme antes del desayuno y al final del día había quemado tres cajetillas me di cuenta de que ya el vicio estaba fuera de control y decidí dejarlo de golpe. Tenía las uñas amarillas. Los primeros días fueron atroces, yo solo pensaba en tirarme para atrás en mi decisión de dejar el vicio. Cuando pasó el primer mes, poco a poco sentía menos esa ansiedad de buscar un cigarrillo y prendérmelo. Hasta que luego de un año solo me provocaba cuando tenía a alguien fumando cerca. Hoy que han pasado casi diez años de aquel día, cuando tengo un fumador cerca, como mi papá que se prende unos dos cigarrillos cuando se sirve unas copas, me gusta oler el humo, exactamente igual que cuando lo olía cuando yo era un niño y él fumaba a mi lado más que ahora, pero en ningún momento me provoca echarle una pitada y respirar todo ese humo lleno de brea en mis pulmones. Porque además tengo miedo a engancharme mal al vicio otra vez. Sin embargo, sé por experiencia propia, de cuando yo era un jovencito y porque es lógico que, el puro o habano no es tan adictivo como el cigarrillo porque no se golpea y porque se fuma solo en ocasiones especiales. Por eso, hace poco, mi papá tenía en su casa hacía tiempo un puro que decidí prenderme una noche de fiesta, me gustó, luego me compré otro que me costó caro en la casa del fumador y lo disfruté mucho una noche especial, con unos vasos de whisky que se pasaban más fácil dentro de mi cuerpo. La mañana siguiente me desperté tardísimo, muerto de sed, con dolor de cabeza y mareos debido a la resaca y entonces me dije que en un buen tiempo no voy a comprar otro habano.
Este viaje que es la vida, este viaje no sé si hacia la felicidad o al éxito o a veces hacia todos lados y ninguna parte, es un viaje compartido, con la familia en primer lugar, pero, también podría ser con los amigos o con el mundo que nos tocó vivir. La vida se pasa muy rápido. Un día somos jóvenes y sin darnos cuenta al día siguiente ya somos viejos. Una vez pasada la hora ¿qué nos queda? ¿qué dejamos en este mundo? No nos llevaremos nada cuando nos vayamos al más allá. En un abrir y cerrar de ojos la vida se nos va. Recuerdo a mi abuelo, con su inmensa sabiduría, decirme que cuesta toda una vida de trabajo duro y parejo construir una casa y una familia pero que destruirla es cuestión de minutos.
Aunque yo no tengo una compañera con quien compartir mi vida, sí tengo de cerca a mis padres y su ejemplo de amor y trabajo en cuarenta años de casados. Lo compartimos todo. Y fuimos felices. Últimamente nos permitimos lujos como pocos pueden. Con mesura y responsabilidad. Lujos con gusto refinado y sofisticado que, si no, no es igual. Cerca también de mis hermanas, con las que crecimos rectos y con buena educación. Las dos casadas y la mayor con tres hijos. Somos muy unidos. Disfrutamos todos juntos en familia los fines de semana en la casa de playa, a veces salimos a tomar sol bajo una sombrilla, otras veces salimos en la lancha a navegar, preparamos cebiches y platos exquisitos con buen trago animándonos y luego, en la parrillada con vino, una vez llegada la noche, en la terraza frente al mar, nos desinhibimos y hacemos una fiesta, que es un momento de gloria que resume todo lo construido a lo largo de los años. Brindamos, bailamos y conversamos y a mi papá, que le gusta hablar y habla muy bien, lo escuchamos, entretenidos, contar los recuerdos de su vasta experiencia y sus años de lecturas.
Yo no tengo la vida que planeé en su momento, pero, no me arrepiento, pasó lo que tenía que pasar, tuve lo que hubo y la verdad, todo salió bien.
Para mí, el mes de octubre es el mes más cruel. Aquí en Lima está la primavera y se ve a las parejas de enamorados besarse en los parques. Es el mes en que los suicidas se matan. Es el mes en que los índices de depresión clínica aumentan.
Muchos poetas europeos escribieron versos inspirados en el mes de abril pues coincide con la primavera en el hemisferio norte. Que en Lima vendría a ser algo como octubre.
Así como la tierra gira alrededor del sol, en la vida hay ciclos. Hay día y noche, están la primavera y el otoño, cuando nacen y mueren las flores. Hay ciclos en la vida humana también, cuando una persona muere otra nace, crece, se reproduce, envejece y vuelve a morir. Así como hay ciclos claros y visibles, hay otros menos obvios. Yo creo que, por lo menos para mí, un ciclo que durante el año se cierra para empezar otro, además del año nuevo o mi cumpleaños, es todo el mes de octubre. Es en el mes de octubre que se acerca mi cumpleaños y se acerca la víspera del verano.
Cuando yo era un jovencito, un mes de octubre me volví loco. Sin embargo, este año, 2020, una vez llegada la madurez y la cordura, es diferente, y yo soy otro de antes, ya no soy el mismo, el mundo ha cambiado, la tierra dio muchas vueltas y muy raras. De cualquier manera, yo sigo buscando algo que no sé qué es, es una cosa diferente a la que buscaba antes, pero de lo que estoy seguro es que jamás la encontraré.
He leído algo sobre la felicidad. Todos tratan de interpretarla y estudiar cómo medirla. Yo tengo una interpretación propia.
Está claro que, los habitantes de ciertos países, en promedio, son más felices que otros. Donde, por ejemplo, la familia de los dirigentes de Venezuela la pasa muy bien mientras su pueblo se muere de hambre. Mientras, en el caso opuesto, en Francia, Alemania o los países escandinavos, todos tienen buena posición y ricos y pobres la pasan relativamente bien, con beneficios varios, vacaciones, educación, salud y buenos sueldos.
No se trata solo de los momentos más felices, como los fines de semana o las vacaciones, se trata además del día a día. De la felicidad de haber construido con años de amor y trabajo. De una familia y un trabajo bien constituidos. A veces, la felicidad es un momento de gloria que justificó todos los momentos de sacrificio y que resume todo lo construido a lo largo de los años.
¿Qué es la felicidad? Los ricos y famosos usualmente no son más felices que las personas comunes y corrientes. Tienen fama y la fortuna, pero no la tranquilidad del anonimato, de quien puede verter la opinión que se le antoje en el momento que desee y hacer lo que le provoque en lugares públicos sin ser objeto de críticas públicas. Es más difícil para ellos establecer una relación sentimental duradera, por ejemplo. Sin embargo, el rico posee los bienes materiales, las propiedades y comodidades que todos anhelan. Pero la felicidad, además, es compararse entre el que más tiene del que no tiene nada. Mi abuelo, por ejemplo, con lo poco que tenía en sus épocas, fue más feliz que yo por una razón similar, dormía mejor que yo y nunca padeció de estrés. Pues, actualmente, en las redes sociales, se puede ver los momentos más felices de los más ricos y famosos mientras uno pasa, frente al celular, los momentos más miserables que le toca vivir.
No obstante, frecuentemente, le preguntan a uno si es feliz. Yo busco la felicidad todos los días de mi vida. Yo; en dinero, no me quejo; en salud, a mi edad, me ha ido bastante bien; en amor, no tanto, pero me siento bien estando solo; además, tengo el cariño y la compañía de una querida familia con la que pasamos momentos felices.
Si no, para qué sirvieron los dos mil años de evolución humana y los de nuestros ancestros, para qué sirvió el desarrollo de la especie y todos los descubrimientos de la raza humana sino para ser felices.
Yo tuve dos abuelos de los que guardo los más gratos recuerdos. Al papá de mi madre no lo conocí porque yo tenía apenas tres años cuando él murió, pero en antiguas fotos de cuando él tenía mi edad yo luzco idéntico a él. La misma cara, los mismos gestos y expresiones, los mismos padecimientos médicos y hasta un carácter similar según los que lo recuerdan.
Al papá de mi padre le tuve mucho cariño. Cuando yo era un niño él me engreía, me convidaba dulces, me llevaba a pasear y me hablaba. Me contaba que en sus épocas no había la prosperidad y abundancia de hoy y que él era muy trabajador y que por eso pudo criar bien a cuatro hijos. Me decía “más sabe el diablo por viejo que por diablo” y el viejo era un sabio. Sin embargo, cuando lo jubilaron se volvió un anciano. Su trabajo era demasiado importante en su vida y sin tener algo en que ocupar su tiempo durante la semana, empezó a sentir la vida inútil e infeliz. Así como con mi abuelo nos llamábamos mutuamente “patita”, hoy mi papá se llama “monino” con sus nietos.
Qué importante es para uno la historia familiar, las enseñanzas que pasan de generación en generación, la tradición que se transmite desde la sangre. Esa es una de las razones de la vida. Nunca olvidaré todo aquello que aprendí del abuelo cuando yo era chico. Todo lo que vivió no fue en vano, sirvió para lo que soy yo hoy. Cuando recuerdo al abuelo siento, con lágrimas en los ojos que, en otros tiempos y otras circunstancias, siempre seré como él.
Leí el último libro de Mario Vargas Llosa sobre Jorge Luis Borges que consta de entrevistas que a él le concedió en su época y opiniones suyas, uno de los literatos mejor dotados de la actualidad. Quedé encandilado. Yo admiro a Borges, la forma en que hablaba y escribía, desde que conocí la literatura por vez primera. Cada cierto tiempo lo releo e interpreto de diferente manera sus palabras, veo de otras formas sus laberintos, espejos, tigres, cuchilleros, payadores e historias fantásticas y universales. Los que escribimos, leemos diferente los libros que aquellos que solo leen, le buscamos otro sentido a las historias y la manera de contarlas. Es posible decir que Borges, con sus poemas y con cuentos como “El Aleph”, logró la perfección. No le sobra ni le falta nada y sus adjetivos y adverbios calzan como anillo al dedo. Tiene una precisión matemática. Fue una injusticia que no le hayan entregado el premio Nóbel, pues es probablemente el mejor escritor en lengua española del siglo que se fue. Revolucionó la literatura y fue inspiración de las generaciones siguientes, muchos quisieron imitarlo, pero su estilo fue único.
Mi papá ha sido toda su vida un ávido lector. Siempre tuvimos en casa una vasta biblioteca a la que cada temporada le agregábamos novedades. Entonces, cuando en el colegio empecé el curso de literatura fue para mí descubrir un placer. Y de entre todos los escritores, me obsesioné con Borges porque según mi profesor de entonces si entendías a Borges podías entender cualquier cosa y, sin lugar a duda, era el mejor ejemplo para un alumno que se animaba a escribir, a esa corta edad, historias inventadas o inspiradas en los pocos libros que había leído.
A mi edad, el día en que escribo esto, yo, probablemente, ya recorrí el primer trecho de mi vida y todavía me queda la segunda mitad por vivir.
Yo ya me paseé por el mundo. Viajé por Francia y Europa, por América del Norte y el Sur. Recibí una educación de élite en Lima y París. Lloré y reí; me enamoré y me desilusioné; amé y me amaron; gocé y sufrí; leí y escribí; bebí y fumé; aprecié el arte e hice arte; bailé y canté; vi hacer música e hice música; me fui a la playa, me eché en la arena a tomar sol y nadé en el mar; me fui al campo, me eché bajo la sombra de un árbol y corrí por el prado; recorrí la carretera, surqué mares y cielos; jugué con mascotas y bebes; me aficioné a algunos deportes y disfruté el éxito de los campeones; vi llover, tronar y relampaguear; trabajé, produje y gasté; acerté y erré; tuve la suerte de comer rico; tuve una linda casa con una queridísima familia estable, con grandes enseñanzas y ejemplos; tuve buenos amigos con los que pasé entrañables momentos.
Hoy día, cuando me levanté por la mañana y vi el sol brillar por mi ventana, me pregunté por lo que hice la primera mitad de mi vida y no me sentí defraudado pues en el balance entre lo bueno y lo malo creo que lo hice bastante bien o que por lo menos tuve suerte. Sin embargo, esta misma mañana, me propuse exigentes retos que procuraré cumplir, intentaré ganar todas las partidas y aprenderé a no cometer los mismos errores. Pensé que este podrá ser un gran día para empezar de nuevo. Y supe que el día de mañana viviré nuevos veranos; me enamoraré otra vez; haré nuevos amigos; me subiré a muchos aviones; mis pasos pisarán muchos caminos; recorreré miles de millas náuticas; en noches tormentosas, en mi barco, esquivaré todas las olas; en plácidas noches miraré las estrellas brillar; descorcharé los mejores vinos y comeré los platos más exquisitos. Y hoy, como siempre, cuando llegue la noche, estaré feliz de celebrar la vida que tengo.
Hay gente que detesta y no puede estar sola, que necesita la compañía, que la busca y se deprime si no la encuentra. A veces, en su desesperación, encuentra una compañía equivocada, que la hace sufrir más que si hubiera estado sola. Como dice el dicho, mejor estar solo que mal acompañado.
Pero también existen las parejas inseparables, que siempre fueron un amor para toda la vida, con una familia longeva y una hermosa historia juntos, que quieren que los entierren uno al lado del otro en el mismo cementerio para irse juntos al cielo. O aquellos que presumen de tener un millón de amigos, que son como la familia, así, incondicionales.
Hay otros casos, como el mío, que la soledad se vuelve la compañía y realmente se disfruta estando solo. Artistas o poetas que, como yo, necesitan estar solos para que la inspiración los ilumine o que por lo menos nazcan ideas creativas y agradables.
Se dice que nacimos solos y moriremos solos pues en la tierra estalló con nosotros el misterio de la vida en forma de ser humano y nadie sabe, cuando nos toque morir, qué será de nuestra consciencia, si encarnaremos con la misma alma en otro cuerpo, en un mundo lejano al nuestro, con otra madre o si no seremos más que polvo y olvido.
Aunque frecuento y disfruto la compañía de familiares y amigos, soy sociable y varias musas han ido y venido, yo siempre he sido un tipo solitario y ya me acostumbré a vivir solo. Aunque deseo con exaltación todas las noches el calor de una mujer y anhelo profundamente tener hijos y una familia, todavía no me ha llegado el amor estable a mi vida. Yo creo que, para mí, la soledad tiene presencia de mujer porque sus atributos son tan inspiradores como una musa. Si no fuera por ella, yo no sería poeta. Yo siento que ya estoy comprometido con la soledad y le he sido tan fiel durante mi vida que ya no puedo vivir sin ella, ella siempre estuvo allí y nunca se va a querer ir.
Oasis en el desierto, donde antiguas culturas preincaicas enclavaron sus civilizaciones. Reserva nacional intangible de animales. Estación de aves migratorias que vuelan por la costa miles de kilómetros siguiendo su instinto a pesar de las inclemencias del clima en busca de reproducción y comida. Donde alguna fecha impredecible en la tarde sopla el viento con intensidad inusitada mezclado con arena llamado paracas.
En la década del cincuenta del siglo pasado, herederos de la aristocracia y oligarcas asentaron sus casas de playa para pasar con sol el gris invierno de Lima. Ideal para deportes marítimos y de vela. Inspiración de escritores como Alfredo Bryce Echenique.
Quieren instalar en la bahía de Paracas un depósito y un puerto para transportar minerales desde las minas hasta el mar con tráfico de camiones y buques, cosa que es un palpable riesgo de contaminación ambiental grave que destruiría el ecosistema.
Yo tengo una casa en Paracas. Cuando la mayoría, durante el frío y húmedo invierno limeño, va al campo en busca de sol, yo viajo doscientos cincuenta kilómetros hacia el sur por la nueva carretera y encuentro un sol espléndido y crepúsculos maravillosos. Aquí decidí pasar la cuarentena para alejarme de la ciudad y el virus. Mientras en Lima todos vivían confinados en sus casas, yo vivía frente al mar, y me sentaba al pie de mi malecón, vacío y solitario, para sentir el viento, mirar a los pelícanos volar y escuchar el murmullo de las olas del mar.
Usualmente, se aprende más de las derrotas que de los triunfos, pues, para aprender a ganar, hay que haber aprendido a perder antes. Aunque existe la suerte de principiante, no se puede ganar toda la vida. Claro que también hay de los reincidentes en el fracaso que nunca aprenden, pero uno tiene que haber probado el trago amargo del fracaso para hacerse un pensamiento crítico de su pasado y del mundo.
¿A quién no le ha tocado perder alguna partida y quiso maldecir al mundo? ¿O quién no ha sentido, pesimista en algún momento de su vida, que ha fracasado? Fracasado en el dinero o en el amor. Y se puso a lamentarse, queriéndose morir, maldiciendo su suerte y la condenada hora en que cometió determinado error. Y se dedicó al alcohol y a deambular por las calles y bulevares nocturnos en busca del consuelo que encontraba en el regazo de su madre cuando era pequeño y lloraba por sonseras. O buscar cobijo en algún bar con música triste con el cantinero y los amigos de ocasión que casi siempre se compadecen de sus miserias, matando juntos las penas.
En la literatura resultan usualmente más simpáticos los personajes curtidos en la derrota, que reflexionan la vida con conocimiento de causa. Allí está el premio Nóbel Ernest Hemingway con su obra cumbre “El viejo y el mar”, donde el personaje principal es aquel entrañable pescador disimulando su pobreza, que había perseguido por años aquel esquivo y monstruoso pez que nunca pudo pescar. O cercano de él, Charles Bukowski, perdedor confeso e impenitente, que narró con crudeza el bajo mundo de los perdedores más olvidados del sueño americano. Quien recién a los cincuenta años publicó su primer libro, cuando ya había caído en el hoyo más hondo de la vida para contarlo con esa sordidez que solo se logra desde esa perspectiva.
Todos los políticos quieren dar una imagen de ganadores, pero no pueden disimular el miedo que tienen de perder porque definitivamente en algún momento les tocó y les tocará perder. Y de los políticos que escribieron sus memorias, entre sus derrotas se encuentra la clave en el análisis de sus vidas antes que de sus carreras.
La música es, como la religión, una creación de la humanidad que conecta con el espíritu. No me imagino un mundo sin música. Música para bailar, para cantar, música para reflexionar, para sentirse bien, música para llorar, música para celebrar.
Cada uno tiene sus gustos, pero es para todos un placer disfrutar de su música preferida. Hay algunos que se sienten bien con el silencio; yo, prefiero sentirme bien escuchando mi música preferida.
Me imagino a las tribus de la prehistoria haciendo música con sus instrumentos precarios las noches que se reunían alrededor del fuego, bailando y contando narraciones orales. Luego se inventarían los instrumentos musicales actuales y compondrían los monumentos de la música clásica.
Es muy bonito hacer música, el primer instrumento que yo aprendí a tocar cuando tenía nueve años fue el saxofón, luego aprendí bajo, guitarra y piano. Últimamente le estoy dedicando todo mi tiempo al piano pues cuando yo lo elegí, lo elegí, entre otras razones, porque se toca muy bien en solitario. Otros instrumentos como el bajo o el saxofón usualmente van mejor acompañados.
Yo soy un aficionado a los discos de vinilo porque me trae recuerdos de otros tiempos, sin embargo, mejor que escuchar una grabación es ver música en vivo. Mirar la relación que mantienen los músicos con su instrumento, con el compás, con el tono, con el sentimiento. Disfrutar la belleza de la música. Apreciar la cadencia, el ritmo, la armonía y dejarse hipnotizar por la melodía.
La otra vez, una melodía resonaba en mi cabeza que me llevaba al paraíso, empecé a levitar de mi asiento y me fui. Me fui a donde todo es posible, donde yo soy inmortal e invencible. Continué allí incluso terminada la canción hasta que desperté del trance.
El siglo que pasó, muchas mentes brillantes elucubraron la posibilidad de viajar en el tiempo, retroceder o avanzar y luego regresar al tiempo que dejaron. Hubo muchos escritores de ciencia ficción que incluso imaginaron la máquina con la que lograrían tal hazaña.
Según las leyes de la física actuales, no está descartada la posibilidad de viajar en el tiempo. Es más, hay científicos de enorme prestigio que han probado que los agujeros negros o los tubos de gusano, en el espacio exterior, manejan tanta energía como para absorber la luz y como para modificar el tiempo. Por lo tanto, si de alguna manera, los humanos llegáramos a viajar a uno de ellos controladamente, al salir del otro lado del agujero negro, se podría avanzar o retroceder en el tiempo considerablemente.
De allí se deduce ¿qué ocurriría si alguien viaja al pasado y lo modifica, quizá ni siquiera hubiera podido ser concebido por su madre en aquel futuro? La respuesta que yo propongo es que, al viajar al pasado se crea un universo paralelo de los que puede haber infinitos y el universo guardaría una memoria de todas esas posibilidades.
Es lógico pensar que el universo infinito alberga planetas con vida similares a la tierra con seres inteligentes como los humanos. Tomando en cuenta que la humanidad es muy joven pues la historia escrita tiene poco más de dos mil años, esos seres inteligentes puede que hayan tenido más tiempo para desarrollarse, hayan evolucionado con el tiempo y hayan salido a conquistar el espacio. Puede que en naves espaciales o algo similar hayan dominado los agujeros negros y logrado viajar en el tiempo, y que son capaces de viajar más rápido que la velocidad de la luz por el espacio u otras maneras que aún la especie humana no conoce. Yo me atrevo a pensar que, incluso, ellos nos visitan y se mezclan entre nosotros todos los días.
Cuando yo era chico, leí la máquina del tiempo de H. G. Wells y ese libro me marcó. Desde el día que terminé de leerlo hasta el día de hoy, imagino cómo sería si yo poseyera una máquina del tiempo y pudiera regresar a corregir los errores que cometí ayer, especialmente los errores trascendentales ¿todo sería mejor? Imagino qué habría pasado si hubiese hecho lo que no hice. También, alucino volver a vivir los momentos más felices que viví en algún momento del pasado y aunque sea por unos minutos, vuelo con mi mente dentro de mí, usualmente con la cabeza en la almohada y con buena música, y me regodeo en menudo placer.
Yo nací junto al mar y un día me hice hombre navegando mi vela en medio del océano. Un día me hice hombre soñando con las chicas en bikini bronceando su piel bajo los rayos del sol. Me hice hombre el día que le disparé con mi arpón a un mero gordo buceando a pulmón a diez metros bajo la superficie del mar y enseguida celebré la pesca cocinando y comiéndomelo con un buen vino blanco. Un día me hice hombre nadando en el mar frío en invierno. Cuando yo era un niño, en un bungalow dormía mi primer amor, poco después crecí y me hice hombre la noche que le escribí a ella mis primeros versos de amor para conquistarla. Me hice hombre cuando viví por primera vez los excesos de la noche, saltando de fiesta en fiesta, bailando, cantando y bebiendo con los amigos de ocasión.
Llevo en mi sangre el instinto del ave migratoria que vuela por los océanos a otras tierras en busca de comida y reproducción para luego emprender el viaje de vuelta. Mis papás me llevaron a veranear todos los años a nuestra casa de playa y nos gusta echarnos bajo una sombrilla en la playa con amigos y cervezas heladas y darnos un chapuzón refrescante entre las olas del mar. En una terraza quiero tener buena vista de la playa y el horizonte del mar para comer platillos exquisitos a base de pescados y mariscos, quedarnos conversando con buen trago, luego ver la maravilla de la naturaleza que es el crepúsculo y terminar celebrando en la noche el milagro de estar vivo con música, buena compañía y algún licor, paseando por bulevares y malecones.
Yo nací y viví toda mi vida junto al mar y si me toca radicar en algún otro lugar, quiero siempre darme una escapada a la costa para pararme con mis pies descalzos sobre la arena a mirar las olas del mar y sentir el viento mezclado con agua salada frente a mí.
Todos los países civilizados tienen lenguajes muy ricos que permiten una forma de expresión escrita y hablada fiel al pensamiento y que describe el mundo con precisión. El lenguaje formal o académico debe ser uno solo y tener un estándar único para que todos los que lo utilicen se entiendan sin importar tiempo ni lugar. El habla coloquial, que se utiliza frecuentemente, suele utilizar jerga y términos que están fuera de la tradición y el entendimiento común a no ser que sean incorporados a los diccionarios oficiales.
Toma toda una vida hablar y escribir correctamente una lengua. Es una de las razones por las que los educadores y los padres inculcan el hábito de la lectura a sus hijos, primero en el colegio, luego en la universidad y aspiran a que se les quede por el resto de sus vidas. Porque el lenguaje es la mejor manera de interactuar con el mundo.
Los diferentes idiomas son diferentes formas de entenderse, de ver el mundo, de pensar y utilizarlos correctamente, requiere mucho esfuerzo. Yo creo que viajar y mezclarse con otras culturas, hablar en idiomas diferentes a la lengua madre, con aquellos que lo han hablado toda su vida, enriquece el alma a un nivel altísimo que, sin embargo, requiere de una inversión económica que es un lujo que pocos pueden afrontar.
Yo domino correctamente tres idiomas. Me gusta escuchar o leer narraciones que, en un vocabulario virtuoso, me lleven en un viaje a otros mundos, me hagan vivir otras vidas o me enseñen experiencias y cosas que yo no conocía y eran útiles para mí.
Y, con los años, de tanto leer a escritores geniales y haber practicado con mi pluma y el teclado, aprendí a escribir con estilo propio, siempre con léxico sofisticado y con cadencia virtuosa y espectacular, las historias que yo quiero contar, usualmente inspiradas en algo que sucedió o viví, como yo quiero recordarlas y como yo quiero que los lectores las recuerden.
Juventud, divino tesoro, fuerza y belleza. Cuando uno es joven, tiene la promesa de toda una vida por delante, toma riesgos, es impetuoso, quiere comerse al mundo.
Una vez atrás la edad en la que dependíamos íntegramente de nuestros padres y a la hora de valernos por nosotros mismos, cuando nos llenábamos la mente de sueños y quimeras de una vida plena y feliz y hacíamos planes para nuestro futuro, de invertir algunos años en nuestros estudios para luego conseguir un buen trabajo, con un buen salario, con vacaciones una vez al año, para formar una familia próspera y volver al ciclo por el que anduvieron nuestros padres y nuestros abuelos.
En aquel momento, sin embargo, en la locura de la juventud, hay otros que se rebelaron contra los padres, se rebelaron contra el sueño americano o el orden establecido. Ha ocurrido en el pasado que ellos tomaron las armas para irse a la selva a hacer la revolución, ha ocurrido que hicieron la huelga y protestaron en las calles por ideales utópicos. Otros abandonaron a sus padres en busca de música, paz y amor y un estilo de vida hippie sosegado y sin preocuparse por el futuro, experimentando con drogas psicodélicas y alucinógenas.
No obstante, con la madurez, ya no hay razones para rebelarse, por el contrario, son los hijos quienes tienden a rebelarse contra nosotros.
Qué viejito no daría cualquier cosa por regresar a sus años mozos. Cuánto pagarían los millonarios por comprarles su juventud a los adolescentes suicidas.
A mí me gusta admirar la belleza de las chicas jóvenes en bikini, esas caritas tersas y ese cuerpo espléndido y rebosante en energía y hormonas. Veinte años después y otros veinte más, ya dependerá de ellas cuidarse, comer sano, hacer deporte, pasar por el cirujano plástico o verse como una abuelita.
Yo creo que ese es el ciclo de la vida: nacer, crecer, procrear, envejecer y morir y la mayoría de los humanos tendremos que pasar por esas etapas.
El buen comer es uno de los placeres de la vida que nos hace felices. Pero hay algunos que lo aprecian más que otros, porque, como el arte, es un placer adquirido que en muchos casos se aprende desde chico y viene de familia.
Cada uno tiene sus gustos en tema de comida, las culturas son determinantes pero, a veces, dentro de una misma familia se encuentra integrantes a los que no les gusta ciertos ingredientes o platos. Cada país, cada cultura, tiene una tradición gastronómica que a veces es una herencia idiosincrática, a veces una fusión con otras culturas por las gentes que se mezclan con los siglos.
Hay mucha gente que disfruta plenamente el cocinar en su casa, quizá como agasajo a familiares y amigos, para ellos se convierte en una pasión saborear los platillos que ellos mismos han preparado y ver a sus comensales agradecidos por el gusto. Otras veces, el gusto es diferente, de asistir a un buen restaurante, de los que hay de todo tipo y vivir la experiencia. También existe el turismo gastronómico, que consiste en viajar y visitar otros lugares a los que uno no está habituado y conocer otras culturas por medio de su comida y sus platos típicos.
Yo creo que, parte importante de la gastronomía, además del arte de cocinar un plato, decorarlo y servirlo, es compartir una mesa y la conversación que se amenice entre los comensales o aquellos que han trabajado para hacerla posible. Conversar sobre comida, desde luego, sobre el vino que se ha descorchado para la ocasión o el licor que se beba, conversar sobre la manera en que ha sido preparado el plato, el origen de los ingredientes, los platos que probaron ayer o probarán mañana y dónde.
Yo amo la gastronomía y aunque no cocino, sí soy conocedor. Tengo una larga tradición detrás como peruano pues, el Perú, tiene una gastronomía típica muy rica y se aprecia mucho el buen comer. En mi familia, es común los domingos o en ocasiones especiales reunirnos para almorzar o cenar, siempre el tema de conversación gira en torno a la comida que nos ha reunido y nunca falta un buen vino o algún tipo de licor como maridaje y motivo amenización. Incluso, mi papá es un cocinero experto y cocinar es una de sus pasiones, entonces, toda la vida lo he visto preparando alguna nueva receta en la cocina para agasajar a sus invitados. Además, cuando nos reunimos alrededor de la parrillada, ese es el divertimiento, de picar entre todos la comida, beber y conversar, con niños y con buena música, hasta tarde.
A mí me gusta disfrutar bien los placeres de la vida, no es que sea un hedonista, pero quiero disfrutar más el milagro de estar vivo. Sin embargo, en esa vorágine, intento no excederme porque, a veces, el exceso causa estragos en la salud y vida misma como el sobrepeso.
El ajedrez es deporte, ciencia y arte. Deporte porque es una disciplina altamente competitiva que premia al mejor jugador. Ciencia porque tiene una teoría con explicaciones exactas. Y arte porque hay partidas con jugadas sofisticadas o intrépidas que destilan mucha belleza.
Una partida de ajedrez consta de tres partes: la apertura, el medio juego y el final. La apertura usualmente depende más de la memoria, de la teoría basada en partidas históricas para lograr salir con alguna ventaja al medio juego, que es más matemático, donde prevalece la inteligencia pura. Los finales son más bien técnicos.
La mayoría de los campeones tienen un cociente intelectual muy superior al promedio y se ha visto muchos casos de precocidad. Los jugadores usualmente aprendieron el ajedrez de chicos y siguieron jugando con el paso de los años pues no hay edad, a veces, se mezclan como contrincantes viejos y niños, jóvenes y adultos.
La manera en que un jugador juega su ajedrez refleja su personalidad. Pues hay de los adversos al riesgo que se sienten más cómodos en un juego seguro, juegan posiciones cerradas buscando ganar poco a poco para irse a un final ajustado. El polo opuesto serían los románticos que, desde su apertura sacrifican piezas para irse al ataque con la dama contra el rey buscando el jaque mate.
Actualmente, el ajedrez está perdiendo popularidad por la inmediatez de la vida cotidiana, donde los chicos tienen tantos estímulos a su alrededor, empezando por el celular, que hacen difícil que le dediquen tiempo a una disciplina tan densa como el ajedrez. Además, con la invención de la computadora, el ajedrez perdió el encanto que tenía antaño, como en su época de esplendor, cuando había mucho arte en el juego. La computadora, en cambio, es demasiado mecánica. Yo creo que el apogeo de su fama llegó cuando el estadounidense Bobby Fischer, en plena guerra fría, le ganó el campeonato del mundo él solo a toda la maquinaria soviética en un deporte por excelencia ruso, en el que fue considerado el match del siglo, contra Boris Spasky. Desgraciadamente, la salud mental de Bobby, a partir de entonces, se deterioró mucho, como sucede entre los genios con mucha frecuencia.
Yo recomiendo a los educadores, que hagan del ajedrez una materia obligatoria en todos los colegios pues ayuda a los niños a desarrollar su inteligencia y darles una pasión que pueden convertir en círculo virtuoso. Y a los padres que ya enseñaron a sus hijos a jugar ajedrez, les recomiendo que los incentiven a aprender más y jugar mejor para llevarlos a campeonatos. Es una pena que nunca hayan convertido el ajedrez en un deporte olímpico, especialmente esas partidas rápidas a cinco minutos por jugador o “blitz”.
Yo de chico fui campeón de ajedrez, competía para el “Club de Regatas Lima” en campeonatos nacionales y viajé muchas veces con mis amigos para representar al club. Se convirtió para mí en un círculo virtuoso. Cuando terminé la universidad, regresé a los campeonatos y los viajes y le dediqué muchas horas al día de estudio duro de teoría. Jugaba en la sala del club contra amigos, pero también frente a una computadora contra rivales del mundo entero. Yo siempre he sido romántico, me gusta buscarle el arte al juego, jugar aperturas hermosas pero que probablemente ya están refutadas si sabes jugarlas. Sin embargo, hace algunos años, el piano ocupó un lugar protagónico en mi vida y dejé de lado el ajedrez, entonces, cuando mi profesor de ajedrez de toda la vida me llama a invitarme a alguno de los campeonatos que son sobre todo eventos sociales entre clubes, yo intento dar lo mejor de mí a pesar de que uno se olvida si no lo practica.
Aquí les dejo el enlace para que lean el cuento que he escrito esta semana. Un poema o una columna se me quedaban cortos para todo lo que quería narrar. Todo lo relatado lo viví yo en la vida real.
Recuerdo mi vida parisina como quien recuerda un sueño. No sé si llegué por un aeropuerto o a través de un pasaje secreto del metro, un túnel por el que llegaba del museo de Louvre, en donde hay un salón con el espejo sin reflejo, que es la conexión a otra dimensión que me transporta en mis sueños.
Siento, cuando duermo en las mañanas que al abrir los ojos estaré en mi departamento en París y que, al abrir las cortinas, veré el sol de París iluminar mi habitación. Y que, al salir por la puerta de mi edificio, respiraré el aire de París, compraré el periódico del día en el quiosco camino hacia la Sorbona, y que, esa mañana, me tocará la clase de literatura francesa con mi profesor predilecto, y que, la invitaré a mi compañera de estudios a almorzar a la Coupole y en la tarde iremos juntos al cine. Y que, si ella tenía otros planes, podía ir yo solo a leer un buen libro a la terraza de algún café.
Parece ayer cuando caminaba por los jardines de Luxemburgo, por el barrio latino, por los campos Elíseos, cuando me detenía a mirar el arco de triunfo, cuando me paseaba por el campo de marte, deslumbrado por la torre Eiffel, cuando pasaba por la iglesia de Montparnasse, cuando cruzaba la plaza de la república, contemplando la belleza de París. Y que el fin de semana me subiré a un tren de alta velocidad para visitar alguna provincia de Francia.
Quiero volver a encontrarme bajo la luna llena de París, con los amigos franceses que recuerdo con cariño, camino hacia algún restaurante o café a comer unas ostras con vino blanco animando nuestra culta conversación en impecable francés.
Extraño pisar sus majestuosos muesos, mirar alguna orquesta sinfónica en esas salas hermosas, escuchar a los mejores pianistas del mundo en un recital de piano clásico. Extraño planear los espectáculos artísticos a los que asistiré las semanas por venir, teatros, grupos musicales, conciertos, cantantes. Extraño asistir a los recitales de poesía.
Lo más probable es que en otra vida nací en París y fui un parisino de siempre. Como sea, estoy seguro de que regresaré a París, por la puerta grande, una mañana al despertar.
Ya que así me formé, estudié y leí, ya que siento que es mi vocación, que estoy apto y tengo talento, creo que es mi deber, antes de morir, escribir el poema más hermoso del mundo.
Yo quería escribir un poema el último verano, con vista frente al mar, durante el crepúsculo, brindando con amigos los vinos más finos y comiendo la comida más exquisita, luego en la noche salir a bailar en las mejores fiestas, hasta el amanecer, para al alba recitárselo a la mujer de la que me enamoré y dedicárselo eternamente a ella.
Yo quería vivir frente al mar e inspirarme en las gaviotas y los delfines, en el viento que viene del norte y empuja mi bote, en las chicas en bikini tomando sol en la playa en verano, en el recuerdo de sus ojos vidriosos reflejando el crepúsculo, en la leña crujiente y humeante y las llamas azules de una fogata. Yo quería inspirarme en la noche, en la luna y las estrellas y cantarles con mi garganta quebrándose como si ese fuera mi último suspiro.
Yo quería vivir mil vidas, yo quería viajar y conocer el mundo, yo quería conocer a todas las gentes y brindar con todos, hacerme su amigo, disfrutar frente a una mesa de una cálida conversación, entenderlos y ponerme en su lugar. Yo quería emborracharme de risa y dolor. Yo quería experimentarlo todo en mi vida.
Yo quería vivir la fiesta definitiva y que cuando acabe, me recluya en mi rincón con una hoja en blanco frente a mí y una pluma en la mano para convertir los recuerdos, la felicidad y la pena que sentí, en pura gloria.
Yo quería enamorarme locamente de una hermosa mujer una noche y amarla a más no poder. Yo quería contar esa tórrida historia de amor en sentidos versos y que los que los lean, muchos años después, se conmuevan por todo lo que yo sufrí por amor y que sepan que a ellos también les puede pasar.
Yo quería saber lo que se siente probar el néctar de los placeres más intensos de la vida, vivir experiencias extremas e históricas, vivir una vida de leyenda y que los que me lean vivan, con mis palabras, eso que yo viví.
Yo quería escribir el poema más hermoso del mundo y algún día lo lograré.
Hay mucho arte en el vino, en el mundo del vino y en la botella de vino que abren los que se la van a tomar. La enología es una ciencia. El vino es un placer adquirido que toma años de experiencia y puede convertirse en una afición para toda la vida, siempre y cuando no se abuse su consumo. Cuando uno compra un vino de cierta región del mundo, de cierta uva, con cierta presentación, de cierto precio, con cierta vista, olfato y gusto, y se la toma en cierta ocasión con cierta compañía, en cierto momento, uno lo recordará y así al repetir la experiencia irá disfrutando más y más del arte.
Un conocedor sabe notar la diferencia entre un vino caro de otro barato al catarlo en vista, nariz y boca, sin embargo, son solo indicios de qué tan bueno será el efecto que tendrá en el bebedor las siguientes horas. Más aún si lo va a maridar con determinadas comidas.
En países como Francia se toma mucho vino y se produce un vino de altísima calidad pues forma parte de la tradición. Los franceses desde muy jóvenes aprenden el arte del vino y, por lo tanto, son capaces de beber con moderación. Mucha gente allí toma vino con el almuerzo todos los días, inmediatamente después, un café espresso para continuar lúcidos con su día y luego, con la cena otra copa de vino. Pero la clave está en no pasar de la copa. Sin embargo, yo, como peruano que siempre he sido, termino rápido mi copa, y entonces ya quiero servirme otra, así hasta acabar la botella y si la ocasión lo amerita, abro otra. Por eso soy bebedor de fines de semana.
Yo soy un gran amante del vino, con mi papá tenemos una cava de cientos de botellas. La colección está creciendo rápidamente pues todos los fines de semana nos tomamos varias botellas. Incluso tenemos en Cuzco un terreno con unos campos donde hemos plantado uva Tannat, que crece muy bien a esa elevada altitud. Queremos construir una casa allí y producir nuestro propio vino para brindarlo en alguna ocasión especial.
Una botella de vino es la excusa perfecta para reunirse y afianzar un afecto pues anima la conversación. O, como ocurre en mi caso, es el pasaje a un viaje que a veces me colma de inspiración y otras, me hace volar con mi mente a toda velocidad alrededor de mis pensamientos más insondables.
La cantidad de horas que pasa un adulto normal durmiendo al día va de siete a nueve horas. Pero no siempre es así, hay casos excepcionales. Además, el momento del día en que duerme varía mucho unos de otros.
No vive más su vida aquel que duerme menos, sino aquel que más aprovecha las horas que pasa despierto. Además, dormir un sueño reparador todas las noches hará que uno viva más años y con mejor salud.
Antiguamente, cuando era rara la luz artificial, la gente vivía de día y dormía de noche, sin embargo, la modernidad ha hecho que los humanos robemos horas al sueño y vivamos de noche.
Y en efecto, hay gente que vive de noche y duerme de día como, por citar un ejemplo típico, los bohemios. Un ejemplo típico del polo opuesto serían los pescadores, quienes empiezan el día más temprano para abastecer de pescado fresco al mercado.
En Europa oscurece más tarde que en el Perú, es por eso por lo que es más común ser noctámbulo en Europa, mientras que en el Perú su gente es tradicionalmente más madrugadora.
Pero depende de a lo que uno se dedique, del tiempo y lugar donde uno viva y la personalidad de cada uno lo que define de qué hora a qué hora duerme usualmente porque el cuerpo tiene un reloj biológico que se acostumbra a un horario de sueño habitual. Hay incluso de los que necesitan una corta siesta después del almuerzo. Puede haber excepciones, como los fines de semana, cuando a uno le provoca dormir hasta tarde porque se acostó más tarde que de costumbre, o como cuando uno durmió menos para disfrutar de la vida nocturna.
En mi caso, yo estoy acostumbrado toda mi vida a ser madrugador y creo que nunca voy a cambiar. Nací y vivo en el Perú, desde que era un niño me levanté todos los días aproximadamente a las seis de la mañana para empezar las clases siete y media, igual cuando estaba en la universidad y aunque cuando empecé a trabajar entraba a la oficina a las ocho y media, de siete a ocho de la mañana hacía deporte. Por eso, prefiero acostarme a las nueve de la noche aproximadamente.
Hay mucha gente que está acostumbrada a ser noctámbula toda su vida y le molesta cuando por algún motivo se despierta más temprano. Sin embargo, a mí, hace algún tiempo, todos los días, a las cinco de la mañana ya se me están abriendo los ojos y me gusta, con la lucidez del café, ver el mismo amanecer que, con el fragor de una larga noche, ven aquellos que se van a dormir a esa hora.
Todos los humanos tenemos un alma. Y el alma es algo que nunca muere. Cuando nuestros cuerpos fallecen en la tierra, el alma se va a otro lado, probablemente a otro planeta similar a la tierra en otra galaxia, a vivir otra vida como un humano o un humanoide pero con la misma alma.
Es decir que todos los humanos que pueblan la tierra tuvieron y tendrán otras vidas en otros planetas, a veces encarnadas en un hombre, otras veces en una mujer. Yo creo que las personas que son abiertamente homosexuales lo son porque en sus otras vidas fueron mayoritariamente del sexo opuesto.
Los humanos todavía tratan de explicar satisfactoriamente el sentido de los sueños, sin embargo, yo planteo la teoría que a veces soñamos cosas que nos sucedieron en esta vida pero otras veces recordamos vidas pasadas que son muy difíciles de explicar porque algunos mundos no son iguales a la tierra, porque por ejemplo, cohabitan con nosotros animales con otra naturaleza diferente, incluso en algunos mundos puede que no exista la flora como la conocemos probablemente porque la concentración del aire que se respira es diferente.
La otra noche se me ocurrió esto mientras soñaba mi otra vida. He tenido varias vidas pasadas, pero recuerdo que en una de ellas vivía en el primer piso de una avenida muy transitada por donde pasaba mucha gente durante el día y que de noche nos iluminaba una luz amarilla. No sé si en esa u otra vida una vez me fui de viaje de vacaciones y lo recuerdo claramente, recuerdo incluso que subí a tres juegos turísticos divertidos y donde compré recuerdos a unos locales simpáticos. Otras noches sueño que como unos gusanos asquerosos, y yo me explico que en la tierra los humanos somos muy afortunados con la comida, tenemos comida exquisita porque la tierra es muy rica en fauna y flora. En otra vida sueño que ayudaba a mi hijo en su trabajo. Como esos sueños de vidas pasadas tengo muchos todas las noches.
Incluso, hace años, cuando no me explicaba esto todavía yo soñaba que tenía una hermana gemela y hasta la podía explicar detalladamente, ahora no sé si es una hermana gemela en otra vida, o si es mi alma encarnada en una mujer.
Los años nos van dando cierta autoridad. Cuando uno es joven tiene todas las hormonas revueltas, es impetuoso, rebelde, a veces irresponsable, a veces loco. Pero la edad nos va dando la serenidad de reconocer los errores del pasado, de aprender de la vida vivida, de las experiencias. Porque la vida nos va poniendo pruebas, nos va dando nuevos estudios, trabajos, viajes, vivencias, noticias, lecturas, aficiones, amigos, historias, triunfos, decepciones. El matrimonio y los hijos nos van dando cierta autoridad.
Hay de los que nunca aprenden y nunca maduran. Pero nadie nace sabiendo, es imposible que todo salga perfecto, uno tiene que equivocarse para aprender, tropezarse, caerse y volverse a parar para llegar a su destino.
No se trata de estarse arrepintiendo del pasado porque solo se vive una vez, pero es de grandes reconocer los errores cometidos en el pasado para corregirlos en un futuro.
Es por eso que hay ciertos oficios que solo domina la gente mayor como en el caso de los políticos y los escritores, porque requieren mucha experiencia y autoridad y dar el ejemplo correcto al resto. Son los más aptos de las nuevas generaciones los que van ocupando en la sociedad el lugar de los que van muriendo.
Yo ya escribía cuando era joven porque fui precoz pero nunca hubiera triunfado si publicaba y me volvía escritor en ese entonces porque me faltaban la autoridad y la experiencia que dan los años vividos y sin embargo, en unas líneas en ese entonces escribí “crecerás con esta experiencia y serás un gigante cuando logres corregir el pasado en un futuro”.
Yo amo las mujeres. Todas las noches sueño con mujeres, las mañanas me despierto pensando en mujeres, durante el día admiro la belleza de las mujeres.
Desde chico, tuve de cerca a mi mamá y mis dos hermanas, una mayor y una menor que yo. Varias primas. Pero estudié en un colegio de hombres. Yo creo que si hubiese estudiado en un colegio mixto habría tenido una noviecita desde chico.
Hace treinta años, vivíamos en otras épocas, en un mundo más machista y patriarcal. Hoy, hay más libertades sexuales, masividad de métodos anticonceptivos, el feminismo está en boga, aquello del movimiento “#metoo”, las mujeres están tomando más protagonismo en la sociedad y los roles en los quehaceres de la familia y los hijos han cambiado. Pero cuando yo era un niño, en la sociedad a las niñas las preparaban para que de grandes se queden en la casa cuidando a los hijos y a los niños los preparaban para que de grandes salgan a trabajar para mantener a la familia. Entonces, cuando yo estudiaba en la universidad, mi abuela me decía que yo no me distrajera con enamoradas y dedicara todos mis esfuerzos a los estudios mientras a mi hermana le preguntaba cuán enamorada estaba de su novio. Cuando ahora miro mi pasado, creo que me arrepiento de no haber tenido una novia en la universidad pues yo las piropeaba y seducía a todas pero nunca formalicé con ninguna. Yo era de los populares en la universidad y había chicas muy atractivas, los años que allí viví fueron los más felices que me tocó vivir.
Yo soy poeta y como tal, las mujeres me han inspirado hermosos versos. Me entristece la novia que nunca tuve, el primer amor que siempre soñé. La primera vez que escribí un poema de amor fue a los diecisiete años, a la misma mujer a la que veinte años después sigo dedicándole versos cada vez más virtuosos. Lo mejor que le puede pasar a un poeta es sufrir por amor. Y los poetas, como los escritores, se hacen famosos de viejos porque primero tienen que aprender a escribir bien, después tienen que vivir la vida para que cuando escriban tengan un buen tema de qué escribir, luego tienen que publicar, luego tienen que ser leídos y finalmente se vuelven consagrados cuando ya son viejos.
Las mujeres inspiran mi vida, son las que me dan ganas de estar vivo. Todos los días trato de entender lo que pasa por las mentes de las mujeres para que me amen más.
Para los pianistas, el piano es un círculo virtuoso. Es una afición para toda la vida. En su gran mayoría aprendieron el instrumento de chicos y el esfuerzo y constancia que le ponen a lo largo de su vida les traerá muchas satisfacciones. Dedicar horas a practicar pasajes de piano densos y laboriosos son recompensados cuando uno toca frente a algún público o cuando se filma y graba, cuando asiste a conciertos y aprecia a pianistas famosos o cuando los mira en algún video, cuando se compra un piano nuevo y lo exhibe en su casa. Pero hay que ser constante porque uno se olvida si deja de practicar mucho tiempo. Son muy pocos los pianistas que pueden vivir del piano, sin embargo, si uno tiene como pasatiempo tocar un instrumento como el piano, eso ayuda a aprender a ser disciplinado y llenar su vida de una virtud que le servirá para hacerlo más feliz. El piano es como el deporte del alma. Y en épocas en las que uno se aburre de no tener un oficio al que dedicar todo el día, como en cuarentena, el piano llenará sus días de un pasatiempo divertido. Dedicarle tiempo a algún instrumento es una actividad sana que despeja la mente.
El primer instrumento que yo aprendí a tocar y con el que aprendí a leer partituras, cuando tenía siete años, fue el saxofón, luego aprendí varios instrumentos hasta que finalmente me concentré en el piano porque es un instrumento que usualmente es muy solitario, hay otros instrumentos más sociales. Felizmente siempre fui disciplinado, soy madrugador, me levanto todos los días antes de que salga el sol y después del desayuno me siento por lo menos dos horas al piano. A esa hora es cuando más lúcido estoy. Quizás haya otros pianistas noctámbulos que están más lúcidos de noche, sin embargo, lo cierto es que la clave para triunfar en un instrumento u oficios similares es ser disciplinado.
Por eso, yo aconsejo a los padres que desde chicos les enseñen a tocar un instrumento a sus hijos. Ayuda muchísimo a los niños a desarrollar su inteligencia. Además, hace a las personas más sensibles a la música y al arte, a disfrutarlos. Lo óptimo es que nunca dejen de tocar sus instrumentos porque un instrumento le dará a la vida del que lo toque una virtud que llenará su vida. Disfrutar de la música, comúnmente llamado el lenguaje de Dios, nos hará, a los hombres y mujeres, personas más felices.
Cuando se encuentre la vacuna al Covid19 y regrese todo a la normalidad ya nada será lo mismo, yo seré otro. Me levantaré de mi cama una radiante mañana dándole gracias a Dios por darme un día más de vida. Cuando celebre años nuevos entre amigos me sentiré afortunado de que todo haya regresado a la normalidad. Cuando lleguen las navidades en familia me sentiré feliz de tener todo lo que tendré.
Cuando termine todo esto empezará algo nuevo y yo me reuniré con mis amigos a tomarnos unos vinos y disfrutar a copa plena. Haré parrilladas en familia los domingos viendo los niños crecer. Iré a restaurantes a comer rico en la mejor compañía.
Y cuando la economía lo permita me agolparé en conciertos multitudinarios o espectáculos artísticos. Me subiré a un avión y viajaré por el mundo. Recorreré América y Europa. Regresaré a París y me pasearé por sus calles recordando los años felices que pasé allí, caminaré por mi barrio como antes y me detendré a mirar la torre Eiffel.
Seré otro, pero allí estará el mar para admirar su majestuosidad y la playa para tomar sol en la arena. Miraré asombrado la naturaleza, los animales que conviven con nosotros, las altas montañas, los verdes campos, el árido desierto.
Me enamoraré perdidamente de una mujer una noche y me casaré un día. Le regalaré una rosa cada día, le haré hijos y le pediré que me ayude a criarlos. Trabajaré duro para que no les falte nada. Participaré en el quehacer literario o político en la medida de lo posible.
Celebraré la vida todos los días como si fuera el último día. En la fiesta intensa del mundo, sabré lo hermoso que es estar vivo.
Y en alguna ocasión, como homenaje a la memoria de estos días, recordaré a las ocho de la noche y me sentaré al piano a tocar un repertorio nuevo y luego saldré a mi balcón a recitar al cielo y los astros, a viva voz, con la garganta quebrándoseme de la emoción, los versos que en cuarentena escribí.
Ya nada volverá a ser lo mismo de antes. El coronavirus marcará un hito en la historia de la humanidad, un antes y un después. Es algo que a nadie se le ocurrió que podía suceder y que nadie antes vivió. Sin embargo, algo aprenderemos de esta desgracia, de los muertos, de la crisis económica; los humanos y las naciones.
Que esto nos lleve a repensarlo todo. Regresemos a los clásicos como en el renacimiento luego de la peste negra. Mejoremos en todo sentido. Pongamos todo nuestro esfuerzo y preocupémonos por lo que de verdad importa. Invirtamos en hospitales en lugar de bombas. Que crezcan nuevas generaciones de médicos y científicos.
Ya nada volverá a ser lo mismo luego del coronavirus, pero quedarán los recuerdos, todos estos días que seguimos encerrados en nuestras casas por cuarentena, aplaudiendo a las ocho de la noche a los héroes que son los policías, militares, médicos, el gobierno y las autoridades. Saliendo unos días hombres; otros, mujeres; con mascarillas y con guantes; con cuidado de contagiarnos; lavándonos siempre las manos con agua y con jabón. Recordaremos que la solidaridad con el otro fue la mejor opción para salvarnos a nosotros y a nuestras familias. En medio del confinamiento, la unión de toda la familia fue lo que prevaleció.
Ya nada volverá a ser lo mismo luego del coronavirus. ¿De qué les sirvió a algunos tener mucho poder o fortuna si todos se enferman sin ninguna distinción de situación económica o social, religión, ideología o nacionalidad? Sin embargo, desgraciadamente hay familias a las que les va a costar más sobrevivir durante o después de la cuarentena. Es un enemigo invisible que no se vence con armas o el uso de la fuerza. En el futuro, pueden venir nuevas pandemias peores que esta y tendremos que estar preparados para afrontarlas de la mejor manera.
En estos días de incertidumbre, no se preocupe querido lector, si nos unimos como hermanos, todo saldrá bien y cuando termine la cuarentena, saldremos de nuestras casas un día radiante y volveremos a encontrarnos por el mundo entero, en plazas y bulevares, en playas y pueblos, en eventos y fiestas, con un saludo cariñoso y una sonrisa. Saldremos victoriosos de esto y diremos que somos más fuertes que antes.
Cuando uno llegue a edad madura y alguien le pregunte por el mundo que le tocó vivir, más vale que sepa lo que responde y que de verdad lo padeció. Que no haya sido que vivió en una burbuja o no vaya a ser que fue indiferente a su época.
Y más bonito sería que uno respondiera que hizo algo valioso por su alrededor, por su familia, sus amigos, los suyos, su patria, el porvenir de todos, por el futuro del planeta tierra y la evolución de la especie humana.
Decir que uno trabaja por el bienestar de su familia y que en la cuarentena se queda en casa para cuidarlos está bien.
Sin embargo, debido a la educación con la que a mí me formaron, yo quise ser protagonista de la historia, participar activamente e influir con mis actos y mis palabras. Aunque esa influencia fuera minúscula. Yo que recibí una educación de élite.
Fue en la universidad, donde estudié economía, que me comprometí con el quehacer literario y político. Guardo en mi memoria aquellos años como los más felices que me tocó vivir. Dentro de mi promoción, en mi grupo de amigas, estaba María Antonieta Alva, nuestra joven ministra de economía que en tiempos de coronavirus está haciendo tan bien su trabajo y que despierta tanta simpatía y admiración. Recuerdo que una de sus mejores amigas de su colegio me gustaba mucho y en las fiestas de la universidad siempre bailábamos. Una vez terminada la universidad nunca volví a hablar con María Antonieta, “Toni”, pero la recuerdo con mucho cariño.
Al presidente Vizcarra no lo elegimos por voto popular pero qué bien que enfrentó todos los retos que la presidencia le exigió. Parece que va a ser uno de los mejores presidentes de la historia reciente según la gran mayoría, en especial en estos tiempos de coronavirus.
María Antonieta forma parte de mi generación, que hoy está empezando a salir al frente a enfrentar los retos de estas nuevas épocas para que todos tengan las mismas oportunidades que tuvimos nosotros, responsablemente y con valores.
Por eso, yo animo al querido lector a que sea partícipe de la historia y tenga, cuando un joven le pregunte, algo propio que contar. Que viva el mundo que le tocó vivir pero comprometidamente.
¿Cómo explicar a Dios? ¿Cómo explicar la religión? Ver a Su Santidad el Papa dando la bendición en plena cuarentena, siglos de tradición del Vaticano y la Santa Iglesia Católica. Con todos sus muertos, con todas sus tragedias. Con la Gloria de Dios. Con la institución del matrimonio.
¿Quién creó el universo? ¿Adónde iremos a parar luego de la muerte? ¿Cómo explicar nuestras almas? Nuestros antepasados, que nunca conocimos, pero nos precedieron y nos ayudaron a transformar el planeta tierra y permitieron a la especie humana evolucionar. ¿Cómo procesar que somos un punto ínfimo, lejano y olvidado en la infinidad del universo? Admirando los astros como cuando los antiguos navegantes surcaban los mares. ¿Cómo explicar el sol que sale por el horizonte cada mañana? Los animales que cohabitan con nosotros. La vegetación verde de la tierra y el azul de los océanos. El agua que calma mi sed ¿Cómo explicar cada arena del desierto, la majestuosidad de las montañas, lo simple de un copo de nieve? ¿Cómo explicar los árboles que crecen a punta de sol y de agua?
¡Es un misterio!
¿Cómo explicar la música, el arte, el vino? Los inventos y la obra que la humanidad ha construido.
¿Cómo darle sentido a nuestras vidas? ¿Cómo explicar los sueños y la memoria; el lenguaje y el subconsciente; el sonido, la luz o el tacto? ¿Cómo explicar la felicidad, el miedo, la locura, el hambre?
¿Cómo explicar la vida? Cuando nace un bebe del vientre de una mujer y luego crece con su instinto humano. El amor que siente la madre por el niño. Que nació para crecer, procrear y morir.
¿Cómo explicar el amor? ¿Cómo explicar el placer y la atracción sexual que siento por ella? ¿Cómo explicar las lágrimas que derramé por ella cuando yo tenía 17 años? ¿Cómo explicar los poemas que le escribí?
Y explicarlo en pocas líneas.
Hoy que cumplimos la cuarentena aislados en nuestras casas yo salgo al balcón de mi departamento a recitar un poema a todo pulmón. Salgo a declamar unos versos improvisados como si mañana se acabara el mundo, a las ocho de la noche cuando todos los vecinos, aburridos de estar tanto tiempo encerrados, se asoman y algunos cantan, todos aplauden, hacen vivas y les dan ánimo a médicos, policías, militares y autoridades que están sacrificándose por todos nosotros que nos ayudamos unos a otros quedándonos en casa.
Salgo a mi balcón y declamo con la voz que se me quiebra de la emoción: Mañana, cuando salgamos de nuestras casas un día soleado, con pajaritos cantando en los árboles, podremos decir que salimos victoriosos de esta experiencia y que nos sirvió de lección. Cuando se escriba la historia, habrá un antes y un después del coronavirus porque esta experiencia nos puso a toda la humanidad a prueba como en la segunda guerra mundial.
Y canto en mi ventana a viva voz: Ya nada volverá a ser lo mismo, cambiaremos nuestros hábitos y costumbres por los virus contagiándose en aeropuertos. Invertiremos en salud. Debemos cuidarnos todavía de la pandemia los años por venir y nos costará mucho recuperarnos económicamente.
Y mi voz rebota por los edificios de mi cuadra así: Los niños crecerán y recordarán la desgracia que nos tocó pasar y sabrán lo frágil que es la especie humana y que nuestra familia nuclear se sintió más grande que nunca porque supimos que nuestra familia no solo son nuestros papás y hermanos sino todos, nuestros amigos, vecinos, compatriotas, los habitantes del planeta tierra.
La historia se repite, siempre. Desde que la humanidad existe ha habido plagas, pestes, virus o pandemias. Así, igual de trágicas como las guerras que hubo y habrá. La cuestión es aprender del pasado para evitar esas catástrofes o por lo menos hacerlas menos graves.
En los más antiguos libros de la humanidad, como por ejemplo en la biblia, está presente el Apocalipsis o Armagedón porque siempre está latente la posibilidad de que por una razón u otra la raza humana se extinga de la faz de la tierra.
Es a propósito de sacar una lección de las desgracias que yo propongo una sugerente pregunta: ¿Qué harías tú si te enteraras de que mañana se acaba el mundo? Probablemente cada uno de nosotros respondería de maneras muy diferentes unos de otros. Sin embargo, yo voy al lado positivo de la cuestión. Y es que, si mañana se acabara el mundo, uno recordaría los momentos gratos y haría un balance de su pasado con nostalgia y pensaría qué hizo bien y qué mal o si tuviera la posibilidad de regresar en el tiempo ¿haría las cosas de otra manera mejor? De la misma forma como en una situación extrema como es el fin del mundo una persona mira de manera crítica en su vida sus actos pasados, se puede mirar de manera crítica a la humanidad como colectividad, como raza, es decir, en qué fallamos, qué pudimos hacer mejor. Reflexionemos, pues, aprendiendo de la historia y de todas las ciencias, como si mañana se acabara el mundo, qué pudimos hacer mejor como conjunto los humanos desde que empezamos a poblar la tierra. Y como si en este mismo momento todo se acabara, que pase por mi mente como en un rayo rápido o “flashback” a la velocidad de la luz recuerdos de tiempos pasados de lo que fue nuestro paso por la tierra.
Otra reflexión valiosa que sacaría, en el caso de que mañana se acabara el mundo o en el momento mismo de la muerte, es querer seguir disfrutando el estar vivo, todos los detalles que el mundo tiene para darnos y vivir intensamente cada momento de la vida. O sea, ser lo más feliz que se pueda.
La raza humana tiene algo más de dos mil años de historia mientras el espacio tiene una edad infinita de creado. Con la cantidad infinita de planetas que contiene el espacio, los científicos que planteen que como seres vivos estamos solos en el universo son unos inconscientes y por el más común sentido lógico están garrafalmente equivocados.
Es lógico que haya civilizaciones extraterrestres más avanzadas millones de años más antiguas que la nuestra que puedan haber evolucionado hasta lograr viajar por el tiempo y el espacio y llegar hasta la tierra. Esas civilizaciones pueden provenir de planetas similares a la tierra y parecerse a la raza humana. Incluso pueden existir extraterrestres o humanoides que han viajado por el tiempo y el espacio que se hacen pasar como humanos cualesquiera y están conviviendo con nosotros sin que nosotros lo supiéramos para que todo transcurra con naturalidad.
Yo he planteado y sustentado, aunque aún no demostrado, este tipo de teorías en una novela que escribí hace algunos años, durante una etapa de locura en mi vida, que está aún inédita y que titulé “Marcel du Champ y el Priorato de Sión”.
Actualmente se ha creado una especie de histeria por el coronavirus. Como se sabe históricamente, a veces, se propagan epidemias que son contagiosas y que causan muchas muertes. Algunas que aparecen de la nada. Yo creo que algunas de esas enfermedades epidémicas han sido transmitidas por extraterrestres al cruzarse con los humanos. Como cuando los españoles llegaron a Sudamérica y con una simple gripe murieron millones de aborígenes al no tener inmunidad contra ese tipo de enfermedad. Por ejemplo, el sida, no se sabe cómo se inició, incluso se ha deslizado que se inició producto de la penetración genital de un hombre a una mona. Yo creo que el sida o VIH fue esparcido a los humanos en los años ochenta por relaciones sexuales entre cierta raza de extraterrestres y humanos.
Aquí entra a tallar quizás el tema filosófico más grande de la humanidad: Dios ¿Quién creó el universo? Yo creo que el universo en el que vivimos está circunscrito dentro de otro universo mayor y que sí es posible viajar en el tiempo y vivir infinitos universos paralelos y que hay más de tres dimensiones espaciales. Que se puede burlar la muerte porque el tiempo es relativo. Que se confunden como cualquier otro humano seres humanoides que han viajado por el tiempo y el espacio pero que nacieron en planetas lejanos similares a la tierra, que han venido en misiones para transportar almas de una galaxia a otra y que esperan regresar a su planeta de origen a descansar allí una eternidad.
Los tiempos cambian muy rápido y uno tiene que adaptarse a los cambios para vivir mejor o en algunos casos, incluso, sobrevivir. Hay, hoy, cambios que han traído la modernidad que simplifican nuestras vidas y nos interconectan para nuestro bien. Sin embargo, debido a estos cambios, se están perdiendo algunos valores y hábitos que desde antaño han engrandecido a los humanos.
Yo provengo de la antigua escuela. Toda mi vida he leído libros de papel, los subrayo y hago apuntes en ellos y una vez leídos, los guardo con cariño en mi biblioteca. Me gusta escuchar en mi tocadiscos mi colección de discos de vinilo. Sin embargo, recientemente me he actualizado.
Antes, compraba cuatro o cinco periódicos al día; ahora, no compro ni uno, leo los periódicos en línea. Sin embargo, me gusta todos los días pararme frente al quiosco de periódicos y revistas a mirar los titulares y eventualmente comprar si algo me causa mucho interés. En gran parte, he cambiado el papel por la pantalla
Por muchos años y reiteradas veces presenté a editoriales diversas obras que escribo desde los veinte años y todas me rechazaron. Hace poco abrí mi página web y ahora allí están publicados mis mejores cuentos, mis mejores poemas y cuando termino uno nuevo lo publico ese mismo día. Es allí también donde publico esta columna todos los martes, esperando luego dar el salto a un periódico. Incluso, aprendí fotografía y edición de audio y video y ahora tengo mi canal de YouTube en el que yo mismo hago videos artísticos recitando mis poemas, tocando piano o simplemente conversando con mi mamá sobre mi arte.
Hasta hace poco no tenía Facebook ni Instagram. Desde que los abrí subo fotos y videos constantemente compartiendo fotos personales, las últimas novedades de mi obra o poemas célebres y aunque no tengo muchos "likes" me gusta mucho compartir e interactuar con familiares y amigos.
Gracias a la tecnología voy a tener la oportunidad de dar a conocer mi poesía y mi arte por internet o por las redes antes que por medios tradicionales, algo que no hubiera sido posible antes. Pero no solo eso, gracias a la tecnología yo y todos nos hemos beneficiado mejorando nuestra calidad de vida.
Sobre la inspiración se ha escrito mucho, desde los clásicos, pasando por los románticos, hasta los modernos. En esta columna yo voy hacer una especie de confesión personal de lo que es para mí la inspiración como poeta en el siglo XXI.
La inspiración tiene mucho de genialidad pero también de locura. Los románticos alegaban que la inspiración es un don divino que, cuando viene, es algo que escapa de su control, que es algo más bien externo. Del otro lado, Sigmund Freud decía que la inspiración estaba en el subconsciente de los artistas y que era producto de un trauma de su niñez.
Me imagino a Pablo Neruda echado en su sillón en la terraza frente al mar de su casa en isla negra imaginando aquel “puedo escribir los versos más tristes esta noche”. O a Leonardo da Vinci pintando La Gioconda cuando ella posaba para él con músicos tocándoles al lado. O a Beethoven sonándole en su mente una sinfonía mientras tomaba vino en el campo.
Para mí la inspiración es algo inesperado. Algo que llega de la nada en ciertos momentos como cuando me pongo a pensar, escuchando música, tomando vino, en alguna terraza frente al mar o cuando pongo mi cabeza en la almohada antes de dormir.
Está alojado en el fondo de mi subconsciente un diamante en bruto que en condiciones favorables a la inspiración voy esculpiendo para que tome la forma de la obra maestra que imagino percibida por otros.
He creado poemas hermosos que nacieron en mi mente de la nada y que yo tenía “la obligación” de escribir de un tirón en un cuaderno con mi pluma fuente con buena música una vez acabada la botella de vino.
Los niños son el mañana en el mundo. Son el resultado de nuestra evolución. Nuestra herencia en el universo. De ellos y de sus hijos dependerá el futuro.
Es deber de sus padres educarlos para que sean hombres y mujeres de bien. El Estado influye pero son los padres los que deciden su formación y quienes más influyen en la manera en que se desenvolverán en el mundo. Además, la genética juega un factor decisivo.
En los países más desarrollados, el índice de natalidad es bajísimo porque la población pone mucho cuidado en las implicancias de ser padres que a veces es considerado un objetivo de vida con demasiadas responsabilidades y evitan procrear haciendo uso responsable de los métodos anticonceptivos. En los países subdesarrollados con mucha frecuencia los hijos nacen inesperadamente.
Es preferible para los padres tener hijos planificados, sin embargo, si llegaron al mundo por otra razón, merecen mucho amor y dedicación.
Los padres deben tomar consciencia de la importancia que tiene el futuro de sus hijos en su futuro y lo que significa en su propia vida. A veces es su razón de ser.
Los padres de hoy, como sucedió con sus padres, son educados de diferentes maneras a como los educaron antes. Las nuevas generaciones van cambiando, amoldándose a los nuevos tiempos y la educación es cada día mejor. Hoy, las nuevas generaciones se enfrentan a nuevos retos.
Los niños, tiernos e inocentes, llenan de felicidad el mundo de los grandes. Día a día van creciendo y nosotros nos vamos poniendo viejos.
Es difícil explicar la importancia de nuestros hijos en nuestras vidas, sin embargo, yo creo que por algo hemos nacido.
Uno de los más grandes valores que tiene un país es su cultura. La cultura de su gente y de sus instituciones. El acervo cultural. La afición y los maestros; la educación y la tradición; los museos, los teatros y las bibliotecas; la prensa y los medios de comunicación; la lengua y la literatura; la música, el arte, el cine y el teatro; la historia y sus monumentos; la filosofía y el pensamiento; las grandes mentes y los personajes históricos.
La cultura es la hermana mayor de la educación y una está enlazada con la otra. La cultura hace ciudadanos conscientes de su lugar en este mundo, de su país. La cultura les da un futuro más promisorio como sociedad y país. De no cometer los errores del pasado o de admirar a los buenos. O por ejemplo elegir mejor a sus gobernantes. Por eso puedo decir que un país es mejor cuando más cultura tiene.
Yo viví dos años en París estudiando en la Sorbona y viví como cualquier otro de sus ciudadanos el monumental acervo cultural de Francia. Asistí a los museos, las exposiciones, las librerías, los teatros, los conciertos, los recitales llenos de aficionados de todas las edades. Pasé muchas horas en los cafés, donde todos leen o hablan en un francés impecable o académico sobre temas interesantísimos. Yo quise ser culto donde todos quieren ser cultos.
Yo me debo a la cultura, tengo la necesidad de nutrirme todos los días con mi dosis de cultura para hacer mi existencia más amena. De nutrirme pero también de crear cultura, devolver lo que recibí. Yo vivo en el Perú porque con mucho orgullo nací en el Perú, sin embargo, tengo muchas limitaciones para culturizarme y culturizar porque aquí se trata de un lujo que muy pocos peruanos saben apreciar y que me gustaría volver popular como en Francia.
El mundo está urgido de héroes o de líderes que sean ejemplares y admirados por sus palabras, sus actos y sus obras. Esos personajes no se hacen, nacen de uno en un millón. Sin embargo, muchos de los pocos que nacieron desistieron de ser líderes al ver los riesgos que eso implica y al ver cómo terminan muchos de los políticos de turno. Es cuestión de ir a las universidades y buscar jóvenes talentos con futuro, instruirlos y reclutarlos.
Todos aquellos jóvenes que empiezan sus estudios de ciencias políticas en la universidad, que se entusiasman con la idea de liderar un país y que sueñan con ser presidentes de la nación y conquistar la fama y la gloria deben saber del efecto embriagador del poder y de la proclividad de abusar del poder o caer en las garras de la corrupción. Deben ser inteligentes, estar aptos para las luchas de poderes, para la maldad que implica y para jugar los juegos maquiavélicos. De todos aquellos jóvenes idealistas, que soñaron con cumplir su misión en esta vida, trascender en el tiempo y dedicar su vida a servir al prójimo, muy pocos triunfan porque la vida los va llevando en otras direcciones.
Sin embargo, si un país no tiene a ese Gran Hombre, que nació para ser héroe y que es imposible encontrar pero que es nuestro deber como ciudadanos buscar, hay luego otros personajes interesantes para guiar la nación al éxito.
A aquellos que se sientan aptos y les gusta la cosa pública, representar, servir a su país y quisieran ser reconocidos hay que buscarles un espacio dependiendo de su ideología y deben saber que si desean enriquecerse con el poder o abusar de su cargo terminarán en la cárcel o terminarán como una lacra social
No obstante, hay muchos políticos talentosos y bien intencionados que empiezan bien su carrera representando a su grupo y que van escalando posiciones. A ellos, los ciudadanos debemos darles todo nuestro apoyo a ver si algún día se convierten en aquel héroe imprescindible.
Querido lector, si usted es ciudadano peruano, yo tengo algo que decirle.
Asistimos el último fin de semana a elecciones extraordinarias para congresistas.
Todos deseamos un mejor Perú. Vivir en un mejor país, en un mejor barrio, en una mejor casa. Todos buscamos nuestro bienestar. Vivir en un país lo más cercano a uno desarrollado. Pero ese es un deber de todos, no solo de los políticos. Que empieza con el pueblo eligiéndolos bien.
Si usted asumió su responsabilidad e hizo uso de su derecho al voto lo felicito. Pero eso no es suficiente. Usted tiene que investigar y enterarse de toda la oferta política para elegir bien quién lo va a gobernar. Usted debe estar siempre informado de la actualidad y la historia nacional e internacional. Usted debe hacerse una opinión y asumir una ideología propia. Tener una idea clara de en qué país desea vivir. Porque luego todos vamos a padecer las consecuencias de que nuestros gobernantes tomen decisiones equivocadas o abusen de su poder. Así como usted celebra los goles de la selección peruana de fútbol o de su equipo deportivo o así como usted celebra algún éxito familiar o personal, celebre los triunfos de su país o su colectividad en lo político o histórico. Si desea prosperar, usted debe comprometerse no solo con el futuro de su familia sino de su país, porque una cosa depende de la otra y viceversa. Participe y haga lo posible porque el grupo que mejor lo representa gane, su apoyo seguramente va a ser valioso. Su desinterés le puede salir muy caro. Si ve que se presentan políticos malos en las elecciones sepa que siempre va a haber unos peores que otros.
Sea consciente, usted decide su futuro y el de los suyos, los nuestros.
Sean bienvenidos, queridos lectores, a mi primera columna semanal en mi página web delcamporobinson.com. Los invito todos los días martes a cada nueva publicación.
Igual que intelectuales de gran renombre como Mario Vargas Llosa, yo, en la Universidad, empecé mi carrera con tendencia izquierdista. Igual que esos grandes intelectuales, luego pude reformarme hacia la derecha. Hay otros intelectuales que una vez comprometidos con su ideología no pudieron revertir sus tendencias a pesar del dictado de su consciencia.
No es que yo haya nacido izquierdista, por el contrario, mi familia siempre fue de derecha. En mi caso, como en la gran mayoría, lo que sucedió fue una temeraria rebeldía contra el padre y la autoridad durante la locura de la juventud, cuando uno está con todas las hormonas revueltas y es idealista y romántico. La rebeldía es izquierdista por excelencia.
Sin embargo, los casos de rebeldía exitosos en la historia son muy pocos. Por ejemplo, aquellos muchachos bien que se atrincheraron en las calles del barrio latino, en París, quemando carros y tirando piedras a los policías en el mes de mayo de 1968, que gritaban a su héroe de la segunda guerra mundial Charles de Gaulle “seamos realistas, exijamos lo imposible”. Ellos triunfaron porque nacieron durante el baby boom en plena guerra fría. Pero hoy, aquel que se rebele contra EEUU y el establecimiento internacional pagará las consecuencias.
Por eso, yo exhorto a los jóvenes rebeldes, a aquellos con tendencia a desafiar a la autoridad, que sepan que si quieren desviarse hacia la izquierda, aprendan de mi experiencia y sepan que yo perdí quince años de mi vida por mi osadía juvenil y que si tuve la oportunidad de regresar a mis orígenes y hoy poder escribir, publicar y darme a conocer es porque afortunadamente el resentimiento que sentía hacia mi padre nunca fue público ni pasó a conflictos mayores. Es por eso que hoy, con cierta madurez, cordura y lucidez pude reconciliarme con mi consciencia.